Fotografía del artista holandés Jan Oliehoek;
para ver las maravillas que hace con el photoshop,
visiten su página web.
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Detractora como soy (no apasionada, conste), nadie quiere creerme que conocí a Harry Potter desde MUCHO antes que se hiciera famoso. Un amigo del Capitán me pasó y la piedra filosofal, porque sabía que me gustaban “esas cosas”; comencé a leerlo sin ninguna reserva, pero al llegar al capítulo cuatro decidí que no era libro para mí, gracias. Creo que fue el sombrerito seleccionador de Hogwarts lo que me acabó de hartar (la palabra “seleccionador” siempre me remitió a los médicos nazis de Auschwitz); aunque ya me habían hecho dar respingos algunos otros detalles. Total, ahí se quedó el libro por un buen rato, fuera de mi memoria y mi lista de lecturas, hasta que se anunció la película de Chris Columbus; entonces me di cuenta que el asunto se había vuelto grande, y que la autora J. K. Rowling se había hecho más popular de lo que mis cortos alcances hubieran podido predecir. Todavía con la buena voluntad del que cree que pudo haberse equivocado, me obligué a terminar el libro antes de ver la película.
Sólo hubo una parte donde el relato me llevó de la mano y no recuerdo dónde fue; de ahí en demás lamento no haber conservado ciertos párrafos para hoy que de veras necesito remedios contra el insomnio. No sólo concluí que el libro no era para mí, sino que además estaba malito. Después pasé varios AÑOS intentando terminar las primeras páginas del volumen 2, y la cámara secreta (esta vez propiedad de mi hermana, que se volvió ultrafan). No lo conseguí. Tampoco he querido ver las otras películas sin leer los libros. Círculo vicioso.
El buen Harry no me hubiera causado el más mínimo dolor de cabeza, a no ser por cierta discusión que tuve con mi hermana, tiempo atrás. Yo decía que el primer libro de Harry Potter no era bueno, y ella, lectora añeja de ciencia ficción, divulgación científica y fantasía, opinaba que me había vuelto prejuiciosa. Primero me salió con la cantaleta de siempre de que Harry Potter había hecho que los niños se pusieran a leer (ajá, de acuerdo, pero, ¿a leer qué...?), luego me reprochó que no hubiera terminado más que el primer volumen de la serie. ¿Qué problema le veía yo a J.K. Rowling?
- La señora no sabe escribir - le contesté.
Mi hermana aceptó que así era. - Pero - insistió, con cara de fascinación -, es que deberías ver lo que pasa en el libro cuatro. Los personajes que eran tan planos, todo blanco y negro, se vuelven grises. Rowling ya está aprendiendo a escribir.
- Es que en mis tiempos - la frase me hacía sonar como ancianita -, lo que se usaba era que los escritores aprendieran a escribir ANTES de que los publicaran. Lo que va a terminar pasando con Rowling es que ahora todo el mundo va a querer sacar libros de fantasía para chavitos, y a nadie le va a importar la calidad que tengan.
Hace ya casi diez años de esta plática; creo que una servidora recién acababa de casarse o en eso andaba. ¿Qué puedo alegar ahora? Bueno... que odio parecer avechucho de mal agüero, y odio todavía más cuando en mi avechuchez tengo razón.
La fantasía es mi género literario favorito, y la verdad es que el encontrarme ahora estantes llenos en las librerías, en lugar de alegrarme, me deprime, porque de tanto que hay ya no se sabe qué resultará bueno y qué no, y los libros están demasiado caros como para arriesgarse a las decepciones. El mensaje que Rowling le envió al mundo editorial fue éste: cualquiera puede escribir. Y, aún más lejos, cualquiera puede escribir fantasía. Lo que es peor: cualquiera puede publicar fantasía.
Cuando recién salió El Señor de los Anillos, me acuerdo que muchos críticos dijeron que se trataba de “basura juvenil” y otros epítetos menos lindos. ¿Que si estaban equivocados? Oh, sí; me he encontrado con muchos lectores adolescentes que piensan que El Señor de los Anillos es aburrido. Ahora bien, ¿no me habré convertido en uno de esos amargados críticos yo misma, con respecto a la fantasía de ahora? No lo creo; espero seguir confiando en mi buen juicio. Y eso que una buena parte de los escritores que me siguen gustando son de los que podría clasificar uno como “juveniles”: pongo a Diana Wynne Jones en primerísimo lugar, y lamenté que muriera Lloyd Alexander en 2007; ha habido quién dice que los libros de Terramar de Ursula K. LeGuin y los de Peter Beagle son “para niños”; mi segundo libro favorito, La Colina de Watership de Richard Adams, es una novela sobre conejos (?).
Nada tengo contra la fantasía juvenil siempre y cuando se haga como es debido (en otras palabras, que un adulto pueda leerla sin sentirse tratado como idiota). Pero la que me ha tocado leer en los últimos tiempos no tiene el ingenio de Diana Wynne Jones, la belleza de Alexander, las profundas reflexiones de LeGuin, el delicioso sentimiento de Beagle y la aguda y a veces dolorosa crítica de Richard Adams; se prefieren ahora los argumentos más o menos fáciles, los mensajitos morales obvios y sobre todo, eso es lo que más detesto, las autoproyecciones.
En la Feria del Libro de 2004, tuve la oportunidad de conocer al autor Juan Antonio Pérez-Foncea, que recién acababa de publicar El bosque de los Thaurroks, el primer libro de su proyectada y ahora completa saga de Iván de Aldénuri. Un señor muy amable y con una voz mesurada, comentó en su presentación que mucha de la fantasía moderna está basada en cuestiones pseuo celtas y/o anglosajonas, y que él deseaba situar la suya en su querida costa del norte de España. Muy bien hecho. Me autografió su libro sobre un niño que puede volar y donde los monstruos tienen cuerpo de dinosaurio y cabeza de toro (!), y llegando a la casa me puse a leerlo. No, tampoco pude con él. Ningún problema de ideologías cruzadas ni nada de eso. Simplemente ocurrió que el libro se puso aburridísimo, y que comencé a confundirme con todos los personajes y sus nombres (no lo que le ocurriría a alguien que se aventó El Silmarillion sin perderse una sola vez, ¿verdad?). Pérez-Foncea ya había advertido que los adultos solían quejarse de eso y atribuyó el hecho a nuestra calcificada imaginación, no a que sus condenados personajes hablan, piensan y se comportan exactamente de la misma manera, y resulta difícil distinguir entre uno y otro. Qué remedio.
Pero en esta Feria del Libro pasada me tropecé con lo que más me preocupa de todo el asunto: las editoriales que parecen estarse peleando por ver quién publica al autor más joven. (Ya había pasado: Christopher Paolini comenzó a escribir a los quince su libro Eragon, que sus papás le ayudaron a publicar un par de años después; qué vergüenza, tampoco pude terminarlo porque durante todo el tiempo que estuve leyéndolo me estuvo retumbando en la cabeza un remix de la Marcha Imperial. Gracias al muchacho, a alguna editorial se le ocurrió reempaquetar El vuelo del dragón, de Anne McCaffrey, como fantasía juvenil. Vaya por Dios).
Los dos escritores mexicanos de quienes les voy a platicar también arrancaron como menores de edad: conocí a ambos en la última feria, una con mayor promoción que el otro, una en presentación de libro y otro en el mismo stand donde se vendía; fue éste el que terminé comprando porque costaba la mitad que el de la otra. En un segundo les cuento lo que pueda de ambos.
Andrea Chapela publicó La heredera hace casi un año, pero lo comenzó también de quince; vi el volumen en librerías, me picó la curiosidad, me espantó el precio. Sigo sin leerlo y quisiera hacerlo, a pesar de que por las oídas y similares calculo que no se trata de nada del otro mundo (muchos medios hablaron del libro y todos se enfocaron en maravillarse por lo joven que es la autora y cómo fue a incursionar en el género fantástico; el único que tuvo la decencia de decir de qué trataba fue un suplemento del periódico El Informador); pero en la presentación del segundo volumen de la saga, El creador, me quedé con algunas ideas más.
Andrea tenía una voz temblorosa como hoja en medio de un huracán, y a cada segundo de la presentación parecía estar a punto de morirse del estrés; remataba sus frases con una risita nerviosa que parecía pedir “no me hagan más preguntas por favor”. Pero como de hecho de eso se trataba la ponencia, se puso a responder cuestiones que, ella misma dijo, siempre salen a colación: que si comenzó como fanfiquera de Harry Potter, que si la publicaron más por suerte que por otra cosa, que había planeado hacer una trilogía (todos lo hicieron por culpa de Tolkien, y él nunca tuvo esas intenciones en primer lugar) pero la historia le había quedado demasiado larga e iría por cuatro libros. Sobre el tema de su historia, se mostró tan vaga como la mayoría de las reseñas, pero alcanzó a mencionar que de dos amigos que viajan a un mundo imaginario con su lucha consabida de bien contra mal... sí, el cuento de costumbre.
Bien, pues, una servidora tenía varias preguntas en mente, y esperaba que al menos una no fuera de las repetidas. Primero fue sobre sus influencias; Phil Pullman y Harry Potter por delante, me añadió a Tolkien y a Lewis como de prisa, pero a estos dos últimos autores como que ya los están metiendo de cajón en cuanto a fantasía (¿no les había contado algo al respecto?). Después le confesé con toda franqueza que ya me estaba hartando la fantasía juvenil nueva porque todo era pan con lo mismo; que qué tenía su libro que ofrecerme a mí, una adulta (a lo que respondió lo que antes les platiqué), y qué había de nuevo en su novela para el género. Ella dijo que siempre se ponía muy prudente con eso (es decir, que alguien más ya se lo había preguntado. Bleh) y que su conocimiento de la literatura fantástica era limitado, pero que lo de mezclar mundos fantásticos con el mundo real era idea suya. (¡AUCH!).
En cuanto vio mi cara de ¡AUCH!, Andrea reaccionó... dijo que si conocía a algún autor que hubiera hecho eso antes, se lo hiciera saber. No seguí ahí mismo (después de todo, era la hora de la joven) pero, si estás leyendo esto, Andrea, la lista es larga... si nos vamos por orden alfabético empezaría con Peter Beagle, Terry Brooks, Jonathan Carrol, Stephen R. Donaldson, el mismísmo Michael Ende, Alan Garner, Robert Holdstock, Robert E. Howard, Diana Wynne Jones, Guy Gavriel Kay... creo que podría encontrar uno con cada vocal y consonante, y lo malo es que no conozco a todos los escritores que quisiera. El mundo no se acaba en Hogwarts. Gracias a Dios, tampoco empieza ahí.
Erik Velazquez Reyes, de dieciséis años, es quien rompe el récord: tenía quince cuando hizo su novela publicada el año pasado. Me lo encontré en el stand donde se vendía su libro, Zetro: el legado de los dragones, en el Área Internacional; me vio hojeándolo, y su editora me ofreció un descuento con tal de que me lo llevara. El chico me lo autografió, y me dijo que Chapela se lo había comprado también (pero que él no había podido corresponder, igual, porque La heredera sigue estando carérrimo). No acudí a su presentación (creo que sí la tuvo) porque había otras cosas pendientes, pero platiqué un poquito con él, y aunque la voz le temblaba menos que a Andrea, sí consiguió desconcertarme un poco. A mi pregunta típica de “qué autores te gusta leer”, me arrojó a la cara a Gabriel García Márquez y a no sé cuánto más de realismo mágico latinoamericano (justo el tipo de literatura que más me carga la paciencia). Le insinué que no le creía, y con tirabuzón conseguí sacarle que es fan de la saga de Dragonlance, de Harry Potter, del tarado de Dan Brown y otra referencia obligada a Tolkien. Jamás aceptó su gusto por el animé japonés. Cuando le agradecí el autógrafo, le aconsejé que no se avergonzara de lo que leía; que si le gustaban cosas que otros consideraban basura, que lo presumiera y a mucha honra. ¿Un acomplejado, el chico? No, claro que no. Pero creo que cuando uno tiene un libro publicado a los quince años, lo que quiere es que lo respeten y una forma de conseguir respeto es posar como adorador de escritores “consagrados” a los que ya nadie cuestiona.
Bueno, adquirí el libro; el Capitán me reprochó la compra, pero no me arrepiento. El que espero que no se arrepienta eres tú, Erik, pero si estás leyendo esto quiero que sepas que voy a leer tu libro, que tengo todas las intenciones de reseñarlo y que mis criterios no son nada blandos. Bajo esa premisa, no tiene nada de ilegal que ponga un pedacito de tu novela, ya que en esta entrada intento probar un punto a mis lectores y me gustaría que supieran por qué todavía no consigo entender qué estaba pasando por la cabeza de tu editora.
El párrafo es una brutal escena de asesinato que culmina con un kamehazo; conservo la puntuación y la ortografía del original.
Las observaciones se las dejo a ustedes.
Como les decía, me da trabajo encontrar otra explicación que no sea el mensaje implícito de Rowling para que gran parte de la literatura fantástica contemporánea sea derivativa, chafa, aburrida y sosa: los editores que la publican NO son editores de fantasía; no conocen el género ni tienen gusto por él; un manuscrito sin calidad o una idea sobada le sonará tan bien como las canciones ochenteras de Verónica Castro, Lucía Méndez o hasta Erika Buenfil a oídos no educados. A ellos los autores, y en especial los más jóvenes, se refieren con otro lugar común: que “creyeron en ellos”. Pero a mi ver, más bien lo que creyeron fue que podían montar la estela de popularidad reciente de El Señor de los Anillos y, con suerte, repetir el hitazo del maguito. Yo misma llegué a ser editora de una fanzine pequeñita, y claro que creía en mis escritores, pero no por ello les pasaba por alto sus errores ortográficos o de redacción, o las barrabasadas con las que me salían de cuando en cuando.
Como los editores sigan sin funcionar, la responsabilidad va a caer en los mismos escritores. Y bien, ya sé que después de este rollo van a sonar raras mis conclusiones: me gusta la literatura fantástica, me sigue gustando; quiero que se siga escribiendo pues sólo de este modo habrá más material para leer. Quiero que los jóvenes escriban fantasía, todo lo que puedan; vamos, yo no he dejado de hacerlo. Lo que no quiero es que publiquen cuando todavía no están listos, cuando todavía no saben escribir; por saber escribir me refiero a pegar una oración con otra con la fluidez y coherencia que requiera, y un evento con otro sin que el argumento se desmorone; y ya de paso conseguir que las ideas propias opaquen cualquier influencia extra, ni más ni menos; cito a Ellen Kushner en una de las presentaciones de su estupenda antología de cuentos fantásticos para todos los gustos, Basilisk: “Por mucho que a uno le gusten las fantasías ajenas, para ser sincero con el género hay que escribir desde el propio punto de vista, desde el propio corazón, y no intentar recrear lo de los demás”.
¿La edad? Es lo menos de lo que habría que preocuparse: Peter Beagle publicó su primera novela en 1960 a los 21, y Richard Adams hizo lo propio en 1972, a los 52; uno se da cuenta de que son grandes obras porque ninguno de los dos libros ha dejado de imprimirse desde entonces.
¿Mi recomendación? No hay que tratar de convertirnos en fósiles de Hogwarts sin haber visitado antes otras universidades; la Escuela de Magia de Roke, por ejemplo, y más que quedarnos en la galaxia muy, muy lejana, conviene probarse algunos cientos de las mil caras del héroe que le dio origen.
Sólo hubo una parte donde el relato me llevó de la mano y no recuerdo dónde fue; de ahí en demás lamento no haber conservado ciertos párrafos para hoy que de veras necesito remedios contra el insomnio. No sólo concluí que el libro no era para mí, sino que además estaba malito. Después pasé varios AÑOS intentando terminar las primeras páginas del volumen 2, y la cámara secreta (esta vez propiedad de mi hermana, que se volvió ultrafan). No lo conseguí. Tampoco he querido ver las otras películas sin leer los libros. Círculo vicioso.
El buen Harry no me hubiera causado el más mínimo dolor de cabeza, a no ser por cierta discusión que tuve con mi hermana, tiempo atrás. Yo decía que el primer libro de Harry Potter no era bueno, y ella, lectora añeja de ciencia ficción, divulgación científica y fantasía, opinaba que me había vuelto prejuiciosa. Primero me salió con la cantaleta de siempre de que Harry Potter había hecho que los niños se pusieran a leer (ajá, de acuerdo, pero, ¿a leer qué...?), luego me reprochó que no hubiera terminado más que el primer volumen de la serie. ¿Qué problema le veía yo a J.K. Rowling?
- La señora no sabe escribir - le contesté.
Mi hermana aceptó que así era. - Pero - insistió, con cara de fascinación -, es que deberías ver lo que pasa en el libro cuatro. Los personajes que eran tan planos, todo blanco y negro, se vuelven grises. Rowling ya está aprendiendo a escribir.
- Es que en mis tiempos - la frase me hacía sonar como ancianita -, lo que se usaba era que los escritores aprendieran a escribir ANTES de que los publicaran. Lo que va a terminar pasando con Rowling es que ahora todo el mundo va a querer sacar libros de fantasía para chavitos, y a nadie le va a importar la calidad que tengan.
Hace ya casi diez años de esta plática; creo que una servidora recién acababa de casarse o en eso andaba. ¿Qué puedo alegar ahora? Bueno... que odio parecer avechucho de mal agüero, y odio todavía más cuando en mi avechuchez tengo razón.
La fantasía es mi género literario favorito, y la verdad es que el encontrarme ahora estantes llenos en las librerías, en lugar de alegrarme, me deprime, porque de tanto que hay ya no se sabe qué resultará bueno y qué no, y los libros están demasiado caros como para arriesgarse a las decepciones. El mensaje que Rowling le envió al mundo editorial fue éste: cualquiera puede escribir. Y, aún más lejos, cualquiera puede escribir fantasía. Lo que es peor: cualquiera puede publicar fantasía.
Cuando recién salió El Señor de los Anillos, me acuerdo que muchos críticos dijeron que se trataba de “basura juvenil” y otros epítetos menos lindos. ¿Que si estaban equivocados? Oh, sí; me he encontrado con muchos lectores adolescentes que piensan que El Señor de los Anillos es aburrido. Ahora bien, ¿no me habré convertido en uno de esos amargados críticos yo misma, con respecto a la fantasía de ahora? No lo creo; espero seguir confiando en mi buen juicio. Y eso que una buena parte de los escritores que me siguen gustando son de los que podría clasificar uno como “juveniles”: pongo a Diana Wynne Jones en primerísimo lugar, y lamenté que muriera Lloyd Alexander en 2007; ha habido quién dice que los libros de Terramar de Ursula K. LeGuin y los de Peter Beagle son “para niños”; mi segundo libro favorito, La Colina de Watership de Richard Adams, es una novela sobre conejos (?).
Nada tengo contra la fantasía juvenil siempre y cuando se haga como es debido (en otras palabras, que un adulto pueda leerla sin sentirse tratado como idiota). Pero la que me ha tocado leer en los últimos tiempos no tiene el ingenio de Diana Wynne Jones, la belleza de Alexander, las profundas reflexiones de LeGuin, el delicioso sentimiento de Beagle y la aguda y a veces dolorosa crítica de Richard Adams; se prefieren ahora los argumentos más o menos fáciles, los mensajitos morales obvios y sobre todo, eso es lo que más detesto, las autoproyecciones.
En la Feria del Libro de 2004, tuve la oportunidad de conocer al autor Juan Antonio Pérez-Foncea, que recién acababa de publicar El bosque de los Thaurroks, el primer libro de su proyectada y ahora completa saga de Iván de Aldénuri. Un señor muy amable y con una voz mesurada, comentó en su presentación que mucha de la fantasía moderna está basada en cuestiones pseuo celtas y/o anglosajonas, y que él deseaba situar la suya en su querida costa del norte de España. Muy bien hecho. Me autografió su libro sobre un niño que puede volar y donde los monstruos tienen cuerpo de dinosaurio y cabeza de toro (!), y llegando a la casa me puse a leerlo. No, tampoco pude con él. Ningún problema de ideologías cruzadas ni nada de eso. Simplemente ocurrió que el libro se puso aburridísimo, y que comencé a confundirme con todos los personajes y sus nombres (no lo que le ocurriría a alguien que se aventó El Silmarillion sin perderse una sola vez, ¿verdad?). Pérez-Foncea ya había advertido que los adultos solían quejarse de eso y atribuyó el hecho a nuestra calcificada imaginación, no a que sus condenados personajes hablan, piensan y se comportan exactamente de la misma manera, y resulta difícil distinguir entre uno y otro. Qué remedio.
Pero en esta Feria del Libro pasada me tropecé con lo que más me preocupa de todo el asunto: las editoriales que parecen estarse peleando por ver quién publica al autor más joven. (Ya había pasado: Christopher Paolini comenzó a escribir a los quince su libro Eragon, que sus papás le ayudaron a publicar un par de años después; qué vergüenza, tampoco pude terminarlo porque durante todo el tiempo que estuve leyéndolo me estuvo retumbando en la cabeza un remix de la Marcha Imperial. Gracias al muchacho, a alguna editorial se le ocurrió reempaquetar El vuelo del dragón, de Anne McCaffrey, como fantasía juvenil. Vaya por Dios).
Los dos escritores mexicanos de quienes les voy a platicar también arrancaron como menores de edad: conocí a ambos en la última feria, una con mayor promoción que el otro, una en presentación de libro y otro en el mismo stand donde se vendía; fue éste el que terminé comprando porque costaba la mitad que el de la otra. En un segundo les cuento lo que pueda de ambos.
Andrea Chapela publicó La heredera hace casi un año, pero lo comenzó también de quince; vi el volumen en librerías, me picó la curiosidad, me espantó el precio. Sigo sin leerlo y quisiera hacerlo, a pesar de que por las oídas y similares calculo que no se trata de nada del otro mundo (muchos medios hablaron del libro y todos se enfocaron en maravillarse por lo joven que es la autora y cómo fue a incursionar en el género fantástico; el único que tuvo la decencia de decir de qué trataba fue un suplemento del periódico El Informador); pero en la presentación del segundo volumen de la saga, El creador, me quedé con algunas ideas más.
Andrea tenía una voz temblorosa como hoja en medio de un huracán, y a cada segundo de la presentación parecía estar a punto de morirse del estrés; remataba sus frases con una risita nerviosa que parecía pedir “no me hagan más preguntas por favor”. Pero como de hecho de eso se trataba la ponencia, se puso a responder cuestiones que, ella misma dijo, siempre salen a colación: que si comenzó como fanfiquera de Harry Potter, que si la publicaron más por suerte que por otra cosa, que había planeado hacer una trilogía (todos lo hicieron por culpa de Tolkien, y él nunca tuvo esas intenciones en primer lugar) pero la historia le había quedado demasiado larga e iría por cuatro libros. Sobre el tema de su historia, se mostró tan vaga como la mayoría de las reseñas, pero alcanzó a mencionar que de dos amigos que viajan a un mundo imaginario con su lucha consabida de bien contra mal... sí, el cuento de costumbre.
Bien, pues, una servidora tenía varias preguntas en mente, y esperaba que al menos una no fuera de las repetidas. Primero fue sobre sus influencias; Phil Pullman y Harry Potter por delante, me añadió a Tolkien y a Lewis como de prisa, pero a estos dos últimos autores como que ya los están metiendo de cajón en cuanto a fantasía (¿no les había contado algo al respecto?). Después le confesé con toda franqueza que ya me estaba hartando la fantasía juvenil nueva porque todo era pan con lo mismo; que qué tenía su libro que ofrecerme a mí, una adulta (a lo que respondió lo que antes les platiqué), y qué había de nuevo en su novela para el género. Ella dijo que siempre se ponía muy prudente con eso (es decir, que alguien más ya se lo había preguntado. Bleh) y que su conocimiento de la literatura fantástica era limitado, pero que lo de mezclar mundos fantásticos con el mundo real era idea suya. (¡AUCH!).
En cuanto vio mi cara de ¡AUCH!, Andrea reaccionó... dijo que si conocía a algún autor que hubiera hecho eso antes, se lo hiciera saber. No seguí ahí mismo (después de todo, era la hora de la joven) pero, si estás leyendo esto, Andrea, la lista es larga... si nos vamos por orden alfabético empezaría con Peter Beagle, Terry Brooks, Jonathan Carrol, Stephen R. Donaldson, el mismísmo Michael Ende, Alan Garner, Robert Holdstock, Robert E. Howard, Diana Wynne Jones, Guy Gavriel Kay... creo que podría encontrar uno con cada vocal y consonante, y lo malo es que no conozco a todos los escritores que quisiera. El mundo no se acaba en Hogwarts. Gracias a Dios, tampoco empieza ahí.
Erik Velazquez Reyes, de dieciséis años, es quien rompe el récord: tenía quince cuando hizo su novela publicada el año pasado. Me lo encontré en el stand donde se vendía su libro, Zetro: el legado de los dragones, en el Área Internacional; me vio hojeándolo, y su editora me ofreció un descuento con tal de que me lo llevara. El chico me lo autografió, y me dijo que Chapela se lo había comprado también (pero que él no había podido corresponder, igual, porque La heredera sigue estando carérrimo). No acudí a su presentación (creo que sí la tuvo) porque había otras cosas pendientes, pero platiqué un poquito con él, y aunque la voz le temblaba menos que a Andrea, sí consiguió desconcertarme un poco. A mi pregunta típica de “qué autores te gusta leer”, me arrojó a la cara a Gabriel García Márquez y a no sé cuánto más de realismo mágico latinoamericano (justo el tipo de literatura que más me carga la paciencia). Le insinué que no le creía, y con tirabuzón conseguí sacarle que es fan de la saga de Dragonlance, de Harry Potter, del tarado de Dan Brown y otra referencia obligada a Tolkien. Jamás aceptó su gusto por el animé japonés. Cuando le agradecí el autógrafo, le aconsejé que no se avergonzara de lo que leía; que si le gustaban cosas que otros consideraban basura, que lo presumiera y a mucha honra. ¿Un acomplejado, el chico? No, claro que no. Pero creo que cuando uno tiene un libro publicado a los quince años, lo que quiere es que lo respeten y una forma de conseguir respeto es posar como adorador de escritores “consagrados” a los que ya nadie cuestiona.
Bueno, adquirí el libro; el Capitán me reprochó la compra, pero no me arrepiento. El que espero que no se arrepienta eres tú, Erik, pero si estás leyendo esto quiero que sepas que voy a leer tu libro, que tengo todas las intenciones de reseñarlo y que mis criterios no son nada blandos. Bajo esa premisa, no tiene nada de ilegal que ponga un pedacito de tu novela, ya que en esta entrada intento probar un punto a mis lectores y me gustaría que supieran por qué todavía no consigo entender qué estaba pasando por la cabeza de tu editora.
El párrafo es una brutal escena de asesinato que culmina con un kamehazo; conservo la puntuación y la ortografía del original.
Nodiak arrancó una gran rama de un árbol que le quedaba cerca y empezó a darle golpes a Copai. Erlot también lo estaba ayudando.
Copai ya no podía más, estaba deshecho literalmente, trató de moverse pero las quemaduras y el dolor se lo impidieron.
Erlot y Nodiak siguieron golpeándolo sin tregua.
Cuando vieron que Copai estaba totalmente debilitado y no podía moverse pararon, y comenzaron a prepararse para dar un ataque letal. De las manos de esos dos seres malignos comenzó a materializarse una bola de fuego, entre los dos empezaron a formar una esfera ardiente cada vez más grande, más y más.
Atacaron al mismo tiempo lanzando una enorme ráfaga de fuego. Copai, quien ya se encontraba de pie, estaba tan débil que no pudo moverse para esquivar el ataque.
El fuego lo golpeó bruscamente, las brazas lo devoraron. Copai estaba cubierto de fuego, después cayó y murió.
Copai ya no podía más, estaba deshecho literalmente, trató de moverse pero las quemaduras y el dolor se lo impidieron.
Erlot y Nodiak siguieron golpeándolo sin tregua.
Cuando vieron que Copai estaba totalmente debilitado y no podía moverse pararon, y comenzaron a prepararse para dar un ataque letal. De las manos de esos dos seres malignos comenzó a materializarse una bola de fuego, entre los dos empezaron a formar una esfera ardiente cada vez más grande, más y más.
Atacaron al mismo tiempo lanzando una enorme ráfaga de fuego. Copai, quien ya se encontraba de pie, estaba tan débil que no pudo moverse para esquivar el ataque.
El fuego lo golpeó bruscamente, las brazas lo devoraron. Copai estaba cubierto de fuego, después cayó y murió.
Las observaciones se las dejo a ustedes.
Como les decía, me da trabajo encontrar otra explicación que no sea el mensaje implícito de Rowling para que gran parte de la literatura fantástica contemporánea sea derivativa, chafa, aburrida y sosa: los editores que la publican NO son editores de fantasía; no conocen el género ni tienen gusto por él; un manuscrito sin calidad o una idea sobada le sonará tan bien como las canciones ochenteras de Verónica Castro, Lucía Méndez o hasta Erika Buenfil a oídos no educados. A ellos los autores, y en especial los más jóvenes, se refieren con otro lugar común: que “creyeron en ellos”. Pero a mi ver, más bien lo que creyeron fue que podían montar la estela de popularidad reciente de El Señor de los Anillos y, con suerte, repetir el hitazo del maguito. Yo misma llegué a ser editora de una fanzine pequeñita, y claro que creía en mis escritores, pero no por ello les pasaba por alto sus errores ortográficos o de redacción, o las barrabasadas con las que me salían de cuando en cuando.
Como los editores sigan sin funcionar, la responsabilidad va a caer en los mismos escritores. Y bien, ya sé que después de este rollo van a sonar raras mis conclusiones: me gusta la literatura fantástica, me sigue gustando; quiero que se siga escribiendo pues sólo de este modo habrá más material para leer. Quiero que los jóvenes escriban fantasía, todo lo que puedan; vamos, yo no he dejado de hacerlo. Lo que no quiero es que publiquen cuando todavía no están listos, cuando todavía no saben escribir; por saber escribir me refiero a pegar una oración con otra con la fluidez y coherencia que requiera, y un evento con otro sin que el argumento se desmorone; y ya de paso conseguir que las ideas propias opaquen cualquier influencia extra, ni más ni menos; cito a Ellen Kushner en una de las presentaciones de su estupenda antología de cuentos fantásticos para todos los gustos, Basilisk: “Por mucho que a uno le gusten las fantasías ajenas, para ser sincero con el género hay que escribir desde el propio punto de vista, desde el propio corazón, y no intentar recrear lo de los demás”.
¿La edad? Es lo menos de lo que habría que preocuparse: Peter Beagle publicó su primera novela en 1960 a los 21, y Richard Adams hizo lo propio en 1972, a los 52; uno se da cuenta de que son grandes obras porque ninguno de los dos libros ha dejado de imprimirse desde entonces.
¿Mi recomendación? No hay que tratar de convertirnos en fósiles de Hogwarts sin haber visitado antes otras universidades; la Escuela de Magia de Roke, por ejemplo, y más que quedarnos en la galaxia muy, muy lejana, conviene probarse algunos cientos de las mil caras del héroe que le dio origen.
18 comentarios:
El mundo industrializado, por su naturaleza, navega a contra-corriente de lo que es y lo que representa la fantasía.
Se requiere a una persona muy particular para escribir en éste género, y la búsqueda por ese tipo de personas debe abarcar un espéctro más amplio que la edad.
Las editoriales modernas son una grotesca parodia de lo que fueron en otrora; dejaron de buscar la próxima gran obra, el próximo gran artista y en su lugar se encuentra el ethos "cuánta remuneración nos deja".
Hay más en la vida que la acumulación de riqueza material... y ésta debería ser un producto tangencial a la obra, no su reacción principal.
Te sigue faltando ser más y más dura.
Deja ver que averiguo por ahí y por allá y te mando unos cuantos lectores.
Y en el orden de ideas principal no puedo estar más que de acuerdo contigo. Supongo que por eso no he buscado editor a mi dragontea que no está lista y no creo que este año lo este...
¿Ahora si me vas a hacer caso de promover la no escritura entre los noveles?
Wow, un post muy interesante sin duda. Ciertamente el extracto del libro que pusiste me recordó a algo que leí hace como un año.
No puedo evitar el relacionar lo que mencionas con los videojuegos y la gran cantidad de juegos "chafas" que salen con el simple motivo de ganar dinero, con un público poco o nada exigente. Al fin de cuentas creo que en ambos casos para todos hay y por lo mismo siempre podremos encontrar obras adecuadas a nuestros gustos sin tener que recriminar a aquellos a quienes les gusta lo "malito". Esto se aplica en todo, desde literatura hasta música, pero es normal, es simple consecuencia de la divulgación de un medio, pues al demanda habrá oferta.
Se puede promover el incremento en los estándares de calidad del consumidor, pero también se debe de promover la tolerancia a otro tipo de gustos.
Estoy de acuerdo contigo y el post, y de hecho pienso escribir algo en mi blog sobre mis propias observaciones hacia lo japonés, pero creo que si se reduce a "son productos que no van dirigidos a mi".
Maravilloso post, como siempre, Aisling. Igual que Suldyn, yo también recordé algo malísimo que leí hace como un año, el mismo texto que Suldyn leyó y en el que también hay kamehazos y cosas muchísimo peores.
Esto es algo de lo que he querido escribir en mi blog, pero en parte te me adelantaste. Me desespera sobremanera ver que pasen cosas como ésta, que publiquen a un chavito de 15 años que escribió una mala versión de Star Wars pero con dragones, y que encima le hicieran película. Y de "Stephenie" Meyer (if that's really her first name) mejor ni hablo, porque mi desprecio por su obra es descomunal. Y lo peor de todo es que los publican, que venden millones de copias, que llevan sus obras mediocres a la pantalla grande. Todo parte del consumismo enajenado en que vivimos.
Sí, me duele, y mucho, porque igual que tú, más que emocionarme cuando voy a una librería y encontrarme anaqueles enteros con libros de literatura fantástica, me entritezco. Porque sé que serán contados los libros de esa sección que sean buenos, que me interesen, que valgan la pena. Y entonces me pasa como me pasó cuando hice la maestría, que estaba tan harto de todo eso que pretendía que mi tesis hablara de cómo ya no hay literatura fantástica buena. Afortunadamente no la escribí sobre eso, pero la idea se quedó. Tanto así que hace años y años y años que no leo literatura fantástica. Alguna vez ya te había comentado que no veo al realismo mágico con los mismos ojos que tú, pues puedo ver su valor literario más allá de la crítica social. García Márquez me gusta tanto que Cien Años de Soledad es, al mismo nivel que El Silmarillion, mi libro favorito de todos los tiempos. No le veo nada de malo a que Érik Velázquez mencionara a García Márquez, pero si concuerdo contigo en que no debe sentirse avergonzado de las cosas que le gustan leer (a menos que lea a Meyer), aunque claro, su kamehazo no le ayuda mucho a redimirse.
En fin, le dejo ahí que podría seguir y seguir con esto. Perdón por el comment tan largo, pero el tema me apasiona. Por eso insito: qué post tan genial, Aisling. Saludos!
Estimada Aisling, sé que no puedo agregar nada interesante respecto a lo que escribiste de una manera genial, además mis recursos al respecto son bastante limitados. Pero lo que si puedo hacer y de hecho propongo a ti como a todos los que quieran participar es ¿qué te parece si te apoyamos en los gastos para la edición y registro de autor de un libro hecho por ti? Estoy dispuesto.
¡PLAS, PLAS, PLAS! Poco puedo añadir salvo que, contra lo que dice Petrus Angelorum, creo que has sido demasiado dura, no en las críticas, sino en el objetivo de las mismas.
Esa muchacha de la que hablas no es más que eso, una adolescente que se puso a escribir (como hemos hecho casi todos a esas edades) y tuvo la desgracia de que, en vez de animarla a pulir su escritura, la hicieran sentirse como la nueva Rowling (no he leído los libros del mago, atendiendo a tu reseña, a lo mejor sí que lo es, pero en un sentido nada halagador).
Siempre me horrorizaron esos "niños prodigio" que salen en los programas de talentos y son explotados por sus propios padres -desatendiendo su educación con promociones y giras interminables en vez de darles una formación adecuada a ese talento natural- por fama y dinero. Con la literatura estamos viviendo un fenómeno parecido, son juguetes en mangoneados por las editoriales y dentro de unos años, cuando nadie los recuerde y su edad ya no venda, seguirán preguntándose qué están haciendo mal, con lo que le gustaba antes a todo el mundo sus historias.
(de antemano pido disculpas, soy casi una hoygan, no se usar el teclado)
Hola, acabo de encontrame con tu blog gracias a Petrus Angelorum que me lo pasó por el twitter.
Atención: tengo 18 años, preparó mi propia saga fantástica y estoy de acuerdo contigo en varias cosas.
Harry Potter entre que me entretiene y entre que me sueno los mocos con los libros, ADORO El Señor de los Anillos, Eragon es el papel de baño más rasposo que he usado...
Soy friki y le tengo un gran cariño a la literatura fantástica.
Yo ya leí tanto Zetro como La Heredera (estoy leyendo la segunda parte, que la misma autora me prestó)
Aquí está un post que subí cuando fui a las presentaciones de estos dos chicos en la Expocomic 2009
http://katherinegalo.blogspot.com/2009/08/expocomic-andrea-chapela-y-erick.html
Creo que Zetro es un libro maravillosísismo... para niños de menos de 11 años.
Leí la Heredera con algo de prejuicio y esperando decir "ah..." y cerrarlo, pero me sorprendí. Superó mis expectativas (que tampoco eran mcuhas) y no está mal.
He tenido la oportunidad de conocer y platicar con Andrea Chapela, y no es tan fan de HP como parece, lo es más de La Materia Oscura.
Una de las cosas que me ha comentado, es que no le agrada el "jóven mujer mexicana publica saga fantastica" "escritrora de 15 años" y el "es el ejemplo de que puedes lograr tus sueños"; está harta de que hablen de ello en vez de que hacerlo sobre el libro.
Soy de la postura de que sí hay buena fantasía en estos últimos tiempos, pero hay que derribar barreras de Harry Potter y Crepúsculo para encontrarla.
Yo misma también dirijí mi propio fanzine hace un año, y me encontre con un gran talento para el humor negro y otro para el gótico "de a devis", ambos de 18 (ahorita, de 19)
Me da nosequé el apelativo de "fantasía juvenil". La fantasía es un género como cualquier otro y merece el mismo respeto.
Ah... tendría tantas cosas que decir que tal vez podría terminar haciendo mi propio post al respecto.
Te invito a unirte a esta pequeña red http://creadoresfantasticos.ning.com/
Ay, ay, ay... a tanto comentario interesante va a dar trabajo responder cada uno como se merece. Muchísimas gracias primero que nada.
Arc: Creo que el hecho de que ahora sea más barato publicar los libros que antes permite que los editores se "arriesguen" con cierto tipo de material, pero por otro lado cuentan las oportunidades. Ah, y los conectes, enchufes... eso. El materialismo puro y duro por desgracia no es mal nomás del mundo editorial.
Pere: ¿Ya ves que Fará opina que SÍ he sido muy dura? Pero no quisiera llegar al extremo de promover la no escritura. Sigue trabajando lo tuyo; así estaremos muchos.
Sul: Y mira que el Final Fantasy XIII va a venir apareciendo en esta conversación... Ya que hablas al respecto, fíjate que me declaro culpable de que semejante juego se me metió por los ojos y que en algún momento me dije "ya es hora de comprar el dichoso Play 3". Pero ahora pienso muy distinto. No sólo tras repasar los comentarios de Pei, sino de hacer lo mismo con mi propia conciencia. Si el juego es un producto de mala calidad, no voy a andarlo comprando nomás porque está bonito y porque soy fan de la serie. Mi hermana se volvió muy completista de toda cosa de fantasía y ciencia ficción que se hallara, y sólo últimamente se está dando cuenta de que ha llegado a conseguirse toneladas y toneladas de basura cara. Por supuesto que quiero un post al respecto, ¿eh?
Pei: Gracias... y sips, recuerdo que no nos poníamos de acuerdo con lo del realismo mágico, je, je, je... Ahora sí que va a ser cuestión de puros gustos. Pero el problema que le vi a este muchacho Erik no fue que lo mencionara, sino que hasta donde voy no hay NADA en su escritura que lo delate como fan de García Márquez. Ahora, sobre lo demás, te acordarás cuando lanzaron a Christopher Paolini y lo etiquetaron como el "nuevo Tolkien", ¿verdad? Una servidora tuya se había tropezado tanto con nuevos Tolkien a lo largo de los años que ya estaba curada del espanto. Igual le di una oportunidad pero me detuve cuando sale Obi W... digo, Brom. Aguanté más la estúpida espada de Shannara. Y nadie me va a creer tampoco que a la tal Stephenie como se llame la conocí antes de que se hiciera famosa... la traía una de mis alumnas, una chica muy seria e inteligente, por cierto, que me dijo que no entendía qué clase de placer insano hallaba en leer eso. Lo hojee y me dio una flojera impresionante. Pero está bien. Me alegro que no hayas puesto las decepciones en tesis.
Pei y Sul: Uhhhh... me picaron la curiosidad con lo del otro kamehazo... ¿se vale preguntar el dónde y el cuándo...?
(Fin de la primera parte)
Chendo: Ay... es como recibir un ramo de rosas violeta (las hay, y son bellísimas y escasas) eso que me dices. No te preocupes. Algún día me las arreglaré para publicar y que me caigan las críticas que he puesto en otros. Y, espero, sin hacerle gastar dinero a mis amigos... para mí es un regalo que me lean. :.>
Fará: Pienso que tienes toda la razón... ALGUIEN hambriento de ALGO (dice Petrus que fueron editores con ganas de dinero) decidió por esta chica si deseaba publicar o no (esto lo pongo después de leer los comentarios en el blog de Katherine, aquí abajo). A ella misma nunca la vi cómoda con la situación, ni mucho menos envanecida con ella (aaaghhh... su risita nerviosa me sigue perforando los oídos). Pero dijo también que ahora tiene que cumplir un contrato con la editorial, así que como quien dice ya está amarrada. Quién sabe cuáles hubieran sido sus intenciones al escribir (supongo que las de todos nosotros: dar los primeros pasos y buscar alguna dirección). Ah, y yo también odio el asunto de los niños prodigio... me acuerdo todavía del caso de Charlotte Church, que fue una verdadera pena.
Katherine: Mucho gusto y bienvenida. Acabo de pasear por tu blog y me gustó mucho... tanto el contenido como el diseño. ¿No hay problema si te agrego a mi blogroll? Ok, con respecto a Andrea Chapela, te digo, quiero de corazón leer su libro, pero mi presupuesto quiere que lo encontremos de segunda mano o que alguien nos lo preste. Voy a intentar hacerlo sin prejuicios... aunque me prejuició lo que dijo en su presentación de la FIL. Espero poder reseñarlo también.
Ahora, en lo que no estoy de acuerdo contigo es lo de la novelita Zetro... ¿qué crimen han cometido los niños de once años? A lo mejor la historia es buena y los personajes también, pero está MUY MAL escrito. Tiene faltas de ortografía y unos errores impresionantes de redacción (el párrafo que puse lo elegí al azar). Creo que los niños más chicos deberían caminar de la mano de GRANDES maestros... de gente que aunque no los mirara a los ojos, los hiciera levantar la cabeza.
Ah, estoy por registrarme en la red que me sugeriste. ¡Gracias!
Esteeee. . . luego te digo.
Yo también... Recuerda el dicho, Ais: Se dice el pecado, pero no el pecador...
-___-
oh, que bueno que te gusto mi blog, y me encanta que me agregen a los blogroll
si, yo tambien me infarte con el precio de la heredera... tuve que ahorrar
a lo que se referia la autora era a que no hay (o al menos ella no ha sabido nunca) de fantasia maravillosa (que es el genero en el que entra su serie) mexicana.
el de erick, si, esta espantosa la ortografia, sobre todo en comas... eso se lo perdono a un niño de 11 años, pero no al editor y al corrector de estilo que se supone que debe tener orfila valentini
gracias por entrar a CMF
Yo también creo que faltó algo de dureza; es que con textos como los del maguito (que me leí el primero entre bostezos nada más para poder criticar con fundamento) nos preguntamos por qué alguien los llama literatura o los compara con los textos literarios, ya no digamos si fueron escritos con los pies o el trasero.
Alguna vez Hayala hizo comentarios en la lista tolkiendili acerca de una entrevista hecha a Andrea Chapela y me entró la curiosidad por su libro (bueno, el morbo), así que llegué a la página de su editorial donde pude leer un preview del libro: aburrido, con problemas de redacción y que parecía que no llegaría a ningún lado con su tambaleante hilillo narrativo... cuando lo comenté con un conocido me dijo que yo criticaba a la pobre niña porque, al fin y al cabo, los seudo críticos literarios somos escritores frustados... ahora resulta que los no lectores defienden la no literatura.
Sul y Pei: Upsss... sorry por la pregunta indiscreta. Soy una curiosa incurable, pero esta vez voy a conformarme con deducir. :#>
Katherine: Un placer para mí también. De hecho todavía no sé qué hacer en el foro... si meterme a alguna de las discusiones ya iniciadas o sacar una nueva, o presentarme, o a ver qué... pero poco a poco se me irá yendo la timidez.
Mmmmm... siempre que hay que definir la fantasía me meto en dificultades (sobre todo con el Pere, alias Petrus). Sobre que si no hay fantasía mexicana al estilo de La Heredera... sí, sí hay. Siempre que me lo preguntan acabo echando por delante cierta novelita de finales del siglo XIX... No es la única muestra, pero dejemos esto para más adelante.
Kit: Todavía espero a leer completa al menos la primera novela de Andrea Chapela, pero gracias por el tip... voy por el primer capítulo. También quiero hacer de tripas corazón y aguantar hasta el final el de Pérez-Foncea. Por el momento, mi verdadero enojo no va contra los escritores, sino contra los aprovechados editores... ¿qué hubiera pasado si a uno de ésos
se le ocurre publicarme, por allá en los ochenta, alguna de las porquerías que estuve haciendo y de las que platiqué en la quinta parte de Veinte años? (http://lacasadeaisling.blogspot.com/2008/05/veinte-aos-antes-y-despus-parte-5.html)
No me imagino, y no quiero enterarme. (Mi hermana morbosa me propuso publicar mis primeros diarios, nomás porque quería dejar de escurrirse para leerlos. ¿A QUIÉN LE IMPORTA?)
Pienso en Terry Brooks y su Espada de Shannara, que es una copia de El Señor de los Anillos casi casi con papel pasante. Terry Brooks va por alguna enésima parte de su serie de Shannara (uffff), tiene un grupito de lectores constantes, ha hecho dos que tres cosas decentes... y no creo que esté feliz con la reputación que se acabó creando. Imagínate... enterarte de que tu editora Judy-Lynn Del Rey te etiquetó como "el nuevo Tolkien" nomás para que los lectores enajenados de tus novelas pagaran las ediciones de obras "que de verdad fueran buenas"...
Una de las cosas más tristes que me tocó ver fue cuando, en alguna parte de Shannara que salió hace unos dos años, tuviera en la contraportada la siguente recomendación: "Si te gusta Harry Potter, lee Shannara". Shannara ha estado ahí por más de treinta años, y tiene que colgarse de un best seller reciente... Si eso no es humillación, entonces no sé qué sea. A Terry Brooks jamás le dieron oportunidad de aprender de sus errores; cuando menos se dio cuenta su creación ya era una marca registrada, y que ni siquiera vendía bien.
Los no lectores siempre han defendido la no literatura... alguien que lo dice de una manera maravillosa, como siempre, es Ursula LeGuin en su ensayito "Why Are Americans Afraid of Dragons?", que puede muy bien servir para explicar la comercialización de la fantasía actual y el éxito de Dan Brown y Stephenie Meyer, aunque se escribió hace más o menos veinte años (espero no calcular mal). Mi Capi puso en su blog algo al respecto (grrr... no tiene la opción de links para cada entrada, pero pon en su buscador "Código Da Vinci" y sale todo lo necesario): los libros que venden MUCHO están dirigidos a la gente que no lee NADA. Y están hechos también para que esas personas piensen que acaban de digerirse la gran obra. Sips, es terrible, pero pasa. :/
Quiero decir que mi alias no es Péré.
Y que si os calificamos de falta de dureza es porque tiene una fama de elfo bastante extentida.
Luego más que ya me corren de esta máquina.
Pere: Eh, eh, eh... dije que tu alias es Petrus, ¿qué no?
Y tradúceme eso de "fama de elfo" al cristiano, que ahora sí no tengo idea de lo que quisiste decir.
Elfo=blandito.
Aunque soy más de ciencia ficción que fantasía, me gustan las novelas de Harry Potter.
Habiendo salido del closet de esta manera, reconozco que JK < JRR.
Eso del 90% of everything is crap aplica no solo en el internet (allí es como el 99%) sino en los libros.
Desafortunadamente es un tema de billete como lo evidencian los vampiros emos de Stephenie Meyer y las variantes como Percy nosequé y el ladrón de nosecuántos. Naturalmente tenderemos a lo más popular bajo el "si se vende, debe ser bueno, ¿no?".
O dicho de otro modo, preferimos comer McDonalds aunque no nos guste mucho, para no arriesgar un restaurante desconocido que a lo mejor es órdenes de magnitud mejor.
Lo bueno del internet es que cualquiera puede publicar sus historias. Lo malo es que cualquiera puede publicar sus historias, lo que nos lleva de vuelta al 99% de crap.
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