jueves, agosto 19, 2010

Reseña de libro: Krabat y el molino del diablo

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Krabat y el molino del diablo
Ottfried Preussler
Editorial Noguer (por lo pronto, PDF)


Lo bueno: Aunque está cortito y se supone que es fantasía juvenil, es un libro sorprendentemente maduro y profundo.

Lo malo: El final demasiado abrupto.

Lo interesante: La adaptación a película que le hicieron en 2008 está por estrenarse, si es que no lo hizo ya (no la he visto en los cines de Guadalajara) en México.


Calificación: * * * * *

Antes de la reseña en sí, empecemos con un tema incómodo: el de la piratería. Sí, es un mal detestable, que afecta a los creadores intelectuales (y un poquito más a los distribuidores). Un pecado del que, con toda la vergüenza del mundo, me reconozco más que culpable. En mi defensa, sin embargo, quisiera decir que a veces es un mal necesario.

Decidí volverme pirata a los doce años, cuando presencié, en un noticiero de televisión, lo que los videoclubes mexicanos le hacían a sus películas que “no se rentaban con suficiente frecuencia” o que “no cumplían ya con los estándares de calidad establecidos”. Centenares de videos vhs y beta se alineaban en una calle, y después una aplanadora les pasaba por encima. Esa imagen me dejó tan traumatizada (sobre todo después de pensar en películas que me gustaba rentar una y otra vez que de repente ya no estaban disponibles en mi videoclub más cercano) que decidí que no me tocaría la conciencia para copiar y preservar verdaderas joyas o curiosidades que tarde o temprano correrían ese triste destino.

(Años después, los videoclubes mexicanos tomaron la decisión, muchísimo más sensata, de vender a precios bajos esas películas de desecho. La mayor parte de nuestra amplia videoteca se consiguió de esa forma).

La piratería no se volvió mi estilo de vida, pero sí la de conseguir material que, de otra forma, sería inaccesible, ya sea por precio o por distancia. No la tengo por costumbre , pero no dudo en echar mano de ella si es la ÚNICA manera de ver, escuchar o leer algo (en cuanto a videojuegos, sí llegamos a comprar varios que hemos ido reemplazando poco a poco por sus originales; lo único pirata que conservamos es el título basado en el estupendo musical setentero The War of the Worlds, de Jeff Wayne, sobre la obra de H.G. Wells; prefiero comprar todo de saldos o de usados).

La proliferación de material descargable por internet ha empeorado (o mejorado las cosas). No de otra forma conseguí ver The Secret of Kells, una película animada irlandesa que es una maravilla que no sé por qué carambas no se ha pasado en México, y de la que les hablé hace un tiempo. También así vi Krabat, película alemana de fantasía que en un principio me pareció muy extraña y oscura. Pero apenas la terminé, supe que tenía que leer el libro en el que estaba basada. Como fuera.

Me lancé a buscar la novelita en mis sitios hablituales de libros, primero traducida al inglés (me enteré que le habían puesto The Satanic Mill y que la había publicado Macmillan). Vean nada más el precio en Amazon. Luego supe que la habían publicado en español por allá en 1991. Nada. Nada de nada. Pero buscando, buscando y buscando, di finalmente con ella. Sólo que en un medio que no era legal, ni mucho menos.

Bueno, la leí. Y que me lapiden por ello. Poco después de terminarla, supe que se reeditó en 2009, supongo que por la novedad de la película. Así que en cuanto se presente la menor oportunidad, voy a comprar esa novela.

(Mi trauma particular con los libros es un poco diferente al de las películas; viene de una Feria del Libro de Guadalajara en la que un editor catalán, cuando le pregunté sobre la falta de novedades de editoriales españolas en México, me confesó “es que nosotros editamos más de lo que leemos, y lo que mandamos a Latinoamérica es todo lo que no se vende”. Sin comentarios).

Así pues, si al final de este texto se quedan con ganas, hagan click en el link de abajo. Les aseguro que no los incitaría al pecado de no estar segura de que éste vale la pena. Pero si el libro les gusta y tienen alguna oportunidad, les pido que también se animen a comprarlo.

Ahora sí, la reseña:

Krabat es un chico mendigo que, por varias noches, escucha en sueños una voz que lo llama por su nombre y le ordena presentarse en un molino cerca de la aldea de Schwarzkolm. Krabat obedece, y en el molino (un sitio siniestro, alimentado por un lago negro donde flota una perpetua neblina) lo recibe un individuo que se hace llamar “el maestro”. El maestro le pregunta a Krabat que si quiere ser su aprendiz, y cuando éste responde que sí, le indica: “¿Quieres ser molinero, o también lo demás?” Es el primero de varios misterios que el chico tendrá que ir descubriendo.

En el molino ya hay otros once aprendices; por alguna razón se necesita que sean doce para que las ruedas y los engranes funcionen. Todos los días, Krabat y sus compañeros muelen grandes cantidades de trigo, y cebada. Pero no hay nadie que se lleve la harina, nadie que les lleve qué moler. Parecería que la harina que se ha conseguido durante el día volviera a transformarse en grano durante la noche. Hay un juego de ruedas que no se utiliza más que en las noches de luna nueva, cuando el único cliente del molino (“el compadre”, un individuo encapuchado al pescante de un carruaje de caballos negros que se mueve sin hacer ruido ni dejar huellas) les lleva su carga; al día siguiente, Krabat descubre entre los restos de estas ruedas dientes y huesos humanos.

Se trabaja todos los días, menos los viernes. Es en ese día de la semana cuando el maestro reúne a todos sus discípulos en torno a un enorme libro, los convierte en cuervos y les pide que memoricen pasajes de lo que les va leyendo ahí.

El molino no es sino una cubierta para el verdadero propósito del lugar: una escuela de magia negra, arte en el que el talentoso Krabat alcanza, muy pronto, a sus compañeros más experimentados. Los jóvenes del molino le han jurado lealtad al maestro porque quieren aprender; se transforman en animales, hacen truquillos de ilusionista; cuando el maestro está ausente, hacen vagancia y media. Pero su vida aparentemente divertida tiene un lado muy oscuro: la magia le da a uno poder sobre las personas, y el poder puede ser muy adictivo. Y lo más horrible de todo, como muy pronto descubrirá Krabat, no es que el poder tiene un precio, sino que hay quien está dispuesto a pagarlo.

Esta novelita, de 1971, podría verse como otro antecesor (sí, OTRO más) de Harry Potter, si no fuera porque sus raíces son más antiguas, y se nota. Su autor, Ottfried Preussler, la basó en una serie de historias tradicionales de Lusacia (una región alemana que colinda con Polonia y la República Checa). Sin embargo, con todo y su saborcito legendario, conserva el estilo de la fantasía contemporánea, y maneja temas peligrosos (la pubertad, la muerte, la lealtad a los amigos y hasta la atracción por el mal) con una dureza que espantaría a una mamá fan de Rowling.

Los escritores alemanes (me vienen a la memoria, por el momento, los nombres de Michael Ende y Christine Nöstlinger; ya platicaremos después de una notabilísima excepción llamada Cornelia Funke) son campeones en cuanto a escribir libros para niños que los adultos pueden disfrutar perfectamente. Me gustaría leer más de Ottfried Preussler; por lo pronto, sólo puedo concluír que muy pocas veces encuentra uno, en un libro tan cortito y sencillo, tanta riqueza de pensamiento.

De Krabat se han hecho, que yo sepa, dos adaptaciones al cine: La primera es El aprendiz del hechicero, del extraordinario animador checo Karel Zeman; se puede encontrar en su totalidad (subtitulada en inglés) en youtube. La segunda, de Marco Kreuzpaintner, se estrenó en Europa entre el año antepasado y el pasado, y con un poco de suerte la podremos pescar en algún cine mexicano (brrrrr... espero no habérmela perdido ya). Para ver el avance con subtítulos en español, hagan click aquí.

Y ahora sí... el que esté libre de pecado, que visite el siguiente link y se una al club (visiten la dirección recomendada por la usuaria Úrsula).

Recomendaciones: Para chicos, como una opción saludable a Harry Potter; para lectores de fantasía de todas las edades; para amantes de la literatura europea menos pomposa.

Abstenerse: Si su etapa lectora no ha superado a Stephenie Meyer.

martes, agosto 17, 2010

Corazón



Era un día que andaba dándome la vuelta por el tianguis que se pone los jueves, paralelo a las vías del tren, casi frente a la Gran Plaza, justo en el límite entre Guadalajara y Zapopan. Voy ahí prácticamente cada semana a comprar fruta, verdura y pollo fresco. De cuando en cuando, también, me distraigo viendo alguna cosa bonita (ropa, videojuegos usados, adornos para el pelo). Como aquella ocasión en la que me entretuve en un puesto de cosméticos para revisar unas brochas muy finas y suaves.

Un señor se acercó a las dos o tres mujeres que rondábamos el sitio; de reojo vi que traía un bote de colecta sellado y un montón de volantes impresos. Ah, adiviné de inmediato; otro que viene a pedir dinero para un asilo de alcohólicos y drogadictos. No se lo niego a esta clase de gente (nótese el tono discriminatorio) desde que uno de ellos me diera una lección de humildad, hace ya un par de años. Así que apenas el señor comenzaba en un murmullo “¿No gusta cooperar...?”, le resoplé un “ajá” y, sin mirarlo siquiera, puse una moneda en la alcancía para que me dejara seguir viendo mis brochas.

Pero no se fue. Pasaron varios segundos hasta que sentí su mirada. Levanté la cara y me encontré de golpe con sus ojos, verdes como los míos.

- Qué gran corazón tiene usted, señorita - me dijo.

- ¿Uhhhhhhh...? - la frase me tomó completamente por sorpresa.

- Dije - repitió el señor, más despacio, como si no le hubiera entendido - que qué gran corazón tiene usted, señorita... ¿de dónde es usted?

- Uhhhhh... de... de aquí, ¿por?

- Porque - insistió el señor - tiene usted un corazón muy grande, señorita... ni siquiera le había dicho por qué y usted ya estaba dándome dinero... ¿Así le hace con todo el mundo, señorita? ¿Le piden y usted da?

- ...No... no... - es en serio. No.

- Tiene usted un corazón muy grande, señorita - y dale con lo mismo.

- Bueno, no... pero tengo buenos ojos -. Lo que quise decir, en castellano pero sin que sonara demasiado feo, era “lo que pasa es que vi su alcancía y su montón de volantes y adiviné que iba a pedirme dinero para otro de esos ridículos asilos para drogadictos que abundan aquí, así que le di cinco pesos para que me dejara en paz”. Pero como siempre me salió una estupidez de la boca. El día que se otorguen los premios a las peores respuestas a un cumplido, de seguro me ganaré uno.

- Ya, con confianza, dígame, ¿de dónde es usted? - volvió a preguntarme el señor.

- De... de aquí -. Parecía que una parte de nuestra conversación se hubiera borrado.

- ¿Nació aquí?

- Ajá.

- Pero sus papás, son de fuera, ¿verdad? -. De fuera significa “extranjeros”. La frase “tú no eres inglesa; eres demasiado amable” fue una de las cosas... ejem... ¿bonitas? que me llegaron a decir en Birmingham. Los mismos mexicanos no nos creemos la fama de cortesía que tenemos en todo el mundo.

Respondí con una media mentira: que mis papás son de Zacatecas (sólo mi mamá es de allá) y el señor, muy entusiasmado, se soltó platicando de todos los municipios de ese estado que conocía. Su familia era de Florencia, un pueblo entre montañas cercano al de mi mamá. Mis ojos verdes vienen de esa zona, y también los de él. Los míos salieron, además, del sur de Jalisco.

Al final, el señor se despidió con un apretón de manos. Casi se le olvidó ofrecerme su volante. Yo casi me olvidé de las brochas.

Y a todo esto, ¿qué hay de mi corazón, el centro involuntario de la charla? Voy a confesar algo: mi corazón es pequeñito, reseco y poroso como un pedazo de proteína de soya. Pero, de la misma manera, de vez en cuando se humedece y aumenta dos o tres veces su tamaño, y se vuelve suave, sabroso y nutritivo.
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