jueves, abril 23, 2009

Te-a-mo-mu-cho

Image Hosted by ImageShack.us

"He's fictional but you can't have everything."

Cecilia, personaje intepretado por Mia Farrow en La rosa púrpura del Cairo, de Woody Allen.

Hace más de veinte años (tenía yo entonces catorce), estaba convencida de haberme encontrado al amor de mi vida, y me sentía muy, muy desdichada porque de antemano sabía que se trataba de una relación destinada al fracaso. ¿A quién se le ocurre enamorarse de alguien que no existe? En aquellos tiempos, déjenme que les diga, no era tan difícil; supongo que las muchachas no teníamos tanta prisa con los noviazgos “de verdad” y menos ganas de aproximarnos al mundo adulto, que implicaba, entre otros asuntos, compromiso. Era mucho más sencillo fantasear. Y fantasear parecía ser lo único que le quedaba a uno si era bajita y fea, con mala fama de rara en la escuela, y resignada a la soledad de por vida (claro que sin negarse a mejores compañías). Les digo, yo estaba muy chiquilla, no conocía lo suficiente de la vida y aún no soltaba las barbies ni los videojuegos... ok, ya sé, eso fue un mal ejemplo.

Como sea, yo tenía mi “noviecito” imaginario (hasta entonces no me había tocado uno de la vida real), y le escribía cartitas y eso. Va a sonar obvio, pero nunca nos vimos salvo en sueños, y de esos puedo contar apenas unos cinco o seis. El primero fue precisamente el 23 de abril de 1987, cuando cumplíamos un año de conocernos. El último, no recuerdo precisamente la fecha, pero fue por abril también, en 1989; ya para entonces tenía un primer novio de verdad, y el imaginario no pareció molestarse. Tal vez sería porque en el sueño no hubo quién se preocupara por mencionarlo.

Una aclaración: cierto fenómeno que me sucede, y que la verdad me encanta, es que muchos de mis sueños tienen continuidad; repito escenarios, veo a las mismas personas, menciono sueños anteriores como si fueran un recuerdo. Cuando andaba por los siete años, tengo todavía muy claro que mis sueños tenían episodios, algo así como capítulos de una serie (de dos, para ser exactos; una de acción y otra de comedia; llegué a “ver” una media docena de éstas) y siempre estaba ansiosa por irme a dormir para enterarme de qué más ocurriría en las historias de mi subconsciente. A partir de ahí, han pasado muchas, muchas cosas.

Bueno, el siguiente es el relato de un sueño que tuve hace varias semanas, pero me voy a tomar la libertad de platicarlo como si hubiera sucedido la víspera por puro efecto dramático: hoy cumplo veintitrés años de haber comenzado a leer El Señor de los Anillos, un libro que pondría mi mundo patas arriba, no siempre en el mal sentido de la palabra.

Me gustaría dedicarle este post, con todo mi cariño y admiración, a mi buen amigo Suldyn, que hoy parte para Canadá, porque tiene que ver con despedidas y afecto y hechos fortuitos que nos cambian la vida. Espero que sus propias despedidas, y las de todos sus seres queridos, (familia, amistad y amor) le duelan un poquito menos. Espero también que sus sueños se cumplan, y que el 23 de abril sea para él una fecha tan especial como lo es para mí.

* * *

Imaginen conmigo: uno de esos sueños en los que uno no se da cuenta de que se ha quedado dormido; me pasa muchas veces, cuando estoy en mi cuarto trabajando y paso del trabajo a las visiones oníricas como si la vida real fuera lo mismo en ambas situaciones.

Estoy en mi cuarto, sola, traduciendo en mi compu; es casi media noche y ando muy cansada. De pronto se abre la puerta, y entra él. No está en la carne de Elijah Wood (puse la foto de ilustración porque me gusta mucho), ni de James Loye o cualquier actor que lo haya representado; ni es los dibujos de Alan Lee o Ted Nasmith; es el que tuve en la cabeza mientras leía los libros, y que se parece más a cómo lo ha pintado la artista Anke Eissmann (sólo que rubio). Me llega justo debajo de la nariz. Siempre creí que formábamos una pareja fenomenal; otro rarito como yo, quien nunca me reprocharía la falta de estatura, pero que podría llegar a querer lo suficiente como para llevar a cabo esos milagros que sólo el amor consigue: convertirnos en buenas personas, buenos amigos, buenos compañeros, buenos esposos, en algún momento buenos padres.

Inmediatamente, por supuesto, me doy cuenta de que estoy soñando; bien, no he perdido la cabeza todavía, no me ha terminado de transtornar este trabajo. Significa que podemos hablar ya sabiendo que todo pasa dentro de un solo cerebro. Pero, ¿qué se le puede decir a un ex imaginario al que no se ha visto en veinte años? Lo típico: Hola, cómo estás; qué milagro, ¿por qué ya no habías venido a visitarme? No has cambiado nada. Y yo, ¿me veo gorda? Sí, me corté el pelo. ¿Te gusta? ¿Cómo te está yendo? Qué bueno que vienes. Soltero todavía, ¿verdad? Yo sí me casé. Él es como tú, un poquito. Tu padre, ¿cómo se encuentra?

¿Qué, que si me acuerdo de hace veintitrés años? Sí, sí. Casi todos los días. Tengo una copa guardada de la fiesta del 87. No sé dónde la puse, eso es todo. ¿El 2005? Estuvo emocionante, ¿verdad? Más que el 92 o que el 2001. No he dejado de leer el libro tampoco.

Pero creo que a él no le importa enterarse de todo el rollo de los años que han pasado desde que nos “conocimos”. Tiene una fecha para preguntarme: 1989. La última vez que soñé con él. El espantoso 89. El descenso del Monte del Destino. El año en el que me quise morir.

De pronto me cae la memoria como gota de mercurio: 1989. Estamos en el 2009. Hace veinte años justos. No quiero enterarme de si hay coincidencia completa; podría hacerlo si hojeo alguno de mis viejos diarios que quién sabe dónde habrán quedado. Sólo me acuerdo que mi celebración de aniversario en el 89 la pasé enfermita, en cama, rumiando mi pésima suerte.

¿No debería ser trivial todo eso, a estas alturas? Él cree que no. Oye, ya estoy grande, ¿sabes? ¿Te acuerdas de la fiesta del 89? Se suponía que era té para dos, tú y yo, y como siempre acabaron llegando todos. Fue tu culpa. Je, je, je. No, no me estoy riendo.

A ver, ¿de qué se trata? ¿Qué si me lo tomé en serio? ¿Qué, lo... uhhh... lo nuestro? Ah. Eso era.

Insiste en llevarme al tema.

En el sueño de 1989, le dije algo así como “quiero crecer contigo”, y ahora resulta que el señor piensa que ya se me olvidó. Tiene razón; no lo recordaba, y ni siquiera sé si lo registré en algún lado. ¿Por qué lo ha traído a colación? Ni modo; a confesar se ha dicho. Mira, la verdad es que no he hecho la gran cosa con mi vida... pero de todo lo demás me acuerdo. Y en serio, no he dejado de pensar en ello. Pero estoy cansada ahorita y sólo quisiera tomarme unas vacaciones.

El camino sigue y sigue y sigue... sí, ya me la sé. Por eso me caes bien. Si no nos hubiéramos conocido, quién sabe qué más NO hubiera pasado. No, no me arrepiento. Bueno, poquito. A veces, nada más. Qué esperabas; me las puso difícil, tu padre. No, hace un rato que no escribo ficción. Pero tengo algunas ideas, verás...

Él ha estado apoyándose en mi silla de campaña que uso para jugar y para leer, yo estoy sentada en mi cama con mi laptop, “JiDai”, en las rodillas. Y entonces él se acerca y me hace una última pregunta. Quiere saber si todavía lo quiero.

- Sí - le respondo, con sinceridad, y procuro acumular toda la dulzura que puedo antes de escupir: -. Te-a-mo-mu-cho

(Tanto como para andarlo publicando, debí haber añadido; pero recuerden que estaba en medio del sueño entonces).

Lo pronuncio así, sílaba por sílaba, porque quiero hacer énfasis, y demasiado tarde me doy cuenta de que suena a cantaletita ramplona. Él se sonríe nada más y me dice adiós con la mano. Pasan todavía algunos minutos antes de que me sacuda el sueño porque hay que seguir trabajando y porque un temblor en las piernas me hizo pensar que se me caía la macbook.

El sueño ha sido muy vívido, y me ha dejado un buen sabor de boca que no puedo creerme. Me siento mejor que nunca para seguir trabajando. Y de pronto, me entra un presentimiento de lo más extraño... siento, no entiendo por qué, que ésta es la última vez que veré a mi viejo amigo y viejo amor, y que la siguiente que volvamos a encontrarnos no será sino en la parroquia de Niggle, cuando todos y cada uno de quienes habitamos esta tierra nos detengamos delante de sendos árboles, completos como nunca los pudimos hacer crecer en vida; y él va a estar bajo un árbol que no es el mío, pero que igual me encantaría conocer. Espero poder ahí estrecharle la mano a su padre, a quien le debo tanto, tanto, todavía.

9 comentarios:

Víctor Martínez dijo...

Bueno, Ash, ¿a las 7 de la madrugada? no quiero imaginarme la cantidad de trabajo que traes aún, realmente es increíble lo que puedes escribir... Muchas gracias por compartirnos todo lo que implica la narración.

Saludos.

Arc dijo...

Todos hemos estado ahi... me refiero a casi tirar la macbook de nuestras piernas mientras sonamos (y no nos damos cuenta del todo). Me pasó justamente anoche. Fortuna para mi, no me muevo mientras duermo.

Que linda entrada te has aventado, Ais. Gracias por compartirla. Todo en la vida tiene un inicio, y un fin; me alegra que capítulos de la vida terminen con una nota alta. Y que particular que sea en visperas del viaje de otro amigo.

A iniciar un nuevo capítulo!
A la aventura!

Master Pei dijo...

Qué chido tener sueños así, o al menos poder recordarlos. Creo que yo nunca he soñado con nada relacionado con la Tierra Media, o al menos no que lo recuerde.

Como sea, esto estuvo magistral como siempre, Aisling. =D

Chendo dijo...

Gracias por compartir esas vivencias tan llenas de sentimiento y que agradable y bella fue tu experiencia, que rico, saludos, :)

Lucifire dijo...

Wooooow !!!!! Me encantóoo !!!! yo sigo enamorándome de cosas/personas que no existen !!!! Pero hasta ahora sólo uno ha ido a verme en sueños, y desafortunadamente no fue mi amor nórdico :( Me encantó post !!! Yo también repito los escenarios, justamente en el sueño que tuve ayer repetí un escenario jaja fue gracioso y malo porque me desperté con más angustia de la que sentía el día anterior. Estos amores ficticios van a terminar volviéndome completamente loca.
Reitero, me encantó tu entrada !!!!!!

Petrus Angelorum dijo...

¿Y te quejas de mí?

Yonecromprépán

Kitsune dijo...

Qué bonito!
Casi lloro por la ternura del re-encuentro.
Hay amigos del universo libresco que se hacen tan especiales como los "de verdad"

Saludos!

Christian Domínguez Pérez dijo...

Comprendo perfectamente lo que viviste con él. Fue un post que me llegó bastante, y no sólo por la hermosa dedicatoria.

Ais, tu hermosa casa nunca deja de sorprenderme.

Coconut dijo...

Awwww! Una de las historias más tiernas que he leido. Me encantó!

Creative Commons License
La casa de Aisling by Laura Michel is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Derivadas 2.5 México License.