Parral me recibe con lluvia. Hasta me parece que, para la ocasión, es adecuado. Hace menos frío de lo que me imaginaba y el cielo se ve tan triste.
G. me va a recoger a la centrar camionera. Tampoco ha dormido, y por ahora tiene los ojos secos. Me pregunta que si quiero algo de comer; como llevo casi veinte horas sin tomar nada nos detenemos en un puesto de tortas y burritos. La calle, al lado, parece un río; en Guadalajara esta visión es común, pero aquí...
Al dar la vuelta a la esquina de su casa, G. me muestra la pared que cerca un terreno baldío, colina arriba, y su puerta metálica, doblada y rota. La noche anterior la lluvia desgajó parte del cerro, y fue esa pared lo que protegió las casas del cúmulo de escombros. La calle, con todo, está llena de piedras (algunas muy grandes) que hay que quitar con las manos.
Sigue lloviendo, pero hay que darse prisa; apenas tengo tiempo para darme un baño y descansar unos minutos antes de salir a la funeraria. Cruzamos el puente que separa el centro de Parral de los alrededores; nunca he visto el río tan crecido. El agua ya toca la vialidad (una vía rápida de reciente construcción junto al cauce).
A medida que va anocheciendo, la lluvia arrecia. Una de las asistentes al velorio es la joven esposa de un amigo de G. Se nota que hace un esfuerzo por quedarse el mayor tiempo posible con su marido y los deudos, pero se encuentra muy nerviosa porque hace un rato el agua subió varias decenas de centímetros en su hogar.
- La lluvia, la lluvia - dice. Entre mi pena y su preocupación me siento tan torpe que acabo contándole no sé qué tanta estupidez; cualquier cosa para que se le haga corto el tiempo que decorosamente deja pasar antes de volverse a su casa.
Falta una hora para la medianoche. En Parral las funerarias se cierran a esta hora, y con el clima y mis casi dos días de vigilia lo agradezco.
Esa noche, con la lluva, una de las presas cercanas se desborda. No será la única. El caudal del río que cruza la ciudad aumenta en pocos minutos; la corriente se estrella contra las paredes de las construcciones en la ribera, arrastra vehículos, resquebraja la vialidad, llena las casas más cercanas, da de frente contra un club en donde entonces se celebraba una fiesta de fin de semana y se lleva a varias personas.
El día siguiente, el panorama es espantoso. Nos levantamos temprano y vamos de visita a las casas vecinas; en una nos encontramos a la señora joven de la noche anterior. De su casa queda muy poco o nada. Sus hijos y lo poco de sus pertenencias que consiguieron sacar están en una camioneta.
Había un puente colgante de madera y metal que me gustaba atravesar, nada más por diversión, a la salida de la iglesia; el agua lo arrancó, al igual que otro más sólido que se encontraba hacia los suburbios. Ninguna casa o tienda junto al río está intacta. Hasta en el cementerio hay lápidas desparramadas y tumbas expuestas. A distancia, vemos que mucha gente camina en fila, cargando algunas bolsas o a sus mascotas. El ejército* ya está ahí, y han hecho evacuar varias áreas de la ciudad. Parral será declarada zona de desastre más adelante. Para mí, ya no iba a volver a ser la misma desde antes de llegar.
En la noche, G. va a casa de su amigo a ver qué se puede rescatar. Regresa con la ropa llena de lodo. El aseo tendrá que esperar porque la ciudad estará sin agua por varios días; usamos apenas lo indispensable para mantenernos limpios.
Sigue lloviendo.
No es sino hasta el tercer día cuando el cielo se aclara un poco. Pero el ánimo de G. continúa sombrío, y es comprensible.
- Y esto no es el fin - murmura -. Esto apenas está empezando.
- Mientras estemos juntos, tú y yo - comienzo así mi respuesta, porque siempre hemos sido muy unidos; y entonces lanzo al aire un imprudente desafío -, que lluevan piedras y palos. No me importa -. De inmediato, sin embargo, levanto los ojos y digo para mis adentros: - Pero no te mandes (no exageres), Señor.
Pasan varios días más, y del cielo, tal vez por suerte o misericordia, no ha caído más que agua.
* Ah, el ejército mexicano; es bueno contar con estas personas. En el año 2000, poco antes de las elecciones federales en México, me enfrasqué en una discusión con un colega de la Universidad de Arizona. Él opinaba que sería muy peligroso para mi país el dejar atrás el gobierno “estable” de setenta y tantos años; yo decía que cualquier cambio sería beneficioso. Mi colega sentenció, ominosamente:
- A ver si te parece tan bueno cuando veas al ejército recorriendo las calles.
Fruncí la nariz.
- Aquí el ejército sirve para ayudar a la gente cuando hay algún desastre natural - le dije, y luego eché una mentirota: -. Yo no sé para qué usan ustedes a su ejército -. Oh, claro que sabía -. Pero aquí es para ayudar a la gente.
Años después, el ejército mexicano entró a los Estados Unidos a colaborar en las labores de rescate y apoyo humanitario a los damnificados del huracán “Katrina”. En Parral, me he enterado, su labor ha sido estupenda.
G. me va a recoger a la centrar camionera. Tampoco ha dormido, y por ahora tiene los ojos secos. Me pregunta que si quiero algo de comer; como llevo casi veinte horas sin tomar nada nos detenemos en un puesto de tortas y burritos. La calle, al lado, parece un río; en Guadalajara esta visión es común, pero aquí...
Al dar la vuelta a la esquina de su casa, G. me muestra la pared que cerca un terreno baldío, colina arriba, y su puerta metálica, doblada y rota. La noche anterior la lluvia desgajó parte del cerro, y fue esa pared lo que protegió las casas del cúmulo de escombros. La calle, con todo, está llena de piedras (algunas muy grandes) que hay que quitar con las manos.
Sigue lloviendo, pero hay que darse prisa; apenas tengo tiempo para darme un baño y descansar unos minutos antes de salir a la funeraria. Cruzamos el puente que separa el centro de Parral de los alrededores; nunca he visto el río tan crecido. El agua ya toca la vialidad (una vía rápida de reciente construcción junto al cauce).
A medida que va anocheciendo, la lluvia arrecia. Una de las asistentes al velorio es la joven esposa de un amigo de G. Se nota que hace un esfuerzo por quedarse el mayor tiempo posible con su marido y los deudos, pero se encuentra muy nerviosa porque hace un rato el agua subió varias decenas de centímetros en su hogar.
- La lluvia, la lluvia - dice. Entre mi pena y su preocupación me siento tan torpe que acabo contándole no sé qué tanta estupidez; cualquier cosa para que se le haga corto el tiempo que decorosamente deja pasar antes de volverse a su casa.
Falta una hora para la medianoche. En Parral las funerarias se cierran a esta hora, y con el clima y mis casi dos días de vigilia lo agradezco.
Esa noche, con la lluva, una de las presas cercanas se desborda. No será la única. El caudal del río que cruza la ciudad aumenta en pocos minutos; la corriente se estrella contra las paredes de las construcciones en la ribera, arrastra vehículos, resquebraja la vialidad, llena las casas más cercanas, da de frente contra un club en donde entonces se celebraba una fiesta de fin de semana y se lleva a varias personas.
El día siguiente, el panorama es espantoso. Nos levantamos temprano y vamos de visita a las casas vecinas; en una nos encontramos a la señora joven de la noche anterior. De su casa queda muy poco o nada. Sus hijos y lo poco de sus pertenencias que consiguieron sacar están en una camioneta.
Había un puente colgante de madera y metal que me gustaba atravesar, nada más por diversión, a la salida de la iglesia; el agua lo arrancó, al igual que otro más sólido que se encontraba hacia los suburbios. Ninguna casa o tienda junto al río está intacta. Hasta en el cementerio hay lápidas desparramadas y tumbas expuestas. A distancia, vemos que mucha gente camina en fila, cargando algunas bolsas o a sus mascotas. El ejército* ya está ahí, y han hecho evacuar varias áreas de la ciudad. Parral será declarada zona de desastre más adelante. Para mí, ya no iba a volver a ser la misma desde antes de llegar.
En la noche, G. va a casa de su amigo a ver qué se puede rescatar. Regresa con la ropa llena de lodo. El aseo tendrá que esperar porque la ciudad estará sin agua por varios días; usamos apenas lo indispensable para mantenernos limpios.
Sigue lloviendo.
No es sino hasta el tercer día cuando el cielo se aclara un poco. Pero el ánimo de G. continúa sombrío, y es comprensible.
- Y esto no es el fin - murmura -. Esto apenas está empezando.
- Mientras estemos juntos, tú y yo - comienzo así mi respuesta, porque siempre hemos sido muy unidos; y entonces lanzo al aire un imprudente desafío -, que lluevan piedras y palos. No me importa -. De inmediato, sin embargo, levanto los ojos y digo para mis adentros: - Pero no te mandes (no exageres), Señor.
Pasan varios días más, y del cielo, tal vez por suerte o misericordia, no ha caído más que agua.
* Ah, el ejército mexicano; es bueno contar con estas personas. En el año 2000, poco antes de las elecciones federales en México, me enfrasqué en una discusión con un colega de la Universidad de Arizona. Él opinaba que sería muy peligroso para mi país el dejar atrás el gobierno “estable” de setenta y tantos años; yo decía que cualquier cambio sería beneficioso. Mi colega sentenció, ominosamente:
- A ver si te parece tan bueno cuando veas al ejército recorriendo las calles.
Fruncí la nariz.
- Aquí el ejército sirve para ayudar a la gente cuando hay algún desastre natural - le dije, y luego eché una mentirota: -. Yo no sé para qué usan ustedes a su ejército -. Oh, claro que sabía -. Pero aquí es para ayudar a la gente.
Años después, el ejército mexicano entró a los Estados Unidos a colaborar en las labores de rescate y apoyo humanitario a los damnificados del huracán “Katrina”. En Parral, me he enterado, su labor ha sido estupenda.
5 comentarios:
Duele tanto ver cómo se ppuede perder todo en un momento, pero al mismo tiempo es gratificante saber que siempre hay personas dispuestas a ayudar.
y yo pense si se podria tumbar una pared con piedras y palitos
Kit: Sí, la verdad es que fue bastante horrible, pero reconfortó algo ver la solidaridad de las personas con su prójimo. Este verano barrió con Parral, bueno, con el Parral que yo conocí y que me gustaba, de pies a cabeza, y me temo que todavía no me ha caído el veinte.
Alonzin: Je, je, je... espero que no te refieras a la pared de la foto, que no es más que un photoshopazo que no sé por qué se me ocurrió (creo que por el afán que he adquirido últimamente de modificar la mayor parte de las imágenes que subo al blog). Pero sí: los palos y piedras sobre Parral derribaron muchas paredes y arrasaron con casas y vehículos. Nunca me había tocado presenciar nada semejante.
Ay, el ejército mexicano... siempre me sentí de algún modo orgulloso de saber que tenemos un ejército que sirve para ayudar y que somos una nación pacífica. De que hay corrupción y cosas por el estilo, las hay, no hay duda, pero comparo los tiempos en que mi padre estaba en el ejércitos con los tiempos en que tiene a elementos de seguridad sindicalizados a su cargo, y veo con añoranza el bien que le hace la disciplina de nuestro ejército a la mayoría de las personas que se unen. Claro, es como todo: hay excepciones y hierbas malas, pero en general suele ser algo bueno. No como en otros países...
Totalmente de acuerdo. La política en México es asquerosa, pero el ejército conserva todavía cierta dignidad. Cuando los vi en acción en Parral me dio bastante gusto.
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