Imagínense: ¿qué mejor manera habría de comenzar una tranquila tarde de domingo, cuando la mayor parte de los pendientes ya está hechos, que relajarse un poco al compás del PSP?
Pata, pata, pata, pon...
Unos minutos después de haber iniciado una danza tribal en la consola, me llegó la voz de G. desde el cuarto contiguo (el estudio/biblioteca).
- ¿Adivina qué? ¡No ganamos!
Le respondí con un gruñido de indiferencia, porque me había echado a perder el ritmo (el videojuego Patapon requiere que uno se convierta en metrónomo humano) y porque, como les había contado antes, mi querido Capitán Quasar es un redomado mentiroso. Después el corazón se me entibió y agitó como una hoja de plátano en el microondas, porque muchas veces sus mentiras son preludio de alguna buena noticia. Corrí entonces a la computadora, inicié una búsqueda rápida y confirmé que, por esa vez, sí era cierto: no había Premios Ignotus.
Sabía que este fin de semana pasado sería la Hispacon (la convención de géneros más popular en España), y que en ella se darían los resultados de los premios Ignotus que otorga la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror. Esperaba los resultados con algo más que esperanza, porque confiaba en las posibilidades de la primera novelita de G., Fluyan mis lágrimas, y en cierto modo de 253, de Geoff Ryman, que yo traduje. Me hubiera encantado que Fluyan mis lágrimas ganara, porque G. no ha recibido nunca un premio; y aunque el de novela extranjera no hubiera sido para mí, lo hubiera disfrutado como debe ser, a la distancia y en las sombras.
Intenté, sin demasiado éxito, tragarme algunas lágrimas de frustración. G. se puso a consolarme.
- No te apures - me dijo -. Acuérdate que todavía me falta el premio Julio Verne. Donde siempre saco menciones honoríficas - añadió, con una sonrisita amarga.
Los Ignotus se deciden por votación entre los socios de la AEFCFT y asistentes a la Hispacon. En la categoría de novela corta ganó Mundo al Revés de Ángel Padilla, y en la de novela extranjera La carretera, de Cormac McCarthy, lo que resulta una sorpresa (¿pero qué rayos hacía McCarthy en la terna?). Ganó el Pulitzer, me dijo G. ¿Ah, sí? ¿Pero no había sido el Pulitzer para La maravillosa vida breve de Oscar Wao, de Junot Díaz? Ésta fue este año, me dijo G.; La carretera fue el año pasado.
Los hijos de Húrin no iba a ganar; esto me lo esperaba.
Total, cualquier agradable plan para el resto de la tarde quedó cancelado; hasta las ocho de la noche, hora de prepararse para el día siguiente, me dediqué a tristear en mi cuarto.
- No te apures - me había repetido G. cuando salía de la biblioteca -. Ya ves que nunca ganamos y siempre nos va mejor.
En su caso así es, espero; sus “fracasos” en concursos y semejantes siempre acaban en antologías de importancia y le abren puertas. En cuanto a mí, por el contrario, mis fracasos tienen algo en común con mis logros: son igualmente inútiles.
El premio de novela extranjera para Geoff Ryman lo quería nada más para colocarlo en la punta de una lista de méritos que, al menos en los últimos años, bien pudieron haber sido inexistentes. ¿Por qué rayos estoy tan disgustada con que 253 no haya ganado? Porque, desgraciadamente, me he vuelto adicta a la acumulación de méritos así como hay personas que almacenan comida que no se van a comer, o ropa que jamás piensa ponerse. El problema es que la comida se puede aprovechar y para encontrarle utilidad a la ropa basta abrir un armario y mover la cabeza; con mi hato de méritos, no he conseguido, por ejemplo, que mejore mi situación o que en mi empleo me traten mejor o me valoren más. Con todo, me he hecho una gran perseguidora de méritos, y siempre que lograba algo, cualquier cosa, me parecía que era como descubrir un escalón más en una subida interminable. A lo mejor sigo esperando hallarme, alguna vez, el final de la escalera, y en él algún pisito cómodo donde poder quedarme sin demasiada inquietud.
El “esfuerzo día con día” y “luchar sin descanso” podrán ser clichés muy convincentes para libros de superación personal, pero la verdad es que nadie le cuenta a uno el desgaste que llevan ambas acciones. Y en un mundo donde a veces los méritos más apreciados son lo que entran por los ojos, las orejas, el cordón umbilical y algunos otros conductos poquito menos decorosos, el cansancio se triplica porque uno no alcanza a ver el final del camino.
¿Que por qué me molesta que haya ganado Corman McCarthy? Aquí la cosa es sencilla de explicar: McCarthy no es un escritor de ciencia ficción ni de fantasía, y sus novelas las han llevado DEMASIADO al cine. Ya estando en la universidad me defendí con uñas y dientes ante la amenaza de leer la cosa ésa de los Caballos tan lindos, sólo porque me daba una flojera atroz. Simpre que un escritor de ciencia ficción o fantasía intenta experimentar en otros géneros, quienes están ahí estacionados lo miran a uno desde el pedestal como al harapiento que acaba de aparecerse a un banquete de sociedad donde nunca lo han invitado. ¿Por qué habríamos entonces de sacarles una alfombra roja? Lo malo es que la ciencia ficción y la fantasía son campos generosos y en lugar de pagar con la misma moneda, nos alegramos de tener a Margaret Atwood (bueno, yo me alegraría) y a gente como ella en las filas. Los que ganan los premios serios, los que se supone que no escriben ciencia ficción. Supongo que debería darle una oportunidad a La carretera. Aunque resulta que la van a hacer pelíucula. Cómo odio eso.
Y, por último, ¿por qué estoy tan triste de que no haya ganado la novela de G.? Bueno, independientemente de lo buena que esté Mundo al revés (G. había presentido que ésa lo derrotaría), porque Fluyan mis lágrimas es buenísima, la mejor historia que ha escrito (y eso que le conozco asuntos nada decentes), y, cuando la estuve leyendo con ojo crítico para corregir cuaquier rebaba, me conmovió de en serio. Porque quería usar el bloque monolítico que es un Ignotus para dejarlo caer sobre varias cabezas de quienes cómo se han encargado de cumplir las palabras de nuestro Señor sobre que nadie es profeta en su tierra. Y porque creo, honestamente, que se lo merecía.
Al parecer, el Capitán Quasar no ha roto su maldición.