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lunes, enero 25, 2010

Jóvenes

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Fotografía del artista holandés Jan Oliehoek;
para ver las maravillas que hace con el photoshop,

visiten su página web.


Detractora como soy (no apasionada, conste), nadie quiere creerme que conocí a Harry Potter desde MUCHO antes que se hiciera famoso. Un amigo del Capitán me pasó y la piedra filosofal, porque sabía que me gustaban “esas cosas”; comencé a leerlo sin ninguna reserva, pero al llegar al capítulo cuatro decidí que no era libro para mí, gracias. Creo que fue el sombrerito seleccionador de Hogwarts lo que me acabó de hartar (la palabra “seleccionador” siempre me remitió a los médicos nazis de Auschwitz); aunque ya me habían hecho dar respingos algunos otros detalles. Total, ahí se quedó el libro por un buen rato, fuera de mi memoria y mi lista de lecturas, hasta que se anunció la película de Chris Columbus; entonces me di cuenta que el asunto se había vuelto grande, y que la autora J. K. Rowling se había hecho más popular de lo que mis cortos alcances hubieran podido predecir. Todavía con la buena voluntad del que cree que pudo haberse equivocado, me obligué a terminar el libro antes de ver la película.

Sólo hubo una parte donde el relato me llevó de la mano y no recuerdo dónde fue; de ahí en demás lamento no haber conservado ciertos párrafos para hoy que de veras necesito remedios contra el insomnio. No sólo concluí que el libro no era para mí, sino que además estaba malito. Después pasé varios AÑOS intentando terminar las primeras páginas del volumen 2, y la cámara secreta (esta vez propiedad de mi hermana, que se volvió ultrafan). No lo conseguí. Tampoco he querido ver las otras películas sin leer los libros. Círculo vicioso.

El buen Harry no me hubiera causado el más mínimo dolor de cabeza, a no ser por cierta discusión que tuve con mi hermana, tiempo atrás. Yo decía que el primer libro de Harry Potter no era bueno, y ella, lectora añeja de ciencia ficción, divulgación científica y fantasía, opinaba que me había vuelto prejuiciosa. Primero me salió con la cantaleta de siempre de que Harry Potter había hecho que los niños se pusieran a leer (ajá, de acuerdo, pero, ¿a leer qué...?), luego me reprochó que no hubiera terminado más que el primer volumen de la serie. ¿Qué problema le veía yo a J.K. Rowling?

- La señora no sabe escribir - le contesté.

Mi hermana aceptó que así era. - Pero - insistió, con cara de fascinación -, es que deberías ver lo que pasa en el libro cuatro. Los personajes que eran tan planos, todo blanco y negro, se vuelven grises. Rowling ya está aprendiendo a escribir.

- Es que en mis tiempos - la frase me hacía sonar como ancianita -, lo que se usaba era que los escritores aprendieran a escribir ANTES de que los publicaran. Lo que va a terminar pasando con Rowling es que ahora todo el mundo va a querer sacar libros de fantasía para chavitos, y a nadie le va a importar la calidad que tengan.

Hace ya casi diez años de esta plática; creo que una servidora recién acababa de casarse o en eso andaba. ¿Qué puedo alegar ahora? Bueno... que odio parecer avechucho de mal agüero, y odio todavía más cuando en mi avechuchez tengo razón.

La fantasía es mi género literario favorito, y la verdad es que el encontrarme ahora estantes llenos en las librerías, en lugar de alegrarme, me deprime, porque de tanto que hay ya no se sabe qué resultará bueno y qué no, y los libros están demasiado caros como para arriesgarse a las decepciones. El mensaje que Rowling le envió al mundo editorial fue éste: cualquiera puede escribir. Y, aún más lejos, cualquiera puede escribir fantasía. Lo que es peor: cualquiera puede publicar fantasía.

Cuando recién salió El Señor de los Anillos, me acuerdo que muchos críticos dijeron que se trataba de “basura juvenil” y otros epítetos menos lindos. ¿Que si estaban equivocados? Oh, sí; me he encontrado con muchos lectores adolescentes que piensan que El Señor de los Anillos es aburrido. Ahora bien, ¿no me habré convertido en uno de esos amargados críticos yo misma, con respecto a la fantasía de ahora? No lo creo; espero seguir confiando en mi buen juicio. Y eso que una buena parte de los escritores que me siguen gustando son de los que podría clasificar uno como “juveniles”: pongo a Diana Wynne Jones en primerísimo lugar, y lamenté que muriera Lloyd Alexander en 2007; ha habido quién dice que los libros de Terramar de Ursula K. LeGuin y los de Peter Beagle son “para niños”; mi segundo libro favorito, La Colina de Watership de Richard Adams, es una novela sobre conejos (?).

Nada tengo contra la fantasía juvenil siempre y cuando se haga como es debido (en otras palabras, que un adulto pueda leerla sin sentirse tratado como idiota). Pero la que me ha tocado leer en los últimos tiempos no tiene el ingenio de Diana Wynne Jones, la belleza de Alexander, las profundas reflexiones de LeGuin, el delicioso sentimiento de Beagle y la aguda y a veces dolorosa crítica de Richard Adams; se prefieren ahora los argumentos más o menos fáciles, los mensajitos morales obvios y sobre todo, eso es lo que más detesto, las autoproyecciones.

En la Feria del Libro de 2004, tuve la oportunidad de conocer al autor Juan Antonio Pérez-Foncea, que recién acababa de publicar El bosque de los Thaurroks, el primer libro de su proyectada y ahora completa saga de Iván de Aldénuri. Un señor muy amable y con una voz mesurada, comentó en su presentación que mucha de la fantasía moderna está basada en cuestiones pseuo celtas y/o anglosajonas, y que él deseaba situar la suya en su querida costa del norte de España. Muy bien hecho. Me autografió su libro sobre un niño que puede volar y donde los monstruos tienen cuerpo de dinosaurio y cabeza de toro (!), y llegando a la casa me puse a leerlo. No, tampoco pude con él. Ningún problema de ideologías cruzadas ni nada de eso. Simplemente ocurrió que el libro se puso aburridísimo, y que comencé a confundirme con todos los personajes y sus nombres (no lo que le ocurriría a alguien que se aventó El Silmarillion sin perderse una sola vez, ¿verdad?). Pérez-Foncea ya había advertido que los adultos solían quejarse de eso y atribuyó el hecho a nuestra calcificada imaginación, no a que sus condenados personajes hablan, piensan y se comportan exactamente de la misma manera, y resulta difícil distinguir entre uno y otro. Qué remedio.

Pero en esta Feria del Libro pasada me tropecé con lo que más me preocupa de todo el asunto: las editoriales que parecen estarse peleando por ver quién publica al autor más joven. (Ya había pasado: Christopher Paolini comenzó a escribir a los quince su libro Eragon, que sus papás le ayudaron a publicar un par de años después; qué vergüenza, tampoco pude terminarlo porque durante todo el tiempo que estuve leyéndolo me estuvo retumbando en la cabeza un remix de la Marcha Imperial. Gracias al muchacho, a alguna editorial se le ocurrió reempaquetar El vuelo del dragón, de Anne McCaffrey, como fantasía juvenil. Vaya por Dios).

Los dos escritores mexicanos de quienes les voy a platicar también arrancaron como menores de edad: conocí a ambos en la última feria, una con mayor promoción que el otro, una en presentación de libro y otro en el mismo stand donde se vendía; fue éste el que terminé comprando porque costaba la mitad que el de la otra. En un segundo les cuento lo que pueda de ambos.

Andrea Chapela publicó La heredera hace casi un año, pero lo comenzó también de quince; vi el volumen en librerías, me picó la curiosidad, me espantó el precio. Sigo sin leerlo y quisiera hacerlo, a pesar de que por las oídas y similares calculo que no se trata de nada del otro mundo (muchos medios hablaron del libro y todos se enfocaron en maravillarse por lo joven que es la autora y cómo fue a incursionar en el género fantástico; el único que tuvo la decencia de decir de qué trataba fue un suplemento del periódico El Informador); pero en la presentación del segundo volumen de la saga, El creador, me quedé con algunas ideas más.

Andrea tenía una voz temblorosa como hoja en medio de un huracán, y a cada segundo de la presentación parecía estar a punto de morirse del estrés; remataba sus frases con una risita nerviosa que parecía pedir “no me hagan más preguntas por favor”. Pero como de hecho de eso se trataba la ponencia, se puso a responder cuestiones que, ella misma dijo, siempre salen a colación: que si comenzó como fanfiquera de Harry Potter, que si la publicaron más por suerte que por otra cosa, que había planeado hacer una trilogía (todos lo hicieron por culpa de Tolkien, y él nunca tuvo esas intenciones en primer lugar) pero la historia le había quedado demasiado larga e iría por cuatro libros. Sobre el tema de su historia, se mostró tan vaga como la mayoría de las reseñas, pero alcanzó a mencionar que de dos amigos que viajan a un mundo imaginario con su lucha consabida de bien contra mal... sí, el cuento de costumbre.

Bien, pues, una servidora tenía varias preguntas en mente, y esperaba que al menos una no fuera de las repetidas. Primero fue sobre sus influencias; Phil Pullman y Harry Potter por delante, me añadió a Tolkien y a Lewis como de prisa, pero a estos dos últimos autores como que ya los están metiendo de cajón en cuanto a fantasía (¿no les había contado algo al respecto?). Después le confesé con toda franqueza que ya me estaba hartando la fantasía juvenil nueva porque todo era pan con lo mismo; que qué tenía su libro que ofrecerme a mí, una adulta (a lo que respondió lo que antes les platiqué), y qué había de nuevo en su novela para el género. Ella dijo que siempre se ponía muy prudente con eso (es decir, que alguien más ya se lo había preguntado. Bleh) y que su conocimiento de la literatura fantástica era limitado, pero que lo de mezclar mundos fantásticos con el mundo real era idea suya. (¡AUCH!).

En cuanto vio mi cara de ¡AUCH!, Andrea reaccionó... dijo que si conocía a algún autor que hubiera hecho eso antes, se lo hiciera saber. No seguí ahí mismo (después de todo, era la hora de la joven) pero, si estás leyendo esto, Andrea, la lista es larga... si nos vamos por orden alfabético empezaría con Peter Beagle, Terry Brooks, Jonathan Carrol, Stephen R. Donaldson, el mismísmo Michael Ende, Alan Garner, Robert Holdstock, Robert E. Howard, Diana Wynne Jones, Guy Gavriel Kay... creo que podría encontrar uno con cada vocal y consonante, y lo malo es que no conozco a todos los escritores que quisiera. El mundo no se acaba en Hogwarts. Gracias a Dios, tampoco empieza ahí.


Erik Velazquez Reyes, de dieciséis años, es quien rompe el récord: tenía quince cuando hizo su novela publicada el año pasado. Me lo encontré en el stand donde se vendía su libro, Zetro: el legado de los dragones, en el Área Internacional; me vio hojeándolo, y su editora me ofreció un descuento con tal de que me lo llevara. El chico me lo autografió, y me dijo que Chapela se lo había comprado también (pero que él no había podido corresponder, igual, porque La heredera sigue estando carérrimo). No acudí a su presentación (creo que sí la tuvo) porque había otras cosas pendientes, pero platiqué un poquito con él, y aunque la voz le temblaba menos que a Andrea, sí consiguió desconcertarme un poco. A mi pregunta típica de “qué autores te gusta leer”, me arrojó a la cara a Gabriel García Márquez y a no sé cuánto más de realismo mágico latinoamericano (justo el tipo de literatura que más me carga la paciencia). Le insinué que no le creía, y con tirabuzón conseguí sacarle que es fan de la saga de Dragonlance, de Harry Potter, del tarado de Dan Brown y otra referencia obligada a Tolkien. Jamás aceptó su gusto por el animé japonés. Cuando le agradecí el autógrafo, le aconsejé que no se avergonzara de lo que leía; que si le gustaban cosas que otros consideraban basura, que lo presumiera y a mucha honra. ¿Un acomplejado, el chico? No, claro que no. Pero creo que cuando uno tiene un libro publicado a los quince años, lo que quiere es que lo respeten y una forma de conseguir respeto es posar como adorador de escritores “consagrados” a los que ya nadie cuestiona.

Bueno, adquirí el libro; el Capitán me reprochó la compra, pero no me arrepiento. El que espero que no se arrepienta eres tú, Erik, pero si estás leyendo esto quiero que sepas que voy a leer tu libro, que tengo todas las intenciones de reseñarlo y que mis criterios no son nada blandos. Bajo esa premisa, no tiene nada de ilegal que ponga un pedacito de tu novela, ya que en esta entrada intento probar un punto a mis lectores y me gustaría que supieran por qué todavía no consigo entender qué estaba pasando por la cabeza de tu editora.

El párrafo es una brutal escena de asesinato que culmina con un kamehazo; conservo la puntuación y la ortografía del original.

Nodiak arrancó una gran rama de un árbol que le quedaba cerca y empezó a darle golpes a Copai. Erlot también lo estaba ayudando.

Copai ya no podía más, estaba deshecho literalmente, trató de moverse pero las quemaduras y el dolor se lo impidieron.

Erlot y Nodiak siguieron golpeándolo sin tregua.

Cuando vieron que Copai estaba totalmente debilitado y no podía moverse pararon, y comenzaron a prepararse para dar un ataque letal. De las manos de esos dos seres malignos comenzó a materializarse una bola de fuego, entre los dos empezaron a formar una esfera ardiente cada vez más grande, más y más.

Atacaron al mismo tiempo lanzando una enorme ráfaga de fuego. Copai, quien ya se encontraba de pie, estaba tan débil que no pudo moverse para esquivar el ataque.
El fuego lo golpeó bruscamente, las brazas lo devoraron. Copai estaba cubierto de fuego, después cayó y murió.

Las observaciones se las dejo a ustedes.

Como les decía, me da trabajo encontrar otra explicación que no sea el mensaje implícito de Rowling para que gran parte de la literatura fantástica contemporánea sea derivativa, chafa, aburrida y sosa: los editores que la publican NO son editores de fantasía; no conocen el género ni tienen gusto por él; un manuscrito sin calidad o una idea sobada le sonará tan bien como las canciones ochenteras de Verónica Castro, Lucía Méndez o hasta Erika Buenfil a oídos no educados. A ellos los autores, y en especial los más jóvenes, se refieren con otro lugar común: que “creyeron en ellos”. Pero a mi ver, más bien lo que creyeron fue que podían montar la estela de popularidad reciente de El Señor de los Anillos y, con suerte, repetir el hitazo del maguito. Yo misma llegué a ser editora de una fanzine pequeñita, y claro que creía en mis escritores, pero no por ello les pasaba por alto sus errores ortográficos o de redacción, o las barrabasadas con las que me salían de cuando en cuando.

Como los editores sigan sin funcionar, la responsabilidad va a caer en los mismos escritores. Y bien, ya sé que después de este rollo van a sonar raras mis conclusiones: me gusta la literatura fantástica, me sigue gustando; quiero que se siga escribiendo pues sólo de este modo habrá más material para leer. Quiero que los jóvenes escriban fantasía, todo lo que puedan; vamos, yo no he dejado de hacerlo. Lo que no quiero es que publiquen cuando todavía no están listos, cuando todavía no saben escribir; por saber escribir me refiero a pegar una oración con otra con la fluidez y coherencia que requiera, y un evento con otro sin que el argumento se desmorone; y ya de paso conseguir que las ideas propias opaquen cualquier influencia extra, ni más ni menos; cito a Ellen Kushner en una de las presentaciones de su estupenda antología de cuentos fantásticos para todos los gustos, Basilisk: “Por mucho que a uno le gusten las fantasías ajenas, para ser sincero con el género hay que escribir desde el propio punto de vista, desde el propio corazón, y no intentar recrear lo de los demás”.

¿La edad? Es lo menos de lo que habría que preocuparse: Peter Beagle publicó su primera novela en 1960 a los 21, y Richard Adams hizo lo propio en 1972, a los 52; uno se da cuenta de que son grandes obras porque ninguno de los dos libros ha dejado de imprimirse desde entonces.

¿Mi recomendación? No hay que tratar de convertirnos en fósiles de Hogwarts sin haber visitado antes otras universidades; la Escuela de Magia de Roke, por ejemplo, y más que quedarnos en la galaxia muy, muy lejana, conviene probarse algunos cientos de las mil caras del héroe que le dio origen.

jueves, diciembre 17, 2009

Los escritores de ciencia ficción en FIL 2009

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De izquierda a derecha: Larry Niven, Gregory Benford y Kim Stanley Robinson, en la Feria del Libro de Guadalajara, 2009. Foto cortesía del Capitán.

El jueves 3 de diciembre se llevó a cabo en la Feria del Libro una de de las actividades más interesantes y placenteras a las que me tocara asistir: primero, en el Café Literario (un salón pequeñito al lado del pabellón principal de Expo Guadalajara), una mesa de escritores de ciencia ficción, donde estuvieron Larry Niven, Kim Stanley Robinson y Gregory Benford; un par de horas después, en uno de los salones de conferencias, se les unió para una conferencia Mark Z. Danielewski, un escritor que, qué vergüenza para una servidora y acompañantes, no conocíamos hasta entonces.

Yo no soy lectora de ciencia ficción; de eso, supongo, ya nos habremos dado cuenta; a pesar de que ya conocía a los escritores en el Café Literario, al único que realmente había leído era a Larry Niven, y eso hace muchísimo tiempo. Pero fue al mismo tiempo extraño y maravilloso (como cuando lo de Ray Bradbury, supongo) el darme cuenta de cualquier cosa que me hubiera imaginado de este autor por allá en los ochenta era... bueno, se sentía diferente. Larry Niven se sentía como un abuelito, amable, tranquilo, extremadamente lindo, un escritor de ciencia ficción que no desprecia el género fantástico ni los comics, porque ha andado metido en todo. Kim Stanley Robinson... bueno, me lo imaginaba como un tipo de playera punketa o algo así, y resultó ser un señor flaquito, mucho muy serio, de traje y lentes. Gregory Benford, el más académico de todos, fue tal vez el único que respondiera a mis imágenes mentales... y eso a medias. Decidí aventarme ambas conferencias sin el servicio de interpretación simultánea, pero debido a mi poco conocimiento del género y mi casi nula relación con las ciencias exactas (al menos los dos últimos autores mencionados hacen ciencia ficción dura) tuve miedo de no entender la mitad de lo que se dijera. Cosa curiosa, no ocurrió así. La conversación entre los autores fue muy amena, y me encontré de pronto tan cómoda y feliz como en las viejas, viejas pláticas que alguna vez tenía con viejos, viejos amigos enamorados de la especulación y la imaginación. Ya les había mencionado que ésta fue una feria de nostalgias.

Algo que se me hizo curioso (por parte de la presentadora más que nada) fue, tal como ocurrió en la conferencia de Bradbury, ese afán de “justificar” a la ciencia ficción como una forma de “predecir” el futuro. Pero por ahí no va la cosa, como estuvieron de acuerdo los tres autores (por ahí se mencionó la idea conocida de Bradbury de “imaginar el futuro para poder evitarlo”). La única razón por la que la ci fi le ha dado al clavo con ciertos hechos futuros es que sus autores han observado el presente tanto como para darse cuenta de a dónde va la cosa. Y no siempre sucede... ¿quién se hubiera imaginado que el señor Niven no cree que exista el calentamiento global?

Creo que la parte más divertida de la presentación ocurrió cuando el Capitán, para variar, metió una pregunta controversial al asunto... ¿qué opinaban los autores de esos escritores de mainstream que se metían de pronto a escribir ciencia ficción? Me encantó que todos expresaran el mismo sentimiento, o alguno muy parecido, al le pasó a una servidora por las tripas cuando La Carretera de Cormac McCarthy le ganó a 253 de Geoff Ryman el premio Ignotus a Mejor novela en lengua extranjera.

Vamos, dijo Robinson, vamos, ustedes saben que eso no es cierto. Luego resulta que Margaret Atwood dice que ella no escribe ciencia ficción. Y cuando varios escritores “de prestigio” intentan probar suerte con el género (porque piensan que para hacerlo basta meter algún mundo postapocalíptico y naves espaciales en el asunto) y reciben miles de alabanzas por alguna idea sobada, alguna imagen que ya en los sesenta era vieja, o cualquier simpleza a la que cubren de merengue churrigueresco para darle mayor “calidad literaria”, uno se siente defraudado. (Algo como esto fue lo que Ursula LeGuin mencionó sobre una nota publicada en el New York Times cuando falleciera J.G. Ballard. Pero de esto ya les pasaré algo mañana o pasado, si Dios quiere).

Más tarde, cuando Danielewski, un escritor mucho más joven, se unió a los veteranos, una servidora se puso un poquito nerviosa, precisamente por ignorancia. Pero Danielewski despertó el interés de toda la audiencia. Tiene una novela que se llama The House of Leaves que se pinta bastante rara... casi casi diría que se parece a 253. No estoy segura de que sea ciencia ficción o fantasía tal cual, pero de todas formas quisiera leerla. Y, no sé... ¿traducirla? ¿Alguna editorial la habrá comprado ya...? Oh, sueños, sueños, sueños...

Igual, ya les comentaré cuando la consiga (todavía me queda mucho por leer). Mark Danielewski salió corriendo a toda prisa cuanto terminó la conferencia; ni oportunidad de hacerle últimas preguntas o pedirle alguna foto.

El jueves fue uno de los mejores días de la Feria. Y uno de los que más lamenté que terminara.

miércoles, diciembre 16, 2009

Ray Bradbury en FIL 2009

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No es reciente, y le puse algo de montaje porque no tenía mucho que hacer... pero ésta sigue siendo mi foto favorita de Ray Bradbury.

El primer escritor de ciencia ficción para una servidora de ustedes fue Fredric Brown. ¿El segundo? Ray Bradbury, por supuesto. Recién llegada a la secundaria, tuve que “pagar el precio” de leer un libro que me pasó mi hermana con tal de que me soltara las Crónicas Marcianas, Ediciones Minotauro, prólogo de Jorge Luis Borges. Yo ni sabía quién era ese tal Borges. Pero igual me estaba costando trabajo imaginarme al tal Bradbury, aunque algo en el nombre de ambos me sonaba. Pero aun vendría un largo camino qué recorrer... poquito antes de que aquel gran bibliotecario ciego me diera una enorme lección de humildad cuando, por propia iniciativa y no por el programa escolar, decidí tomar por asalto “la lengua de los ásperos sajones”, ya tenía por delante Farenhet 451 y El vino del estío... y creo que fue aquí cuando comencé a sentir de cerca y amar a este señor, a este escritor.

Bien, el primero de diciembre de 2009, pude conocerlo junto con muchos otros lectores, lo más cerca probablemente que podré tenerlo alguna vez, en una pantalla gigante, transmisión vía satélite.

Bradbury tiene casi noventa años; se ve lúcido, pero frágil. Su imagen me recuerda un poco a su propia descripción de la abuelita que se despide en El vino del estío. Esto es muy triste, porque en mi salón de la universidad yo tenía una foto suya de joven, con ojotes soñadores y cabello rubio; los ojos, hasta eso, no han cambiado, pero cómo me gustaría que el señor tuviera la misma fuerza que la abuela, que no necesitara silla de ruedas.

Junto a él está Sam Weller, su biógrafo. Se nos dice que hay cámaras que nos apuntan y que el autor nos está viendo; ¿será cierto? No parece. Entonces la gente comienza a aplaudir y a gritar; el anciano escritor se mueve y esboza una media sonrisa. Y ahí desaparecen las preocupaciones.

Weller lleva la conversación, pero Bradbury habla hasta por las orejas, con un buen humor contagioso y reconfortante; se pone a platicar sobre todo anécdotas (algunas las conocíamos; otras no). Ya sabíamos que había estado en México (varias de sus historias lo dan a entender), pero no que se había hospedado en el Hotel Fénix de Guadalajara; que había escrito el guión de Moby Dick de John Huston, pero no que lo había hecho creyéndose, literalmente, Herman Melville; que había tenido contacto con bastantes escritores de ciencia ficción, pero no que hubiera adoptado a Leigh Brackett como maestra.

El que pensara que la ciencia ficción dura no tiene corazón ya nos lo olíamos, al igual que la filosofía de vida que este visionario del walkman ha seguido, y se nota, con tremenda fidelidad: hay que amar lo que uno hace, y hacer lo que uno ama.


Fue una tarde deliciosa; sigo juntando pruebas de que mi teoría según la cual una persona querida, aun a la distancia, puede entibiarle el corazón a uno. Siguió una ronda de preguntas, y aunque Bradbury no respondió con el detalle que me hubiera gustado a la mía (sobre su editor argentino, Paco Porrúa) un par de cosillas no se me van a olvidar de la última parte de la sesión: que le envió un beso al público, y que dijo algo que arrancó aplausos a los presentes: “Si alguna vez hubiera personas que no crean en ustedes y los manden a volar, díganles que Ray Bradbury dice que se vayan a volar ellos”.

Voy a tomar en cuenta el consejo, por Dios que sí.

domingo, diciembre 13, 2009

Recuento de la FIL 2009

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La gigantesca pantalla interactiva de autores y citas, y un extremo de los globos-pantalla en el stand de Los Ángeles, ciudad invitada de la Feria del Libro; de nuevo, foto cortesía del Pere; ¡gracias!

Por lo general, el fin de la Feria del Libro es, para una servidora, el principio de la depresión navideña, pero este año me las voy a arreglar para que eso no ocurra. Siempre que se acerca la Feria me pongo de nervios... que si habrá dinero suficiente, que si me voy a sentir mal para variar porque aún no cumplo mi sueño de dedicarme a escribir... y resulta que en los días que dura me siento en las nubes, flotando y colgada de una alita de frágil felicidad. Lo mismo me pasa cuando se acaba un año viejo: lamento el que acaba de terminar, sólo pienso en las pruebas por las que he pasado y me amargo sola los buenos momentos.

Como sea. No voy a repetir, para variar, que este año estuvo difícil, porque todos lo han estado desde que tengo memoria de adulta. ¿Y qué? Ya les contaré qué tengo en mente. Por el momento sólo puedo adelantarles que, según se vayan terminando los compromisos laborales, iré subiendo a la casa de ustedes montontes y montones de posts atrasados; algunas reseñillas, comentarios, una traducción por ahí; esas cosas. Pero, para que no me pase lo mismo que el año anterior (muchas crónicas de la FIL 2008 se me quedaron en el disco duro) iré alternando cuestiones más o menos antiguas con otras más recientes.

En esta FIL hubo montones --eso es; montones-- de actividades estupendas, más que las compras (mi cartera, de hecho, sufrió muchísimo menos de lo que me esperaba, a pesar de que el mérito no es todo de mi templanza, sino de mis papás, que me regalaron los libros más caros. ¡Gracias, qué geniales son!). Hubo la videoconferencia de Ray Bradbury, la mesa de escritores de ciencia ficción, la presentación de las novelitas de Shakespeare del especialista en el tema Martín Casillas, el encuentro con varios escritores jóvenes y el reencuentro con viejos amigos. De todo ello, espero, les pondré una crónica; esta vez intentaré ser puntual.


Por lo pronto, ¿quieren un adelanto de las habas que se estuvieron cociendo en la feria? He aquí algunas frases memorables:

* * *

“Se nota que otros crecen”.

Melancólico suspiro del Capitán, en la mesa de ciencia ficción en el Café Literario, con respecto a la ausencia de montones de amigos y examigos que en otro tiempo hubiera hecho multitud ahí. No es cierto, Capitán. Crecer no es lo mismo que botar las raíces.

* * *

Aisling tratando de conseguir libros de la colección de fantasía de Ediciones Berenice, en el stand de Urano:

Aisling: Disculpe, ¿libros de Berenice?
Señorita: ¿Uhhh?
Aisling: De Ediciones Berenice.
Señorita: ¿Uh? ¿Qué libro buscaba?
Aisling: Lo que tenga de Ediciones Berenice.
Señorita: ¿Uh?
Aisling: De Ediciones Berenice.
Señorita: Ah. (Después de ir hacia un exhibidor que tenía alguna cosa rara de psicología, y no precisamente de Berenice).
Tenemos éstos.
Aisling: Mmmmm... No, éstos no son de Berenice.
Señorita: ¿Como qué libro buscaba?
Aisling: Libros de Diana Wynne Jones.
Señorita: Uhhhh... no, no los manejamos.
Aisling: Los tiene Ediciones Berenice.
Señorita: ¿Uhhhh? ¿Es una editorial...?

* * *

Vuelven a la carga los muchachos vestidos de amarillo en el stand de Gandhi:

Muchacho de amarillo (tras solicitarle un título): “Pregúntele a la chica de amarillo; ella sabe”.

* * *

En una presentación del libro El Creador, de una escritora mexicana jovencita, Andrea Chapela:

Aisling: ¿Qué de atractivo podría tener tu libro para un lector de fantasía adulto?
Andrea Chapela: No sé... tendría que ser adulta...

Una respuesta inteligente, supongo. El problema es que Andrea tiene 19 años. Pero igual no creo que lea mucha fantasía.

* * *

“Nos vamos a esperar aquí sentadas. Papá no se cansa”.

Mamá resignada a su hijita, frente al pasillo de las editoriales universitarias.

* * *

Nuestro amigo G. al conocer a Larry Niven.

G: Perdón, ¿es usted Larry Niven?
Larry Niven (palpandose los brazos): Sí... creo que sí.

* * *

El promocionar un libro con la ropa o los accesorios puede ser contraproducente:

“I’m a regular bitch.”
Inscripción en la playera de una señorita de Planeta.

“Tiene derecho a permanecer callado”.
Playera de un señor de Planeta que, en el stand, respondía a las preguntas de los clientes.

“Pregúntale a Silvia”.
En el botón publicitario de una señorita en la sección de consultas de Ediciones B.

* * *

A la espera de la venta y firmas de libros del señor Casillas, y frente a un montó de gente que esperaba a Gaby Vargas:

Aisling ¿Sabe quién más va estar firmando aquí?
Señorita del stand de Santillana: Pues... creo que el autor de Romeo y Julieta, pero no sabría decirle con seguridad...


* * *


Por lo pronto, esto es todo. Esperen un poco de crónicas y actualización antes de las vacaciones.

Nota: Para ver las frases memorables del año pasado, vayan a la última parte de este post.

sábado, diciembre 05, 2009

Hallazgos y recomendaciones de FIL 2009

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Un alebrije en el stand de Artes de México, para variar el más bonito de la feria; foto cortesía del Pere, que me hizo el favor de acompañarme los primeros dos días.

Esta vez no he sido fiel y constante en cuanto a mi crónica de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara. ¡Ay, lo siento muchísimo! Mi trabajo no ha cesado en todo este rato y he estado moviéndome al ritmo de compromisos (aunque, déjenme que les diga, he estado aprovechando bastante bien algunas de las actividades que la FIL ha tenido que ofrecer). Ya les iré contando poco a poco cómo estuvieron, y espero que salga alguna que otra lecturita interesante.

Por lo pronto, lo básico... con toda rapidez la presentación y los hallazgos y recomendaciones de lo que se puede encontrar; espero que puedan utilizar esto siquiera para el fin de semana que queda, y mil disculpas, también, si esta vez no soy tan meticulosa como lo he sido en años pasados con respecto al número de los stands. Pero tendré cuidado en señalar las áreas, y en la feria le dan a uno mapas para guiarse; con ellos no tendrán mayor dificultad.

  • La ciudad invitada en esta ocasión es Los Ángeles, y el pabellón principal tiene bastantes libros a precios accesibles; la mayor parte se trata de novelas, cuentos y poesía de diversos autores, pero también hay ensayos y estudios de universidades; alguno que otro de los títulos está en español. Hay un libro de antropología escrito por Theodora Kroeber, la mamá de la autora de fantasía y ciencia ficción Ursula K. LeGuin, y un estudio de la universidad de California, The Frodo Franchise, sobre la comercialización de las películas de El Señor de los Anillos y todo lo que se estuvo moviendo alrededor.
  • En Ediciones SM hay algunos libros de los géneros de autores jóvenes como Laura Gallego y Ángel Zuaré; repitieron lo que han estado trayendo en dos años, y entre otras novedades hay una mesa de diccionarios muy interesantes.
  • Editorial Océano es quien trajo esta vez libros de Factoría de Ideas; hay uno nuevo de Jonathan Carroll, Los dientes de los ángeles. Este autor me encanta, pero los precios de Océano están bastante horribles: entre 300 y 400 pesos por libro. En el mismao stand agonizan lentamente los libros de Harry Potter, que ya casi no se mueven.
  • Grupo Santillana, distribuidor de Altea, Taurus, Aguilar y Alfaguara, sigue haciendo su agosto con la porquería ésa de Crepúsculo, de Stephenie Meyer; para mostrar que los vampiros están de moda, también tienen Nocturna, de Guillermo del Toro, que las buenas lenguas (la del Capitán Quasar, para ser exactos) me han dicho que debería llamarse CSI Vampiro o algo así.
  • Ediciones Urano tiene Orgullo y Prejuicio y Zombies, la parodia de Seth Grahame-Smith sobre la novela de Jane Austen. Tiene buenas recomendaciones por parte de Amazon; cuando el dinero lo permita les contaré qué tal está. Ahí también se encuentran los libros de la jovencísima escritora mexicana Andrea Chapela, La heredera y El creador; más sobre el asunto después. Con muchísimo trabajo conseguí sacarles un libro de la colección de fantasía de Ediciones Berenice, que publica a Diana Wynne Jones, pero como era de otra escritora jovencita y desconocida a un precio descomunal, tampoco me lo quise comprar.
  • Editorial Planeta trajo las mismas ofertas que los últimos dos años, y en el mismo stand se pueden encontrar ediciones diferentes de los mismos libros a casi 300 pesos de distancia; mucho cuidado, sobre todo si quieren los libros de Terramar de Ursula K. LeGuin, que les intentarán vender a casi 800 pesos y que en el estante opuesto están como a 200 y pico. Para aprovechar la conferencia virtual de Ray Bradbury se surtieron del autor; también aguas con las diferencias de precios. Y muy tarde (a media feria; yo no entiendo qué estarán pensando) trajeron la edición bilingüe de Sigrid y Gudrun, de J.R.R. Tolkien, que, en un giro de veras impresionante a las mediocridades y metidas de pata que la editorial ha estado cometiendo en los últimos años, tiene una traducción de Rafael Marín Trechera, un escritor y traductor con experiencia de al menos veinte años. Bien por ello. Eso sí, al nada económico costo de 328 pesos, pero ése era el libro que esperaba de la feria.
  • Lo que me había contado el Pere era verdad: hay una nueva edición de Staurofila de Ediciones Éxodo; así que este libro maravilloso se ha vuelto una vez más fácil de hallar. Fantasía mexicana de calidad y a muy buen precio; consíganlo. Está en la Parroquial de Clavería, pero justo en frente, en el stand de su propia editorial cuesta 30 pesos menos. No se dejen espantar por el horrendo subtítulo que le pusieron en la portada: “novela para jóvenes católicas”. Si no son jóvenes, ni chicas, ni católicos les va a gustar de todas formas. La Parroquial vuelve a traer su colección de novelitas juveniles, muchas del género fantástico, a 7 y 10 pesos, con Doneval y Favila a la cabeza.
  • En el stand de Conaculta está el librito adaptación de Beowulf que les comenté alguna vez. Ahí también, medio escondida, está la excelente película de terror Veneno para las hadas, de Carlos Enrique Taboada; no acepten imitaciones.
  • Ediciones Azteca, en el área internacional, trae varios libros de fantasía gótica de Valdemar, recopilaciones de Corto Maltés de Hugo Pratt y de The Spirit de Will Eisner, la novela gráfica Persépolis, algunos títulos de Neil Gaiman y libros de ilustraciones; todo ello a precios PROHIBITIVOS desde los 400 a los 800 pesos. Pero tienen también varios libritos clásicos y manga en español mucho más accesibles.
  • Ahora, si quieren libros de fantasía y ciencia ficción mucho más baratos, vayan al stand de los libros de bolsillo, en el extremo izquierdo de entrada al área internacional. Desde El Señor de los Anillos hasta el primer volumen de Canción de Hielo y Fuego, a precios entre 100 y 200 pesos.

Espero que estas tardías recomendaciones les sirvan un poco. Y ahora, si me permiten, tengo que huír; compromisos de nuevo.
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