viernes, marzo 04, 2011

Doscientos cincuenta y tres

Nota: ésta es la entrada número 253 de mi blog, y quisiera celebrarla con un número significativo, de la misma manera que lo hice con la entrada ciento ocho. 



La novela 253, de Geoff Ryman, es posiblemente uno de los libros más extraños que se hayan escrito. Consta de los 253 capítulos de su nombre, divididos en siete partes, más un miniprólogo, un maxiepílogo, un índice y larguísimas notas a pie de página y notas y diagramas sueltos. Tiene 253 personajes y una estructura que parece cualquier cosa menos novela. Toda la acción ocurre en aproximadamente 7 minutos. Se supone que es de ciencia ficción. Su autor es de ciencia ficción al menos, y la obra ganó un premio Philip K. Dick.

Todo el desbarajuste de 253 tiene su razón de ser. Un tren del metro de Londres tiene siete vagones, y en éstos hay 252 asientos en total. Un viaje ideal sin que nadie fuera de pie tendría, junto con el conductor, 253 pasajeros. Y Ryman plantea qué ocurre con esas 253 almas en los siete minutos en los que el tren se mueve de una estación a otra, donde finalmente se estrella contra una barrera de contención.

Cada capitulito presenta a un personaje: cómo se llama, cuál es su aspecto físico, su historia personal y lo que hace y piensa. Todo ello en 253 palabras bien contadas.

La novela se publicó por primera vez en internet (una versión no corregida sigue por aquí, libre, sueltita, sujeta a modificaciones), lo que le dio posibilidad a usar links. Así, uno podía brincar de personaje en personaje y descubrir sorprendentes relaciones entre ellos. Estaba el chico periodista que se había hecho pasar por indigente para hacer un reportaje y al que su novia lo había dejado, ahora en serio, en la calle, muy asustado porque un fulano le había hecho propuestas indecorosas mientras intentaba pasar la noche bajo periódicos. Ese mismo fulano, que no pretendía nada sexual con el chico sino que sólo buscaba amistad, viajaba en otro vagón en el que intentaba impresionar a una confundida pasajera al decirle que era un antiguo colega, pero llama la atención de un pobre diablo que trabaja colocando tarjetas de prostitutas en las cabinas telefónicas y que piensa que algo de ayuda le vendría bien. 

Está una pareja de mexicanos que vienen de Guadalajara, mi ciudad; la mujer es guapa y llama la atención de un adolescente obsesionado, lo mismo que una muchacha que  hace trabajo voluntario en una línea telefónica de prevención de suicidios y que está pasmada pues la noche anterior recibió una llamada de su propio jefe; éste, a su vez, va en otro vagón. En un breve cruce de superficie, el tren arranca de su letargo eterno al fantasma de William Blake, que contempla con ojos asombrados el mundo en los albores del siglo XXI. Y así, así, así. Para suplir la falta de links, la edición en papel contó con un exhaustivo índice de relaciones. Los diagramas eran de los asientos del metro y su disposición, y las páginas sueltas anuncios que se supone estaban fijos en las paredes.

253 capítulos, 253 palabras. Imagínense cómo sería la traducción de semejante libro. Tan tremenda, que la persona elegida para traducirlo puso pies en polvorosa, y el editor en la segunda lengua tuvo que recurrir a otro, poco conocido y con una sola recomendación detrás, a quien no le faltaba valor, posiblemente por desconocer la magnitud de la tarea.

Tal vez el hecho de que había que lograr que las 253 palabras del original en inglés se convirtieran en 253 palabras en español suena a lo más complicado del trabajo, pero no es así. En realidad Ryman lo puso más difícil: la novela se llevaba a cabo en un ambiente real, pero la mitad de lo que describía era imaginario. Ryman lo llamó “mentira”. Así que una labor extra del traductor sería separar lo cierto de lo falso, y buscar datos que no aparecían en ningún libro, y que en internet tenían tanta confiabilidad como las palabras del escritor.

Algo mucho más sencillo hubiera sido contactar al autor, perdirle su ayuda tras una primera correspondencia vía correo electrónico. Pero no siempre suceden así las cosas. Y si en algún momento el traductor, desesperado, envía una carta de 253 palabras para llamar su atención con ella y ni así hay respuesta, hay que basarse en los propios recursos.

Ah, y en el bendito yahoo answers, que tiene en inglés gente de mejor voluntad e intenciones más serias que en español y que, de alguna manera, contribuye a rellenar el ininteligible glosario que el traductor se monta en una libretita vieja.

Ahora, supongamos que la mente del traductor no está muy concentrada que digamos. 253 es un reto y un sueño, pero tal vez lo que haya sido una lectura placentera no va a ser tan lindo cuando uno entra a traducir. Menos cuando el traductor acaba de perder su trabajo de más de diez años, que era su gusto y orgullo. O cuando trae entre los dos hemisferios una historia de ficción que fue a concebir cuando las cosas empezaban a ponerse mal, y que por días enteros echó a patadas a los 253 pasajeros y ocupó por completo el tren en una especie de catarsis violenta.

¡Ay, el traductor literario! Tiene que hacerse a la idea de que  a su humilde trabajo jamás se le trate con la gratitud que merece. Si las cosas salen bien, nadie se acordará de él, pero si salen mal, todo el mundo le echará la culpa. Aun así, tiene que esforzarse cuanto pueda, leer, releer, corregir, pulir, darle voz en otro idioma a historias que no son las suyas. Nada tiene de fácil, y quién sabe si la tarea se complique más si el traductor la realiza en una compu viejita, una que no puede conectarse a internet y de la que siempre se ha sentido avergonzado por su aspecto de almeja azul.

Si el traductor llega a un ritmo decente de trabajo, por ejemplo cinco capitulitos al día, debe preveer que éste se verá afectado por imprevistos o por salidas a buscar un trabajo, y porque tal vez haya una casa de la que ocuparse. La historia catártica no se va a ninguna parte, tampoco, y hay que lidiar con ambas; la propia y las ajenas, sin que los ruidos se mezclen.

¿Ruidos? ¿Qué hay si el traductor se descubre una perversión terrible, de que un ruido molesto y fastidioso de hecho lo ayuda a concentrarse en su trabajo? Casi por accidente, un día cambiando de canales a mitad de un terrible bloqueo mental, con la compu en las rodillas y dos archivos abiertos (el de la traducción y el de la historia catártica) en pantalla, una mano en el teclado y la otra en el control remoto de la televisión, se tropieza entre canal y canal con ruido, mucho ruido. El programa de Laura en América, al que nunca le ha prestado suficiente atención. El traductor tiene problemillas con el acento peruano; no el relativamente bien educado y de locutora de Laura Bozzo, sino el de sus improvisados actores que hacen de invitados en casos “reales” y truculentos presentados a una también ruidosa audiencia. En fin, que no entiende prácticamente nada de lo que se dice, pero se da cuenta de que el palabrerío borbotado por varias bocas a la vez le provoca un curioso estado de concentración. Se pone a trabajar. La historia catártica desaparece de su mente y de su pantalla. Sólo queda 253

Dos horas de “señorita Laura, señorita Laura”, y más adelante, en otro canal, la repetición del programa que es a su vez una repetición. Cuatro horas de gritos, cinco capítulos. De ahí, un ritmo de trabajo bien establecido: por la tarde la traducción de cinco capítulos con Bozzo de compañía, irse a dormir, por la mañana revisión del trabajo del día anterior y, hasta entonces, contar las palabras. Lo de menos es redondear cada texto a las 253 del título. 

En cuatro o cinco ocasiones, la traducción recién hecha tiene las 253 palabras justas. Los fines de semana, como no hay Laura en América, el traductor descansa, pero entonces vuelve al ataque la historia catártica. Quinientas páginas después, está terminado el primer borrador. Ha hecho suficientes estragos de distracción como para finalizar antes que la traducción de cuatrocientas y pico páginas que es 253.

Ésta se revisa, se lee en voz alta, se repasa una y otra y otra vez. El traductor es perfeccionista; es decir, se paraliza ante la posibilidad de errores y cada uno le cuesta sudor y lágrimas. Pero el resultado no es perfecto: la compu del traductor tiene teclado en inglés y la única manera de escribir rápido es no poner acentos sino una marca que los representa, y luego usar la herramienta de “hallar-cambiar” en el procesador de textos. Quiere un triste giro del destino que uno de sus gatos queridos trepe al teclado a media tarea del “hallar-cambiar” y coloque con su afelpada patita un error que habrá de contagiarse a la versión impresa del texto. Ni qué hacer.

El traductor debe ser invisible; debe ser la obra la que brille. Pero, dadas las características de 253, es inevitable que alguien se refiera a la traducción, algunas veces bien, otras mal. Y es entonces cuando hay que esconderse, pues viene otro tiempo de espera.

La mexicana pequeñita que tradujo este libro publicado en España sigue por ahí, cinco años después; no ha querido volverse a enfrentar a 253 (al que es en parte suyo, no al que es todo de Ryman) porque la pone nerviosa descubrir un error más (no le pasa cuando escribe en línea, pues en línea todo es susceptible de corrección, pero lo impreso, impreso está). Tampoco se ha enfrentado a su historia catártica e inédita, porque sabe que la próxima vez que lo haga será para convertir el borrador en otro interminable rosario combinado de penas, llanto e inútil búsqueda de perfección, y hasta el final. Y aunque el traducir 253 estuvo rodeado de hechos dolorosos externos, y en sí mismo no fue un lecho de rosas, piensa que lo volvería a hacer. Que lo volvería a hacer.


7 comentarios:

SNAKE dijo...

OOhhh ahora entiendo, jejeje.

Increible :)

Kitsune dijo...

We're not worthy, we're not worthy!

¿Se puede conseguir fácilmente tu traducción aquí en México?

Por el momento ya encontré el sitio de Ryman con la novela hipertextual, le echaré un ojo porque me interesó bastante lo que cuentas.

No seas tan dura contigo y tus propias historias, déjalas que nazcan para que los demás la podamos disfrutar.
:3

Dark Soulless dijo...

Señorita, sólo me queda decir, "Wow!"

:) la quiero!

Chendo dijo...

Laura en serio que me sorprende saber algo más de esa traducción que antes habías mencionado y que ahora es explicado con lujo de detalles y ... creo que todo trabajo hecho con coraje (entre otras muchas cosas) bien vale la pena, que te vaya bonito. ;)

Master Pei dijo...

Ah, me interesa. Y veo que lo puedo conseguir en Amazon, así que lo incluiré en mi próxima tanda de compra de libros. :)

Aisling dijo...

Gracias a todos por sus comentarios, y sobre todo por su paciencia ahora que me estoy tardando tanto en responder.

Snake: las entradas 108 y 253 tenían que ser especiales; ya sabes por qué las dos. :>

Kit: Lamentablemente, no se puede conseguir esta traducción en México porque el editor tuvo alguna bronca con posibles distribuidores. Yo espero que alguna vez se llegue a algún arreglo con eso. Y bueno... ser un poquito dura es parte de mi naturaleza. Intento remediarlo cuando se pone muy incapacitante (¿me inventé la palabra?).

Dark: El sentimiento de cariño y admiración es mutuo. :>

Chendo:Muchas gracias por tus palabras tan amables com siempre. Tenía tentación de platicarles algo sobre 253 y cómo se llevó a cabo. Creo que terminó siendo una historia divertida, en especial por lo de Laura en América.

Pei: esta novela en particular a ti te va a encantar; es muy tu tipo. No sólo está escrita con belleza, sino que tiene de todo: sabor, sorpresas, sentido del humor. No te arrepentirás, ya verás.

Fëaluin dijo...

¿O sea que todo el cuento de 253 fue para poder confesar por fín que eres *fans* de la "señorita Laura"?

:)

Saludos

Creative Commons License
La casa de Aisling by Laura Michel is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Derivadas 2.5 México License.