sábado, enero 30, 2010

Reseña de libro: El último anillo



El último anillo
Kiril Yeskov
Ediciones Bibliópolis


Lo bueno: Los malabares que tuvo que hacer el traductor para evitar que demanden a su editorial logran que sólo los fans de Tolkien puedan entenderle al libro.

Lo malo: A los fans de Tolkien probablemente no les agrade.

Lo peor: Es un fanfic. Hecho y derecho. Y gordo.


Este libro llegó muy caro, como todos los de Bibliópolis, a la Gandhi; y gracias a Dios una servidora no tuvo que pagar por él; mi hermana lo adquirió en pleno afán completista y holgura económica porque el planteamiento de la obra le llamó la atención: El Señor de los Anillos desde el punto de vista de los orcos y los trolls. ¿Qué tuvieron que decir los vencidos después de la guerra del Anillo? ¿Qué ocurrió con ellos? Le di una hojeada leve; tras repasar varios diálogos al más puro estilo Warcraft dije en voz alta “es una mamada”, y como mi hermana insistió en comprárselo me propuse leerlo algún día.

Y bueno, por fin terminé. Ya era hora.

Veamos... Al finalizar la guerra del Anillo, los sobrevivientes de las tropas de Mordor caminan, dispersos y sin rumbo, a lo que les queda de hogar, que ya de por sí está condenado. Sólo que ésta no es la Tierra Media como la pintó Tolkien; aquí, Mordor era la sociedad más políticamente correcta que ustedes puedan imaginarse, con universidades, avances médicos, tecnología, favorecedores del estado laico y gente trabajadora que sólo se dedicaba a sus investigaciones sin meterse con nadie.

Los siniestros elfos los vieron como una amenaza a su anticuado estilo de vida, y con embustes y supercherías solaparon a los hombres para exterminar a la culta y floreciente sociedad orca.

Gandalf es una especie de Hitler, y el único que defiende a estos desdichados (al menos de dientes para afuera) es Saruman. Aragorn es un calenturiento que haría lo que fuera para que su esposa Arwen le permita por fin consumar su matrimonio; tiene prisionero a Faramir, el legítimo heredero del trono de Gondor, pero a él no le importa porque tiene a Éowyn para entretenerse. ¿Los hobbits? Ésos ni existen, así que no hay de qué preocuparse. Tampoco hay Anillo Único (sí, eso lo deja a uno cavilando sobre el título).

La historia comienza cuando Haladdin, un humano sureño y médico de campaña al servicio de Sauron, y Tserleg, un sargento orco, regresan a casa derrotados y desalentados. En el camino se topan con un potencial enemigo: Tangorn, un barón (?) de Gondor, que se confiesa en su mismo lío por ser fiel vasallo del príncipe Faramir.

En lo que deciden qué hacer, Haladdin recibe la visita del último de los Názgul, una alma en pena que le revela que todavía hay esperanzas para los suyos siempre y cuando se lleve a cabo una peligrosa misión: destruír el espejo de Galadriel (que por cierto sí es un espejo, con marco y todo), la fuente del poder tiránico de los elfos. Para conseguirlo, habría que cargar con el objeto hasta el Monte del Destino y arrojarlo ahí; pero como eso es punto menos que imposible, el Názgul les propone una salida más sencilla: conseguir un par de palantíri, llevar uno frente al espejo y otro al Monte del Destino y sincronizarlos para que el fuego eterno de la montaña se transmita hacia el espejo y lo haga cenizas.

Tiene su lógica, supongo. Así que ya sabemos: no hay que ver el canal Animal Planet cuando salgan serpientes, porque podrían picarnos. Bueno.

Tangorn se ofrece de inmediato a ayudar (siempre y cuando primero rescaten a Faramir); es un espadachín prodigio, y sus contactos en Umbar (entre los que se encuentra su novia, una puta cara a la que conoció cuando barata y que, como toda meretriz idealizada, tiene buen corazón y mejor trasero) y su inteligencia podrían ser la clave para la victoria.

A partir de aquí, las cosas se ponen bastante extrañas.

Aunque uno no se lo imagina por el número de hojas y lo enredado del argumento, la premisa de El último anillo es bastante simple: todas las culturas de la Tierra Media tienen policía secreta, y TODAS las policías secretas funcionan igual. El autor parece a ratos olvidarse de sus protagonistas, y se deleita en platicarnos en detalle cuál es el siguiente plan de los agentes, cómo podría llegar a salir mal, cómo podría llegar a salir bien, cuál fue la forma en la que pasó en realidad, cómo debió haber salido para que fallara, y cómo debió haber salido para que tuviera éxito. Y eso ocurre cada vez que a uno de los benditos espías (no importa de qué bando) se le viene a la cabeza una nueva idea...

A lo largo de la trama, Yeskov mete referencias al mundo real que le quedan tan bien a la narración como un zapato de Barbie a la cantante pop Belinda: los personajes beben tequila, hay ninjas, musulmanes extremistas y hasta mexicanos (me pregunto si el autor ha estado en México o le conoce algo, pero deja caer, al sur de Harad, sitios con nombres tan sospechosos como Guajapan, Iguatalpa, Tuanojato y los no cambiados Irapuato y Uruapan -un sitio donde se encuentra una gran catarata- ); cuando uno piensa que ya presenció la última jalada aparece otra que la supera. Se supone que todo eso nos debe hacer reír, pero cuando nos damos cuenta de que el libro es una parodia ya es demasiado tarde.

No entiendo por qué hay gente a la que le parece entretenida esta novela, pero tengo que decir que las películas de Misión Imposible me dan sueño y que la nueva versión de Casino Royale consiguió de hecho hacerme dormir un buen rato. Las historias de espías no son lo mío, ya sé, y El último anillo es eso. Pero antes que nada es un fanfic, como tantos otros que hay sobre la Tierra Media, y sobre los que pesa una prohibición explícita por parte del Tolkien Estate, los irascibles guardianes de los derechos de autor de mi escritor favorito, que han llegado a impedir que aparezcan citas que pasen de tal o cual longitud en los libros de ensayos y a ponerse de un sangrón intolerable con las nuevas ediciones de volúmenes que incluían material de Tolkien. Supongo que nadie del Tolkien Estate sabe ruso o será que temen marchar sobre Moscú (donde las ediciones legales de El Señor de los Anillos se tardaron en llegar) porque no les vaya a ir como a Napoleón.

Como sea, lo más interesante de El último anillo no se lo debemos a su autor, sino a su traductor en lengua española, Fernando Otero Macías. Para salvar a la editorial Bibliópolis de una posible persecución inquisitoria por parte del Tolkien Estate, el traductor modificó los nombres de los personajes tolkienianos de manera que quedaran todavía reconocibles: Aragorn/Altagorn, Gandalf/Gandrelf, Faramir/Aramir, Saruman/Searuman, y así por el estilo; sus propuestas para los topónimos y objetos lo delatan como amante de la obra de Tolkien o al menos meticuloso investigador en los sitios correctos; Gondor, la tierra de piedra, se convierte en Pietror; Mordor, la tierra de las sombras, en Umbror; Minas Tirith es la Torre Vigía y Cirith Ungol el Paso de la Araña; los palantíri se llaman “miralejos”. ¿Que cómo sé que esto salió de Otero Macías y no del mismo Yeskov? Fácil: una servidora estudió ruso hace muchos, muchos años, y aunque ya se me olvidó casi todo, aún puedo leer cirílico, y en fragmentos de la novela en el original que pueden hallarse online me di cuenta de que los nombres tolkienianos NO están cambiados.

Oh, loor, loor al traductor. Sin embargo, le tengo una mala noticia... se le fue vivo un nombre: шаграть no es ningún personaje original de Yeskov, y por ahí los puede agarrar el Tolkien Estate si es que llegaran a enterarse. Pero no lo harán; al menos, no por mí; es por eso que lo escribí en cirílico. Para cuando esta palabra aparece, ya muy tarde en el libro, comprendo que el pobre traductor ya estaría muy cansado. No lo culpo, después de trabajar con semejante mamotreto.

El último anillo no es “la obra que destruyó a Tolkien”, ni un dechado de ironía realista, ni la visión opuesta al maniqueísmo de El Señor de los Anillos (cualquiera que considere a Tolkien maniqueo necesita un serio repaso de su conocimiento de este autor, unos lentes nuevos o una cita urgente con un psiquiatra). Es un fanfic, como les decía, y así de fácil. Comprendo que a los adolescentes les encante garabatear esa clase de literatura y ponerla en internet, pero que lo haga un escritor consagrado cuarentón, y que encima se lo tome tan en serio como para publicarlo, es algo que se me escapa por completo. Lo mismo las comparaciones con otro autor eslavo de fantasía, Andrzej Sapkowski; la gran diferencia es que Sapkowski, por lo menos, divierte.

Recomendaciones: Para lectores fanáticos al mismo tiempo de Tolkien y de John le Carré; si lo son, cómprense este libro con toda confianza y después manden un retrato de ustedes al museo Ripley más cercano; ahí les agradecerán cualquier evidencia fotográfica de seres que uno no piensa que pueden llegar a existir.

Abstenerse: Si no tienen tiempo ni dinero que desperdiciar.

lunes, enero 25, 2010

Jóvenes

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Fotografía del artista holandés Jan Oliehoek;
para ver las maravillas que hace con el photoshop,

visiten su página web.


Detractora como soy (no apasionada, conste), nadie quiere creerme que conocí a Harry Potter desde MUCHO antes que se hiciera famoso. Un amigo del Capitán me pasó y la piedra filosofal, porque sabía que me gustaban “esas cosas”; comencé a leerlo sin ninguna reserva, pero al llegar al capítulo cuatro decidí que no era libro para mí, gracias. Creo que fue el sombrerito seleccionador de Hogwarts lo que me acabó de hartar (la palabra “seleccionador” siempre me remitió a los médicos nazis de Auschwitz); aunque ya me habían hecho dar respingos algunos otros detalles. Total, ahí se quedó el libro por un buen rato, fuera de mi memoria y mi lista de lecturas, hasta que se anunció la película de Chris Columbus; entonces me di cuenta que el asunto se había vuelto grande, y que la autora J. K. Rowling se había hecho más popular de lo que mis cortos alcances hubieran podido predecir. Todavía con la buena voluntad del que cree que pudo haberse equivocado, me obligué a terminar el libro antes de ver la película.

Sólo hubo una parte donde el relato me llevó de la mano y no recuerdo dónde fue; de ahí en demás lamento no haber conservado ciertos párrafos para hoy que de veras necesito remedios contra el insomnio. No sólo concluí que el libro no era para mí, sino que además estaba malito. Después pasé varios AÑOS intentando terminar las primeras páginas del volumen 2, y la cámara secreta (esta vez propiedad de mi hermana, que se volvió ultrafan). No lo conseguí. Tampoco he querido ver las otras películas sin leer los libros. Círculo vicioso.

El buen Harry no me hubiera causado el más mínimo dolor de cabeza, a no ser por cierta discusión que tuve con mi hermana, tiempo atrás. Yo decía que el primer libro de Harry Potter no era bueno, y ella, lectora añeja de ciencia ficción, divulgación científica y fantasía, opinaba que me había vuelto prejuiciosa. Primero me salió con la cantaleta de siempre de que Harry Potter había hecho que los niños se pusieran a leer (ajá, de acuerdo, pero, ¿a leer qué...?), luego me reprochó que no hubiera terminado más que el primer volumen de la serie. ¿Qué problema le veía yo a J.K. Rowling?

- La señora no sabe escribir - le contesté.

Mi hermana aceptó que así era. - Pero - insistió, con cara de fascinación -, es que deberías ver lo que pasa en el libro cuatro. Los personajes que eran tan planos, todo blanco y negro, se vuelven grises. Rowling ya está aprendiendo a escribir.

- Es que en mis tiempos - la frase me hacía sonar como ancianita -, lo que se usaba era que los escritores aprendieran a escribir ANTES de que los publicaran. Lo que va a terminar pasando con Rowling es que ahora todo el mundo va a querer sacar libros de fantasía para chavitos, y a nadie le va a importar la calidad que tengan.

Hace ya casi diez años de esta plática; creo que una servidora recién acababa de casarse o en eso andaba. ¿Qué puedo alegar ahora? Bueno... que odio parecer avechucho de mal agüero, y odio todavía más cuando en mi avechuchez tengo razón.

La fantasía es mi género literario favorito, y la verdad es que el encontrarme ahora estantes llenos en las librerías, en lugar de alegrarme, me deprime, porque de tanto que hay ya no se sabe qué resultará bueno y qué no, y los libros están demasiado caros como para arriesgarse a las decepciones. El mensaje que Rowling le envió al mundo editorial fue éste: cualquiera puede escribir. Y, aún más lejos, cualquiera puede escribir fantasía. Lo que es peor: cualquiera puede publicar fantasía.

Cuando recién salió El Señor de los Anillos, me acuerdo que muchos críticos dijeron que se trataba de “basura juvenil” y otros epítetos menos lindos. ¿Que si estaban equivocados? Oh, sí; me he encontrado con muchos lectores adolescentes que piensan que El Señor de los Anillos es aburrido. Ahora bien, ¿no me habré convertido en uno de esos amargados críticos yo misma, con respecto a la fantasía de ahora? No lo creo; espero seguir confiando en mi buen juicio. Y eso que una buena parte de los escritores que me siguen gustando son de los que podría clasificar uno como “juveniles”: pongo a Diana Wynne Jones en primerísimo lugar, y lamenté que muriera Lloyd Alexander en 2007; ha habido quién dice que los libros de Terramar de Ursula K. LeGuin y los de Peter Beagle son “para niños”; mi segundo libro favorito, La Colina de Watership de Richard Adams, es una novela sobre conejos (?).

Nada tengo contra la fantasía juvenil siempre y cuando se haga como es debido (en otras palabras, que un adulto pueda leerla sin sentirse tratado como idiota). Pero la que me ha tocado leer en los últimos tiempos no tiene el ingenio de Diana Wynne Jones, la belleza de Alexander, las profundas reflexiones de LeGuin, el delicioso sentimiento de Beagle y la aguda y a veces dolorosa crítica de Richard Adams; se prefieren ahora los argumentos más o menos fáciles, los mensajitos morales obvios y sobre todo, eso es lo que más detesto, las autoproyecciones.

En la Feria del Libro de 2004, tuve la oportunidad de conocer al autor Juan Antonio Pérez-Foncea, que recién acababa de publicar El bosque de los Thaurroks, el primer libro de su proyectada y ahora completa saga de Iván de Aldénuri. Un señor muy amable y con una voz mesurada, comentó en su presentación que mucha de la fantasía moderna está basada en cuestiones pseuo celtas y/o anglosajonas, y que él deseaba situar la suya en su querida costa del norte de España. Muy bien hecho. Me autografió su libro sobre un niño que puede volar y donde los monstruos tienen cuerpo de dinosaurio y cabeza de toro (!), y llegando a la casa me puse a leerlo. No, tampoco pude con él. Ningún problema de ideologías cruzadas ni nada de eso. Simplemente ocurrió que el libro se puso aburridísimo, y que comencé a confundirme con todos los personajes y sus nombres (no lo que le ocurriría a alguien que se aventó El Silmarillion sin perderse una sola vez, ¿verdad?). Pérez-Foncea ya había advertido que los adultos solían quejarse de eso y atribuyó el hecho a nuestra calcificada imaginación, no a que sus condenados personajes hablan, piensan y se comportan exactamente de la misma manera, y resulta difícil distinguir entre uno y otro. Qué remedio.

Pero en esta Feria del Libro pasada me tropecé con lo que más me preocupa de todo el asunto: las editoriales que parecen estarse peleando por ver quién publica al autor más joven. (Ya había pasado: Christopher Paolini comenzó a escribir a los quince su libro Eragon, que sus papás le ayudaron a publicar un par de años después; qué vergüenza, tampoco pude terminarlo porque durante todo el tiempo que estuve leyéndolo me estuvo retumbando en la cabeza un remix de la Marcha Imperial. Gracias al muchacho, a alguna editorial se le ocurrió reempaquetar El vuelo del dragón, de Anne McCaffrey, como fantasía juvenil. Vaya por Dios).

Los dos escritores mexicanos de quienes les voy a platicar también arrancaron como menores de edad: conocí a ambos en la última feria, una con mayor promoción que el otro, una en presentación de libro y otro en el mismo stand donde se vendía; fue éste el que terminé comprando porque costaba la mitad que el de la otra. En un segundo les cuento lo que pueda de ambos.

Andrea Chapela publicó La heredera hace casi un año, pero lo comenzó también de quince; vi el volumen en librerías, me picó la curiosidad, me espantó el precio. Sigo sin leerlo y quisiera hacerlo, a pesar de que por las oídas y similares calculo que no se trata de nada del otro mundo (muchos medios hablaron del libro y todos se enfocaron en maravillarse por lo joven que es la autora y cómo fue a incursionar en el género fantástico; el único que tuvo la decencia de decir de qué trataba fue un suplemento del periódico El Informador); pero en la presentación del segundo volumen de la saga, El creador, me quedé con algunas ideas más.

Andrea tenía una voz temblorosa como hoja en medio de un huracán, y a cada segundo de la presentación parecía estar a punto de morirse del estrés; remataba sus frases con una risita nerviosa que parecía pedir “no me hagan más preguntas por favor”. Pero como de hecho de eso se trataba la ponencia, se puso a responder cuestiones que, ella misma dijo, siempre salen a colación: que si comenzó como fanfiquera de Harry Potter, que si la publicaron más por suerte que por otra cosa, que había planeado hacer una trilogía (todos lo hicieron por culpa de Tolkien, y él nunca tuvo esas intenciones en primer lugar) pero la historia le había quedado demasiado larga e iría por cuatro libros. Sobre el tema de su historia, se mostró tan vaga como la mayoría de las reseñas, pero alcanzó a mencionar que de dos amigos que viajan a un mundo imaginario con su lucha consabida de bien contra mal... sí, el cuento de costumbre.

Bien, pues, una servidora tenía varias preguntas en mente, y esperaba que al menos una no fuera de las repetidas. Primero fue sobre sus influencias; Phil Pullman y Harry Potter por delante, me añadió a Tolkien y a Lewis como de prisa, pero a estos dos últimos autores como que ya los están metiendo de cajón en cuanto a fantasía (¿no les había contado algo al respecto?). Después le confesé con toda franqueza que ya me estaba hartando la fantasía juvenil nueva porque todo era pan con lo mismo; que qué tenía su libro que ofrecerme a mí, una adulta (a lo que respondió lo que antes les platiqué), y qué había de nuevo en su novela para el género. Ella dijo que siempre se ponía muy prudente con eso (es decir, que alguien más ya se lo había preguntado. Bleh) y que su conocimiento de la literatura fantástica era limitado, pero que lo de mezclar mundos fantásticos con el mundo real era idea suya. (¡AUCH!).

En cuanto vio mi cara de ¡AUCH!, Andrea reaccionó... dijo que si conocía a algún autor que hubiera hecho eso antes, se lo hiciera saber. No seguí ahí mismo (después de todo, era la hora de la joven) pero, si estás leyendo esto, Andrea, la lista es larga... si nos vamos por orden alfabético empezaría con Peter Beagle, Terry Brooks, Jonathan Carrol, Stephen R. Donaldson, el mismísmo Michael Ende, Alan Garner, Robert Holdstock, Robert E. Howard, Diana Wynne Jones, Guy Gavriel Kay... creo que podría encontrar uno con cada vocal y consonante, y lo malo es que no conozco a todos los escritores que quisiera. El mundo no se acaba en Hogwarts. Gracias a Dios, tampoco empieza ahí.


Erik Velazquez Reyes, de dieciséis años, es quien rompe el récord: tenía quince cuando hizo su novela publicada el año pasado. Me lo encontré en el stand donde se vendía su libro, Zetro: el legado de los dragones, en el Área Internacional; me vio hojeándolo, y su editora me ofreció un descuento con tal de que me lo llevara. El chico me lo autografió, y me dijo que Chapela se lo había comprado también (pero que él no había podido corresponder, igual, porque La heredera sigue estando carérrimo). No acudí a su presentación (creo que sí la tuvo) porque había otras cosas pendientes, pero platiqué un poquito con él, y aunque la voz le temblaba menos que a Andrea, sí consiguió desconcertarme un poco. A mi pregunta típica de “qué autores te gusta leer”, me arrojó a la cara a Gabriel García Márquez y a no sé cuánto más de realismo mágico latinoamericano (justo el tipo de literatura que más me carga la paciencia). Le insinué que no le creía, y con tirabuzón conseguí sacarle que es fan de la saga de Dragonlance, de Harry Potter, del tarado de Dan Brown y otra referencia obligada a Tolkien. Jamás aceptó su gusto por el animé japonés. Cuando le agradecí el autógrafo, le aconsejé que no se avergonzara de lo que leía; que si le gustaban cosas que otros consideraban basura, que lo presumiera y a mucha honra. ¿Un acomplejado, el chico? No, claro que no. Pero creo que cuando uno tiene un libro publicado a los quince años, lo que quiere es que lo respeten y una forma de conseguir respeto es posar como adorador de escritores “consagrados” a los que ya nadie cuestiona.

Bueno, adquirí el libro; el Capitán me reprochó la compra, pero no me arrepiento. El que espero que no se arrepienta eres tú, Erik, pero si estás leyendo esto quiero que sepas que voy a leer tu libro, que tengo todas las intenciones de reseñarlo y que mis criterios no son nada blandos. Bajo esa premisa, no tiene nada de ilegal que ponga un pedacito de tu novela, ya que en esta entrada intento probar un punto a mis lectores y me gustaría que supieran por qué todavía no consigo entender qué estaba pasando por la cabeza de tu editora.

El párrafo es una brutal escena de asesinato que culmina con un kamehazo; conservo la puntuación y la ortografía del original.

Nodiak arrancó una gran rama de un árbol que le quedaba cerca y empezó a darle golpes a Copai. Erlot también lo estaba ayudando.

Copai ya no podía más, estaba deshecho literalmente, trató de moverse pero las quemaduras y el dolor se lo impidieron.

Erlot y Nodiak siguieron golpeándolo sin tregua.

Cuando vieron que Copai estaba totalmente debilitado y no podía moverse pararon, y comenzaron a prepararse para dar un ataque letal. De las manos de esos dos seres malignos comenzó a materializarse una bola de fuego, entre los dos empezaron a formar una esfera ardiente cada vez más grande, más y más.

Atacaron al mismo tiempo lanzando una enorme ráfaga de fuego. Copai, quien ya se encontraba de pie, estaba tan débil que no pudo moverse para esquivar el ataque.
El fuego lo golpeó bruscamente, las brazas lo devoraron. Copai estaba cubierto de fuego, después cayó y murió.

Las observaciones se las dejo a ustedes.

Como les decía, me da trabajo encontrar otra explicación que no sea el mensaje implícito de Rowling para que gran parte de la literatura fantástica contemporánea sea derivativa, chafa, aburrida y sosa: los editores que la publican NO son editores de fantasía; no conocen el género ni tienen gusto por él; un manuscrito sin calidad o una idea sobada le sonará tan bien como las canciones ochenteras de Verónica Castro, Lucía Méndez o hasta Erika Buenfil a oídos no educados. A ellos los autores, y en especial los más jóvenes, se refieren con otro lugar común: que “creyeron en ellos”. Pero a mi ver, más bien lo que creyeron fue que podían montar la estela de popularidad reciente de El Señor de los Anillos y, con suerte, repetir el hitazo del maguito. Yo misma llegué a ser editora de una fanzine pequeñita, y claro que creía en mis escritores, pero no por ello les pasaba por alto sus errores ortográficos o de redacción, o las barrabasadas con las que me salían de cuando en cuando.

Como los editores sigan sin funcionar, la responsabilidad va a caer en los mismos escritores. Y bien, ya sé que después de este rollo van a sonar raras mis conclusiones: me gusta la literatura fantástica, me sigue gustando; quiero que se siga escribiendo pues sólo de este modo habrá más material para leer. Quiero que los jóvenes escriban fantasía, todo lo que puedan; vamos, yo no he dejado de hacerlo. Lo que no quiero es que publiquen cuando todavía no están listos, cuando todavía no saben escribir; por saber escribir me refiero a pegar una oración con otra con la fluidez y coherencia que requiera, y un evento con otro sin que el argumento se desmorone; y ya de paso conseguir que las ideas propias opaquen cualquier influencia extra, ni más ni menos; cito a Ellen Kushner en una de las presentaciones de su estupenda antología de cuentos fantásticos para todos los gustos, Basilisk: “Por mucho que a uno le gusten las fantasías ajenas, para ser sincero con el género hay que escribir desde el propio punto de vista, desde el propio corazón, y no intentar recrear lo de los demás”.

¿La edad? Es lo menos de lo que habría que preocuparse: Peter Beagle publicó su primera novela en 1960 a los 21, y Richard Adams hizo lo propio en 1972, a los 52; uno se da cuenta de que son grandes obras porque ninguno de los dos libros ha dejado de imprimirse desde entonces.

¿Mi recomendación? No hay que tratar de convertirnos en fósiles de Hogwarts sin haber visitado antes otras universidades; la Escuela de Magia de Roke, por ejemplo, y más que quedarnos en la galaxia muy, muy lejana, conviene probarse algunos cientos de las mil caras del héroe que le dio origen.

jueves, enero 21, 2010

Reseña de película: Avatar



Avatar


Director: James Cameron

Intérpretes: Sam Worthington, Sigourney Weaver, Zoe Saldaña, Stephen Lang, Joel David Moore, Giovanni Ribisi, Michelle Rodríguez, Laz Alonso, CCH Pounder, Wes Studi.

Lo bueno: El ritmo, los paisajes, las imágenes, la lengua Na’vi, la animación, los colores.

Lo malo: El chaconeo.

Sugerencias de título: Llámenme Jake, Danza con extraterrestres, El marine eterno, La batalla por Pandora, El último skxawng, Neytirihontas, El nombre de Pandora es bosque, etc., etc., etc.

Calificación: ****

Ya sé que me he atrasado bastante con las entradas de enero, y que ésta (una reseña) parecerá un tanto desfasada. Pero como de hecho me propuse escribirla y por alguna razón no me siento cómoda para pasar a otro asunto sin hacerlo, espero aportar algo aunque sobre esta película se haya dicho casi todo (para comparar opiniones, lean las reseñas de Abraham, Alos, Arc, Axel, Lord Kevin Lomax y Pei, que son bastante buenas).

A ver, cómo le hago para poner una sinopsis sin echarles a perder toda la trama... Bueno.

Es el futuro, los humanos ya se acabaron la tierra y ahora se dedican a explorar y explotar otros mundos. Tienen los ojos puestos en Pandora, una luna del sistema Alfa Centauri, que por desgracia cuenta con vida inteligente, los Na’vi, y con una atmósfera irrespirable. En el sitio ya se encuentran avanzadas humanas: una compañía minera, un grupo de científicos fascinados por la vida y la cultura nativa de la luna, y el ejército, que supuestamente protege a los segundos pero obedece a los primeros. Entre ellos, un marine parapléjico que lleva el apropiado nombre de Jake Sully (“sully” quiere decir algo así como contaminar) tiene que unirse al proyecto de los científicos al que pertenecía su difunto hermano gemelo, ponerse a las órdenes de la doctora Augustine (Sigourney Weaver) y explorar el sitio con un avatar, un modelo de cuerpo calcado al de los nativos de Pandora, y que se puede controlar por medio de la mente, a distancia.

Jake (Sam Worthington), al mando de su avatar, conoce a Neytiri (Zoe Saldaña), la hija del jefe de un clan Na’vi, y sin demasiado trabajo es aceptado en la tribu; ahí recibirá educación de guerrero y cazador. Pero por fuera, está sirviendo a dos amos; su superior, el coronel Quaritch (Stephen Lang) le ha encargado que vigile a los Na’vi y que les lave el coco para abandonar el Árbol de las Voces, el más sagrado de sus santuarios, ya que ahí se encuentra una rica veta que le interesa a la compañía minera. Jake tendrá que decidir entre su deber y su conciencia. Lo que hará al final es bastante predecible, pero está enredado en secuencias de acción emocionantes y un ritmo punto menos que perfecto.


Como espectáculo visual, Avatar resulta asombrosa, apabullante y un verdadero deleite; es hermosa de ver y está tan bien dirigida que no se siente cuando la trama salta de cliché a cliché con la gracia de una bailarina que hace Grand Jetté al ritmo de esta canción de Belanova. Divierte tanto que con trabajos uno se detiene a pensar que por qué habrían de preocuparse los humanos por el compuesto neurotóxico en las puntas de las flechas Na’vi, si éstas los pueden atravesar de parte a parte; y qué sería lo que le dejó al coronel Quaritch la cicatriz que orgullosamente porta en la sien, si un cachorrito recién nacido de la bestia más pequeña de Pandora le hubiera podido arrancar la cabeza sin dificultades (ambas ideas sugeridas por Alphanubis).

Avatar vale por el entretenimiento puro y duro. No va a revolucionar el cine, como advierte el director Cameron, ni mucho menos; y no hay que buscarle la originalidad por ninguna parte, porque no tiene; parece haber bebido de todas las fuentes imaginables y luego haberse tomado un par de cocacolas (con los cortos me sonaba a una novela de Michael Moorcock llamada El campeón eterno, publicada en español por allá de los ochenta; sin duda le debe mucho a Danza con lobos y otras películas y, lo más descarado, parece haberse fusilado entera la idea del cuento de Poul Anderson Llámenme Joe, en el que un científico parapléjico explora la superficie gaseosa de Júpiter con un avatar, aquí llamados pseudos, que parece un centauro felino); la geografía de Pandora la podemos encontrar todavía en la tierra (les debo el nombre del sitio donde las rocas erosionadas parecen montañas flotantes, pero lo vi este diciembre en un libro de Selecciones) y los Na’vi, varios blogs lo han destacado, podrían haber salido de este comic. Pero le hace pasar a uno un rato muy agradable, eso ni dudarlo.

Lo que más me gustó de toda la película fue que Cameron haya contratado a un lingüista de verdad para crear la lengua Na’vi, que tampoco suena extraterrestre, pero sí muy auténtica, con su dosis de elementos etnolingüísticos y fonética peculiar. Atrás se quedaron los tiempos en los que Anthony Quinn consiguió trabajo porque juró que era un indio cherokee y que hablaba la lengua a la perfección, y que el estudio se conformó con sus gritos y gruñidos; las lenguas, reales o inventadas, ya gozan de más respeto en el cine.

Ahora, por la emoción y lo divertido Avatar se lleva cuatro estrellas en mi escala. Pero lo que hace que no consiga las cinco son detalles que no dejan de molestarme: una vez más, Hollywood nos quiere vender la vieja idea de que el hombre moderno y tecnológicamente avanzado que se encuentra de cara con civilizaciones primitivas y se da cuenta de todo lo que se ha estado perdiendo, más tarde se convierte en la única esperanza de supervivencia para dicha civilización. Me hubiera gustado que la arenga que Jake le suelta a los Na’vi antes de la batalla final tuviera más de la Carta del Jefe Seattle y menos de tanto discurso patriotero de los que estuvimos oyendo durante el gobierno de Bush; quisiera que tanta idea new age políticamente correcta se le hubiera borrado al guión. Con todo, no dejo de recomendar Avatar a quien se deje, porque verla en cine es una experiencia grandiosa; cuando salga a DVD no será lo mismo (se le notarán los remiendos).

Recomendaciones: Véanla en tercera dimensión; no tiene trucos especiales ni nada, pero los paisajes adquieren profundidad.

Abstenerse: Por cuestiones de vida, muerte o dinero.

sábado, enero 09, 2010

Genso no mirai



Como en el primer ciclo de la casa de ustedes, me he estado retrasando para desearles a todos un feliz año nuevo... y la verdad que el retraso tiene sus consecuencias; apenas termina la primera semana de enero y el optimismo para los siguientes once meses ya se me agotó; por el momento, pienso que este año será igual de horrendo o más que los dos anteriores, y es por eso que se alcanza a percibir mi falta de entusiasmo en la felicitación. Pero no hay otra causa, créanme; para todos mis amigos y lectores tengo pensamientos cálidos aunque se me congelen las manos, y afecto, a pesar de que comienzo el 2010 con una profunda grieta en el corazón (el optimismo tiene la consistencia de la sangre, o del mercurio tal vez; no es como el agua pero igual se escapa por cualquier agujerito).

Como sea, ésta es, si no la primera entrada del año, sí la primera que no dejé programada; decidí no cerrar la casa de ustedes durante la Navidad porque iba a estar yendo y viniendo, pero una vez más les pido disculpas por no haber respondido a todos sus comentarios. Ya estamos aquí, hay algunas cositas interesantes en puerta (reseñas más que nada, algunas recetas y textos que se me quedaron de la pasada Feria del Libro), y para comenzar déjenme les platico sobre una de las pocas cosas de 2010 que todavía me emociona.


Este año, mi serie favorita de videojuegos, Suikoden (Genso Suikoden para los japoneses) cumplirá 15 años; la verdad es que no termino de creerme todo lo que ha pasado desde entonces. En 1995, una servidora de ustedes ya había empezado a trabajar, y estaba ahorrando para una consola Playstation, sólo porque la compañía Square había decidido enviar a Sony, y no a Nintendo, su saga de Final Fantasy, entonces los únicos títulos que seguía con fervorosa pasión. Y resulta que antes que el esperado VII, salió por ahí ese jueguito de gráficos nada impresionantes que, según Alpanubis, era tan bueno. Bah. Para mí no había más RPG que los Final. Pero como el género me gustaba, decidí comprarme el primer Suikoden de segunda mano, “a ver qué tal sale”. Eso fue todo. El resto es historia, y algo de ello lo pueden ver en el especial que le dediqué a los juegos, la Suikosaga.

Konami, que siempre pone como bandera emblemática sus Castlevania, sus Metal Gear y, en México, sus Pro Evolution Soccer, nunca ha promocionado la gran cosa esta franquicia mucho más humilde, al menos fuera de Japón, y eso ha contribuído en parte a que los Suikoden sean juegos de culto. Sin embargo, parece que no se olvidarán de festejar el cumpleaños de su serie: hace un par de meses salió a la venta lo que los fans estuvieron deseando en secreto por años: manga basado en Suikoden I y II; y acaban de sacar, tras muchos años de nada, un disco de arreglos musicales de melodías bien conocidas de la serie, en piano y con voz (viene otro álbum para marzo, me parece, con estilos celta y asiático), y más recuerditos que se han puesto a la venta (si son fans y quieren estar bien al tanto de lo que ocurre con los festejos de aniversario de Suikoden, les recomiendo que visiten Nanami’s world, un delicioso blog donde podrán hallar información actualizada y compartir opiniones al respecto. Es bilingüe -español e inglés-, así que no hay pretexto).

Una servidora, por su parte, ha decidido celebrar de manera personal: este año quisiera repasar TODOS Y CADA UNO de los Suikoden (a ver si recuerdo cómo iban), terminarlos con el mejor final y sacarles todo el jugo posible; eso incluirá el Suikoden Tierkreis que todavía no he jugado. Pensar en ello me llena de cierta emoción, mezclada con nostalgia y un dejo de preocupación (¿quince años ya? ¿Cuántos voy a cumplir?). También, por otro lado, me aterra; ésto es por el momento lo único del 2010 que veo claro.

Una vez más, les pido paciencia y les agradezco su compañía.

domingo, enero 03, 2010

¡El profesor!

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Bilbo, en la sala de su casita (dibujo de J.R.R. Tolkien).

¡Otro cumpleaños más! Este año, el profesor Tolkien cumpliría 118. No puedo dejar de preguntarme (con curiosidad morbosa) qué pensaría de todo lo que ha ocurrido con su obra y su legado en más de cincuenta años... que si las películas de Peter Jackson, que si las que vienen de Guillermo del Toro, que si Christopher Tolkien publicando hasta los garabatos en las servilletas, que si Calabozos y Dragones, Harry Potter y Eragon...

Mucho ha ocurrido, en realidad, y no estoy segura de que todo sea necesariamente bueno. Pero dentro de todo, representa un gran alivio leer y escuchar, de todas partes del mundo, palabras de gratitud, afecto y reconocimiento; este brindis de cumpleaños reúne a muchos que, una generación tras otra, pasaron por la Tierra Media pensando que estaban solos ahí, y que cuando se vuelven a contemplar el camino recorrido todavía no pueden creer que todo salió de la mente brillante de un lingüísta católico.

Para él, nuestro autor, un abrazo más (de millones) donde quiera que se encuentre.

Recuerden: si les gusta Tolkien, a las nueve de la noche (hora de donde se encuentren) de hoy levanten una copa, vaso, cucharada o lo que sea de lo que se estén tomando, digan “¡El profesor!” y apuren. No olviden registrar su brindis en la página de la Tolkien Society, aquí.

viernes, enero 01, 2010

Caledonia

Vaya que fue difícil elegir una canción para año nuevo (supongo que cada vez lo será más), pero finalmente he optado por ésta, una de mis favoritas de muchos años, Caledonia de Dougie MacLean. Tal vez la conozcan, si como una servidora coleccionan temas celtas; ha tenido muchos intérpretes y múltiples arreglos, y aparecido en montones de discos. Pero mi versión preferida es todavía la más sencilla: en la voz de su compositor y la melodía de su guitarra.

“Caledonia” es el nombre que los romanos le dieron a Escocia; no soy fanática del latín, pero es una palabra que me encanta. La canción, como muchas de Irlanda también, habla con melancolía acerca de un hogar perdido, pero en este caso el autor ha decidido regresar. Pero creo que el tema se puede ver de otras formas. El hogar no necesariamente es un país, una ciudad, ni siquiera una casa; podría ser una familia, algún ser querido, una forma de pensar, un modo de vida que éramos antes y del que por angas o mangas nos alejamos. Ya está puesto en el dicho popular inglés que el hogar está donde está el corazón, y vamos, el corazón puede estar en cientos de lugares no necesariamente físicos; el trabajo es dar con él, y más aún si está roto y los pedazos todos desperdigados. Pero hasta para los momentos más terribles hay pegamento, y consuelo, y tiempo.

Este año hemos sufrido pérdidas a lo estúpido, y hablar de Michael Jackson y Farrah Fawcett no sería más que empezar. Más que las dos celebridades mencionadas (y otras que partieron por ahí) a mí me dolieron Rigo Mora, y el Cuervo López, y mi caballito, y Louise Cooper; y aunque haya pasado más de un año no hemos podido superar la pérdida de la señora L. Pero como les decía, mientras haya corazón y éste ande por algún lado, se puede volver al hogar. Donde quiera que sea.

A todos a quienes hayan tenido que perder algo o a alguien este año les dedico esta canción, y les deseo el mejor de los regresos al hogar, si es que ya están preparados (que si no, no pasa nada; hay tiempo para todo en esta vida). No me imaginaba que iba a poner dos citas tan dispares aquí, pero como dijo un oficial nazi en Auschwitz, al final estaremos todos en el mismo campo, y como ponían a cada rato en la serie de televisión Robin de Sherwood, nada se olvida jamás.

Abrazos a todos, y feliz año nuevo.



Caledonia

I don't know if you can see
The changes that have come over me
In these last few days I've been afraid
That I might drift away
So I've been telling old stories, singing songs
That make me think about where I've come from
That's the reason why I seem
So far away today

[Chorus:]
Oh, but let me tell you that I love you
That I think about you all the time
Caledonia, you're calling me, now I'm going home
For if I should become a stranger
You know that it would make me more than sad
Caledonia's been everything I've ever had

Now I have moved and I've kept on moving
Proved the points that I needed proving
Lost the friends that I needed losing
Found others on the way
I have tried and kept on trying
Stolen dreams, yes, there's no denying
I have traveled hard, with conscience flying
Somewhere with the wind

[Chorus]

Now I'm sitting here before the fire
The empty room, the forest choir
The flames have cooled, don't get any higher
They've withered, now they've gone
But I'm steady thinking, my way is clear
And I know what I will do tomorrow
When hands have shaken, the kisses float
Then I will disappear

[Chorus]


(Texto en español)

No sé si puedan ver
los cambios por los que he pasado
En estos últimos días he tenido miedo
de perderme a la deriva
Así que he estado contando viejas historias, cantando canciones
que me hagan pensar en el lugar de donde vine
Es por eso que parezco
estar tan lejos hoy

[Coro:]
Oh, pero déjame decirte que te amo
que todo el tiempo pienso en ti
Caledonia, me estás llamando, y ahora vuelvo a casa
Pues si me convirtiera en extranjero
Sabes, nada me entristecería más
Caledonia ha sido todo lo que alguna vez tuve


Bien, he estado moviéndome y lo he seguido haciendo
He demostrado lo que tenía que demostrar
He perdido a los amigos que tenía que perder
y en el camino he hallado a otros
He intentado todo y lo sigo intentando
me he robado sueños, sí, no puedo negarlo
He viajado con dificultades, con la conciencia volando
por ahí, con el viento

[Coro]

Y ahora estoy sentado aquí frente al fuego
el cuarto vacío, el coro del bosque
Las llamas se enfrían, ya no crecen más
se extinguen, ya se han apagado
Pero mi pensamiento es firme, tengo claro mi camino
y sé lo que voy a hacer mañana
Cuando las manos se estrechen, los besos floten
entonces partiré.

[Coro]
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