
“El hogar es donde no tienes que dar explicaciones”.
Gerard Donovan, en la FIL 2007, Guadalajara.
Siempre que termina la Feria del Libro me queda un poco de nostalgia; en parte porque la siento, algo así, como mi Navidad adelantada, porque me encanta, así nomás, pasearme entre los stands, sentarme en la alfombra pachoncita (la Expo Guadalajara no tiene; diferentes tipos de piso se ponen y se quitan según el evento que se lleve a cabo ahí), andar conociendo gente y platicar con ella. Y conste que esta feria no la esperaba con particular ansia; el fin de año sin trabajo, la cuesta de enero y las crisis económicas que no se aliviarán por lo menos hasta febrero del año entrante me flotan en los ojos como la daga de Macbeth.
Al final, acabé yendo a la FIL unas cinco veces, gasté más que lo que acostumbro día con día pero menos que en otras ferias (gracias sobre todo a las no-novedades de Minotauro y las repentinas mesas de ofertas en Planeta) y... de todos las conferencias y presentaciones sólo asistí a una. De veras que no me sienta bien trabajar en las tardes y mucho menos durante los fines de semana (para acabar pronto diría que trabajar no me sienta en lo absoluto, pero eso ya es otra historia).
Como sea, quisiera platicarles sobre esa única conferencia: la mesa de escritores irlandeses, el miércoles 28 de noviembre, seis de la tarde, en el salón Agustín Yáñez de la Expo.
Los participantes fueron Gerard Donovan, que leyó el principio de su novela Julius Winsome; Jamie O’Neill, novelista, que jura y perjura que durante años lo único que ha escrito es su firma en cheques; Colum McCann, que ya sabía que no entenderíamos más de la mitad del fragmento de su novela Dancer que llevó, y Claire Keegan, cuentista que ahora trabaja en su primera novela. El moderador fue el escritor y traductor argentino Jorge Fondebrider (que contribuyó en la antología Poesía irlandesa contemporánea).
Aunque amo a Irlanda con todo mi corazón (en 2005 me di cuenta, con deleite incrédulo, que se trataba de un amor correspondido) no sé nada de la literatura irlandesa contemporánea, y bien poco de la otra. Mi primer escritor favorito (Wilde) fue irlandés, eso sí; pero de ahí en demás muchos que conocí después aparecían en los libros de texto como británicos (Swift, Shaw, Joyce -sí, en serio-, incluso C.S. Lewis). William Butler Yeats es el primer irlandés “fuera del closet”... mejor dicho, “de la preglobalización” al que le tomé gusto, por varias razones. Pero, ¿qué ha ocurrido en las plumas de Irlanda a partir de entonces? La mesa trató de ello, y de mucho más.
La primera sopresa: un escritor irlandés se siente tan prisionero de tener que ponerse la camiseta de su país y hablar de asuntos relacionados como uno mexicano que trata a fuerzas de no parecer malinchista (en consecuencia, la ciencia ficción nacional le damos vueltas y vueltas la la Nueva Tenochtitlan y quién sabe qué tanto más). Un escritor, estuvieron de acuerdo todos los autores, debería tratar de lo que se le diera la gana; y es así que Dancer de McCann cuenta la historia ficticia del pequeño Rudolf Nureyev en un desbarajuste rapidísimo de oraciones, y Julius Winsome, de Donovan, está situado en Canadá y es la (para mí, al menos) conmovedora historia de un hombre solitario que se dedica a la caza de cazadores después de que uno de estos fulanos le mata a su perro.
Los escritores irlandeses son tan universales (y quieren serlo) como todos los demás, pero donde no niegan la cruz de su parroquia (y hablando de cruces, Jamie O’Neill, el más políticamente incorrecto de la mesa, se persignó antes de comenzar la conferencia) es en el lenguaje. Los irlandeses hablan ese inglés tan maravilloso, juguetón, lleno de vueltas, dobles sentidos y peculiaridades que no se parece al de ninguna otra parte del mundo y que posiblemente desaprobaría un profesor de lenguas... porque para Irlanda el inglés fue una lengua extranjera y sigue sonando como tal. Puedes hablar de lo que quieras, pero en lo que hablas está tu identidad... y mejor alegrarse con ello.
El tema que ya me esperaba salió a colación cerca del final de la sesión de preguntas y respuestas: la extraña afinidad que hay entre mexicanos e irlandeses y que, por suerte, no es invención mía. Claro que se mencionó a los San Patricios y eso como asunto que ya se hizo del dominio público, pero ahí no se quedó la cosa: los cuatro escritores describieron sus experiencias al llegar a México (para algunos era la primera vez aquí) de la misma forma y casi casi con las mismas palabras que le he oído a los mexicanos que van a Irlanda: “es que aquí (el aquí igual podría ser Galway que Guadalajara) uno se siente como en casa”. Gerard Donovan remató con esa cálida frase que cité al principio.
Como en casa. Exactamente.
* Gerard Donovan tiene una obra publicada en español, El telescopio de Schopenhauer, en Ediciones Tusquets. La llevaron a vender y se veía de antojo, pero, para variar, Tusquets en México trae los libros casi al doble de precio que en España, así que mejor me detuve ahí. Pero, por lo pronto, voy a encargar Julius Winsome en inglés (Dancer de Colum McCann, otro de mis antojos, también está barato en el original).
Al final, acabé yendo a la FIL unas cinco veces, gasté más que lo que acostumbro día con día pero menos que en otras ferias (gracias sobre todo a las no-novedades de Minotauro y las repentinas mesas de ofertas en Planeta) y... de todos las conferencias y presentaciones sólo asistí a una. De veras que no me sienta bien trabajar en las tardes y mucho menos durante los fines de semana (para acabar pronto diría que trabajar no me sienta en lo absoluto, pero eso ya es otra historia).
Como sea, quisiera platicarles sobre esa única conferencia: la mesa de escritores irlandeses, el miércoles 28 de noviembre, seis de la tarde, en el salón Agustín Yáñez de la Expo.
Los participantes fueron Gerard Donovan, que leyó el principio de su novela Julius Winsome; Jamie O’Neill, novelista, que jura y perjura que durante años lo único que ha escrito es su firma en cheques; Colum McCann, que ya sabía que no entenderíamos más de la mitad del fragmento de su novela Dancer que llevó, y Claire Keegan, cuentista que ahora trabaja en su primera novela. El moderador fue el escritor y traductor argentino Jorge Fondebrider (que contribuyó en la antología Poesía irlandesa contemporánea).
Aunque amo a Irlanda con todo mi corazón (en 2005 me di cuenta, con deleite incrédulo, que se trataba de un amor correspondido) no sé nada de la literatura irlandesa contemporánea, y bien poco de la otra. Mi primer escritor favorito (Wilde) fue irlandés, eso sí; pero de ahí en demás muchos que conocí después aparecían en los libros de texto como británicos (Swift, Shaw, Joyce -sí, en serio-, incluso C.S. Lewis). William Butler Yeats es el primer irlandés “fuera del closet”... mejor dicho, “de la preglobalización” al que le tomé gusto, por varias razones. Pero, ¿qué ha ocurrido en las plumas de Irlanda a partir de entonces? La mesa trató de ello, y de mucho más.
La primera sopresa: un escritor irlandés se siente tan prisionero de tener que ponerse la camiseta de su país y hablar de asuntos relacionados como uno mexicano que trata a fuerzas de no parecer malinchista (en consecuencia, la ciencia ficción nacional le damos vueltas y vueltas la la Nueva Tenochtitlan y quién sabe qué tanto más). Un escritor, estuvieron de acuerdo todos los autores, debería tratar de lo que se le diera la gana; y es así que Dancer de McCann cuenta la historia ficticia del pequeño Rudolf Nureyev en un desbarajuste rapidísimo de oraciones, y Julius Winsome, de Donovan, está situado en Canadá y es la (para mí, al menos) conmovedora historia de un hombre solitario que se dedica a la caza de cazadores después de que uno de estos fulanos le mata a su perro.
Los escritores irlandeses son tan universales (y quieren serlo) como todos los demás, pero donde no niegan la cruz de su parroquia (y hablando de cruces, Jamie O’Neill, el más políticamente incorrecto de la mesa, se persignó antes de comenzar la conferencia) es en el lenguaje. Los irlandeses hablan ese inglés tan maravilloso, juguetón, lleno de vueltas, dobles sentidos y peculiaridades que no se parece al de ninguna otra parte del mundo y que posiblemente desaprobaría un profesor de lenguas... porque para Irlanda el inglés fue una lengua extranjera y sigue sonando como tal. Puedes hablar de lo que quieras, pero en lo que hablas está tu identidad... y mejor alegrarse con ello.
El tema que ya me esperaba salió a colación cerca del final de la sesión de preguntas y respuestas: la extraña afinidad que hay entre mexicanos e irlandeses y que, por suerte, no es invención mía. Claro que se mencionó a los San Patricios y eso como asunto que ya se hizo del dominio público, pero ahí no se quedó la cosa: los cuatro escritores describieron sus experiencias al llegar a México (para algunos era la primera vez aquí) de la misma forma y casi casi con las mismas palabras que le he oído a los mexicanos que van a Irlanda: “es que aquí (el aquí igual podría ser Galway que Guadalajara) uno se siente como en casa”. Gerard Donovan remató con esa cálida frase que cité al principio.
Como en casa. Exactamente.
* Gerard Donovan tiene una obra publicada en español, El telescopio de Schopenhauer, en Ediciones Tusquets. La llevaron a vender y se veía de antojo, pero, para variar, Tusquets en México trae los libros casi al doble de precio que en España, así que mejor me detuve ahí. Pero, por lo pronto, voy a encargar Julius Winsome en inglés (Dancer de Colum McCann, otro de mis antojos, también está barato en el original).