jueves, abril 24, 2008

Veinte años, antes y después. Parte 1

Ayer, 23 de abril de 2008, cumplí 22 años de haber leído por primera vez el que hasta ahora es mi libro favorito, El Señor de los Anillos. A lo largo de todo este tiempo, he cambiado la forma de celebrarlo (desde una copa de rompope en el primer aniversario hasta largos escritos en mi diario del tercero en adelante, y en las últimas veces lo que hago es simplemente tomar el libro y comenzar otra vez).

Para este año, además, voy a comenzar a publicar, todos los jueves, mi historia con Tolkien, que escribí entre el 2005 y el 2006 y comencé a subir (pero no terminé) a la lista de correos de la Sociedad Tolkiendili de México. Son once partes, así que nos va a llevar poco menos de tres meses. Espero que les guste.






1. Selecciones del Tolkien Reader

Mi historia con El Señor de los Anillos no comenzó, de hecho, hace veinte años, sino un poquito más atrás... para ser exactos, en abril de 1979. Yo tenía entonces siete años y pico, y me encantaba leer las revistas de Selecciones del Reader's Digest que aparecían recién salidas en mi casa de Zacatecas.

El nuevo número de entonces tenía un artículo que hablaba sobre la reciente aparición de la película animada de Ralph Bakshi, El Señor de los Anillos, y contenía dos que tres referencias interesantes y unas fotografías de ensueño. La que más me impresionó fue la imagen de un Jinete Negro entrando a Bree (se mencionaba el nombre de los Jinetes Negros, pero no el de Bree. Igualmente, de los personajes sólo se hablaba de Frodo).

He guardado cuidadosamente esta revista, y aquí en la portadilla pueden ver algunas imágenes. Hay varias cosas que recuerdo de mi lectura por aquellos tiempos: que J.R.R. Tolkien, el autor de ESDLA, se me confundía fácilmente con el productor Saul Zaentz y con el director Ralph Bakshi; que en un momento dado, al leer la seriedad con la que Tolkien describe a sus Hobbits, llegué a pensar que eran reales; que me hacía muchas bolas con el nombre de la película y con el del libro The Fellowship of the Ring, que aquí aparecía traducido como La Cofradía del Anillo y que, como el artículo decía que se trataba de un libro muy gordo, me dije: ¡Qué flojera! Mejor me espero a la película.

El Selecciones de abril se me borró de la memoria tan pronto como llegó el de mayo, pero, para mi suerte, permaneció escondido por ahí. Ya se aparecería más tarde en otro momento oportuno.

. . .

Como muchos de mis coetáneos, a mí me tocó el fenómeno de Star Wars, que en México conocimos como La Guerra de las Galaxias. Estaría mintiendo si dijera que esta película no me marcó de algún modo; mucho de las primeras obras de George Lucas (cuando era más honesto y menos mediocre, y se copiaba mejor a Akira Kurosawa) está claramente derivado del espíritu tolkieniano. Yo diría que pavimentó el camino. No puedo hablar por toda mi generación, pero al menos en mi caso, esta película me despertó cierto anhelo... yo era Luke Skywalker con los pies más en la tierra. La cosa es que yo deseaba creer.

Por esta razón, no me explico qué me sucedió a principios de los ochenta. El retorno del Jedi, la tercera de las trilogía viejita de Star Wars, me dejó absolutamente desconsolada (se sentía como obra inconclusa, con personajes de mentirijillas, y la ausencia de la escritora Leigh Brackett, guionista de la magnífica El Imperio contraataca era más que obvia), y no sé si fue eso lo que me provocó una especie de odio irracional hacia todo lo que fuera fantástico... en especial el cine.

¡Imagínense! Pasé una buena parte de la época más gloriosa del cine fantástico y de ciencia ficción en el peor lugar del mundo: encerrada en mi casa. Y así, me perdí maravillas como Krull, Verdugo de Dragones y Ladyhawke por mantenerme en mis trece (aunque estaba por cumplir los doce).

Mi teoría personal es que fue también en esta época cuando decidí que quería ser escritora. Para ser escritor, creía, uno debía ser “serio”. Y, por supuesto, leer libros “serios”. En mi camino hacia la seriedad, procuré desechar cualquier porquería fantástica y todo lo que tuviera un mínimo olor “infantil”. Me lancé sobre los clásicos (para mi limitadísimo horizonte, “clásicos” eran los libros que aparecían resumidos en el libro de texto de español) y logré terminarme El Quijote en más o menos un mes. Pronto adquirí suficiente pedantería, fama de aislada, y vocabulario para decir pend... digo, mantener elevadas conversaciones intelectuales.

Ah, la providencia, qué haríamos sin ella. Creo que ya había cumplido o estaba por cumplir trece años cuando hice un viaje a Guadalajara. Mis dos hermanas mayores estaban estudiando allá. Mi mamá y yo fuimos a verlas, y, como siempre, me puse a escoger algunas lecturas “ligeras” para el viaje. Me trepé al camión acompañada de un buen número de Selecciones, entre ellos... sí, un ya medio maltratado ejemplar de abril de 1979.

Volví a releer el artículo sobre la movie de Bakshi. Me cayó como un cubo de agua fría el recuerdo de la primera lectura, y lo que me dejó después fue una permanente y extrañísima sensación de dolor. Leí el artículo, lo releí dos o tres veces más, y, no sé por qué, me entró una desesperación bárbara... yo quería saber qué onda con ESDLA, quería conocer esa historia, me estaba volviendo loca por hacerlo, casi tenía ganas de chillar de rabia.

En aquella época no existía la autopista de Guadalajara a Aguascalientes, así que los viajes de Zacatecas a Guadalajara eran largos y tediosos. Había buenas oportunidades de echar un sueñito, y eso hice. Y vaya sueñito. Recuerdo, clarísimo, que comencé a soñar la historia de ESDLA. Lo que soñé, por supuesto, no tiene nada que ver con la verdadera trama del libro, pero algo raro que ocurrió fue que imaginé a dos personajes que el artículo de Selecciones NO mencionaba (uno que era Gandalf, otro que podría haberse tratado de Aragorn) con una claridad espantosa. En mi sueño, Frodo, nomás para que se den una idea, era un tipo alto, delgado, moreno y con una curiosa nariz en forma de gancho. Pero esta imagen también resultó providencial, como verán más adelante.

Tras ese sueño, ESDLA no volvió jamás a abandonar mi cabeza, si bien se quedó relegado a algún rinconcito de mi memoria de donde salía de cuando en cuando. Pero durante este viaje a Guadalajara, ocurrieron más cositas. Primero que nada, comencé una paciente rehabilitación fantástica al aceptar ver Krull y Ladyhawke en video. Después, ocurrió un pequeño incidente con mi mamá.

Mi mamá solía tener unos cambios de humor curiosos. De un momento a otro, le pegaba la loquera y se lanzaba a deshacerse de objetos que, según ella, ya no eran necesarios. Me acuerdo mucho con qué sadismo mandó a volar un libro de bordados y manualidades, La Aguja y el Dedal, que era de mi abuelita (y vaya que extraño ese libro). Bendito sea Dios, ya no lo hace (mi bellísimo y cuidado sistema Atari 2600 fue, según recuerdo, su última víctima), pero aquella vez...

Verán, a mi mamá le molestaba mucho que mis hermanas no mantuvieran su casa lo suficientemente limpia (claro que lo hacían, pero la infalible mirada de rayos X de mi mamá descubre hasta una media mota de polvo bajo un sofá grande). Así que, enojadísima, tomó una escoba y un recogedor y se puso a barrer toda la casa. Como, la verdad, no había mucho que limpiar, mi mamá juntó en la sala un montoncito mínimo de polvo y luego echó ahí TODAS las Selecciones que me había llevado y comenzó a darles con la escoba. ¡Casi lloro! Le pedí que no lo hiciera, pero mi mamá dijo que todo eso era basura y que para qué lo quería. Finalmente me dio permiso de conservar un solo ejemplar, que escogí al azar de entre la pila. Sí, ustedes adivinaron, fue el de abril de 1979.

(Aviso de ocasión: hay uno de aquellos Selecciones que una servidora todavía lamenta mucho el haber perdido, y que nomás no encuentra en las librerías de usado. No recuerdo la fecha, pero la sección de libros se llamaba En las arenas del Sahara y contenía un artículo sobre el bombazo que hizo el Ku Klux Klan en una iglesia negra, en los cincuenta o sesenta, no recuerdo. ¿Alguna vez podremos perdonar al Ku Klux Klan su falta de puntería? ¿Qué es eso de matar a cuatro niñas inocentes y dejar viva y rencorosa a Condolezza Rice? Tsk, tsk.)

El Selecciones hizo el viaje de regreso conmigo a Zacatecas y quedó arrumbado por ahí. Pero ya faltaba poco para que ESDLA hiciera su entrada triunfal en mi no muy interesante vida...

Continuará...

5 comentarios:

Kitsune dijo...

Ya extrañaba tus crónicas.
:D

Master Pei dijo...

Oh, buenísimo... no nos dejes así! Queremos lo que sigue! Aaaahhh!!!

Saludos!

Petrus Angelorum dijo...

Bueno, pues revisaré y compararé las versiones, eso cuando acabe mi trabajillo de negro y de profesor.

Y:

¡Feliz aniversario!

Aunque atrasado, de todo corazón.

Felices lecturas (tú que si puedes).

Petrus, nostalgicamente viviendo en la realidad coposible de sus creaciones literarias con Conorte.

Aisling dijo...

Muchas, muchísimas gracias a todos.

La segunda parte de la crónica está lista para mañana... lo que se me hace que va a faltar es el dibujito. ¡Oh, cielos, cómo me hace falta mi compu!

La ilustración que acompaña esta entrada (lo mismo que las más bonitas del blog) son obra de mi querido capitán Quasar. Ahorita anda ocupado y no puedo pedirle que me haga otra, pero en el transcurso de la semana lo haré. Ahora sí que paciencia, por favor, y échenle ganas. ¡Nos vemos mañana!

Christian Domínguez Pérez dijo...

Ya empecé a leer. Lamento mucho haberme tardado en comenzar a checar estos post pero una vez que me ponga al corriente pondré un comentario más extenso.

Creative Commons License
La casa de Aisling by Laura Michel is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Derivadas 2.5 México License.