Mostrando las entradas con la etiqueta Irlanda. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Irlanda. Mostrar todas las entradas

jueves, marzo 17, 2011

Serpientes


La primera historia sobre San Patricio que los chiquitos de Irlanda (y otros países) aprenden es falsa; encantadora, muy significativa, simpatiquísima, pero falsa, a fin de cuentas. Un día, se cuenta, el santo le ordenó a las serpientes que se fueran de la isla, y los animalitos, muy obedientes, se arrojaron al mar, y se fueron tan tranquilos a infestar el continente europeo, las tierras abajo del Mediterráneo y, en fin, el resto del mundo conocido, a causar terrores infundados, sustos y mordiscos.

Irlanda es una tierra singular, cubierta de verde; las islas Aran, por ejemplo, son rocas con apenas unos centímetros de suelo donde por alguna razón crecen tréboles de los que se puede alimentar el ganado. El resto del campo gaélico está lleno de hierba espesa de ésa que en este lado del mundo nos aconsejan apartarnos por miedo a las víboras.
Uno puede dejarse caer en una camita de esas hierbas frescas y mullidas sin temer más ataque que el de alguna mariposa bonita o un caracol. Mentira o verdad lo de San Patricio, el hecho es que en Irlanda no hay serpientes.

¿Por qué será? No falta una explicación aceptable: durante la edad de hielo, la isla fue prácticamente inaccesible, así que San Patricio no pudo haber arrojado a las serpientes porque éstas nunca llegaron ahí.
La primera vez que vi una serpiente en Irlanda fue a mediados de la década de los noventa. Se trataba de un ejemplar de víbora del Gabón, cornudilla y de aspecto feroz. Estaba metida en un frasco de formol en un museo campestre y tenía arpoximadanemtente cien años de edad. La había llevado, nos dijeron, un misionero que andaba por África y que quería mostrarles a sus feligreses esa cosa que jamás habían visto. La víbora muerta estaba toda enroscada; el espacio resultaba muy chico para ella y tenía, lo juro, una expresión de perplejidad en la carita; parecía preguntarse qué hacía ahí, y que cuándo podría largarse. Se veía tan fuera de lugar entre los cuadros de niños, los mueblecitos de cuero y las herramientas tradicionales.

Se supone, y el asunto tiene más sentido así, que en ese cuento de San Patricio las serpientes son alegoría de la maldad, el pecado y un sin fin de etcéteras que la religión cristiana había desterrado de Irlanda. Al parecer funcionó: sin que tenga nada que ver con los pobres bichos, Irlanda es el país más anti-ofidio que puedan imaginarse; una víbora no tendrá ahí donde esconderse, ni gran cosa qué cazar. Me pregunté durante mucho tiempo si la maldad y el pecado andarían en las mismas, pues resultaba difícil imaginárselos anidando en corazones tan felices, por un lado, o tan resignados a su suerte, por otro. No me atrevo a asegurarlo ahora. La última vez que visité Irlanda me tropecé en Dublín con una vista insólita: una culebra viva. Enroscada en un espacio muy pequeño, con una expresión perpleja en la carita chata: “¿Qué hago yo aquí? ¿Quién me trajo? ¿Cuándo me podré ir?”. Se trataba de un pitón albino, chiquito, muy bello, en una tienda de mascotas. Y su visión no provocaba el asombro que hubiera supuesto una servidora ante un espectáculo raro.

Era como si la pobre viborita supiera de la prohibición que para los de su especie había en Irlanda; pero los animales son seres puros y ninguna culpa tienen. Sin embargo, me asaltó una visión súbita que todavía me enchina la piel: San Patricio ordenándole a la maldad que partiera de Irlanda y jamás se atreviera a regresar por ahí, y la maldad sacándole la lengua bífida y soltándole un silbido de amenaza. Y me sorprendió darme cuenta de cuántas miradas más enrojecidas por la mortificación, la desesperación y la vida difícil me había encontrado en Dublín desde mi última visita. Quiera San Patricio escuchar la voz de los que todavía le piden ayuda. Irlanda por siempre.

miércoles, marzo 17, 2010

At heart


Fragmento del vitral de San Patricio en la Catedral de
su nombre, County Armagh, Irlanda.


Dos fechas (se habrán dado cuenta) no dejo pasar sin escribir algo en el blogsito: una es el día de San Valentín, y la otra el de San Patricio. Para esta entrada no tuve mucha inspiración (algo común en estos días), así que se me ocurrió lo que va a parecer un fusile (copia) de uno de mis blogs amigos, Bocetos Literarios. Hace un tiempo su titular, el Pere, subió ahí la oración llamada Coraza de San Patricio (estoy casi segura que por darme gusto, je, je, je... ¡gracias!). Pensé que era una buena idea reciclarla para aquí. Ahora, las fuentes son distintas... la suya es la Enciclopedia Católica y no hace constar traductor; lo que podrán leer aquí es la versión del irlandés al inglés por Whitley Stokes, John Strachan y Kuno Meyer, y del inglés al español por Yours Truly. Espero que les agrade.


Me levanto hoy
Por medio de una fuerza poderosa, la invocación de la trinidad,
Por creer en los Tres,
Por confesión del Uno,
Del Creador de la Creación.

Me levanto hoy
Por la fuerza del nacimiento de Cristo y Su bautismo,
Por la fuerza de su crucifixión y su sepulcro,
Por la fuerza de su resurrección y asención,
Por la fuerza de su regreso en el juicio del fin del mundo.

Me levanto hoy
Por la fuerza del amor de los querubines
En obediencia de los ángeles
Al servicio de los arcángeles
En espera de la resurrección que traerá recompensa,
En las oraciones de los patriarcas,
En las predicciones de los profetas,
En las palabras de los apóstoles,
En la fe de los confesores,
En la inocencia de las santas vírgenes,
En las obras de los hombres justos.

Me levanto hoy
Por la fuerza del cielo:
La luz del sol,
El brillo de la luna,
El resplandor del fuego,
La velocidad del relámpago,
La ligereza del viento,
La profundidad del mar,
La estabilidad de la tierra,
La firmeza de la roca.

Me levanto hoy
Con la fuerza de Dios que me conduce,
El poder de Dios que me sostiene,
La sabiduría de Dios que me guía,
La mirada de Dios que me cuida,
El oído de Dios para escucharme,
La palabra de Dios para hablar por mí,
La mano de Dios para guardarme,
El camino de Dios para seguir,
El escudo de Dios para protegerme,
Las legiones de Dios para salvarme
De trampas de los demonios,
De tentación de los vicios,
De todo el que me desee mal
lejos y cerca,
solo y en multitud.

Entre mí y estos males invoco hoy todos estos poderes
Contra cada fuerza despiadada que oprima mi cuerpo y mi alma,
Contra los conjuros de falsos profetas,
Contra las oscuras leyes de lo pagano,
Contra las falsas leyes de la herejía,
Contra las artes de la idolatría,
Contre hechizos de brujas y fraguas y hechiceros,
Contra lo que sea que corrompa el cuerpo y el alma.

Que Cristo me escude hoy
Contra veneno, contra quemaduras,
Contra sofocación, contra heridas,
Para que a mí venga recompensa a manos llenas.
Cristo conmigo, Cristo delante de mí, Cristo detrás de mí,
Cristo en mí, Cristo bajo mis pasos, Cristo sobre mi cabeza, Cristo desde el cielo,
Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda,
Cristo cuando descanso, Cristo cuando me siento, Cristo cuando me levanto,
Cristo en el corazón de cada hombre que piense en mí,
Cristo en la boca de cada uno que hable de mí,
Cristo en cada ojo que me vea,
Cristo en cada oído que me escuche.

Me levanto hoy
Por medio de una fuerza poderosa, la invocación de la trinidad,
Por creer en los Tres,
Por confesión del Uno,
Del Creador de la Creación.

Domini est salus, Domini est Salus. Christi est salus.
Salus tua, Domine, sit semper nobiscum,


Amén


En la antología de poemas irlandeses recopilados por Kathleen Hogan, se menciona que esta oración se supone obra del mismo Patricio cuando estaba por desafiar a los druidas de la colina de Tara, y que con ella deseaba formar una cota de malla donde los anillos trenzados fueran de pura y dura fe. Para más sobre esta historia, por favor visiten la primera entrada que puse un 17 de marzo, y como youtube retiró de ahí la hermosa canción de Moya Brennan sobre nuestro santo, al final les pongo un botón para volverla ahí (tuve la suerte de volverla a encontrar en una página tailandesa o vietnamita o algo así; la traducción viene en la vieja entrada que les menciono).


sábado, septiembre 12, 2009

Reseña de libro: Los soldados irlandeses de México

Image Hosted by ImageShack.us

Los soldados irlandeses de México
Michael Hogan
Fondo Editorial Universitario, UDG



Lo bueno: Es el mejor libro escrito sobre su tema.

Lo malo: Fuera de México, es caro y difícil de encontrar. Sólo hubo una edición en español.

Calificación: * * * * *

El año pasado les comenté de una conmemoración curiosa e interesante que había encontrado lugar en este mes de fechas patrias. Para celebrar, les paso esta reseñita.

¿Qué hay entre México e Irlanda? ¿De dónde salió este misterioso lazo, casi, casi fraterno que sería crucial entre los dos países en el año de 1846? ¿Cuáles fueron las circunstancias (las verdaderas, no las que vienen en los libros de historia) que desataron la guerra méxico-norteamericana, y cuáles sus consecuencias? Si uno busca la respuesta a estas preguntas, no necesita ir más lejos; todo se puede encontrar en este libro. El camino largo será para dar con él, pero eso es todo.

Sobre un hecho insólito, que por una extraña razón muchos mexicanos e irlandeses desconocen (al batallón de San Patricio se le dedican dos líneas en la mayoría de los libros de texto que se usan en las secundarias y cinco, que ya es algo,en las enciclopedias de historia de México), el doctor Michael Hogan, norteamericano de ascendencia irlandesa y residente de Guadalajara, Jalisco, ha hecho una investigación profunda y cuidadosa, sin dejar de lado ninguna fuente relevante e incluyendo las múltiples versiones del hecho.

Después de hacer un análisis de la política intervencionista norteamericana, su famoso “destino manifiesto”, y las razones que de tan absurdas parecen cómicas que los gringos tomaron de pretexto para comenzar la madre de todas las invasiones en un país pobre, despedazado por luchas de poder internas; se nos relata la historia más sencilla, honesta y noble de un grupo de voluntarios irlandeses que cambiaron de bando y se pusieron a favor de los más débiles sólo porque así se lo indicaba su conciencia y su sentido de la justicia. A la causa de estos primeros voluntarios se unieron más (mexicanos, alemanes, polacos e ingleses) para formar un batallón de artillería que le hizo pasar unos cuantos dolores de cabeza a los generales norteamericanos. Pero no sólo el enemigo era demasiado poderoso, sino que muchos otros factores jugaron en su contra: políticos que para variar querían sacar una tajada del asunto, comandantes que buscaban más la gloria personal que el ayudar a su patria, rivalidades cuando se suponía que todos deberían apoyarse, una tremenda desorganización que al parecer nuestro país no se ha sacado de encima todavía...


Sin embargo, lo que hubiera de fracaso militar de los San Patricios no opaca en lo más mínimo su triunfo en el espíritu humano; a quien le haga falta un poco de fe, de seguro le caerá bien darle un repaso a su historia, y de paso sacarse de la cabeza algunos mitos sobre la guerra de intervención norteamericana, El Álamo y hasta el general Santa Anna que andan rondando por ahí. El punto de vista del doctor Hogan es absolutamente imparcial, y lo que descubrió sin duda le va a arder a leales de todos los bandos. Pero total, somos humanos. Y deberíamos de esforzarnos más para ganarnos el título.

Una servidora tuvo la suerte de conseguir y leer este libro en el mismo año de su publicación (a finales de los 90); para entonces lo único que había leído sobre el asunto eran las cuatro o cinco líneas antes mencionadas y la novela El Batallón de San Patricio, de Patricia Cox. Me alegró que mi fascinación con Irlanda pudiera tener ahora un motivo más público. De lo que no iba a hablar entonces era que mi profundo cariño a esa hermosa tierra de héroes se había inflado como pez globo, a reventar; y que por fin se me había puesto claro aquel asuntillo de mis impresiones tras la primera visita a Irlanda: que sí, los irlandeses son como los mexicanos, salvo porque se ven tal vez más felices y todavía disfrutan del correr del tiempo.

Como no sabía entonces que el autor trabajaba a una media hora de la casa de ustedes, cometí una verdadera tontería para poder leer este libro en inglés (ordenarlo de un importador de los Estados Unidos que a su vez tendría que mandarlo pedir a Guadalajara). Pero me mataba la curiosidad, y ahora puedo decir con la mano en la cintura que si consiguen Los soldados irlandeses de México en español o en inglés da exactamente lo mismo: el original es fácil y ameno, y la traducción (en la que colaboraron un historiador y un militar) es impecable y se lee tan a gusto como el original. Lo único malo es que una y otra versión se han vuelto un tanto raras; pueden encontrarse, a precios de verdadera pesadilla, en Amazon, pero la forma más barata de comprarlos es visitar o ponerse en contacto con la librería Sandi en Zapopan, Jalisco. Me acabo de enterar, por este blog, Domhan Ceilteach, que en el Distrito Federal todavía se vende en el Museo Nacional de las Intervenciones. Cuando una servidora se encuentre en posibilidades de conseguirlo para ustedes, no dudaré en avisarles para que me escriban. Si mientras tanto se encuentran con él, léanlo, conozcan la historia de los San Patricios, pasen la voz, recuerden este día con cariño; si profesan alguna religión, oren por ellos. Erin Go Bragh. Viva México.

Recomendaciones: Absolutamente todo el mundo debería leer este libro, pero no a todos les caería muy bien.

Abstenerse: Si la historia de México no les interesa. Si apoyaban la política de George W. Bush.

martes, marzo 17, 2009

Patricio, por Fitzpatrick

Image Hosted by ImageShack.us

¡Feliz día de San Patricio! No, no quería pasar este día tan especial sin pararme por la casa de ustedes, pero de veras que el trabajo ya me tiene loca... de todas formas, además de mi ropa verde de todos los años, para conmemorar la ocasión he querido colgar aquí en la sala una pintura de San Patricio que realizara el artista irlandés Jim Fitzpatrick (el mismo que hiciera tan famosa... e involuntariamente comercial, la cara del Che Guevara). Por favor, hagan click en la imagen para verla completa, grande y bonita.

¿No les encanta el aire a Gandalf que tiene este San Patricio? La escena que se representa, además, es de una historia que el santo hiciera famosa. Es divertida, aunque la verdad tiene todo el aire de mito. Como sea, a los niños les gusta escucharla. Aquí está cómo me la contaron a mí en Cashel.

Se cuenta, pues, que un día Patricio le dijo a las serpientes que hicieran el favor de largarse de Irlanda, y todas, muy obedientitas, se lanzaron al mar y se fueron a buscar un nuevo hogar al continente o a Inglaterra. Una de ellas, grande y feroz, levantó la cabeza, y retó al santo a que la echara, si se atrevía. Patricio con mucha calma le tiró un pedazo de comida a una caja de madera, y cuando la muy boba fue a recogerla, él le puso la tapa encima y arrojó la caja al mar. Hay quien dice que esta serpiente grande se enfadó y se fue a refugiar al Loch Ness (?).

Ahora, es mucho mejor si nos tomamos todo esto como una metáfora, que las serpientes representaban a diferentes tipos de maldad y que Patricio se deshizo de ellas.

En efecto, y se sorpende uno todavía más si es gente de campo y nota cuánta vegetación hay en la isla, lo ideal para que se escondan las víboras de las que por el norte de Jalisco y el sur de Zacatecas hay que cuidarse, pero no hay serpientes, ni una sola. Tal vez, se dice, nunca las hubo. La única que vi en Cashel tenía un siglo de antigüedad y estaba bien metida en un frasco de formol; un misionero la había llevado para que sus discípulos irlandeses conocieran las víboras; de verdad que jamás las habían visto frente a frente. Para mi segunda visita al país, ya había algunas serpientes en Dublín, todas en tiendas de mascotas. El mal... supongo que también estará a la venta por ahí.

Pero, señores, no echemos a perder la fiesta; lleven una prenda verde, acuérdense de los San Patricios, si hay oportunidad llévense a algunos amigos a brindar, y canten un poquito si se animan. Lá Lé Pádraig!

miércoles, febrero 11, 2009

Dieta

Image Hosted by ImageShack.us
Una foto estilizada de un desayuno irlandés...
tuve que sacarla de internet porque

no encontré la que tomé en Galway en
el verano del 2005. Otra vez será.


¡Ay, estoy a dieta otra vez! Tal pareciera que en los últimos diez años no he hecho otra cosa que acumular kilos extra. Ni siquiera me di cuenta cuando mi índice de masa corporal comenzó una escalada que espero tenga retorno, aunque puedo localizar perfectamente el momento en el que mi antes inmejorable metabolismo se echó a perder. Puedo incluso señalar a un culpable (¡sí, tú! ¡El de la mitomanitis! ¡Ojalá te pudras en el infierno, tú con tus fantasías pseudonordicorientales... padre desobligado, mataperros de mierda! Pero antes... ¡devuélveme mis libros, mi viejo metabolismo y el tiempo que perdí en tu curso de verano, estúpido!).*

*Por favor, no me hagan preguntas con respecto a este berrinche.

No se puede hacer otra cosa más que reeducar el cuerpo, y hacerlo sin fijarse demasiado en la miseria que lo cubre; cada curva salida de control parece un camino que no llega a ninguna parte; cada lonjita es el trazo de una pena; mi heroico trasero, que es el que ha tenido que soportar más del peso de mis errores (y lo ha conseguido, hasta eso, sin derrumbarse), pide clemencia. Mi Capitán nunca me llamaría “gorda”; pero mi ropa protesta todos los días.

No es hacer dieta lo que en sí me molesta, sino tener que preocuparme por la comida. Ya no vivo sola, y he tenido que batallar un poco para hacerme a la idea de que mi habitual cocina japonesa todos los días puede fastidiar a cualquiera que no sea yo. Combinar gustos y llegar a concesiones con respecto a los alimentos puede ser tan desgastante como para dejarlo a uno harto y en manos de la comida rápida. O de cualquier porquería que vaya de un paquete al microondas.

Estar a dieta es, para una servidora, una etapa no de hambre, sino de profunda nostalgia, porque los mejores tiempos de mi vida han sido aquellos en los que la comida no ha tenido mayor importancia que los episodios más dulces, más salados, más jugosos que la rodean. Me viene a la mente el verano que pasé en Irlanda e Inglaterra, en el 2005.

En Galway, estuve siguiendo una especie de “dieta irlandesa”; primero, el desayuno tradicional, compuesto de dos huevos estrellados (me encanta la yema a medio cocer cuando baña una clara perfectamente sólida), con una guarnición de champiñones sofritos, dos rebanadas de un tocino tan magro como no he visto en ninguna otra parte, dos salchichas gordas e hinchadas por el calor, un poco de jitomate, una rebanada de morcilla clara y otra de oscura, y un ramillete de berro (me contaron que los inmigrantes que vivían en Londres lo cultivaban en tiestos que colgaban de sus balcones; no podían hacer más). Todo con una canastita de pan de centeno, que uno podía untar a gusto con mantequilla (¡mantequilla de verdad!) y mermelada de frutas, y jugo de naranja y té con leche para beber. Tal cantidad de comida, ya se imaginarán ustedes, lo podía tener a uno de pie y activo buena parte del día. Hacia las seis de la tarde, ya que empezaba a apretar el hambre, me iba a una pequeña cafetería a tomar otra taza de té con leche, acompañada de un scone recién hecho y más mantequilla. Por la noche, me iba a algún pub en busca de alimento espiritual (música y conversación) y mi cena: una copita de Baileys y vaso tras vaso de agua con una rebanada de limón.

Después, cuando estuve en Birmingham, la cosa cambió un poco. En el hotel donde estuve ofrecían un desayuno buffet junto al precio de mi habitación; tenían para escoger huevo, hot cakes, pan, salchichas, jamón, fruta y cereal. Me servía un poco de todo, y después me robaba algunos de los quesitos brie individuales que ponían en canasta junto a la mantequilla para almacenarlos en mi mochila y tenerlos listos para el mediodía. Tampoco me faltaba un chocolate Cadbury de los despachadores automáticos de la Universidad de Aston, donde anduve por el evento de Tolkien 2005. A las seis o siete de la tarde, me iba con quien quisiera acompañarme al pub de la Universidad, curiosamente llamado “The sack o’ potatoes” y le hacía el honor al nombre del lugar con una deliciosa papa al horno, rellena de crema, especias y muchos, muchos champiñones (como buena irlandesa wannabe que soy, adoro las papas, y mi naturaleza hobbit me empuja además hacia los hongos comestibles). De vuelta a mi hotel, por la noche, me esperaba una tetera eléctrica lista para usarse, con un paquete de galletitas de crema. Tan buena como la cena era el tibio baño antes de dormir.

De vuelta a Irlanda, cuando me di cuenta de que el presupuesto de viaje se hacía cada vez más escaso, tuve que cambiar a la “dieta de Dublín”, ésa que reunía la nueva etnografía de una ciudad que no recordaba tan distinta. Mi desayuno irlandés, esta vez salido de las manos amorosas de mi anfitriona de un Bed and Breakfast en el distrito de Drumcondra, tenía huevos escalfados, no fritos, pero el mismo hermoso tocino y salchichas, cereal, pan de caja y ese té negro tan peculiar. En la esquina de la cuadra donde me quedaba había una tienda de chinitos (una abarrotera), y siempre me detenía ahí a comprar el espécimen más sabroso de Cadbury (uno hecho de láminas de chocolate claro cubierto con chocolate de leche) que he llegado a probar, para sacar cambio para mi autobús al centro de la ciudad. Como ya no había dinero para entrar al Trinity College, ni a museos ni nada, me pasaba el día junto al río Liffey, o en el muelle, o en el parque del Arzobispo, o escuchando a músicos callejeros; más o menos al mediodía me comía el chocolate. Alguna vez me gasté un poco de dinero en un té orgánico caliente; pero la reserva era para la noche, cuando de camino a mi cuarto volvía a pasar por la tienda de los chinitos. Los propietarios me sonreían al verme llegar, porque ya sabían que yo iba por una bolsa de papas especiadas que, por la hora, daban a mitad de precio. Un día hasta insistieron en el descuento, aunque no era tan tarde aún, y aproveché también para comprar un caldo de pollo en polvo que preparé en el mismo plato del cereal instantáneo que había sido mi cena la noche anterior.

No precisamente nutritivo, todo eso, ¿verdad?, ni mucho menos ejemplo de buenos hábitos. Pero así como la ven, en dos semanas y media perdí aproximadamente cinco kilos.

Nadie tiene qué contármelo; no hay mejor remedio para bajar de peso que la felicidad.

viernes, septiembre 12, 2008

Erin Go Bragh!

Aquí en México se considera a septiembre como el mes de la patria; el 16 es el aniversario de nuestra independencia (pasamos de virreinato a república rara). Pero el día que más me gusta es éste, el 12, porque es cuando puedo celebrar al mismo tiempo a mis dos países: el de nacimiento (aquí) y el de adopción (Irlanda).

Cuando, hace tiempo, me enamoré de esa isla de maravillas sin haberla visto nunca; cuando la conocí, por fin, y descubrí una enorme afinidad entre su gente y la de mi tierra; cuando me despedí de ella con dolor en el corazón porque sentía que aún faltaba mucho qué decir, todavía no tenía idea del lazo histórico y profundo que unía a México con Irlanda. Me enteré por casualidad; un día que andaba revolviendo libros en un puesto callejero en Zacatecas descubrí una novelita vieja con la inconfundible cruz celta en la portada; era El Batallón de San Patricio, de Patricia Cox. Una hojeada al volumen, y el conocimiento de un tirón me dejó clavada en mi sitio. ¿Qué? ¿Soldados irlandeses en México? ¿Durante la intervención norteamericana? ¿Que hicieron qué...?

De pronto, muchas nubes en mi cabeza se disiparon; muchas preguntas privadas tuvieron respuesta instantánea. Corrí a la biblioteca en busca de más información. Qué patético; en doce tomos voluminosos de una enciclopedia de historia de México al asunto le dedicaban tres míseras líneas.

Ni modo; habría que extraer con pinzas granos históricos de la novela misma. Durante mucho tiempo no tuve nada más; de pura suerte, en la ciudad donde vine a residir vive también el doctor Michael Hogan, posiblemente la persona que más sabe sobre el batallón de San Patricio, y pude tener fácil acceso a su material publicado por la Universidad de Guadalajara.

Permítanme contarles muy brevemente la historia. En 1846, el presidente de Estados Unidos James K. Polk comenzó una invasión a México. ¿El pretexto? Que los mexicanos habían atacado a ciudadanos norteamericanos en suelo norteamericano. Esto se refería al incidente con Texas (una parte del territorio nacional que buscó hacerse independiente) que terminó en la matanza de El Álamo. Ahora, de nada serviría hacer notar que el incidente de Texas había ocurrido casi diez años antes de que ese territorio se anexara a los Estados Unidos, y que los involucrados, aunque colonos norteamericanos, ya tenían la ciudadanía mexicana y eran criminales bajo las leyes del país (que, bajo pena de muerte, prohibían la posesión de armas; dura lex, sed lex). La represión de El Álamo fue algo terrible, pero no quiero imaginarme qué ocurriría si de pronto los habitantes de Florida (muchos de ellos cubanos) decidieran independizarse de su país con todo y el estado.

Esta guerra, muy injusta, terminó con la pérdida de más de la mitad del territorio mexicano al país vecino.

Había demasiado en contra; el ejército invasor era muy poderoso, México no estaba preparado ni organizado para semejante contratiempo, y quienes tenían poder eran una verdadera bola de ineptos, empezando por el presidente Antonio López de Santa Anna. Con todas las de perder, ¿habría alguien que apostara por nosotros, que se pusiera de nuestro lado sólo por convicción, sólo por creer que una piedrita en medio de una corriente haría la diferencia? Por sorprendente que parezca, la respuesta es sí. Una piedrita hace una onda.

Entre las tropas norteamericanas había unos pocos centenares de inmigrantes que habían escapado del hambre y la miseria en una patria añorada. En el nuevo mundo (el pedazo que era Estados Unidos, pues) los trataron con las patas, por ser católicos y por ser irlandeses. Con la promesa de ciudadanía y mejor trato, se unieron al ejército y marcharon contra México.

Una vez ahí, la situación les pareció conocida: Un país poderoso que atacaba a otro sin mayor afán que expandir las fronteras; la religión de los padres, pisoteada y manchada... ¿no era eso lo que estaba pasando en su Irlanda, que padecía bajo las garras inglesas? Y entonces los irlandeses hicieron algo que sólo los hijos de esa isla bella y valiente pudieron haber llevado a cabo: se cambiaron de bando y apoyaron a los más débiles, just because it was the right thing to do.

Los irlandeses (junto con alemanes, mexicanos, polacos, italianos y algún que otro esclavo estadounidense escapado) se unieron bajo una bandera verde y el nombre del santo patrono de Irlanda. Su capitán se llamaba John Riley y era de Clifden, al oeste de la isla.

En esta canción de David Rovics, Saint Patrick's Battalion, se cuenta otro poco de la historia. He puesto la letra en inglés seguida de un intento de traducción. Me gusta mucho la colección de fotografías de este video.






My name is John Riley
I'll have your ear only a while
I left my dear home in Ireland
It was death, starvation or exile
And when I got to America
It was my duty to go
Enter the Army and slog across Texas
To join in the war against Mexico

It was there in the pueblos and hillsides
That I saw the mistake I had made
Part of a conquering army
With the morals of a bayonet blade
So in the midst of these poor, dying Catholics
Screaming children, the burning stench of it all
Myself and two hundred Irishmen
Decided to rise to the call

Coro:
From Dublin City to San Diego
We witnessed freedom denied
So we formed the Saint Patrick Battalion
And we fought on the Mexican side


We marched 'neath the green flag of Saint Patrick
Emblazoned with "Erin Go Bragh"
Bright with the harp and the shamrock
And "Libertad para Mexicana"
Just fifty years after Wolf Tone
Five thousand miles away
The Yanks called us a Legion of Strangers
And they can talk as they may

(Coro)

We fought them in Matamoros
While their volunteers were raping the nuns
In Monterrey and Cerro Gordo
We fought on as Ireland's sons
We were the red-headed fighters for freedom
Amidst these brown-skinned women and men
Side by side we fought against tyranny
And I daresay we'd do it again

(Coro)

We fought them in five major battles
Churubusco was the last
Overwhelmed by the cannons from Boston
We fell after each mortar blast
Most of us died on that hillside
In the service of the Mexican state
So far from our occupied homeland
We were heroes and victims of fate



Me llamo John Riley.

Quisiera que me escucharan un momento.
Dejé mi amado hogar en Irlanda;
era la muerte, el hambre o el exilio.
Y cuando llegué a los Estados Unidos
tuve, como era mi deber
que ingresar al ejército que cruzaba Texas
para unirme a la guerra contra México.

Fue ahí, en los pueblos y laderas
cuando me di cuenta del error que había cometido.
Era parte de un ejército invasor
con la conciencia de una hoja de bayoneta
Entonces, en medio de estos pobres, agonizantes católicos,
los niños que gritaban, el ardiente hedor de todo
yo y doscientos irlandeses
decidimos acudir al llamado.

Coro:
Desde Dublín hasta San Diego
vimos la libertad oprimida
Entonces formamos el Batallón de San Patricio
y peleamos al lado de los mexicanos.

Marchábamos bajo la verde bandera de San Patricio
y el blasón de “Erin Go Bragh”
brillando con el harpa y el trébol
y “Libertad para [la República] Mexicana”.
Apenas a cincuenta años de Wolf Tone
y a cinco mil millas de distancia.
Los yankis nos llamaron “Legión de extraños”
y pueden decir lo que les dé la gana.

(Coro)

Contra ellos peleamos en Matamoros
Donde sus voluntarios violaban a las monjas
En Monterrey y Cerro Gordo
luchamos como hijos de Irlanda
éramos los colorados guerreros de la libertad
entre mujeres y hombres morenos
Lado a lado combatimos la tiranía
y, me atrevo a decir, lo volveríamos a hacer

(Coro)

Combatimos en cinco importantes batallas
Churubusco fue la última
aplastados por los cañones de Boston
caímos tras cada descarga de mortero
La mayoría morimos en esa ladera
al servicio de la nación mexicana
tan lejos de nuestra patria ocupada
fuimos héroes y víctimas del destino.


Wolf Tone fue uno de los precursores de la independencia de Irlanda. A los irlandeses los mexicanos les decían “los colorados valientes” porque muchos eran pelirrojos.

La batalla de Churubusco (un convento fortificado) se perdió entre otras cosas porque Santa Anna mandó las municiones equivocadas a los artilleros que apoyaban a los San Patricios. En tres ocasiones alguien izó la bandera blanca, y en las mismas tres uno de los San Patricios corrió a bajarla. La mayor parte de los miembros del batallón que sobrevivieron a la batalla fueron juzgados con saña por los vencedores norteamericanos; se les declaró culpables de traición y deserción, y los ejecutaron en la horca a la vista del castillo de Chapultepec. Les habían dicho que morirían en el momento que la bandera norteamericana ondeara sobre el castillo, pero no se esperaban que la resistencia ahí (era la sede del colegio militar, y sus defensores, en mayoría, muchachitos) sería tan dura. Los irlandeses tuvieron que aguantar varias horas en el sol, y como el castillo no caía, comenzaron a burlarse y a bromear frente a sus futuros verdugos.

Hasta hace poco no había mucho que se supiera sobre estos héroes, pero me alegra ver que poco a poco esto va cambiando; acabo de comprarme una nueva novela del tema que se llama México por asalto, de Guillermo Zambrano. Más adelante les paso reseña, y también de los libros del doctor Hogan.

La segunda vez que fui a Irlanda pasé por Clifden demasiado rápido; en caso de regresar por allá, me quedaré en un B&B que se llama Aisling’s House (sólo por sentirme en casa) y buscaré algún espacio verde para meditar. La bandera mexicana, estoy casi segura, en este momento, está colocada en la plaza principal de esta ciudad.

Si, como me dijo mi amigo Fëaluin, el capitán Riley está enterrado en Veracruz, me gustaría darme una vuelta por allá, alguno de estos días, para visitarlo, supongo, y tal vez para hacerle algunas últimas preguntas. Y espero, para el año que entra, lanzarme al Distrito Federal, donde los 12 de septiembre, en la plaza San Angel Inn, suenan uno tras otro los himnos nacionales de México e Irlanda.

lunes, marzo 17, 2008

La le Pádraig

Para este día de San Patricio, pensaba preparar algo realmente bonito… un escrito inspirado con fotografías y eso. Por desgracia, estoy lejos de mi casa, y lejos todavía más de mi computadora… y vaya que esa desdichada ausencia de mi fiel compañerita blanca, Shu II (de raza Ibook G4, modelo 2004), ha tenido efectos pésimos en mi desempeño laboral. Así que tendremos que conformarnos con algo menos… pero para las fiestas le he creado a mi blog otra etiqueta (hice una nada de actualizaciones) y encontré en youtube, gracias a la usuaria MJMusicgirl, mi canción favorita sobre San Patricio, The Light on the Hill, de Moya Brennan (hermana de Enya).

No es un video, sólo la canción. Aquí la tienen.





He aquí una transcripción de la letra:

Low ro ho ro
Glór na Gael
(The Irish Voice)
Low ro ho ro
Éist le glór Dé
(Listen to God’s voice)

A sea journey takes him across
Takes our hero across
With the word in his heart
Lonely he prayed on the hill
Night and day, a hundred times
A hundred times and more

And the voice he heard calling
To plant the light of life
The light on the hill

A mission of faith sounds the bell
Brought a holy man with dreams
With his dreams for this island
Letters he left to declare
This was his promised land
It's the land that was chosen

The voice and his message
Still lives a thousand years
A thousand years and more

Mi intento de traducción (ahí disculparán las evidentes fallas… además de inspiración me faltan también mis diccionarios).

La voz de los irlandeses
Escuchen la voz de Dios

A través de un viaje por mar
Llegó nuestro héroe
Con la palabra en su corazón
Solo, oró en la colina
De noche y de día, cien veces
Cien veces y más

Y oyó la voz que le decía
Que sembrara la luz de la vida
La luz en la colina

Una misión de fe suena la campana
Que trajo a un santo con sus sueños
Con sus sueños para esta isla
En las cartas que dejó ha dicho
Que esta era su tierra prometida
La tierra que fue elegida

La voz y su mensaje
Aún vive por mil años
Mil años y más.

Siendo un jovencito, a San Patricio lo secuestraron unos piratas para venderlo como esclavo en Irlanda. Tras seis años de cautiverio, escapó. La frase “La voz de los irlandeses” hace referencia a un sueño que tuvo, donde le entregaban una carta con este encabezado y escuchaba miles de voces que le pedían que regresara.

De vuelta en Irlanda, ya como un misionero hecho y derecho, San Patricio estaba decidido a convertir esta tierra al cristianismo; según una leyenda que me contó hace más de diez años la señorita E.G., guía de un tour en Dublín a la colina de Tara y el monumento de Newgrange (me dio gusto ver en mi última visita, hace casi tres años, que este tour todavía está vigente) el 26 de marzo de 433, fecha de una celebración celta donde los druidas construían una hoguera gigantesca en la colina sagrada de Tara (y estaba prohibido que cualquier otro súbdito del reino encendiera fuego), San Patricio y sus seguidores hicieron a su vez otra hoguera, pero en la colina de Slane, justo frente a Tara; de ahí viene el nombre de la canción. Cuando los druidas fueron a ver quién carambas los estaba desafiando, San Patricio se puso a enseñarles. Bueno, también se agarró a pleito con algunos de ellos.

El 17 de marzo conmemora el fallecimiento de San Patricio; en otras palabras, el inicio de su vida inmortal.

miércoles, diciembre 05, 2007

Los escritores irlandeses en FIL 2007

De izquierda a derecha: Jorge Fondebrider, Gerard Donovan, Jamie O'Neill, Colum McCann y Claire Keegan.


“El hogar es donde no tienes que dar explicaciones”.
Gerard Donovan, en la FIL 2007, Guadalajara.


Siempre que termina la Feria del Libro me queda un poco de nostalgia; en parte porque la siento, algo así, como mi Navidad adelantada, porque me encanta, así nomás, pasearme entre los stands, sentarme en la alfombra pachoncita (la Expo Guadalajara no tiene; diferentes tipos de piso se ponen y se quitan según el evento que se lleve a cabo ahí), andar conociendo gente y platicar con ella. Y conste que esta feria no la esperaba con particular ansia; el fin de año sin trabajo, la cuesta de enero y las crisis económicas que no se aliviarán por lo menos hasta febrero del año entrante me flotan en los ojos como la daga de Macbeth.

Al final, acabé yendo a la FIL unas cinco veces, gasté más que lo que acostumbro día con día pero menos que en otras ferias (gracias sobre todo a las no-novedades de Minotauro y las repentinas mesas de ofertas en Planeta) y... de todos las conferencias y presentaciones sólo asistí a una. De veras que no me sienta bien trabajar en las tardes y mucho menos durante los fines de semana (para acabar pronto diría que trabajar no me sienta en lo absoluto, pero eso ya es otra historia).

Como sea, quisiera platicarles sobre esa única conferencia: la mesa de escritores irlandeses, el miércoles 28 de noviembre, seis de la tarde, en el salón Agustín Yáñez de la Expo.

Los participantes fueron Gerard Donovan, que leyó el principio de su novela Julius Winsome; Jamie O’Neill, novelista, que jura y perjura que durante años lo único que ha escrito es su firma en cheques; Colum McCann, que ya sabía que no entenderíamos más de la mitad del fragmento de su novela Dancer que llevó, y Claire Keegan, cuentista que ahora trabaja en su primera novela. El moderador fue el escritor y traductor argentino Jorge Fondebrider (que contribuyó en la antología Poesía irlandesa contemporánea).

Aunque amo a Irlanda con todo mi corazón (en 2005 me di cuenta, con deleite incrédulo, que se trataba de un amor correspondido) no sé nada de la literatura irlandesa contemporánea, y bien poco de la otra. Mi primer escritor favorito (Wilde) fue irlandés, eso sí; pero de ahí en demás muchos que conocí después aparecían en los libros de texto como británicos (Swift, Shaw, Joyce -sí, en serio-, incluso C.S. Lewis). William Butler Yeats es el primer irlandés “fuera del closet”... mejor dicho, “de la preglobalización” al que le tomé gusto, por varias razones. Pero, ¿qué ha ocurrido en las plumas de Irlanda a partir de entonces? La mesa trató de ello, y de mucho más.

La primera sopresa: un escritor irlandés se siente tan prisionero de tener que ponerse la camiseta de su país y hablar de asuntos relacionados como uno mexicano que trata a fuerzas de no parecer malinchista (en consecuencia, la ciencia ficción nacional le damos vueltas y vueltas la la Nueva Tenochtitlan y quién sabe qué tanto más). Un escritor, estuvieron de acuerdo todos los autores, debería tratar de lo que se le diera la gana; y es así que Dancer de McCann cuenta la historia ficticia del pequeño Rudolf Nureyev en un desbarajuste rapidísimo de oraciones, y Julius Winsome, de Donovan, está situado en Canadá y es la (para mí, al menos) conmovedora historia de un hombre solitario que se dedica a la caza de cazadores después de que uno de estos fulanos le mata a su perro.

Los escritores irlandeses son tan universales (y quieren serlo) como todos los demás, pero donde no niegan la cruz de su parroquia (y hablando de cruces, Jamie O’Neill, el más políticamente incorrecto de la mesa, se persignó antes de comenzar la conferencia) es en el lenguaje. Los irlandeses hablan ese inglés tan maravilloso, juguetón, lleno de vueltas, dobles sentidos y peculiaridades que no se parece al de ninguna otra parte del mundo y que posiblemente desaprobaría un profesor de lenguas... porque para Irlanda el inglés fue una lengua extranjera y sigue sonando como tal. Puedes hablar de lo que quieras, pero en lo que hablas está tu identidad... y mejor alegrarse con ello.

El tema que ya me esperaba salió a colación cerca del final de la sesión de preguntas y respuestas: la extraña afinidad que hay entre mexicanos e irlandeses y que, por suerte, no es invención mía. Claro que se mencionó a los San Patricios y eso como asunto que ya se hizo del dominio público, pero ahí no se quedó la cosa: los cuatro escritores describieron sus experiencias al llegar a México (para algunos era la primera vez aquí) de la misma forma y casi casi con las mismas palabras que le he oído a los mexicanos que van a Irlanda: “es que aquí (el aquí igual podría ser Galway que Guadalajara) uno se siente como en casa”. Gerard Donovan remató con esa cálida frase que cité al principio.

Como en casa. Exactamente.

* Gerard Donovan tiene una obra publicada en español, El telescopio de Schopenhauer, en Ediciones Tusquets. La llevaron a vender y se veía de antojo, pero, para variar, Tusquets en México trae los libros casi al doble de precio que en España, así que mejor me detuve ahí. Pero, por lo pronto, voy a encargar Julius Winsome en inglés (Dancer de Colum McCann, otro de mis antojos, también está barato en el original).

Creative Commons License
La casa de Aisling by Laura Michel is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Derivadas 2.5 México License.