domingo, abril 24, 2011

La razón de casi todo

Fragmento de una preciosa pintura de Alan Lee.


En febrero de 1986, le pedí a mi mamá que me comprara tres libros muy caros (el equivalente, por todos, a menos de tres dólares de ahora, así que imagínense cómo ha variado la economía), y ella accedió de mala gana, porque tenía una idea bastante peculiar sobre ellos. Durante meses y meses me los prohibió, pero los libros, en proceso de ser tasados y sopesados por el comité censor de mi casa (mi hermana mayor, por entonces), estuvieron rondando diferentes rincones, uno aquí en la cocina, otro allá en la biblioteca, otro olvidado en algún lugar del baño. Todavía puedo recordar la sensación extraña que me despertaban; eran como un cofre sellado que contenía quién sabe qué misterios, o como, escribí entonces, un espejo... uno trozo de vidrio que sólo permitiera ver lo de afuera pero que tal vez estaría ocultando algo. No me habían levantado la prohibición cuando, el siguiente 23 de abril, me escurrí con el primer tomo y no dormí sino hasta llegar a la mitad.

Pero no voy a aburrirlos con esta historia que ya les he platicado antes; si quieren releerla, ahí está en la etiqueta Veinte años. Un cuarto de siglo (qué enorme cantidad de tiempo suena si uno lo pone así) ha transcurrido desde que me tropecé con El Señor de los Anillos, y decir que la vida me cambió a partir de entonces es poco. En casi todos los aspectos de lo que una servidora ha hecho, hablado, escrito y leído se nota la influencia de Tolkien, y son contadas las ocasiones en las que no siento un profundo agradecimiento por ello (contadas, dije; no significa inexistentes).

Tres veces he soñado con Tolkien; la primera fue cuando estaba muy jovencita y no lo reconocí sino hasta después que pensé en ello; en la segunda, ya adulta, intercambiamos algunas palabras en inglés antiguo; en la tercera, curiosamente, ambos nos acordamos del sueño anterior. Recuerdo que el Tolkien de mi sueño me dijo, en aquella tercera y última vez, que ya no quería que lo llamara “Profesor”, sino “abuelo”. Y que se molestó cuando lo llamé “abuelito” (grampa)  y me corrigió: “No; ABUELO” (grandfather).

Bajo ese punto, el año pasado le escribí al profesor/abuelo una sentidísima carta que publiqué aquí, y que preocupó a mis amigos y me ganó alguna crítica medio amarga. Sí, una servidora estaba entonces llena de pesimismo, y una desesperación pasiva (las peores) le congelaba toda la voluntad. Ahora... digamos que estoy contenta de haber llegado a este cuarto de siglo.

Profesor Tolkien, querido abuelo, usted es la razón de casi todo. Bien o mal, tal vez haciendo un par de cosas que no debería y otras que eran lo correcto aunque hubiera que pagar por ello; las decisiones, algunas más difíciles de lo que esperaba... la mano que me sostenía y la luz que me daba alguna vaga idea de por dónde ir eran siempre usted. ¿Qué más puedo decir? Veinticinco años parece un tiempo muy largo, pero aunque pasaran otros veinticinco, y más, no me alcanzarían para agradecer a la voz que me obligó a engañar nuestro tímido corazón para derrotar la horrible realidad; a sembrar dragones porque era nuestro derecho, bien o mal usado; a crear por las mismas leyes que fuimos creados.

Nada sería igual sin esa voz; y no alcanzo a imaginarme cómo sería. 

5 comentarios:

Katherine Galo dijo...

¿Te prohibieron leer ESDLA?
¡qué rayos!
A de ser genial soñar con el prof... perdón, el abuelo. Ahora yo también le diré así.

yescanauta dijo...

Una gran reverencia al escritor favorito de muchos (sin contar las palabras de incontable afecto) Tolkien fue quien desperto en mi imaginacion el sentido de la moral. en verdad que abrio una enorme puerta para nosotros los nuevos escritores... ^^ (notese el pecado de vanidad)

Dark Soulless dijo...

A mi también me cambió la vida esa trilogía, aunque no recuerdo fechas, simplemente sé que cuando terminé de leer los tres libros, en las tardes cuando estaba con mi padre, me quedó un vacío al terminar de leer... viví y crecí mi niñez con su historia y fue triste cuando terminó, pero fascinante cuanto sucedió.

Chendo dijo...

Creo que la mayoría de los eventos que nos llevan a vivir estados de ánimo intensos indudablemente que provocan un cambio en nuestra forma de ser y que mejor cuando ese cambio está basado en el profundo respeto por la vida y por hacer el bien sin desfallecer. A mi, me han comentado más de una vez que tengo comportamientos parecidos a algunos personajes de la obra del Profesor y la verdad no me doy cuenta de ello y mucho menos lo busco hacer, simplemente la obra permeó mi ser, ja! Un abrazo Ais.

ACERTIXO dijo...

Hola Laura encontré tu blog por accidente. Un escritor recibe influencia de algún otro. Pero el éxito es cuando desarrolles tu propio estilo.

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La casa de Aisling by Laura Michel is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Derivadas 2.5 México License.