miércoles, mayo 28, 2008

Veinte años, antes y después. Parte 6


6. Descenso del Monte del Destino

You ask me where to begin
Am I so lost in my sin?
You ask me where did I fall
I'll say I can't tell you when

But if my spirit is lost

How will I find what is near?

Don't question, I'm not alone

Somehow I'll find my way home.


Jon & Vangelis, The Friends of Mr. Cairo

Una escuela horrible como aquella donde estuve tenía que hacer su efecto, tarde o temprano. Uno puede pasársela nadando en thinner y no disolverse, pero no hay que negar que el cuero se adelgaza un poco. Y de cuero delgado no se hacen escudos buenos.

Santo remedio, sin escudo y sin protección, pasé, ya cerca del final de la maldita prepa, por mucho sufrimiento que no voy a describir, al menos, en detalle. Lo único que voy a animarme a contarles es que la prestigiosa escuela donde estudié me recordaba a veces a un campo de concentración, no por las comparaciones más obvias de encierro y abuso, sino porque ahí se llevaba a cabo una destrucción SISTEMÁTICA de humanidad... para ser exactos, de carácter, personalidad y valores.

Una anécdota nada más al respecto: La institución iba a participar simultáneamente en certámenes interestatales de matemáticas y culturales; varios de mis compañeros y yo íbamos a participar. A los que iban para los concursos de matemáticas les dieron horas libres para prepararse, asesorías en la tarde y permisos para faltar a clase o no llevar tareas; los que nos inscribimos en los eventos culturales teníamos que arreglárnoslas como mejor pudiéramos, y a veces lo único que podíamos hacer era aprovechar los diez minutos libres entre clase y clase para trabajar. Yo estaba escribiendo una obra de teatro (tolkieniosa, en cierto modo, pero eso es otra historia). Entonces, me gustaba sentarme en primera fila en el salón, porque así me evitaba distracciones y también porque a esas alturas no me habían descubierto la miopía. Una vez, justo al principio de una clase con un maestro muy estricto que se enfurecía si hallaba en nuestro pupitre cualquier papel que no fuera de su materia, me encontraba tan concentrada corrigiendo el texto, que no me di cuenta de que los diez minutos ya se habían terminado y que el profesor estaba en el umbral. Cuando levanté la cabeza y me lo hallé casi cara a cara, del susto hice un movimiento brusco y mi borrador (varias hojas) se regó por todo el suelo. Cuando me lancé a recoger los papeles, el maestro no dijo nada; me dirigió una mirada de absoluto desprecio y caminó sobre ellos. Las huellas de sus zapatos quedaron pintadas en mi escrito.

¿Qué hace uno en estos casos? Bueno, volverse a Dios no está tan mal... aunque no es por sí solo una panacea.

Resulta que la biografía de la señora “Crabby” tenía depositado un detallito que ella misma no consideró de gran importancia, pero a mí me resultó una sorpresa muy agradable: Tolkien, mi autor favorito, había sido católico, igual que una servidora.

Soy de familia católica, y, aunque la verdad soy un ejemplo más bien pobre de esta religión, espero haber heredado el fenomenal enfoque de mis papás hacia la misma.

Pero el ser católico no le da a uno ninguna ventaja extra en este mundo, como a Tolkien mismo le tocó experimentar, y casi casi les diría que es una fuente segura de dificultades. Sobre todo si uno se toma lo de “católico” en serio.

¿Qué es un católico? Bueno, entre muchas definiciones, me gustaría usar la de Chesterton, porque es la que mejor refleja a Tolkien: que uno puede distinguir a un católico de entre otros cristianos porque los católicos no desprecian el uso de la razón. Al menos, así debería ser. Comprendo muy bien lo que ocurría con muchos de mis coetáneos en la escuela: siempre que me encontraba a alguno apartado de la religión de sus padres, me salía con la misma historia: “Pues resulta que yo era católico(a) y estaba bautizado(a) porque era la religión de mis papás; pero cuando crecí me empecé a cuestionar algunas cosas, y entonces...”

Mmmmmm... ¿así que “cuando crecí me empecé a cuestionar”...? Pregunta: ¿y por qué rayos se esperaron a crecer? Desde que comencé a ir al catecismo (pónganle ustedes a los nueve años), recuerdo que era un constante cuestionar y cuestionar. Que si por qué esto, que si tal dogma no parecía lógico, que cuál podría ser la explicación de tal cosa. Mis papás tuvieron buen cuidado de propiciar esos cuestionamientos, en lugar de apagarlos, y de responder a mis preguntas o mandarme a investigar por mi cuenta. Con la mala fama (no siempre injustificada) que se carga ahorita mi religión, sabían que si había que echar a otro insoportable católico a este mundo, mejor que se tratara de uno convencido. La única forma de convencerse de algo es ponerlo a prueba hasta que, o bien reviente, o bien demuestre que está hecho de acero puro.

La señora “Crabby” se limita a corear al biógrafo de Tolkien, Humphrey Carpenter, con eso de que el catolicismo de Tolkien estaba relacionado con su madre y el trauma de haberla perdido tan pronto, nada más. Equivocados, los dos.

Así que, ya se imaginarán, el hecho de que Tolkien fuera católico me proporcionó un consuelito extra en las dificultades y me hizo ver ESDLA con otros ojos. Pero, confieso, hubo momentos tan espantosos que ni siquiera mi religión me funcionaba, tal vez porque mi razón estaba también algo nublada. Lo suficiente para hacerme perder el rumbo y cometer alguna que otra tontería. El final del camino se veía tan lejos; “faltan 250 días”, “faltan 230 días”, se hacía constar en una libreta de notas de la que no me separaba, y donde iba marcando cuánto tiempo me faltaba para abandonar ese horrible lugar, junto con las razones de odio que proporcionara cada mañana. Traía el Anillo del pescuezo, y el Gran Ojo me observaba constantemente. No triunfarán para siempre, dijo Frodo. No triunfarán para siempre, me repetía, aunque cada vez con menos fe.

Al final, todo era cuestión de trepar al monte y arrojar el objeto. ¿A qué se dice fácil? Qué va. Ahora, si recuerdan cómo terminó la tarea de Frodo, no se les hará extraño que a veces el fracaso aparente se convierte en triunfo.

En esa escuela que les digo no era posible graduarse de la preparatoria. En serio. Uno terminaba los exámenes, recibía diploma de bachiller... y después tenía que darse de baja. Repito, es en serio. Las graduaciones ahí no existen sino hasta que uno termina una carrera, pues el sitio da por sentado que uno se quedará para la licenciatura. Para darme de baja después de tener el diploma a buen recaudo, entre otros requisitos, tuve que recolectar la firma de varias autoridades del plantel. Tras ir acumulando el papeleo necesario, levanté solemnemente la mano derecha en las narices de varias de esas autoridades, estiré los cuatro dedos que me quedaban (este detalle es broma, ¿de acuerdo?) y los cerré todos, menos el medio. Fue catártico.

La mañana siguiente me desperté con una sensación rara que en muchísimo tiempo no había experimentado: la de comenzar el día sin tener miedo. El Gran Ojo todavía estaba en alguna parte, muy pagado de sí mismo en su trono de fuego, alimentándose de las desdichas y desilusiones de otros como yo; pero mi asunto personal con él había terminado. Era hora de dejarlo atrás, y de dar gracias a Aquel que había tenido a bien sacarme del volcán por haberme proporcionado a tiempo un traje de asbesto a toda prueba: ese libro maravilloso del que hemos estado hablando. Aunque no tenía la más mínima idea de cuál iba a ser mi próximo camino y estaba lejos de encontrarme completamente bien, el cielo se veía claro. Sólo tenía una cosa segura: era hora también de regresar a mi hogar secundario, la Tierra Media. Auta i lómë. Aurë entuluva. Almacenado en mi librero, hojeado una y otra vez pero nunca recorrido, y en reserva desde que hacía muchas semanas me había sentido incapaz de leer una sola línea, me esperaba El Silmarillion.

Continuará...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Pasaba por acá y quise avisarte que ya subí la entrevista que le hicieron al ratero de Alvarez Barreda.
Un beso desde acá,
D

Master Pei dijo...

Asiling, neta neta, deberías escribir una novela de tus años en la escuela ésa. No manches, qué gente!!! Pobres de todos los que tienen que sufrir a maestros así... ahora entiendo por qué estás como estás... jajaja... no, sabes que es broma. De hecho me sorprende que seas una persona tan fuerte y firme en sus convicciones morales después de pasar por semejante infierno. Y hace que mi admiración por ti se haga más grande.

En fin, el caso es que esto se pone cada vez más interesante. El que sigue, por favor!!!

Anónimo dijo...

Jajajaja es genial!! me identifique muchísimo con tu comentario. Pues también me he inventado formas de tortura bastante hilarantes. Puedo agarrar un alacrán y jugar un poco con él pero las cucarachas tienen algo que me detiene. Me causan repulsión. Lo de la espuma de jabón lo he hecho. También con un poco de crema de afeitar o con mousse de cabello. Al tener alcohol, se mueren mas rápido y se retuercen un poco más jaja. A una cuca atontada le heché un poco de detergente en una ocasión, y otra un poco de limón. Creo que así libero mucho del estrés que me producen...

Aisling dijo...

Dragnonné: ¡Gracias! Listo y comentado.

Pei: Je, je, je... primera persona que me sugiere algo como esto. El problemita es que cuando salí de la prepa comencé, creo que conscientemente, a OLVIDAR muchas de las cosas que me habían ocurrido ahí, buenas y malas por igual. Las anécdotas que recuerdo son aisladas, como la que platiqué. Y, algo muy triste, entre lo malo se fue lo bueno, y también me olvidé de muchas personas que fueron buenas conmigo. Me temo que no soy muy buena para reconocer rostros de aquella época.

Ahora... ¿qué pasaría si me decidiera a abrir mis diarios de aquella época, que no he tocado desde entonces...? Vaya...

Ah, la pasada del infierno no fue mérito mío, como ya comprenderás. Nuestro profesor estuvo ahí. Y mis papás... inolvidable aquella ocasión que, cuando las dos nos dimos cuenta que la crisis estaba gruesa, mi mamá me dijo "solamente dilo, y te saco de ese sitio. No me importa". Era ya el último año, y había dinero gastado de por medio, y eso. Pero fue precisamente el que ella me dijera eso lo que también me dio fuerzas para terminar.

Por cierto, mi mamá, ya que terminé la prepa y salí, hizo su propia versión (muy, muy correcta y cortés, como es su personalidad) del dedito levantado... Eso fue genial.

Yipie: Creo que el comentario va en otro post, pero igual te lo agradezco mucho. Créeme que no me da por torturar a la cucarachas por placer, pero odio matarlas con insecticida o aplastándolas. Por alguna razón, el cloro NO las mata... no puede ser. Una vez hice la prueba con el mousse... no tan bueno como el jabón, pero funcionó, lo malo es que dejó todo pegajoso.

El único animal que he matado con verdadero gusto son las garrapatas extraídas de orejas de gatitos.

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