lunes, octubre 18, 2010

Minas


Escultura, me parece que de Alfonso López Monreal, en el fondo de la mina El Edén, Zacatecas.

Lo que hacen las maravillas de internet: hace unos días, los ojos de prácticamente todo el mundo estaban clavados en la mina San José, en Chile. En agosto de este año, treinta y tres mineros quedaron atrapados ahí, en un derrumbe, a cerca de setecientos metros de profundidad. Más de dos semanas después, se descubrió que seguían con vida; el suelo se perforó para hacerles llegar todos los suministros necesarios para que la conservaran, al igual que la cordura (entre lo que se les envió iba una consola de videojuegos, por cierto) mientras que en la superficie varios especialistas se devanaban los sesos para inventar alguna forma segura de sacarlos.

Más de dos meses después, llegó el rescate, que duró un día y pico, algo así. Fue tan espectacular y emocionante que no voy a ponerme a describirlo; ya en la red deben circular montones de videos donde puede verse. Una servidora se unió al coro mundial: ¡Vamos, Chile! ¡Fuerza, Chile!, estuve enviando por twitter (por alguna razón, no me podía sacar de la cabeza a la editorial Andrés Bello y a la brujita Pascualina). No fue sino hasta que pasó la euforia cuando me di cuenta de que este rescate había escarbado también en una herida vieja, pero aún dolorosa, que recibió mi propio país.

Hace más de cuatro años, una explosión desbarató la mina Pasta de Conchos en el estado de Coahuila. La causa de la explosión se desconoce, pero es casi seguro que tuvo que ver con las altas concentraciones de gas metano (se trataba de una mina de carbón) de las que ya se habían quejado algunos trabajadores. Una chispa... y ya. Unos sesenta y cinco mineros quedaron atrapados, se supone que a 150 metros de profundidad, y las esperanzas de encontrarlos vivos comenzaron a agotarse a los cinco días. Cinco días...

Tanto el Capitán como una servidora nos criamos en ciudades mineras (Parral y Zacatecas, respectivamente). Mi suego es minero. Si hay algo que hemos sabido desde siempre es que desde sus inicios las minas cobran su cuota de vidas humanas, a veces más, a veces menos; es casi cotidiano. Incluso las minas al ras de la tierra, como hay muchas en Zacatecas; siempre hay accidentes.

Ahora bien, algo que también es (y era) cosa de todos los días era estar conscientes del hecho anterior, y además pagar la cuota. Cuando comenzó en el siglo XVI la explotación de la mina El Edén en Zacatecas, había tanto gente dispuesta a vivir sólo treinta años o menos con tal de llevarle comida a su familia (el trabajo de minero se pagaba con piececitas de plata que, irónico, no tenían validez más que en la tienda de raya del patrón) como personas a quienes no les importaba llevar eso sobre la conciencia. Caídas, males respiratorios (en primer lugar la silicosis), heridas gangrenadas porque había que seguir trabajando. Como les digo, cosa de todos los días. Porque el oro y la plata se consideraban más valiosos que la comida, pero era por comida que resultaban tan baratos.

Se acusó al gobierno y al Grupo Minero México (responsable) de haber actuado con tibieza frente al desastre de Pasta de Conchos; una servidora opina que sí, así fue de hecho. Pero eso no significa que un rescate como el de San José hubiera sido posible en Coahuila. La de San José era una mina de cobre; no había tanto peligro de concentración de gases letales como en Pasta de Conchos. Un derrumbe te puede dejar aislado en el socavón de una mina; si estás cerca de una explosión, lo más probable es que acabes hecho mermelada; si además estás rodeado de metano no pasará mucho antes de que te asfixies. Los mineros de Pasta de Conchos tenían una centésima de posibilidades de sobrevivir comparados con los de San José.

¿Cuál fue el problema, entonces? Que en lugar de aferrarse a esa centésima, las labores de rescate comenzaron a flaquear a los cinco días. Que finalmente se canceló la recuperación de cuerpos (ok, un cuerpo no es una persona, pero a un familiar por lo menos le alivia la llaga, dolorosísima, de la incertidumbre) porque costaba mucho dinero.

Nos quedamos, pues, con la envidia de un sistema que no abandonó a los suyos, que no creyó que más de medio millón de dólares fuera un precio demasiado alto para pagar por una vida.

Pero bueno, ¿nos extraña? Les digo; lo ocurrido en Pasta de Conchos pareciera formar parte de la tradición minera. Que, por cierto, se ha contagiado con una facilidad espantosa a otras áreas, y no es exclusiva de México. Piensen en las ocasiones que como jefes despidamos a un empleado de años porque conseguimos un trabajador que cobra menos y obedece sin chistar; piensen en el dinero que acumulamos bajo la gruesa cobertura de una organización de caridad sin fines de lucro; piensen en el pariente o amigo que nos felicitó por llevar a cabo un negocito de lo más rentable con un mínimo de inversión y un máximo de explotación; piensen en la idea que nos robamos de la persona brillante pero inexperta que buscó nuestra asesoría para llevarla a cabo; en fin, piensen en las veces que le hemos escatimado abrazos o consuelo a un amigo que llora porque, ay, tenemos cosas más provechosas qué hacer.

Etcétera y más etcétera. Cada etcétera, una piedrecilla de las que cubren los restos de los pobres mineros sepultados en Pasta de Conchos. Un trocito de culpa que no estaría mal compartir con el gobierno y con Grupo México.

Es una pena, pero lo ocurrido en la mina San José (y por aquí me atrevería a depositar el término políticamente incorrectísimo “milagro”) es la excepción y no la regla. Lo de Pasta de Conchos, por el contrario, ha ocurrido muchas veces. Pero es que antes no había internet.

3 comentarios:

Kitsune dijo...

Cuado visité el Edén en Zacatecas tuve sentimientos encontrados entre maravillarme por lo sublime del interior de la Tierra y aterrarme al reordar el cuento de Baldomero Lillo, "La compuerta número 12". En serio que admiro a quienes se meten en tanto peligro para ganar tan poco.

Chendo dijo...

Creo Ais ... que no sólo es tradición minera sino que se extiende a muchos más ámbitos en nuestro país, esa forma de ser de mostrar un nulo o muy poco interés por ayudar a los demás ... en la medida en que apreciemos la vida de los demás estaremos progresando como humanos.

Dark Soulless dijo...

Muy cierto lo que dice señorita...

Pero creo que todos, seamos mineros o dos, estamos más que fregados.

Técnicamente sólo pasaba a saludar, no sé que más agregar a la situación. Un abrazo muy grande y mis mejores deseos (: bye

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