sábado, junio 12, 2010

Carretera



¿Qué sentido tiene correr cuando estamos en la carretera equivocada?
Proverbio alemán

El día de hoy comienza el último año de mi treintena.

Dicen que los cuarenta es un número difícil... yo la verdad no tengo idea. Los de mi Capitán pasaron sin demasiado escándalo; él sigue con su voz de jovencito, su pelo espeso y totalmente negro, su rostro de muchacho, su sonrisa de quien descubre la vida cada día. ¡Qué suerte tiene, y qué suerte tengo yo en todo caso, por contar con él!

Por lo pronto, quisiera pedir que me disculpen por no poner orden en los borradores que tengo para subir aquí; llevo demasiado tiempo sin actualizar. Tampoco voy a darme un autorregalo lindo como lo hice el año pasado; la verdad es que no estoy de humor.

Nunca hasta ahora, llegué a creerme eso de que los cumpleaños en cierto momento lo deprimen a uno, más que alegrar. No tiene nada que ver con la edad, el número fatídico ni nada; en la calle, las tiendas y los sitios públicos me dicen “señorita”, cuando me aparezco por las escuelas y universidades me preguntan si quiero inscribirme, hasta hace unos meses una conocida de mi mamá que no la había visto en mucho tiempo y que coincidió con nosotros en la plaza de su pueblo se puso a reprocharle el que me hubiera dejado casarme “tan niña” (?). Esta semana me dijeron que mi espíritu y mis ojos son jóvenes también.


¿Entonces cuál sería la bronca? Creo dar con el hilo negro. En el lapso de tres días, he hablado con sendos amigos, y cada uno de ellos me ha contado algo maravilloso de su nuevo o reciente empleo: que la atención y el cuidado que le prestan al capital humano, que lo divertido que es porque uno puede comprometerse, que lo que aprecian ahí la creatividad, y tantísimas cosas más que si la envidia y los celos fueran alimentos hipercalóricos en esos tres días hubiera quintuplicado con ellos el peso de una rata común. Me alegré con toda sinceridad por mis amigos. Después me entristecí por mí misma, y créanme que la autocompasión repentina es el sentimiento más miserable que se le pudo haber ocurrido al Señor cuando diseñaba la compleja psique del ser humano.

Recuerdo que hace unos veinte años (bueno, poquito más) estaba una servidora mirándose en el espejo, y preguntándose qué demonios ocurriría con ella en el futuro. En ese entonces tenía muy serios planes de convertirme en mamá soltera (de una niña que se llamaría Kitty, la pobrecita) y buscar algún trabajo que tuviera que ver con el medio editorial, de preferencia fuera de mi país. Pero, planes y todo, estaba dolorosamente consciente de que a lo que por entonces me dedicaba no estaba sirviendo la gran cosa.

¿Han ustedes oído hablar de los dèja vu? ¿De los que son tan reales que parecen filmados con cámara estereoscópica? Pues ahí está. La persona que en este momento me mira al espejo, me cuesta aceptarlo, es la misma que a finales de los ochenta se hizo la pregunta que abre este texto, la del proverbio alemán. Sólo que ahora tiene algunas patas de gallo, kilos de más, rodillas adoloridas y problemas económicos. Mira hacia atrás y ha recorrido un largo trecho, pero tiene la molesta sensación de que ha dado pocos pasos en la dirección correcta, y que ve el futuro algo gris. Y ha decidido, también, dejar de correr y caminar un poquito más despacio, para no tropezar con las piedras y las serpientes y no pasar por alto las desviaciones interesantes. ¡Quiera Dios obsequiarme, por doce meses y ya, atención extra, espejos retrovisores de calidad, y mejores “good walking shoes”, como decía en el 2005 mi adorable casera en Dublín!

Salvo por las notas y autofestejo que acabo poniendo en el blog, siempre he sido muy discreta con mi cumpleaños; hasta eso va a cambiar este año. Oh, ese bendito Facebook...


Nota: ¿Me permiten un último arranque ególatra y autodedicarme una canción de cumpleaños? Aquí tienen la versión en inglés (casi) de JiDai, de Miyuki Nakajima, interpretada por Hayley Westenra. Espero que les guste.

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