miércoles, mayo 28, 2008

Veinte años, antes y después. Parte 6


6. Descenso del Monte del Destino

You ask me where to begin
Am I so lost in my sin?
You ask me where did I fall
I'll say I can't tell you when

But if my spirit is lost

How will I find what is near?

Don't question, I'm not alone

Somehow I'll find my way home.


Jon & Vangelis, The Friends of Mr. Cairo

Una escuela horrible como aquella donde estuve tenía que hacer su efecto, tarde o temprano. Uno puede pasársela nadando en thinner y no disolverse, pero no hay que negar que el cuero se adelgaza un poco. Y de cuero delgado no se hacen escudos buenos.

Santo remedio, sin escudo y sin protección, pasé, ya cerca del final de la maldita prepa, por mucho sufrimiento que no voy a describir, al menos, en detalle. Lo único que voy a animarme a contarles es que la prestigiosa escuela donde estudié me recordaba a veces a un campo de concentración, no por las comparaciones más obvias de encierro y abuso, sino porque ahí se llevaba a cabo una destrucción SISTEMÁTICA de humanidad... para ser exactos, de carácter, personalidad y valores.

Una anécdota nada más al respecto: La institución iba a participar simultáneamente en certámenes interestatales de matemáticas y culturales; varios de mis compañeros y yo íbamos a participar. A los que iban para los concursos de matemáticas les dieron horas libres para prepararse, asesorías en la tarde y permisos para faltar a clase o no llevar tareas; los que nos inscribimos en los eventos culturales teníamos que arreglárnoslas como mejor pudiéramos, y a veces lo único que podíamos hacer era aprovechar los diez minutos libres entre clase y clase para trabajar. Yo estaba escribiendo una obra de teatro (tolkieniosa, en cierto modo, pero eso es otra historia). Entonces, me gustaba sentarme en primera fila en el salón, porque así me evitaba distracciones y también porque a esas alturas no me habían descubierto la miopía. Una vez, justo al principio de una clase con un maestro muy estricto que se enfurecía si hallaba en nuestro pupitre cualquier papel que no fuera de su materia, me encontraba tan concentrada corrigiendo el texto, que no me di cuenta de que los diez minutos ya se habían terminado y que el profesor estaba en el umbral. Cuando levanté la cabeza y me lo hallé casi cara a cara, del susto hice un movimiento brusco y mi borrador (varias hojas) se regó por todo el suelo. Cuando me lancé a recoger los papeles, el maestro no dijo nada; me dirigió una mirada de absoluto desprecio y caminó sobre ellos. Las huellas de sus zapatos quedaron pintadas en mi escrito.

¿Qué hace uno en estos casos? Bueno, volverse a Dios no está tan mal... aunque no es por sí solo una panacea.

Resulta que la biografía de la señora “Crabby” tenía depositado un detallito que ella misma no consideró de gran importancia, pero a mí me resultó una sorpresa muy agradable: Tolkien, mi autor favorito, había sido católico, igual que una servidora.

Soy de familia católica, y, aunque la verdad soy un ejemplo más bien pobre de esta religión, espero haber heredado el fenomenal enfoque de mis papás hacia la misma.

Pero el ser católico no le da a uno ninguna ventaja extra en este mundo, como a Tolkien mismo le tocó experimentar, y casi casi les diría que es una fuente segura de dificultades. Sobre todo si uno se toma lo de “católico” en serio.

¿Qué es un católico? Bueno, entre muchas definiciones, me gustaría usar la de Chesterton, porque es la que mejor refleja a Tolkien: que uno puede distinguir a un católico de entre otros cristianos porque los católicos no desprecian el uso de la razón. Al menos, así debería ser. Comprendo muy bien lo que ocurría con muchos de mis coetáneos en la escuela: siempre que me encontraba a alguno apartado de la religión de sus padres, me salía con la misma historia: “Pues resulta que yo era católico(a) y estaba bautizado(a) porque era la religión de mis papás; pero cuando crecí me empecé a cuestionar algunas cosas, y entonces...”

Mmmmmm... ¿así que “cuando crecí me empecé a cuestionar”...? Pregunta: ¿y por qué rayos se esperaron a crecer? Desde que comencé a ir al catecismo (pónganle ustedes a los nueve años), recuerdo que era un constante cuestionar y cuestionar. Que si por qué esto, que si tal dogma no parecía lógico, que cuál podría ser la explicación de tal cosa. Mis papás tuvieron buen cuidado de propiciar esos cuestionamientos, en lugar de apagarlos, y de responder a mis preguntas o mandarme a investigar por mi cuenta. Con la mala fama (no siempre injustificada) que se carga ahorita mi religión, sabían que si había que echar a otro insoportable católico a este mundo, mejor que se tratara de uno convencido. La única forma de convencerse de algo es ponerlo a prueba hasta que, o bien reviente, o bien demuestre que está hecho de acero puro.

La señora “Crabby” se limita a corear al biógrafo de Tolkien, Humphrey Carpenter, con eso de que el catolicismo de Tolkien estaba relacionado con su madre y el trauma de haberla perdido tan pronto, nada más. Equivocados, los dos.

Así que, ya se imaginarán, el hecho de que Tolkien fuera católico me proporcionó un consuelito extra en las dificultades y me hizo ver ESDLA con otros ojos. Pero, confieso, hubo momentos tan espantosos que ni siquiera mi religión me funcionaba, tal vez porque mi razón estaba también algo nublada. Lo suficiente para hacerme perder el rumbo y cometer alguna que otra tontería. El final del camino se veía tan lejos; “faltan 250 días”, “faltan 230 días”, se hacía constar en una libreta de notas de la que no me separaba, y donde iba marcando cuánto tiempo me faltaba para abandonar ese horrible lugar, junto con las razones de odio que proporcionara cada mañana. Traía el Anillo del pescuezo, y el Gran Ojo me observaba constantemente. No triunfarán para siempre, dijo Frodo. No triunfarán para siempre, me repetía, aunque cada vez con menos fe.

Al final, todo era cuestión de trepar al monte y arrojar el objeto. ¿A qué se dice fácil? Qué va. Ahora, si recuerdan cómo terminó la tarea de Frodo, no se les hará extraño que a veces el fracaso aparente se convierte en triunfo.

En esa escuela que les digo no era posible graduarse de la preparatoria. En serio. Uno terminaba los exámenes, recibía diploma de bachiller... y después tenía que darse de baja. Repito, es en serio. Las graduaciones ahí no existen sino hasta que uno termina una carrera, pues el sitio da por sentado que uno se quedará para la licenciatura. Para darme de baja después de tener el diploma a buen recaudo, entre otros requisitos, tuve que recolectar la firma de varias autoridades del plantel. Tras ir acumulando el papeleo necesario, levanté solemnemente la mano derecha en las narices de varias de esas autoridades, estiré los cuatro dedos que me quedaban (este detalle es broma, ¿de acuerdo?) y los cerré todos, menos el medio. Fue catártico.

La mañana siguiente me desperté con una sensación rara que en muchísimo tiempo no había experimentado: la de comenzar el día sin tener miedo. El Gran Ojo todavía estaba en alguna parte, muy pagado de sí mismo en su trono de fuego, alimentándose de las desdichas y desilusiones de otros como yo; pero mi asunto personal con él había terminado. Era hora de dejarlo atrás, y de dar gracias a Aquel que había tenido a bien sacarme del volcán por haberme proporcionado a tiempo un traje de asbesto a toda prueba: ese libro maravilloso del que hemos estado hablando. Aunque no tenía la más mínima idea de cuál iba a ser mi próximo camino y estaba lejos de encontrarme completamente bien, el cielo se veía claro. Sólo tenía una cosa segura: era hora también de regresar a mi hogar secundario, la Tierra Media. Auta i lómë. Aurë entuluva. Almacenado en mi librero, hojeado una y otra vez pero nunca recorrido, y en reserva desde que hacía muchas semanas me había sentido incapaz de leer una sola línea, me esperaba El Silmarillion.

Continuará...

martes, mayo 27, 2008

Manera sencillísima, muy higiénica y extremadamente sádica de matar cucarachas


¿Odiamos a las cucarachas? Oh, sí. Se reproducen como conejos. Se comportan como extraterrestres. Son tan descaradas como los mandriles y más resistentes a la contaminación, la comida chatarra y los regímenes totalitarios que los humanos. En otras palabras, son todo, menos cucarachas. ¿No es el mayor crimen de todos, y sujeto definitivo de la pena capital, andar siendo infiel a la propia naturaleza de uno? Por lo tanto las cucarachas merecen morir como... como cucarachas, pues. Que en la muerte tengan la dignidad y coherencia que jamás, jamás muestran en vida.

Ahora, matar cucarachas tiene sus inconvenientes: el insecticida huele mal y puede contaminar, aplastarlas significa esparcir entrañas insectiles por alguna superficie que preferiríamos limpia, y el famoso gis chino es una lata a menos que uno sea grafitero de corazón. Por consiguiente, aquí propondremos una forma distinta, novedosa y que a la vez garantiza higiene y una refinada tortura.

Se necesita:

  • Una cucaracha.
  • Una esponja.
  • Jabón de tocador perfumado.
  • Agua.
  • Periódico.
  • Trapeador.

1. Humedecer la esponja con el agua, y frotar con el jabón de tocador hasta hacer abundante espuma.

2. Localizar a la cucaracha. Estos bichejos no se irán corriendo si uno no les hace escándalo. Es mejor sorprenderlos cuando estén desprevenidos y quietecitos.

3. Oprimir la esponja, y dejar caer una buena cantidad de espuma sobre la cucaracha. Ésta, inmediatamente, tratará de huír. Si es posible y uno quiere quedarse a ver el final de la historia, acosarla y bloquearle sus rutas de salida con más espuma. Si no, el daño ya está hecho (sí, no me pregunten cómo, pero a las cucarachas las mata el jabón de tocador).

4. Si la cucaracha (como probablemente sucederá) se cae de una pared y queda panza arriba, seguirla cubriendo con espuma hasta que deje de moverse.

5. Recoger el cadáver con periódico, y finalmente trapear todos los restos de la lucha.

¡Listo! Sin ensuciar los zapatos, sin contaminar el medio ambiente, sin grafitear; superficie limpia y aromatizada. Y un poco de diversión más o menos inofensiva en el caso de que uno se quiera sentir Archibaldo de la Cruz. ¡Mueran las cucarachas!

miércoles, mayo 21, 2008

Veinte años, antes y después. Parte 5


5. Hacemos a nuestra medida


"La fantasía sigue siendo un derecho humano; hacemos a nuestra medida y a nuestra manera derivada, porque hemos sido hechos, y más aún, a imagen y semejanza de un Hacedor".

J.R.R. Tolkien, Sobre los cuentos de hadas

Empecé la preparatoria con una buena dosis de optimismo y una inyección de creatividad. Antes de que el verano terminara, ya me había contagiado de una enfermedad que aún desconocía, pero que suele pegarle a los que se sienten fascinados por Tolkien y tienen alguna inquietud literaria. Pues ahora resulta que yo también quería escribir fantasía. Y al estilo de Tolkien, ni más ni menos.

Alimentarse de Tolkien y vomitar copias chafas; sí, esa enfermedad de la que nunca se recuperaron Terry Brooks y R. A. Salvatore, por mencionar sólo a algunos. Madre Santísima de Guadalupe, lo bueno es que a los quince todavía tiene uno posibilidades de curación (costó trabajo, pero en algún momento me cayó el viente que lo mío no eran las grandes épicas, sino las pequeñas historias de pequeñas personas con sus pequeños problemas... eso sí, todo en ambiente fantástico simplemente porque se me acomodaba mejor).

Pues ahí está que me puse a inventar mi propio mundillo secundario, donde el sol era amarillo y no verde, y había una sola luna, pero tenía cabida para dos que tres fenómenos extraños. Unos siete años después lo bautizaría como Tyander, una palabra mitad china, mitad vayan ustedes a saber qué, y tengo que confesar (qué horror) que muy al principio estuvo poblado de orquitos y que las historias que ocurrían en él estaban llenas de intrigas políticas/románticas (tanta lectura de Victoria Holt tenía que mostrar consecuencias también).

Escribí algunos borradores de una historia de dos hermanos gemelos (chica y chico), nietos de un dictador estilo Nicolas Ceaucescu, y su confrontación con un villano que no era del todo villano y que sólo buscaba lo mejor para su tierra (?). El asunto, por supuesto, terminaba trágico, con el hermano ciego y minusválido, la hermana autoexiliada con todo y un talismán maldito (¿un anillito? No exactamente, pero por ahí iba la cosa), y su verdadero y único enamorado (que resultaba ser su primo hermano, “medio hermano” en el parentesco de su gente, para mayor afán telenovelero) abandonado, solo, y encadenado a un voto de castidad que no sería correspondido (pues su amada regresaría, años después viuda, embarazada y mortalmente deprimida). Terrible, ¿verdad? Lo más rescatable que hice durante aquel período fue una serie de cuentitos sobre un grupo de duendes que habitaba la jardinera de mi ventana, y que hacía mayormente para divertir a mis amigas. Tal vez algún día la saque de la oscuridad.

Lo único bueno es que Tyander, mi mundito inventado (que no se llamaba Tyander aún) tuvo tiempo de fermentar. Y que, aunque Tolkien seguía siendo su principal inspiración, se iría enriqueciendo con otras lecturas: Ursula LeGuin, Michael Moorcock, Nancy Springer, Michael Ende, Lloyd Alexander, Peter Beagle, Robert E. Howard, H.P. Lovecraft, Louise Cooper y un montón más. Ah, y no olvidemos mis queridos videojuegos. Una de mis primeras historias completas de Tyander se la debo casi por entero a la influencia de Hironobu Sakaguchi, el creador de Final Fantasy. Toda mi gratitud y respeto. Lo mismo a la reexploración de mis lecturas favoritas de la infancia, que igual incluían leyendas antiguas de como veinte mil culturas que libros de ciencia y medicina que guardaban mis papás (la magia de Tyander tiene un cierto trasfondo científico que ha resultado más o menos útil, a pesar de la amarga queja de un par de lectores de los noventa que decían que no era buena porque “no servía para jugar rol”. Sigh).

Pero si las cosas dentro de Tyander se iban desenvolviendo más o menos bien, no estaba pasando lo mismo en la vida real. Como les conté, estudiaba en una escuela espantosa y no voy a decirles cuál es. Pero nomás para que se den una idea, es uno de esos sitios que se jacta de perfeccionismo y de exprimir a sus estudiantes.

Terrible, creo yo, cuando escuelas, empresas, lo que caiga, buscan el éxito (una palabra que llegué a detestar) a costa de los seres humanos. En este sitio en particular, un buen estudiante que se preciara de serlo tenía que estar listo para darlo TODO a cambio de buenas calificaciones, y por todo me refiero precisamente a TODO: desde larguísimas horas de estudio, tareas y trabajos, hasta sobornos, robo de apuntes y exámenes y otras cosas no tan lindas. Los directivos estaban al tanto de ese “TODO”, por supuesto, y encima de tolerarlo, solían promoverlo.

Bueno, pasé ahí tres años la verdad eternos, contando los días que faltaban para terminar... y aferrándome a mi tabla de salvación: entre tanta cosa horrible que llegué a ver y experimentar, ahí estaba mi Señor de los Anillos, nomás para recordarme que la oscuridad no dura para siempre y algunas otras verdades esenciales, y tenerme a rayita en cuanto a comportamiento moral se refería. A lo único que cedí fue a las presiones estéticas: consentí que a mi lacio pelo se le hiciera una permanente química (ochentera) y un día llegué luciendo unos ridículos rizos en forma de tornillo; el asunto me provocó cuero cabelludo reseco y un aborto masivo de espinillas en la frente.

Durante la prepa, me tocó explorar algo más sobre Tolkien: en una librería zacatecana que ya no existe compré El Hobbit, recuerdo, en vísperas de un examen de matemáticas, y esa tarde fue mucho relajo y nada de estudio entre una compañera que ponía el libro en algún estante fuera de mi alcance y yo que me lanzaba a alcanzarlo (yo estaba por llegar a mi metro y medio final, ella pasaba del metro setenta).

También conseguí mi primer estudio sobre Tolkien, el ensayo escrito por Kathryn F. Crabbe, publicado por el Fondo de Cultura Económica. Entre la mala traducción de cierto individuo de mucho prestigio a quien no voy a mencionar, salvo para decir que hizo honor a su apellido, y lo mucho que la señora Crabbe tenía “to crab about” (de estar rezongando), no es la mejor opción para un principiante, pero no contábamos con otra cosa. Incluye una somera biografía y un análisis de ESDLA, y las otras obras que, entre otras cosas, usa de trapeador a Frodo, a Boromir, a Sam y a cualquier otra persona que 1) tenga alguna fallita de carácter, o 2) mida menos del metro setenta. Crabbe es la persona menos objetiva del universo y una fan casi declarada del maniqueísmo, pero ni modo; no había más.

Cuando la preparatoria, también, me tocó ver en video la película de Ralph Bakshi, indirectamente la responsable de todo. No me gustó mucho que digamos (he aquí un fragmento en youtube de la escena más rescatable), pero la tomé como un peor es nada. Existe el mito de que esta película nunca llegó a cine en México: completamente falso. Espero todavía tener un recorte de periódico para probarlo. El Señor de los Anillos, de Bakshi, llegó a México como parte de alguna remesa infantil, y durante fácil diez años estuvo rondando matinées aquí y allá. Un par de veces la pasaron en la ahora desaparecida Sala 2000 en Zacatecas. Me arrepiento bastante de no haber tenido pantalones para pedirle al gerente que me guardara un cartelito, de esos viejitos que tenían un poster con un fotograma.

Ansiosa por leer, por ver más películas, por jugar videojuegos, por crear y aprender, corrí de muy buen humor a abrirle la puerta a mis desorganizados sueños para el futuro. Confiaba plenamente en que uno puede caminar sobre lava sin chamuscarse los pies. No tenía la menor idea de lo equivocada que estaba.

Continuará...


Reseña de novela gráfica: Mail Order Bride


Mail Order Bride
Mark Kalesniko
Fantagraphic Books

Lo bueno: Es deliciosa, una verdadera joya.

Lo malo: Ha tenido poquísima difusión.

Calificación: * * * *

Monty Wheeler vive una existencia desabrida y sin sobresaltos en Bandini, un pueblito industrial de Canadá. Es un solterón a punto de cumplir los cuarenta, propietario de una tienda de comics y figuritas; un coleccionista de juguetes raros que sólo disfruta la compañía de los niños y los ancianos, y que se carga un severísimo caso de “fiebre amarilla” (es decir, obsesión con las chicas orientales).

Para ponerle remedio a su soledad, Monty contacta a una agencia de matrimonios arreglados con sede en Asia, que ofrece mujeres dóciles, tradicionales, amantes del hogar y además poseedoras de misteriosos secretos sexuales de Oriente. De su catálogo de novias por correspondencia escoge a una muchacha coreana de nombre Kyung Rin Seo.

Desde que Monty se presenta en el aeropuerto a recogerla, las cosas no van tal y como él esperaba: su prometida es alta, habla inglés sin el peculiar y encantador acento de los asiáticos, se viste con recato y no como salida de una serie hentai, y está lista para adaptarse por completo a su nueva vida en Canadá.

Tras llevarse a cabo el matrimonio, a Monty le cuesta trabajo aceptar que Kyung es su esposa, no su muñequita inflable, y que, como él, es un ser humano con anhelos, miedos y necesidad de afecto e independencia. Mientras que él se guarda sus frustraciones y ciertos oscuros secretos, Kyung, que también tiene cosas que ocultar, se rebela dándole rienda suelta a su recién descubierto espíritu bohemio. La lucha de voluntades que sigue es tan fuerte que muy posiblemente no podrá sobrevivirla una pareja que realmente no se quiere.

A base de trazos rápidos y sencillos, Kalesniko construye una historia muy cruda de amor y desamor, con personajes tan realistas y bien logrados que casi parecen hablarle a uno al oído: además de los protagonistas, están entre otros Eve Wong, la liberada fotógrafa de ascendencia china a quien Kyung admira y toma como modelo; Frank, el veterano de Vietnam metido a dibujante que puede retratar los sentimientos mejor que nadie; la bailarina sin nombre que abre la historia con las palabras: “¡Tu cuerpo es un puente entre el cielo y las estrellas!”

Entre cuadro y cuadro, están escondidos pedacitos de simbolismo muy leves, pero afilados como navajas, y que en conjunto logran herir, conmover y emocionar.

El desarrollo de la trama es punto menos que perfecto, y muy adecuado para su medio, aunque probablemente hagan falta dos o tres lecturas para captar todas las sutilezas.

Por lo único que le pongo cuatro estrellas en lugar de cinco es que este libro no sería lectura para todo el mundo (algo que considero muy bien cuando califico a alguna obra de imprescindible). De ahí en demás, cualquiera con interés serio y afición por los comics debería conseguirse esta preciosidad. Momento... antes de que se me olvide, el libro es clasificación C. O R, si hablamos de películas. Si preferimos utilizar las siglas de los videojuegos, es AO.

Recomendaciones: Leer lo que puse arriba.

Abstenerse: Si definitivamente la historieta no es lo de ustedes.

sábado, mayo 17, 2008

Receta: Arroz blanco (gohan)

©Cooking Mama, del juego homónimo de Office Create, publicado por Majesco para Nintendo DS.


Existen dos formas de preparar este delicioso platillo: la sencilla y la menos sencilla. La sencilla es relativamente simple: hay que conseguirse una olla arrocera y seguir las instrucciones. Pero como estos aparatos son algo costosos (aunque la inversión vale mucho la pena, créanme), aquí les presento la forma menos sencilla de hacer el gohan, que sigue siendo muy fácil.


Ingredientes (para dos a tres porciones; las cantidades de agua y arroz se pueden aumentar aritméticamente):

  • 1 taza de arroz
  • 1 taza y media de agua purificada

Herramientas:
  • Recipiente de plástico y agua de la llave para lavar el arroz.
  • Olla de metal gruesa (como las de presión), sin tapa.
  • Papel aluminio.
  • Palita de madera
  • Trapo de cocina húmedo.

Procedimiento

1. En el recipiente de plástico, lavar muy bien el arroz con un poco de agua, lo suficiente para que lo cubra. Vaciar el agua, y repetir hasta que el líquido salga claro; unas dos o tres veces suele bastar (el agua del primer enjuague tiene almidón, y aplicada con esponja después del baño, sirve para suavizar la piel o, mezclada con avena o leche en polvo, para preparar mascarillas para rostro y manos).

2. En la olla de metal, colocar el arroz limpio junto con el agua purificada. Tapar la olla con un trozo de papel aluminio (el lado más brillante hacia adentro), y con los dedos sellar cuidadosamente los bordes.

3. También con el papel aluminio, proteger el quemador de la estufa que se va a utilizar. Esto para evitar parte del desbarajuste que viene a continuación.

4. Poner la olla a fuego alto y dejar cocinar por 15 minutos. Después, bajar la flama a fuego lento (tan bajo como sea posible) y esperar 10 minutos más.

Durante este tiempo, la olla va a hacer mucho escándalo, el papel aluminio se va a levantar, y caerá líquido blancuzco al quemador. No hay que hacerle caso.

5. Transcurridos los 25 minutos del proceso de cocción, retirar la olla del fuego y, ayudándose de un trapo y la palita, quitar el papel aluminio. ¡Cuidado con el vapor! El arroz está en su punto si aparece esponjado y con agujeritos en la superficie.

6. Con la palita de madera, mover el arroz, cuidando de no romperlo. Si se pega un poco a la olla, rociar con algo más de agua purificada.

El gohan se puede probar solo, o con un poco de salsa de soya. También se le puede espolvorear ajonjolí o cebollitas rebanadas. Según lo que uno quiera preparar, hay que escoger diferentes tipos de arroz: de grano largo o superextra para la comida china, y de grano corto, como calrose o morelos, para la japonesa. Lo ideal es comerlo recién hecho, pero se puede cocinar con tiempo, refrigerar y calentarlo al microondas después de humedecerlo un poco.

jueves, mayo 15, 2008

Veinte años, antes y después. Parte 4

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Pintura "The Ring", por Mark J. Ferrari (1988);
corazones de papel lustre
hechos por mi amiga I. entre 1986 y 1987.

4. Amor imposible

Eran los ochenta. Mi mamá y mis hermanas estaban convencidas de que jamás un chico se fijaría en mí. Había varias razones: no quise renunciar a mi larguísimo pelo, que entonces alcanzaba a servir de bufanda a mi mejor amiga I. (eran los ochenta), me negué a usar ropa ridículamente volátil, a lo Flans (eran los ochenta), y, además, dejé claro desde un principio que no me interesaba el maquillaje (eran los ochenta), y, en todo caso, que jamás me iba a embarrar colores nacarados (eran los ochenta); que apenas amarrada me harían pisar una discoteca (eran los ochenta), que los pasatiempos más frívolos me aburrían (eran los ochenta), que no iba a abandonar los locales de maquinitas nomás porque no eran lugares para mujeres (eran los ochenta), que me caía como gancho al hígado la música de moda (eran los ochenta), y, lo peor de todo, que no iba a fingirme idiota y a cambiar mis conversaciones sobre libros y películas por pláticas estúpidas e inofensivas de ésas que supuestamente hacen que una sea atractiva para los hombres (eran los ochenta).

Tempranamente condenada a la soltería ochentera, tuve la desgracia de encontrarme al hombre perfecto en el lugar más inadecuado del mundo, y finalmente me atreví a confesarle el secretito a mi amiga, I. "I., fíjate que ya encontré a alguien que me gusta mucho". "¿Ah, sí? ¿Dónde lo conociste?" "Eh... el pequeño problema es que no existe". "¿Y se llama...?" " Uhhhh... ehhh... Frodo".

Aunque desde un principio decidí que mi personaje favorito de ESDLA era Gandalf, lo cierto es que estaba enamoradísima de Frodo. Vamos, Frodo era el hombre perfecto para mí: jamás me reprocharía mi falta de estatura, tenía también fama de extravagante, le gustaban los idiomas y era bajito y güero.

(Nota: siempre me gustaron los hombres bajitos y güeros. Acabé con uno alto y moreno, pero bueno... mi mamá quería casarse con un alto y moreno, y quienes me conocen en persona ya se imaginarán con quién terminó. Finalmente las dos encontramos a la pareja perfecta, así que no hay lío).

No era tan malo: muchas amigas de mi edad andaban muriéndose por algún cantante o estrella de cine. Pero de seguro mis sentimientos serían los más enfermizos de todos. ¡Alguien que no existía! Como sea, el romance imaginario me hizo feliz por un rato, y produjo una serie de cartitas cursis y ridículas que nunca me atreví a leerle ni siquiera a I. Con todo, ella me siguió el juego, y me regalaba corazones recortados en papel lustre rosa con la inscripción “L (la inicial de mi nombre real) y F”. ¿Que si estábamos locas? Yo, al menos, sí. Pero el que I me acompañara en la locura fue algo que todavía me emociona y no dejo de apreciar.

El final de la secundaria y mi cumpleaños número quince me agarraron trabada en Las Dos Torres, para ser exactos, en el capítulo donde Frodo, Sam y Gollum se encuentran ante la puerta principal de Mordor y se dan cuenta de que por ahí no podrán pasar. Los días de exámenes y trabajos finales me dejaban, ahora sí, sin NADA de tiempo para leer, salvo un poquitillo durante el desayuno. Y cada mañana era empezar el mismo maldito capítulo porque no conseguía salir de las primeras líneas. Comenzaba a desesperarme muchísimo. Y aunque se supone que es algo importante eso de terminar la secundaria y empezar la preparatoria, lo cierto es que mientras no podía avanzar, la Tierra Media seguía comiéndome tiempo e intelecto.

Cuando por fin llegaron las vacaciones, pude proseguir. Llegué a la escena terrible del encuentro de Frodo y Sam con Ella-Laraña, que, si han leído el libro, no tengo que recordarles; y, si han visto la tercera película, créanme; la sensación horrible que pudo haberles dado en pantalla no se compara a lo que ocurre con la novela. Cielos, me cayó tan pesado, que tuve que encerrarme en mi cuarto a sollozar durante unos dos días (en los cuales, por supuesto, no leí ni media página más), y cuando me enteré de que la cosa no estaba tan mal, no quería creérmela (jamás me tragué lo de la muerte de Gandalf, pero aquí sí nuestro autor me agarró con la guardia baja).

Había un viaje planeado de Zacatecas a Guadalajara y conmigo se fue El Retorno del Rey. Lo estuve leyendo en el auto familiar como pude, con mucho sol, mucho ruido y música de Rocío Banquells en radio (su canción “Habría que inventarte” siempre me recuerda el encuentro de Pippin y Bergil el hijo de Beregond; fue el soundtrack perfecto. Eran los ochenta, ya sé). Ya presentía que la historia iba a concluír en el mismo lugar donde había empezado: el sillón en casa de mis hermanas, aquel donde meses atrás había comenzado a leer antes de que me quitaran mi librito. Así fue. A toda velocidad, terminé ESDLA a la una de la mañana de algún día de julio. Lo que recuerdo, de hecho, es haber leído el único apéndice de la edición mexicana (la historia de Aragorn y Arwen) con los ojos nublados, y luego haberme ido al baño a llorar, con la cara pegada a una toalla para no despertar a nadie.

Me di cuenta de inmediato que el haber acabado ESDLA no me provocó la satisfacción que por lo general sentía al devorarme un libro. Más bien, me sentí de pronto muy vulnerable, como si alguien me hubiera dejado caer en un terreno peligroso del que nunca podría salir. En algún momento hasta me arrepentí. No me dio por pensar que los músculos se sienten débiles y temblorosos después del ejercicio intenso. Yo no lo sabía, pero esos calambres emocionales tenían su razón de ser: El Señor de los Anillos me había hecho más fuerte. Y, por desgracia o gracias a Dios, la vida estaba a punto de ponerme a prueba.

Continuará...

miércoles, mayo 14, 2008

La misteriosa máquina del tiempo


Las esperanzas de salvación para mi pobre Ibook G4, "Shu II", la del problema que les comentaba en Perra vida maquera, se van apagando poco a poco. Es muy probable que la pierda, y todavía no me hago a la idea. Siento como si me hubieran cortado las manos y no ha sido el mejor momento para quedarme sin mi herramienta de trabajo; ahora sí que no sé qué haría sin mi fiel "Shu", la Ibook G3 azul, la que siempre consideré fea y que me avergonzaba mostrar en público. Como ya no tengo la mala sangre de juzgar a los libros por su cubierta, ahora pienso que "Shu" sería perfecta, si no fuera por su CD Rom descompuesto y sus alcances más o menos limitados (en comparación con las computadoras más modernas; hay que recordar que esta tenaz maquinita va para los siete años).

Pero bueno. "Shu II" fue a parar a manos de dos centros de servicio (uno autorizado) donde no se pudo hacer nada por ella, y ahora la está examinando un amigo de una de mis alumnas, que ha reparado antes laptops de su tipo. Será el último intento.

Del primer centro de servicio a donde la llevé, con todo y que me la retuvieron más de un mes sin resultados, no voy a quejarme; fueron amables y comprensivos, me ofrecieron soluciones alternativas si bien medio caras, y me hicieron los favores extra que solicité. Es por ello que no voy a poner ni siquiera el nombre del lugar, porque el que no les haya ido bien conmigo no implica, estoy segura, que todo el tiempo suceda lo mismo.

Pero el segundo, Sinapsis, centro autorizado por Apple, con dirección en Popocatépetl 45, Colonia Ciudad del Sol, Zapopan, Jalisco... la verdad creo que sí se merece un poco de balconeo público. ¿La razón? Por encima de todos los detallitos incómodos (que surgieron y se suavizaron con el tiempo), el problema es que el departamento de soporte y servicio, al parecer, cuenta con una misteriosa máquina del tiempo que usa de manera irresponsable y que puede llegar a confundir a los que vivimos fuera de cualquier realidad alternativa. ¿O tal vez tenga como objetivo despistar al supervisor, si es que hay uno?

Llevé mi compu, y eso lo pueden hacer constar ustedes, el pasado 2 de abril. No fui a recogerla sino hasta el 8 de mayo. En ese rato se cruzaron el puente, mis mini vacaciones y sobre todo una muy, muy prolongada pausa en la que el ingeniero que la recibió, por estar aferrado a su diagnóstico inicial sobre que la falla de la computadora era únicamente el disco duro (con todo y que se le había informado sobre el diagnóstico sobre la tarjeta madre en el otro tipo), tardó en darse cuenta del verdadero problema. Al final, pagué el diagnóstico, y no es su culpa, porque así es la política de la empresa. Pero no dejó de cobrarme por decirme algo que yo ya sabía.

Al final, tuve que firmar un recibo de conformidad donde aparecían varias fechas, algunas correctas... y otras sospechosamente falsas. Ya no me metí a discutir porque lo único que quería era largarme de ahí. Pero si quieren darse una idea de las discrepancias, aquí hay algunos ejemplos (la primera fecha es la que aparece en el recibo; la que está entre paréntesis es la real):


Llevé mi máquina: 2 de abril (2 de abril)

Diagnóstico de falla en
el disco duro: no lo anoté (inmediatamente)

Diagnóstico de falla de la
tarjeta madre: 15 de abril (6 de mayo)

Me retracto (?) de la
reparación: 26 de abril (7 de mayo)

Arman mi máquina para
entregármela: 7 de mayo (?, pero probablemente sea correcto).

Todavía no sé a dónde acudir en Guadalajara cuando tenga problemas específicos con una Mac, pero les aseguro que ahora sé perfectamente a dónde NO ir.

Espero no estar nada más con ganas de desquitarme del coraje que me da mi mala suerte... pero aquí está este mismo balconeo (intenté ser constructiva en este caso) a Sinapsis en la página de ratings de servicios asipensamos.com.

domingo, mayo 11, 2008

Reseña de película: Meteoro


Meteoro

Directores: Andy y Larry Wachowski

Intérpretes: Emile Hirsch, John Goodman, Susan Sarandon, Christina Ricci, Matthew Fox, Paulie Litt, Rain.

Lo bueno: Los actores y sus caracterizaciones.

Lo malo: Esos malditos paneos de cámara.

Lo que se pudo haber quedado afuera: El car-fu y todos los efectos Matrix.


Calificación: ***

Cuando supe que iban a hacer esta película, la verdad no me entusiasmé la gran cosa: lo último que vi de los Wachowski fue la tercera parte de Matrix y no tenía idea de con qué irían a salir si otra vez intentaban tapar con un dedo su gusto por Dragon Ball y su rápido agotamiento de ideas. Más tarde, cuando comencé a ver cortos en internet, y en especial este video que puso en su sitio mi amigo Quince, me picó la vergonzosa hormiga de la tentación, y esperé con ansias (disimuladas) la cinta.

Nunca fui fanática de hueso colorado (mi esposo sí) de la serie original, Mach GoGoGo, creación del mangaka Tatsuo Yoshida y convertida a finales de los 60 en una serie animada, que se transmitiría en los Estados Unidos como Speed Racer, y en México en los setenta bajo el nombre de Meteoro. Pero por supuesto que forma parte, junto con Kimba el León Blanco, La Princesa Caballero, Heidi y Tritón, Príncipe de la Atlántida, entre otras, de mis mejores recuerdos infantiles de la primera época de anime en nuestro país. Y ya con varias malas experiencias con las adaptaciones gringas de lo japonés (tengo en mente las humillantes “reinterpretaciones” de Godzilla, Super Mario Bros. y Street Fighter), lo que menos quería era otra buena serie echada a perder.

Bueno, pues resulta que fui a ver Meteoro la noche del estreno, y la verdad es que quedé gratamente sorprendida.

¿Qué es lo que está sucediendo en el mundo? Yo veo esta tendencia: todos lo que crecimos viendo cierta clase de televisión, leyendo cierta clase de libros y aficionándonos a cierta clase de pasatiempos estamos creciendo, y algunos con más posibilidades que otros de recrear viejas fantasías... como la de llevar al cine un clásico favorito. Lo que uno puede notar en esta película es que los Wachowski le tienen un amor genuino a Speed Racer.

Si están familiarizados con la serie de dibujos animados, se darán cuenta de que todos los personajes que conocen se encuentran ahí: Meteoro, sus papás, su novia Trixie, su hermanito Chispita, Chito el chimpancé mascota, el mecánico Bujías, por supuesto que el misterioso Corredor X y el invitado ocasional, Inspector Detector; y la caracterización es estupenda (no me hubiera hecho falta, pero vi la película doblada al español y agradezco que quienes la adaptaron se cuidaron de utilizar los nombres que le pusieron a los personajes cuando llegó la serie a México. Buen detalle, aunque no deja de sonar en mi cabeza el doblaje original, en el que participaban varias de las mejores voces de la época de oro del cine en nuestro país). Incluso los villanos muestran un curioso parecido con sus contrapartes de caricatura.

Prácticamente cada elemento de la película (y, para los más observadores, hay muchos) está extraído de la serie de los sesenta; salvo un detallito por ahí, los Wachowski fueron prudentes para pasar por alto los múltiples y horrendos remakes (sólo uno japonés, creo; el resto, incluyendo los más recientes, norteamericanos) y, aunque le metieron algo de su cosecha al argumento, se limitaron lo suficiente como para no maltratar el producto.

Lo mismo, en la historia nos vamos a encontrar lo que nunca faltó en la serie original: misterios por resolver, ambiciosos villanos, momentos de alivio cómico al azar, carreras, muchas carreras, y una mirada enfática a las relaciones de una familia cariñosa y unida; la trama, aunque con varias docenas de giros, se centra sobre todo en cierta información que se nos dio a conocer en los primeros cinco capítulos de la animación y que no voy a develar aquí para no echarles a perder la movie; sólo permítanme decirles que una de las situaciones más conmovedoras de la caricatura (que anda por ahí en el capítulo 3 o 4, me parece) se encuentra extendida como una deliciosa cucharada de mantequilla a lo largo de todo el filme. Y vaya que le da sabor.

Para una buena descripción del argumento en sí y una buena crítica también, por favor visiten Omnichela.net.

La elección de los actores no fue sólo afortunada, sino brillante; cada uno llena y con creces el papel que le asignaron. Emile Hirsch quedó perfecto en el papel de Meteoro, John Goodman como su papá parece sacado directamente de la caricatura, Christina Ricci presenta, si no el físico exacto, la personalidad de la valiente e ingeniosa Trixie, y hasta Matthew Fox, que no es muy santo de mi devoción ni mucho menos, da sin problemas el ancho de mi personaje preferido, el Corredor X.

Ahora, sobre lo que no es tan lindo... Los efectos especiales, aunque muy bien hechos. llegan a abrumar la pantalla. El mayor defecto de la película es su exceso de compu... efectos-compu, animales-compu, paisajes-compu, automóviles-compu, edificios-compu, colores-compu... La verdad, a mí me gustaron mucho más las partes tranquilas donde sólo intervenían los actores. Entre lo que los Wachowski juran que es homenaje a la animación japonesa y lo que uno ve de hecho en la nada sobrecargada serie, hay algunas exageraciones, tomas detenidas y otros residuos de la época Matrix que se han vuelto cansados y predecibles a fuerza de reciclaje. Estas escenas, prolongadas (y las insólitas peleas de carros), van a marear a más de uno. Otra cosa: en la actualidad, según la gente le va perdiendo el respeto a los escritores, ya resulta muy difícil encontrarse una película con un ritmo perfecto a menos que el director se apellide Burton, Chow o algo así (porque el ritmo, conste, depende tanto del director como del guionista, y un buen director sabe que depende de éste último). Meteoro arranca bien, pero hacia la mitad desacelera, y no vuelve a recuperar velocidad sino hasta después de un par de revoluciones.

Con todo, la cinta es divertida y deja un buen sabor de boca; los aspectos positivos compensan y aun superan a los negativos. ¿Qué tanto conviene? Veamos...

Recomendaciones: Aunque Meteoro es básicamente una película familiar, es obvio que está dirigida a personas en sus treinta, cuarenta o por ahí, que de chicos se deleitaron con la serie animada. Los más jóvenes podrán disfrutarla, pero con tanta información sensorial revuelta con palabras, es casi seguro que se van a perder un cuarto de la diversión.

Abstenerse: Me siento tentada a decir que no la vean si no son fans del material de origen, pero por lo que he estado observando, mucha gente que no conoce o recuerda al Meteoro de la televisión se la ha pasado de maravilla con la película. Así que por favor vean los cortos y decidan ustedes mismos si se les antoja. Eso sí; si las tramas aceleradas y la acción extrema les aburren, olvídenlo... hay más opciones para este verano adelantado.

jueves, mayo 08, 2008

Veinte años, antes y después. Parte 3


3.
Sangre y secretos

Cuando me quitaron mi precioso Señor de los Anillos, apenas había leído el prólogo, y la mera verdad es que no estaba entendiendo maldita la cosa. Lo único que realmente se me pegó fueron ciertos detalles sobre los hobbits, porque esa era una palabra que ya conocía (gracias al artículo del Selecciones). Pero, como se suponía, mi prioridad entonces debía ser el examen de admisión de la prepa que les platiqué en la parte anterior, la regla de “no-libros” siguió vigente.

Poco más de cinco semanas después, mi primer intento de hacer ese estúpido examen se frustró, y de la forma más humillante. Toda esa mañana había tenido dolor de pancita, pero ya en el examen, y apenas transcurrido un cuarto de hora, el dolor se volvió espantosamente agudo. Hice un esfuerzo por aguantarme hasta el primer receso (habría varios, cada cuarenta minutos o algo así) pero no lo logré. Me ganaron las náuseas y vomité sangre que salpicó tanto el examen como el piso a mi alrededor.

Mis compañeros de examen interpretaron el hecho como nerviosismo; en realidad lo que tenía era un quiste ovárico a punto de reventar (bueno, ¿pero quién vomita sangre por estar alterado?).Tras unos cuatro días de retorcerme e intentar convencer a todo el mundo de que NO eran mis nervios, me mandaron al quirófano. Según me dirían mucho después, por poco no la cuento. Lo peor es que ni en mi lecho de muerte potencial me permitieron leer ESDLA. Mis hermanas llegaron de Guadalajara con canastas de mis golosinas preferidas, y en mi camita no me separaba de mi Retrato de Dorian Gray y los cuentos completos de Oscar Wilde como si de la Biblia se tratara. Pero de Tolkien, nada.

Ya para cuando me curé, mi hermana había terminado Las Dos Torres y tranquilizado a mi mamá y sus malos pensamientos (a partir de entonces mi mamá, vaya, jamás volvió a meterse con mis lecturas. ¿Cómo rayos llegué a tener una copia de las Memorias de Fanny Hill en las garras apenas empezaba en la universidad? Estaba extraviado en el baño de mis hermanas). Pero aún quedaba pendiente el estúpido examen, retrasado seis semanas (mes y medio más de tortura sin lectura).

La Comunidad ya estaba en mi casa, haciéndome ojitos desde mi librero, atada por mi promesa. El día anterior al examen ya estaba harta. Pensé “oh, a la fregada”, tomé ese primer volumen de ESDLA y me puse a leerlo. Era el 23 de abril de 1986, curiosamente, también, el aniversario de mi primera confesión.

Al día siguiente, en el examen, tenía la cabeza más llena de ESDLA que de los meses y meses de estudiar el manual, y realmente no me importaba. Llegué a la escuela con cara de absoluta felicidad, con mis pensamientos puestos en cuatro nuevos amigos que habían salido de casa y corrían un peligro mortal, y sin la menor idea de que mi escenita en la ocasión anterior me había ganado fama permanente de neurasténica.

Una cosa extrañísima que me sucedió en el examen y que debió haberme preparado para lo que venía: Ya para empezar, el supervisor le entregó a todos los aspirantes, menos a una servidora, su copia del examen, y se puso a explicarles cómo llenar la hoja de identificación y respuestas. Esperé con paciencia a que me diera mi material, pero como éste no llegaba, me atreví a solicitárselo, con voz dulce y una sonrisa. El individuo miró su reloj y dijo que estaba contándome los minutos que había permanecido en la sesión pasada (?). Satisfecho al terminar el cuarto de hora, me llevó... me llevó... puaj... el MISMO examen que había utilizado en la ocasión anterior, todo manchado de sangre y vómito resecos. ¡Guácatelas! Yo no me atrevía ni a tocarlo, y estas personas lo habían tenido guardado en una bolsa por seis semanas. Se nota que en los ochenta le teníamos miedo a las armas atómicas y no a las biológicas, ¿verdad?

Bueno, con los pies en la Tierra Media y todo, ¿les presumo?, tuve la calificación más alta durante un par de generaciones (la persona que me tumbó del sitio era excelente con las matemáticas, mi punto débil). Y al terminar el examen, me fui derecho a mi casa y continué leyendo y leyendo con voracidad. Tras terminar con el capítulo 1 del libro 2, “Muchos encuentros”, me pude ir a la cama tranquilita. Al día siguiente, continuaría con la secundaria y mi vida de siempre.

Según proseguía la lectura, mi fascinación fue creciendo... pero, por alguna razón, también mi timidez al respecto. Yo que estaba tan contenta de embarrarle a la cara mi background de literatura “seria” a quien tuviera la desgracia de cruzarse en mi camino, tenía ahora una renuencia más bien extraña a platicar sobre mi, ahora (y lo presentí, siempre) libro favorito, sobre todo con adultos. Eso sí, a la salida de la secundaria, solía rodearme de un grupo de unas diez compañeras de varios salones a platicarles lo que iba leyendo. Me gustaba dejarlas en suspenso, tal y como a veces le daba por hacer a nuestro autor. Pero solamente a mi mejor amiga, I. (que ahora reside en Cuernavaca, y sigue siendo la persona más genial del universo) me atreví a confiarle mi secretito más vergonzoso...

Continuará...

lunes, mayo 05, 2008

El vigía

Se supone que en la sala de ésta, su casa, nada más voy a colgar buenas fotografías o hermosas obras de arte para mostrar a mis visitas, pero por esta vez voy a hacer una excepción: la cosa rara que tienen aquí arriba es un fragmento de “El Vigía” (por favor hagan click en la imagen para verla completa) y es aquel dibujo que hice a puro mouse y MacPaint, en una Macintosh II, del que les hablaba en mi entrada maquera. Inscribí esta imagen en un concurso de arte digital (sí, eso existía a la segunda mitad de los 80 y antes del Photoshop) que finalmente no se llevó a cabo. La imagen está escaneada de una de prueba que me encontré por casualidad, impresa a matriz de puntos (tampoco contábamos entonces con otra cosa) y no es la versión terminada; a lo mejor se alcanza a notar que hice algunas correcciones a lápiz para pasar más tarde a la compu (quería que bajo el vigía revoloteara un trozo de vela despedazado, cosa que al final no añadí, y todavía faltaba construír, a base de líneas rectas, un extravagante castillito en la punta de la montaña que se avista).

En la esquina está el pseudónimo con el que iba a participar en el concurso: Fíriel (como les dije, la imagen estaba dedicada a Tolkien, y la idea salió de un párrafo del prólogo a tres cuentos del profesor que escribieron sus traductores, J.C. Santoyo y J.M. Santamaría: “El artista es el vigía encaramado en la cofa más alta del palo mayor, que desde allí transmite incluso los más leves atisbos de tierra a los míseros galeotes hundidos en la sentina. Pero esta misión no deja de tener sus peligros. El camino de Fantasía es intrincado y, por si fuera poco, suscita y genera incomprensión en este mundo racionalista y utilitario que nos ha tocado vivir”.

Por desgracia, no tengo a la mano la bellísima canción de Silvio Rodríguez que inspiró también el dibujito, pero aquí está el video de un muchacho llamado Peter en youtube que la interpreta... más o menos... (él mismo lo reconoce; es un tema difícil). Espero que todo ello pueda dar testimonio no de mi talento, que es inexistente, sino de mi amor, que sigue siendo enorme.

En estos únicos días libres, y antes de entrar a trabajar con un horario más pesado, pero que todavía no mejora la gran cosa mi situación laboral, estuve en Zacatecas, y me he dedicado a escarbar entre mil papeles material complementario que pudiera servir para la serie Veinte años, antes y después, que he estado publicando aquí. Hice un desbarajuste que podría compararse a la limpieza de principios de año. Estuve revisando mi vieja colección de revistas Claudia para extraer las pruebas de que en esa publicación había varios aficionados a Tolkien de closet; por desgracia, mi colección está incompleta y no pude dar con lo que buscaba (un artículo de modas y uno sobre el día del niño; el que hablaba sin reparos de literatura fantástica sé que no lo tengo, pues me lo mostró una amiga de la prepa y fue por ello que comencé a comprar la revista; si encuentro las copias de este artículo seguro que las subiré también).

Pero en el camino me encontré montones de cosas que ya tenía olvidadas, por ejemplo borradores de dibujos que hacía después, a tamaño familiar, para decorar mi cuarto, porque en las tiendas no se vendían posters de los personajes que a mí me gustaban: me hallé uno del Inspector Gadget y otro de Juan y Guillermo, de los Pitufos (el no haber visto la película de La Flauta Mágica es uno de los errores de mi crisis antifantástica que no he podido subsanar), varios de paisajes de Las Crónicas de Prydan, de Lloyd Alexander, y el último, Caramon y Raistlin Majere, de la serie Dragonlance, parados frente a la Torre de la Alta Hechicería (para mí era importante que éstos dos fueran gemelos y los hice idénticos, nomás con diferente expresión en el rostro. Caramon me quedó muy flaquito). Ah, y de sorpresa, otro por ahí que va más de acuerdo con el tema de Veinte años y que es el único que voy a subir aquí (ajá, porque ya me di cuenta de que no sé dibujar).

Otra cosa: cierto folletito que se estuvo repartiendo cuando hablamos de Tolkien en escuelas secundarias, y una carta de un profesor que trabajaba en la Secretaría de Educación Pública en la que me pedía que por favor no presentara a la fantasía como un género literario.

También hallé algo que a lo mejor les será de interés: el mini ensayo del escritor Peter Beagle que apareció como prefacio en la edición de Ballantine de El Señor de los Anillos y que fue una de mis primeras traducciones. A menos que ahora sí me entre la vergüenza, lo voy a subir tal y como lo hice hace más de quince años, con errores y todo.

¿Qué más estuve haciendo? Bueno, por primera vez desde que lo tengo salí de viaje sin mi Nintendo DS, y me dediqué a recuperar el ritmo de lectura de una obra con la que ya llevo tiempo y no he podido terminar: la novela clásica china Shui Hu Zhuan, que tengo en una versión al inglés de la escritora Pearl S. Buck bajo el título All Men Are Brothers. Tuve este libro extraviado durante un tiempo y casi casi se me olvida en lo que iba. Shui Hu Zhuan quiere decir “A la orilla del agua” y, por si el nombre les suena conocido a los fans de los RPG, es el libro que dio origen a la serie de videojuegos Suikoden. Apenas he leído veintitantos capítulos en como dos años, incluyendo los meses y meses que tuve extraviado el libro, porque el inglés que tiene está medio rarito (la traductora dijo que prefirió conservarlo así para apegarse más a la gramática y modo de sonar del chino) y porque no puedo leerlo sin detenerme cada tres o cuatro páginas a consultar mi guía de personajes, en la que se incluye, lado a lado, tanto a los del libro como a los de los videojuegos; cuando en una novela hay 108 personajes importantes y todos tienen nombres en chino, no hay de otra. Ni los como seiscientos personajes del Silmarillion me dieron tanta lata.

Lo bueno es que no creo ya soltar el libro, porque se está poniendo muy emocionante, pero para no perderme estoy rebautizando a los personajes (oh, sacrilegio) con el nombre de su equivalente que en los videojuegos me caiga mejor. Así, ahorita voy en que Viktor (el monje Lu Chi Shen) se hace amigo de Flik (el capitán proscrito Yang Chi) y entre los dos atacan un templo, mientras que por otro lado, un grupo dirigido por Mathiu Silverberg (el brillante maestro Wu Yung) monta una ingeniosa escaramuza en un lago con la ayuda de Luc (el monje taoísta Kung Sun Sheng, que puede controlar el viento y las tempestades) y se dirige a una guarida de ladrones bajo la protección de la poderosa espada de Georg Prime (el guerrero Liu T’ang). Si esto suena confuso, imagínenselo repetido a lo largo de 1400 páginas de letra chiquita.

Mi última noche en Zacatecas, acompañé al Capitán Quasar, que se reunió conmigo el viernes, y a varios amigos a ciertos rincones favoritos de la ciudad que no aparecen en las guías turísticas, entre ellos, el antiguo barrio de San Cayetano, con sus callejones pequeñitos y cerrados y puertas bajitas y redondas, que siempre me recordó a alguna aldea hobbit a medias (¿Bree, tal vez?) y donde me daba por ir a fantasear cuando releía ESDLA.

Bueno, todo esto que acaban de leer puede servir como preview para lo que voy a estar subiendo aquí en su casa durante este mes y el que entra (uhhhh... menos lo del inspector Gadget, a menos que se presente la oportunidad). Ah, y he estado pensando que cuando concluya Veinte años, podría comenzar otra serie de especiales, en tanto el tiempo y las fechas se ponen propicios. Si a nuestros amigos Suldyn y Pei les gusta la idea, ¿qué tal una dedicada por completo a los videojuegos de Suikoden?

Puesto que sigo sufriendo la ausencia de mi querida compu Shu II, espero, como siempre, que me tengan mucha, mucha paciencia. Gracias por aguantar la verborrea y los bajones de ritmo y por seguirme leyendo hasta ahora.

jueves, mayo 01, 2008

Veinte años, antes y después. Parte 2



2.
El cristalazo y el Señor de las Ficheras

El día: 28 de febrero de 1986. El lugar: La antigua ubicación de la Librería de Cristal, sobre Avenida Vallarta, en Guadalajara. La hora: ...ya no me acuerdo.

Bueno, yo ya tenía entonces catorce años, y cumpliría 15 ese mismo año. Tras mi pequeña crisis antifantástica, estaba comenzando, poco a poco, a educarme en los gustos definitivos (ciertas películas, los videojuegos, sobre todo libros). Ya hacía un rato que había cambiado a los dichosos “clásicos” por Ray Bradbury, Isaac Asimov, Fredric Brown y cuestiones más decentes. De lo que quedaba del pasado, solté a Dumas, pero no a Verne; ni a Oscar Wilde, porque era uno de mis favoritos desde la infancia y porque la irlandesidad ya me estaba haciendo efecto. Ah, tampoco podían quitarme de las novelas históricas/románticas de Victoria Holt, a las que mi hermana me había enviciado. Éstas últimas las iba a cazar a la Librería de Cristal de Guadalajara (mis hermanas aún vivían allá, y las librerías de Zacatecas eran entonces algo pobres).

El lío era que ese febrero ya llevaba unos dos meses sin leer, y estaba a punto de volverme loca. ¿El motivo? En menos de un mes presentaría mi examen de admisión a la preparatoria, en una escuela horrible, y mi mamá consideraba que cualquier otro tipo de lectura que no fuera la del idiota manual del examen no me haría ningún provecho. Esperaba aprovisionarme en la Cristal para cuando esos tiempos oscuros terminaran.

No pienso mencionar el nombre de la prepa horrible a la que acabé yendo, pero nomás para que se den una idea, el examen causaba terror (?). Estaba compuesto de tres partes: dos dedicadas al lenguaje y tres a la lógica y las matemáticas (Nota: quien quiera que diga que la lógica y las matemáticas son más importantes que el lenguaje, es que no tiene ni pizca de idea sobre cómo funciona la humanidad. Va en serio). Yo no tenía entonces criterio suficiente para juzgarlo, o le habría pedido a mis papás que se la pensaran dos o tres veces antes de pagármelo... y de inscribirme al sitio, si a esas vamos. Con todo, en aquellos tiempos sacar una buena calificación se me hacía importantísimo y estaba dispuesta a echarle ganas. Pero... ¿quedarme sin leer?

Como sea, mi mamá nunca me negó los libros... siempre y cuando prometiera no tocarlos sino hasta después del examen.

Ahora... ¿qué encontré en esta ocasión en la librería? Una sorpresa gigantesca. El Señor de los Anillos, sí, la edición posiblemente pirata publicada en México por Editorial Hermes. Las portadas eran los dibujos de Tolkien de Hobbiton, Fangorn y Barad-r, respectivamente en verde, verde más oscuro y negro. Me quedé de pronto sin aliento. Sin pensármelo tomé los tres y le pedí a mi mamá que por favor me los comprara.

Mi mamá ya estaba pagando mis otros libros, y cuando le mostré otros tres más, puso cara de sospecha. Me preguntó que de qué se trataban y yo no supe cómo explicarlo. Entonces ella le repitió la pregunta a una de las señoritas de la librería, que no tenía idea y que fue a su vez con otra. Esta segunda señorita tampoco había lo había leído, pero se animó a contestar:

- Pues... creo que es de misterio... algo así.

Mi mamá puso una cara de todavía más extrañeza. Le insistí tanto que aceptó comprarme el libro, pero no resistió la tentación de hacerme sentir un poquito culpable.

- Éstos me van a costar once mil pesos - dijo mucho, muy seria (mis otros libros costaban entre tres mil y tres mil quinientos pesos cada uno).

- Yo te los pago con lo de mis domingos - respondí con la cabeza baja y la cola entre las patas.

Nota para los recién llegados a este mundo y al país: hubo un tiempo (los ochenta, para ser exactos) en el que la moneda mexicana sufrió una de las peores devaluaciones en su historia. Para disimular, se creó el llamado “nuevo peso”, que facilitaba hacer las cuentas millonarias al quitar tres ceros a la moneda actual y psicológicamente nos hacía sentir menos pobres y amolados. Para que vean que la cosa siguió mal, esto significa que mi primer ejemplar de la obra completa ESDLA costó ONCE pesos de los que usamos ahorita (es decir, un dólar americano en la equivalencia actual, por los tres libros). Y que ese mismo precio en moneda antigua sería 130,000 pesos. Recuérdenlo si son mexicanos y en algunas elecciones a futuro se sienten tentados a repetir a ciertos partidos políticos, o a sus desechos.

Llegando a la casa, tan tranquila, me eché en un sillón con La Comunidad del Anillo y me puse a leer. Apenas iba en las primeras páginas del prólogo cuando mi mamá, con el pretexto otra vez del dichoso examen, me quitó amablemente mi Comunidad.

Lo que yo no sabía es que mi mamá tenía segundas intenciones. Más adelante me contó que al ver ese libro tan raro, El Señor de los Anillos, se imaginó, nada más y nada menos, que se trataba de una novela pornográfica (!). Aunque entre lo que me compró aquel mismo día estaban títulos tan sugerentes como La adúltera y Lamento por un amante perdido, ambas de Holt, el tal y desconocido J.R.R. Tolkien le había inspirado una inmediata desconfianza. Según lo que me dijo mi mamá, se había imaginado que el Fulano ése de los Anillos sería el administrador de un burdel, con tendencias sádicas (y afición al piercing, se me ocurrió más tarde), y los tres libros tan gordos un recuento de sus perversiones y perversidades. ¿Tiene mi mamá la mente un poco retorcida? Ella misma lo dice. Les presento fragmentos de conversación off topic con ella.

Un día, en los noventa, mientras me discutía mi gusto por los Caballeros del Zodiaco y el anime en general:

Mamá: ¿Pero cómo es posible que veas esos monos tan feos? ¿No ves que son pura violencia?

Yo: Pues sí, porque son peleas, pero no todo lo japonés es así. Está esta serie que se llama Maison Ikokku, que se trata de un chavo que está enamorado de la casera de su edificio...

Mamá: ¿Y luego ya ves también? ¡Puro sexo!

Yo: ...?

Y unos días después, mientras veíamos en televisión un episodio de Las Aventuras de Fly:

Mamá: Y ahí sigues viendo eso... ¿qué no ves que es puro sexo y violencia?

Yo (un poquito molesta): Mamá, ¿pero de qué tienes llena la cabeza?

Mamá (respuesta instantánea): ¡De sexo y violencia!


Ahora nos reímos mucho de todo eso, de cómo funciona el destino, y mi mamá se siente orgullosa de mí, pero en aquel entonces, ella tenía los, ahora sí, perversos planes de darle ESDLA a mi hermana mayor, la otra lectora voraz de la familia, para que en sus manos quedara la decisión de si el libro era adecuado para mí.

Háblenme de humillaciones. Tener aguantar que mi preciosa adquisición fuera para el disfrute de alguien más. Mi hermana la mayor y mi hermana la mediana estaban por terminar la carrera, todavía en Guadalajara, y yo seguía viviendo en Zacatecas. Al regresar a mi casa, iba sin mi ESDLA.

Lo peor del asunto es que, por muy poco, estuve a punto de no leerlo jamás...

Continuará...
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