viernes, diciembre 31, 2010

JiDai

Este año que termina, 2010, he escrito en mi blog mucho menos de lo que acostumbraba. Han pasado muchas cosas que aún tengo que contarles (y lo voy a hacer); pero hay una de ellas que quisiera compartirles en especial, a ustedes que me siguen leyendo a pesar de todo.

Este final de año me tiene muy asustada, pero por razones que no se justifican: tan acostumbrada estuve, en otros tiempos, a escarbar en busca de esperanzas hasta que me sangraran los dedos, que no entiendo cómo es que mis esperanzas nuevas están al ras del suelo, como puestas ahí nada más, como si me las hubieran dejado servidas en bandeja. Estoy asustada porque va a ser el primer inicio de año en un largo, largo tiempo, que no traigo el corazón velado por la desdicha y con el único deseo de resistir, sin irse ni quedarse. Como si el 2010, a pesar de todas sus dificultades y dolores, hubiera sido un verdadero principio de algo más. Me da miedo enfrentar nuevas situaciones... o que alguien me de un buen pellizco y me despierte a la realidad de antes.

Al mismo tiempo, hay algo que me angustia: muchas personas  a mi alrededor, a quienes quiero y aprecio de verdad, están sufriendo penas que antes no los habían tocado ni de cerca. De cuando en cuando me atrapa la paranoia y pienso que si no estarán pasándola mal porque yo dejé de hacerlo. Mi optimismo recién descubierto tiene  esos dientecillos afilados y maliciosos. 

Sé lo difíciles que pueden llegar a ser estas fechas; el desánimo, la soledad, la desesperación que pueden llegar hasta uno. Lo sé por experiencia, créanme. Y aunque mis experiencias no son punto de comparación para las de quienes han perdido más seres queridos, más amigos, amor, trabajo, respeto por sí mismos, bienes, recuerdos, propósitos y ánimo, quisiera dejar como último post del año una canción que me daba por tararear en mis momentos difíciles y que de casualidad le dio nombre a mi ya viejita computadora Macbook que me acompaña aún en este momento con ustedes: JiDai, de Miyuki Nakajima.

Alguna vez les puse un link a esta canción, me parece; pero creo que entonces no tenía una traducción completa a la mano. El video que les pongo a continuación está en japonés con subtítulos en inglés; yo no entiendo japonés, así que me he puesto a traducir con toda humildad los subtítulos que acompañan el video. Espero que esta canción les dé las fuerzas para continuar que me dio a mí, cuando tanto me hacían falta. Dios los bendiga a todos y que pasen muy feliz año nuevo. 


Traducción de los subtítulos:

Ahora estamos tan tristes que se nos han acabado las lágrimas
Y creemos que jamás podremos volver a sonreír.

Pero en algún momento llegará el día en el que podremos decir:
“Me acuerdo cómo me sentía entonces.
Sí, recuerdo aquella vez”.
Y sonreír mientras hablamos.

Así que no pensemos demasiado en el presente.
Dejemos nada más que el viento de hoy nos sople encima.

Vueltas y vueltas, el tiempo da vueltas.
Las felicidades y tristezas se repiten y repiten.

Hasta los amantes que hoy se separan
volverán a nacer y a reencontrarse.

La gente que no deja de viajar
debe confiar, cuando se abre la puerta
que algún día de nuevo estarán en casa,
incluso si hoy se pierden.
Incluso si hoy cae una lluvia fría interminable.

Vueltas y vueltas, el tiempo de vueltas.
Las despedidas y los encuentros se repiten y repiten.

Los viajeros que hoy caigan
volverán a nacer y empezarán a caminar de nuevo.

Vueltas y vueltas, el tiempo da vueltas.
Las despedidas y los encuentros se repiten y repiten.

Los viajeros que hoy caigan
volverán a nacer y empezarán a caminar de nuevo.

Los viajeros que hoy caigan
volverán a nacer y empezarán a caminar de nuevo.

miércoles, diciembre 15, 2010

A la orilla de las aguas

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Un día como hoy, pero de 1995, Konami lanzó en Japón lo que sería uno de los primeros RPG para la nueva consola de Sony, Playstation: Genso Suikoden. Esta obra, creada principalmente por Yoshitaka Murayama, sería también el inicio de una de las series más entrañables y conmovedoras que alguna vez aparecieron en la historia de los videojuegos. Lástima que por su aspecto más bien sencillo y lo poco que apostaron por él los distribuidores fuera de su país de origen no fuera tan popular como, digamos, Final Fantasy (a pesar de que, la verdad sea dicha, los Suikoden superan en profundidad, complejidad e inteligencia a cualquier Final). Pero ni modo; así son los juegos de culto. Indispensables para un número limitado de personas y pasados por alto en el resto del mundo.

Hace mucho tiempo que no actualizaba el blog, y sinceramente quiero cambiar esto sobre todo para el año que entra (este 2010 se puso especialmente difícil); dejé pasar fechas importantes en las que siempre subo algo, como el 12 de octubre que procuro dedicar al Batallón de San Patricio o incluso el 18 de noviembre, en el que la casa de ustedes cumplió tres añitos de vida (aún se vale felicitar, ¿eh?, que hemos hecho lo posible para que la casa no se caiga). Pero no siempre sucede que la saga favorita de uno cumple 15 años de vida. Así que no quisiera dejar ir el día sin poner algo. Primero, esa imagen tan bonita que tengo de portada y que conseguí de un sitio de recopilaciones que por desgracia no hace constar autores; segundo, quisiera enviar ciento ocho abrazos y todo el cariño del mundo a mis amigos que son también seguidores de Suikoden: a Alphanubis, quien me la presentó cuando yo era una convencida de la otra franquicia; a Azevrec, porque a pesar de las dificultades (algunas incluso con las mismas personas de Konami) me ha seguido la corriente de esta locura; a Chiisa, que con gran entusiasmo y frescura mantiene viva su afición; a Nanami y Winds, que siempre tienen hallazgos por compartir; a Pei, que ama la saga tanto como yo; a Suldyn, que me encanta cuando habla de ella; a todos los que siguen los blogs de ellos y que nos han nutrido y divertido con sus comentarios y conversación; a Ber, a Maic, a Pepe y a Snake que, creo, no tienen blog, pero sé que igual nos leen y adoran la serie; a Hellnike, que leyó el manga del III y se enamoró de él; y, finalmente y por temor a que me falte alguien, a todas las personas lindas que he llegado a conocer en los foros de Due Fiumi, Suikocastle, el desaparecido Konami RPG Stars y Tokyopop

No sé qué más información podría poner sobre Suikoden que no haya volcado antes en mi especial Suikosaga (ya sé que aún tengo que reseñar Suikoden Tierkreis, pero como todavía no juego este título, les pido paciencia), así que como tercer detalle y regalo para ustedes, se me ocurrió traducir unos fragmentos del prefacio de la novela Shui Hu Zhuan (de la versión inglesa de Pearl S. Buck, con su gramática rarita), novela china clásica en la que está basada esta serie de videojuegos. Shui Hu Zhuan se lee como Sui-Ko-Den en japonés, y significa algo así como "A la orilla de las aguas". 

En estos fragmentos, el autor Shi Nai-An reflexiona en que escribió ese libro para registrar las historias que le gustaba platicar con sus amigos. A ratos parece que pierde piso y comienza a divagar. Pero resulta interesante lo que dice del tiempo, de la amistad, y una casi, casi defensa de la ficción como la mejor forma para expresar los sentimientos.



 Tres fragmentos del Shui Hu Zhuan, por Shi Nai-An

Traducción: Yours Truly


"Cuando recién se levanta el sol, y brilla pálido, nos lavamos la cabeza y el rostro,  nos atamos un pañuelo a la frente, tomamos comida, un bocado de esto y otro de aquello, y una vez que hemos terminado con estas tareas, nos levantamos a preguntar “¿Ya es mediodía?”. Pero el mediodía ya ha llegado desde hace tiempo. Así es como ocurre en las horas antes del mediodía. De la misma forma pasan después. Y un día termina. ¿En qué se diferencia esto de cuando pasan cien años? Si pensamos en ello no hay más que tristeza. ¿Dónde encontrar la alegría? Siempre me ha asombrado que la gente diga “¿cuál será la edad de ése este año? ¿Cuántos años ha pasado en el mundo?”... ¿Qué significa eso de “cuántos”? Son años pasados. ¿Acaso podría alguien regresar y contarlos? ¿Quién puede ver aquello que ha transcurrido y se ha marchado? Ya se ha ido. Incluso en el momento en el que termino esta frase, el tiempo que ha pasado mientras la redactaba se ha ido. ¡Gran pena para el corazón!"

"De todas las alegrías ninguna trae más placer que la amistad, y la parte más disfrutable de la amistad es una plática tranquila entre amigos. ¿Quién pudiera negar esto? Pero no siempre ha sido fácil para mí ganarme esta clase de compañía. A veces el viento sopla y hace frío; a veces llueve y el camino se llena de barro; a veces estoy enfermo; a veces cuando voy a buscar a mis amigos ellos no están y los extraño. En esas circunstancias siento que estoy en prisión."



"Cuando vienen mis amigos no siempre toman vino; si quieren lo hacen, pero no tienen que hacerlo si no es su deseo... cada hombre decide por sí mismo. Nuestra felicidad no depende del vino. Nuestro deleite es la conversación. Lo que discutimos no son los problemas del país. La razón de esto no es sólo que siento que está bien conservar mi humilde postura, sino que nuestro lugar está lejos de los asuntos de estado,  y las noticias políticas no son más que rumores y los rumores jamás son ciertos y hablar de ellos es un desperdicio de saliva. Tampoco hablamos de los pecados de las personas. Los hombres bajo el cielo no tenían pecados en un principio y no debemos calumniarlos. Lo que hablamos no debería asustar a nadie. Lo que quiero es que la gente entienda con facilidad de lo que hablo, aunque después de todo no consigan comprenderlo, porque de lo que quiero hablar es de algo que jamás han viso u oído, y además cada hombre está enfocado en sus propios asuntos."

viernes, diciembre 03, 2010

Hallazgos y recomendaciones de FIL 2010

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No he actualizado el blog como es debido en estos últimos días, pero no quería dejar pasar más tiempo sin ponerles mi lista de hallazgos y recomendaciones para la Feria Internacional del Libro en Guadalajara. Más adelante, con más calma, me pondré a contarles algunas anécdotas y, por supuesto, frases ingeniosas pescadas al aire. Si andan por Guadalajara en estos días, espero que lo siguiente les sea de utilidad.

Les recomiendo primero visitar el área internacional, donde se encuentran las ofertas más tentadoras. Eso sí; hay que buscar bien.

  • La distribuidora Azteca (pasillo LL) trae los libros de arte y novelas gráficas de costumbre, todos carérrimos. Si hay dinero de sobra, se puede invertir en los comics de Corto Maltés y en Persépolis y la otra novela de Marjane Satrapi.
  • Pero Azteca extendió sus dominios hasta el stand LL 13, y puso varios libros de Ediciones Alejandría a precios tan bajos como 50 y 70 pesos. Los mismos que en la Librería Colofón del área nacional cuestan cuatro o cinco veces más.
  • En la distribuidora Edmax (pasillo MM) hay montones de películas, comerciales, de culto, documentales y de todo, a precios muy accesibles, de treinta y tantos a cien pesos. Conseguimos ahí La Flauta Mágica de Ingmar Bergman.
  • La distribuidora Asgard, en el pasillo HH, trae una de las mejores novelas de fantasía que le han tocado a una servidora: Las puertas de Anubis de Tim Powers. También tienen algunos ejemplares de Canción de Hielo y Fuego de George R.R. Martin.
  • No hay que olvidarse de pasar por la Estación Bolsillo, donde podrán conseguir algunos títulos de otros puestos en tapa blanda y mejor precio.
  • En el stand de Global Book encontrarán un buen surtido de material en inglés, en especial novelas gráficas como la recientemente popular The Walking Dead, y algunos preciosos libros de ilustración como The Art of Capcom by Udon. No están baratos pero al menos el precio no está inflado como ocurrió el año anterior.
  • Dastin Ediciones, en el stand KK36, trae nuevamente saldos de editoriales españolas. Entre las curiosidades más interesantes podemos hallar una edición íntegra y bien traducida de Beowulf y dos libros de Philip Reeve: Máquinas mortales y La sombra del torturador, que se mueven en el género steampunk. Todo a menos de cien pesos.

Pasemos ahora al área nacional.

  • La librería Parroquial de Clavería trae nuevamente sus novelitas fantásticas y juveniles a sólo 10 pesos. Si evitan las editoriales religiosas por hábito, están en un error, pues en muchas pueden hallarse ofertas así de interesantes. Obvio que los libros son saldos, y me pregunto qué ocurrirá el día que se les acaben; pero mientras tanto hay que aprovechar para quedarse con Doneval y Favila, de Graham Dunstan Martin, contemporáneo de Tolkien.
  • En esta misma tienda, por 600 y pico pesos, pueden adquirir la biografía de John Henry Newman escrita por Ian Ker. Es muy linda, pero el precio al menos para mí está imposible. Una servidora tuvo la gracia de colaborar como traductora negra (entre varias personas más) de esta obra. Me había apuntado como voluntaria pero finalmente se me pagó, y muy bien. La parte no monetaria pero igualmente valiosa de la recompensa que recibí fue una frase de una de las traductoras principales: “De haberte conocido antes, te hubiéramos dejado a ti todo el libro”; y el que alguien me considerara digna de verter en mi lengua nativa las palabras de Newman, aparecidas en citas aquí y allá, que me consolaron en tiempos difíciles y fueron el equivalente de besos en un alma medio rota.
  • En el pasillo L, Editorial Sexto Piso trae muy buenas obras ilustradas; a destacar varios cuentos de Solomon Kane y una novela gráfica de Moby Dick. El precio sería el único inconveniente.
  • En Grupo Editorial Anaya se pueden hallar varias ofertas de libros fantásticos a 50 pesos, como La espada rota de Poul Anderson, una buena y muy seria novela de fantasía con un final tan malito que casi la convierte en comedia; y Manuscrito hallado en Zaragoza.
  • Ediciones B trae sus mismos libros de fantasía en oferta del año pasado; los Cuentos Completos de Isaac Asimov y la muy interesante novela Vencer al dragón de Barbara Hambly serían mi recomendación principal, pero no la única.
  • Editorial Océano tiene un libro absolutamente fenomenal: la novela gráfica de El principito de Saint-Exupéry, adaptada y dibujada por Joann Sfer. Ningún fan de la obra original debería perdérsela. Las agonizantes glorias de Harry Potter y las efímeras de Percy Jackson también están aquí.
  • Ya que hablamos de glorias agonizantes y efímeras, Grupo Santillana dio con una mina de oro cuando su elitista y según eso sinónimo de calidad Editorial Alfaguara publicó la saga de Crepúsculo (no que no hubieran sacado basura antes). Pero como ya vieron que lo juvenil rarito pega, tienen ahí la novelita que intentan también poner de moda, Monster High. Si quieren algo bueno, mejor busquen en el mismo stand las obras de Joe Hill, el hijo de Stephen King.
  • Y sigamos con Stephen King: pueden hallar prácticamente todo lo de él en Random House Mondadori, en bolsillo y hasta en mesa de ofertas. Si Eragon no los ha hecho bostezar aún, completen aquí su colección.
  • El stand de Conaculta trae, en versión rústica y tapa dura, la adaptación de Beowulf que ya les había recomendado. Lo más bonito que hay aquí son sin duda los libros para niños, y una servidora se dedicó a escarbar algunos sobre la historia de México, mi penúltima obsesión del año.
  • Si pasan por Editorial Planeta buscando cosas de fantasía y ciencia ficción, quedan prevenidos: trajeron lo mismo del año pasado, pero al triple de caro. Por ahora promocionan los libros de Narnia.
  • Editorial Juventud es engañosa; muchos libros juveniles en el stand. Pero si se acercan lo suficiente (y cuentan con una buena cantidad de dinero), vayan por los diccionarios. Son excelentes para traductores.
  • El stand de Ediciones SM sigue, como todos los años, lleno de libros interesantes a precios accesibles (siempre y cuando no se trate de sus ediciones a tapa dura). Si son fans de la fantasía de Laura Gallego (una servidora todavía no) les alegrará ver una mesa prácticamente dedicada a ella, y saber que su saga Memorias de Idhún está siendo adaptada a novela gráfica. De hecho, SM apuesta fuerte por este tipo de material, y tienen adaptaciones de obras como Hamlet, Romeo y Julieta y Fuenteovejuna en formato de comic o librito ilustrado. Nada malos.
  • En el mismo stand pueden hallar una novedad: Los viajeros, antología de la ciencia ficción mexicana de Bernardo Fernández, BEF, que sería excelente a no ser por la desafortunada (aunque casi juraría que intencional) omisión de Gabriel Benítez, autor de la novelita finalista del premio Ignotus Fluyan mis lágrimas, publicada por Grupo Editorial Ajec en España. De todas maneras, para que veamos que el panorama del género en México es muy amplio, esta antología incluye el que, para una servidora, es el segundo peor cuento de ciencia ficción jamás escrito en nuestro país (el primero es del mismo autor). No voy a decir cuál es; ustedes lo sabrán de inmediato cuando lo lean.
Y bueno, esas son las recomendaciones; mil disculpas por haber tardado tanto en subirlas. Más de la FIL en los días por venir.

domingo, noviembre 14, 2010

Otra (menos desquiciada) aventura en la biblioteca



Tener reflexión histórica, no solamente datos históricos [...]
Pero si estos datos no nos invitan a la reflexión, a la
identidad histórica y a la identidad como nación,
no nos sirven de nada.

Sandra Molina, historiadora.


Desde el pasado mes de octubre (más o menos) comenzó a nacerme un interés... ok, dejemos por la paz los eufemismos... obsesión, por una figura histórica mexicana, la del general insurgente (y primer presidente de México) Guadalupe Victoria. Las razones ya las discutiremos después; lo mismo, si gustan, los detalles y los objetivos. Por lo pronto aún ignoro si me pegó el fervor del Bicentenario (la celebración nacional de los doscientos años del inicio de la lucha armada que llevaría a México a su independencia) o si el asunto tuvo que ver con mi cambio de trabajo y el repentino descubrimiento de que la felicidad puede hacer daño cuando el organismo de uno se ha acostumbrado a la desdicha.


Como sea, el asunto es que comencé por leer una novela sobre este personaje, Victoria, de Eugenio Aguirre. Después conseguí una biografía más seria pero mucho más parca escrita por la historiadora Carmen Saucedo. Entre uno título y otro fue a meterse a la casa de ustedes toda una sarta de libritos gordos, delgados, caros o económicos, todos sobre la guerra de Independencia y sus protagonistas. Me propuse no reseñar ninguno de ellos pero algunas circunstancias han empezado a cambiar mi opinión. Pero no es esto de lo que quiero contarles ahora, sino de la breve y menos trágica aventura a la que me empujó esa “necesidad” de información (como muy atinadamente lo puso la señorita C., de coordinación académica en mi nueva escuela) de vuelta en la biblioteca Iberoamericana.

Por esto que pongo, y por lo que les relaté en mi experiencia pasada, ya se imaginarán que no soy muy amante que digamos de visitar las bibliotecas públicas. Por desgracia, no tengo en casa todos los libros que quisiera y hay más libros que aún no descubro que quiero. Pero ya que esta segunda experiencia fue muchísmo más placentera que la otra, no dudo que mis visitas se harán frecuentes.

Mucho preámbulo para lo que viene, pero por favor aguanten un poco, y viajen conmigo al miércoles pasado. Si de casualidad descubren algo en mi periplo que yo no haya visto, les agradecería que me lo hicieran saber.


Miércoles, 10 de noviembre de 2010

Voy en transporte público hacia el centro de Guadalajara. Mi reproductor de MP3 ha estado llenándome los oídos, desde hace la más o menos media hora cuando abordé el camión, con Carmina Burana de Carl Orff; traigo algunas melodías pegadas desde ayer y no dudo que haya espantado a mis compañeros de viaje al tararear dos que tres. Cuando me bajo del autobús estoy por exclamar “Ave formosisima”. Casi se me olvida que este transporte ha cambiado de ruta, y que si me descuido me dejará mucho muy lejos de mi objetivo.

Estoy tan nerviosa que el corazón me da de golpes en el pecho. ¿Pero qué rayos sucede?, me pregunto. ¿Nerviosa por qué motivo? Ni yo misma entiendo. La última vez que intenté razonarlo, me acordé de que cuando viajé a conocer Irlanda hace ya más de quince años, mi mamá se mostró preocupada de que el encuentro me fuera a decepcionar. “Puede que Irlanda no sea como tú te la imaginas”, me dijo. “La has idealizado mucho”. Intenté hallar la conexión y no me pareció tan descabellada. “Lo que pasa es que tengo miedo de encontrar algo sobre el general Victoria que no me agrade”, me dije. ¿Será eso la razón de que las manos me estén sudando a pesar del frío, que sienta ese ligerísimo temblor en las yemas de los dedos?

No creo, sin embargo, que la palabra “idealizar” sea lo más apropiado para esta situación. Cuando se trata de los próceres nacionales, “idealizar” es todo lo que se hace en la educación básica mexicana. Se nos muestra a nuestros héroes nacionales a la manera de solemnes estatuas a las que hay que tenerles un respeto forzado que con el tiempo, por desgracia, se va transformando en indiferencia. La misma, mismita indiferencia con la que mis ojos contemplaron hace varios inviernos la estatua de Guadalupe Victoria que se encuentra en una de las salidas de la hermosa ciudad de Durango, cuando me preocupaba más por el tremendo clima que iba a tener que soportar ahí que por la historia de mi patria.

Una ventaja han de tener las estatuas: no sienten. No respiran. Por consiguiente, no decepcionan. Pero ahora, que he estado rompiendo la corteza de bronce de los próceres nacionales y que la admiración que empecé a sentir por uno de ellos (el que fue primer presidente de México, ni más ni menos) comenzó a transformarse en un franco y profundo cariño, puede que las cosas cambien.

Comienzo a caminar hacia la biblioteca Iberoamericana; justo al principio de la calle, me encuentro con una magnífica librería de usado. No resisto la tentación; doy un vistazo, lo más rápido que puedo, y hallo dos que tres cosas interesantes. No es la única distracción en mi camino, que pasa más que nada por tiendas de artistas: en una de ellas hay pinceles tan bonitos y suaves que rivalizan con las carísimas brochas de maquillaje que con cierto anhelo toco en las tiendas departamentales. Me propongo un día ir de expedición en busca de una docena, y prosigo. Más librerías de usado. Más calles recién arregladas con motivo de los Juegos Panamericanos del año que entra. Otra tienda, esta vez de ropa, donde me pruebo un suéter tipo cardigan como el que he estado buscando, verde y esponjado, que no es tan costoso pero que no puedo pagar por el momento. ¡Cómo me encanta el centro de Guadalajara! No hay tanta gente como en el de la Ciudad de México, pero no tan poca como para sentirse solo. Y las caras que uno mira están relajadas, tranquilas; quién sabe cuántos anden de paseo y cuántos, como yo, tengan un objetivo en mente. Tengo una visión fugaz de un día en el que todo eso termine; la aparto de mi mente y sigo caminando.

Mi primera parada “seria” es la legendaria Tienda del Maestro, un localito cerrado que durante varias décadas se ha hecho famoso por su surtido de material didáctico de todas clases, principalmente para la educación primaria. Ahí, pago un peso con cincuenta centavos por una lámina tamaño carta con una imagen de Guadalupe Victoria; la joven empleada me ha mirado con extrañeza cuando se la pedí. La pintura es reciente, de 1995, y la firma un tal Tomás. No es la mejor imagen que he visto del héroe (me da la impresión de que la profundidad del cuadro falla un poquito), pero no sé por qué se me ocurrió que un retrato de don Guadalupe me inspiraría en mi búsqueda por la Iberoamericana. ¿Usted cree que le hace justicia, general?, le pregunto al aire, y de inmediato recuerdo que para lo que tengo que hacer hay que clavar los pies en la tierra. Últimamente, cuando divago sobre el tema o cuando me siento un poco enferma, me da por imaginar que Victoria es un fantasma que me hace compañía, y que aunque su actitud es tan decidida como la de la estatua de Durango, sus ojos son dulces y comprensivos.

La biblioteca Iberoamericana sigue siendo una de las más bonitas que he visto, aunque esté pequeña, y a sus empleados les falten algunos tornillos (bien, ya sé que en mi situación no estaría bien juzgar las construcciones cerebrales de otros). Aplastan con mirada de brea hirviendo cualquier intento de los usuarios de romper el sagrado silencio del recinto, aunque entre ellos se comuniquen a gritos de un lado a otro. No dejan de mirar al extraño que se aproxima a la sección de las salas que casi no se usa. Y casi nunca entienden lo que uno anda buscando, así que es mejor atenerse a la base de datos.

La biblioteca no ha cambiado nada en el casi un año que llevo sin visitarla; en cierto modo, me da gusto. En la base de datos está la chica del eterno juego de solitario; la señora que me ayudó la vez anterior ronda por los escritorios. El señor del mal aliento sigue, imperturbable, en su puesto en lo alto del tapanco derecho. Pareciera ser que no ha cambiado nada. Pero ese encuentro viejos conocidos es momentáneo, porque hoy me toca visitar la sala dos, donde se encuentra la hemeroteca, el área infantil y también los libros de historia y geografía.

En la mitad de la sala dos hay una veintena de escritorios con computadoras donde uno tiene acceso gratuito a internet; la otra mitad la ocupan mesitas bajas hexagonales rodeadas de las únicas sillas acolchadas del recinto; es la zona de los niños que también alberga los tesoros más apetitosos de la Iberoamericana en cuanto a fantasía y ciencia ficción. Casi todos los otros lugares están ocupados por señores con expresión malhumorada que leen la sección de deportes de los periódicos del día, así que decido apropiarme de una de las mesitas infantiles. Por suerte, mi trasero todavía cabe bien en las diminutas sillas.

Como ya conozco las mañas... es decir, las costumbres y modos en esta biblioteca, estoy preparada para actuar con discreción. Ya sé que no se permiten sino dos libros por usuario en el momento, y en mi cuaderno traigo la ficha de cuatro. Mis piernas, más que preparadas para el momento, echan a andar con mucha gracia por las escaleras, y luego por el tapanco (aquí nadie está leyendo sino periódicos) para tomar los primeros dos.

Me brinca de gusto el corazón: el primero de esos libros es Guadalupe Victoria, primer presidente de México, de Lilian Briseño Senosiain, que se publicara en 1986 con motivo del cumpleaños número doscientos del héroe, y que está citado como bibliografía por los autores Saucedo y Aguirre. El segundo es una recopilación de documentos (el volumen 1; el dos, realizado por Saucedo, aún está inédito) sobre el presidente. Comienzo por hojear éste; hay ahí una colección de cartas, arengas, discursos, informes y hasta un sonetillo tierno de un admirador. Algunas frases hacen que se me humedezcan los ojos. Qué fenomenal es usted, general, vuelvo a susurrarle al aire, y de inmediato cae mi recordatorio: los pies sobre la tierra.

El tercer libro, ¡oh, desilusión!, es el folletito monográfico que uno puede descargar gratis en la página del Bicentenario. Igual, me alegra tenerlo en las narices, en papel. El cuarto es el epistolario que la marquesa Calderón de la Barca, esposa del primer embajador español en México, escribió sobre sus impresiones de nuestro país; aunque nomás me interesan dos párrafos en los que habla de Victoria (en uno de ellos, por cierto, no lo baja de tontito) no paso por alto el juicio tan severo que hace de la comida mexicana (y eso para alguien acostumbrado a comer salchichas de vísceras de borrego con gachas, puaj; la señora era escocesa), y de la fealdad de nuestro tono de piel, que según ella es amarillento (espero que en el cielo esta mujer tenga acceso a los recientes libros de Bobbi Brown donde se explica este fenómeno de los colores de la tez).

Mis cuatro libros son apenas el principio; como ya me imaginaba, en los alrededores hay mucho más. Me clavo más que nada en el Cuadro Histórico de la Revolución Mexicana de Carlos Ma. Bustamante, un amigo personal de Victoria. Varios capítulos de esta obra se hallan también en la página del bicentenario pero en este momento no lo tengo presente. Pienso que me gustaría tener en casa el libro de Briseño (ya no se permite el préstamo externo de libros en las bibliotecas públicas de Guadalajara) pero el de Bustamante es el que ha capturado mi atención.

De pronto, dan el aviso; por medidas sanitarias (dicen) la biblioteca cerrará de tres a cuatro de la tarde. Hora de un breve descanso. No pienso irme, eso sí, sin fotocopias de algunos de los Documentos.

El señor encargado de paquetería y copias (que por cierto no son baratas) es el mismo de toda la vida; siempre me ha parecido un poquito bipolar; algunas veces se ve muy amistoso, y otras parece que quisiera retorcerle el pescuezo a uno. En esta visita lo pesco de buen humor. Le pregunto que si puede sacar en una sola hoja dos páginas de los libros. Lo que era simplemente una solicitud, él parece tomárselo como cuestionamiento a sus habilidades de fotocopista.

- ¿Pues qué creías, chamaca? - bromea, y empieza a copiar las páginas que le dicto. Sólo se detiene cuando llega a una página casi en blanco en la que sólo aparece la rúbrica de Victoria.

- ¿Estás segura de que quieres esta página? - me dice frunciendo el ceño.

- Es que es su firma - digo como si el señor estuviera al corriente de lo que estoy haciendo.

- Guadalupe Victoria - lee el señor, despacio, bajito; mueve la cabeza y deja de sonreír. No volverá a hacerlo en los próximos veinte minutos.

El “break” me permite irme a comer; esta vez lo hago con buen humor y con buen apetito. Después, como todavía falta tiempo para las cuatro, doy una vueltita por las librerías de alrededor (las que son de usado quedaron atrás) y entro a una dulcería a comprar un poco de chocolate Turín, mi favorito. En el camino me tropiezo con un señor que vende en la calle juegos de armar, como tangramas, sólo que tridimensionales.

-¡Llévelo, llévelo! - pregona -. ¡La mejor terapia para esa mente inquieta que no nos deja ser felices!

La coincidencia me sobresalta. Pero no voy a comprar más que el chocolate; ya es hora de regresar a la biblioteca. Quedé de verme con una amiga a las seis; no me queda mucho tiempo.

El libro de Bustamante consigna varios hechos que me hacen admirar la investigación detrás del de Aguirre; algunos detalles me dejan con dudas. Pero al final de una lectura rápida y seguramente mal hecha, lo que me queda claro es lo siguiente: Bustamante terminó decepcionado de Victoria; yo no.

Voy por una segunda tanda de fotocopias; el señor ya se ve de mejor humor. Y yo estoy cansada, pero no fatigada, no hecha trizas como en mi primera visita. En mi cansancio hay un mucho de felicidad. Mi sed, eso sí, dista mucho de estar saciada; ahora quiero saber más, y entiendo que me falta mucho por averiguar. Nuevamente quisiera dedicarme más a esto de la investigación.

Tras una rápida visita a los puestos de libros usados que se encuentran el ayuntamiento, me dispongo a tomar el autobús de regreso, para coronar con un buen té matcha y una buena conversación un día tan feliz que quisiera repetir al menos una vez al mes.

domingo, octubre 31, 2010

Discreción

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A menudo les he contado aquí anécdotas tan extravagantes que pareciera ser que me las invento. No es así; con la mano en el corazón les aseguro que todo lo que les he platicado sucedió en realidad; si acaso pudiéramos contar como excepción única el sueño aquel que se me ocurrió transcribirles por ocasión especial.

Pero lo que tengo que platicarles hoy, con todo lo realista que pueda sonar, es otro sueño, como lo pondrá rápidamente en evidencia cierto amiguito imaginario que aparece por ahí. Me impresionó lo suficiente como para querer compartirlo con ustedes.

No sé por qué me vendrían a la cabeza las ideas que pudieran componer un sueño como éste. Será que los eventos que organiza mi nueva universidad (y de los que forma parte una servidora en plan multiusos) me tienen un poco nerviosa. Hasta ahora, nada ha salido mal, pero la mera posibilidad de que un detalle, el más mínimo, quedara menos que satisfactorio, me inquieta, y me ha revivido un viejo dolor de cabeza que en el pasado era costumbre y emisario de algo peor por venir, y que me acompaña hasta cuando duermo.

Total, que soñé que me encontraba en uno de esos eventos, pero mucho más grande que todo lo que hemos armado hasta ahora. No estábamos en la universidad, sino en una estructura vieja que me recordaba, por alguna razón, la casa de mi abuelita. Había por todas partes exhibiciones de arte; y un taller de marionetas, y numerosas pantallas donde se proyectaban cortos y películas; también había salones con conferencias (no reconocí a ninguno de los ponentes, tampoco) y lo primero que me llamó la atención fue que la mayoría estaban en inglés y no contaban con intérpretes.

“Esto va a ser un problema”, me acuerdo que pensé. “No todos los estudiantes entienden bien el inglés”. Entonces miré a mi alrededor. Entre los jóvenes que iban y venían no había ninguno de mis alumnos, ni de otros que he comenzado a tratar y a saludar. No sé por qué estaba tan segura de que aquello era mi escuela.

Yo misma estaba, como dijo Macbeth, mingling with society (confundiéndome con la multitud): llevaba mis pantalones de mezclilla rotos y mi playera viejita de Final Fantasy VII que hace como veinte mil años que no me pongo. Me encontraba contemplando el taller de marionetas (hermosísimas y muy coloridas, por cierto) cuando me dio la impresión de que una de ellas bajaba del escenario y se me acercaba. No se trataba de un títere, pero por lo relativamente bajito (apenas me sacaba una palma), delgado, y las facciones tan finas daba la impresión de serlo. Lo reconocí de inmediato:

- Uhhh... ¿Cloud? ¿Cloud Strife?

Él frunció el ceño, y con extrañeza señaló una imagen de sí mismo, más joven y estilizado, que decoraba mi playera.

- Sí, sí eres tú. Te conozco desde el 97, cariño -. Lo de “cariño” se lo aplico a cualquier persona más joven que yo por quien siento alguna clase de afecto paternal (conste que dije “paternal”, no “maternal”). Pero explíquenselo ustedes a los aludidos. A él la palabrita pareció confundirlo más todavía.

- Ayúdame a esconderme, por favor - me dijo. No me preguntó quién era, ni dio señales de reconocerme, como a veces sucede cuando sueño con personajes de videojuegos o libros con quienes he soñado anteriormente.

En una esquina abandonada del edificio había dos enormes tinajas de barro. Le pedí a señas que me siguiera y le indiqué que se metiera en una.

- ¿De quién te escondes? - le pregunté. Él sacudió la cabeza y desapareció en la vasija.

Cuando me di la vuelta, alguien se tropezó conmigo. Era una chica que intentaba mover un exhibidor de mercancía.

- ¿Me ayudas? - dijo. Sí, me estaba tuteando. Puedo pasar por estudiante cuando me disfrazo de tal. Tomé el mueble del extremo contrario y lo desplazamos entre las dos. Hicimos lo mismo con otro. Y otro más. Después, la muchachita se detuvo, frunció la nariz y, así de sopetón, me soltó:

- Hueles mal.

- ¿Uhhhhh? - tanto me sacó de onda el comentario que no supe qué más decir.

- Que hueles mal - repitió ella. Instintivamente me llevé a la nariz mi playera; en efecto, olía un poco a humedad.

- Es que esta playera le he tenido guardada mucho tiempo -quise excusarme -. Pero es pura humedad.

- Igual, hueles muy mal - insistió la chica, y de pronto me puse a pensar en mi casa llena de gatos, e impregnada, me dicen, de un olor que ya no alcanzo a percibir.

No sé si en la vida real hubiera actuado como lo hice aquí. De pronto me puse a examinar a la niña, y como por primera vez me di cuenta de que tenía ojillos de rata, pequeños y hundidos bajo cejas muy pobladas; bajo la boca, fruncida como herida mal cicatrizada, asomaban dientes chuecos y por arriba se percibía un bigotillo incipiente; la barbilla, arrogante y todo, no dejaba de estar casi cubierta por unos mofletes gordos, caídos y picados de acné. Por encima de mi dolor de cabeza me acordé de una frase que hiciera famosa Winston Churchill.

- Bueno - comencé a parafrasear -, pues tú estás muy fea. A mí el mal olor se me quita con un baño.

La niña abrió la boca; dos segundos después la cerró con fuerza. Los ojillos de rata se le humedecieron. Dejó caer el extremo del mueble que sostenía y se alejó a la carrera.

Qué remedio, suspiré. Decidí dejar el mueble donde estaba y me acerqué de nuevo a las tinajas. Di un par de golpecitos con los nudillos, y el joven que ahí se escondía asomó su erizada cabecita rubia.

- ¿Ya se fue? - me preguntó.

- ¿Quién? -. Él sacudió de nuevo la cabeza, esta vez con dirección al taller de marionetas, puso cara de exasperación, y de un salto se mudó a la segunda tinaja.

Cuando intentaba localizar a quién fuera que se estuviera refiriendo, sentí que me ponían un dedo en el hombro. Di la vuelta. Me encaraba otra chica, alta y algo fornida, de pelo rojizo y corto, que llevaba una boina militar y en las manos un papel enrollado. Como a la otra, tampoco la había visto en mi vida.

-¿Tú estás con el grupo A? - me espetó.

- Sí, y también con el B - le respondí, esperando darme a conocer, ahora sí, como maestra. Ella no pareció captar el mensaje.

- Pero no eres representante de grupo.

- No, de hecho.

- Yo sí soy representante - medio bufó la chica -. Y tú insultaste a una de mis compañeras.

Mi dolor de cabeza se intensificaba por momentos.

- Porque fue muy grosera - expliqué -. ¿Qué más podía hacer?

La chica entrecerró los ojos. Cuando volvió a hablar, su voz sonó mucho más grave.

- Pudiste haberte quedado callada - dijo, despacio -. Mira, tú eres mayor que ella. Se nota que sabes más. La puedes aplastar con una palabra.

Como una moneda pequeña pero arrojada de una gran altura me cayó en la mente un viejo dicho inglés: “Una cucharada de discreción vale lo que una tonelada de agudeza mental”. Cuando tenía entre doce y veinte años me sentía hasta orgullosa de mi agudeza, y la empleaba indiscriminadamente. Después, no he dejado de lamentar las veces que meto la pata con ella. La que aquí había utilizado no era mía sino de Churchill, pero, ¿no daba igual?

La actitud sabia y antigua (como proverbio inglés) de la muchacha no duró más que el tiempo en el que me dijo lo anterior. Después, volvió a su agresivo tono anterior. - Te aprovechaste de mi compañera.

Entonces desenrolló su papel. En él había, aunque garabateada y coloreada a la prisa, una muy buena caricatura mía estilo anime; se me podía reconocer, a pesar de que tenía la boca abierta y vomitaba sapos, culebras, signos raros y quién sabe qué tanta más basura. El dibujo tenía además un globo de diálogo que no leí por andarme fijando en los detalles del vómito.

- ¿Cómo te llamas? - me chilló la chica.

Le dije mi nombre, y antes de que le pudiera aclarar que era maestra de la Universidad, ella sacó un lápiz y, apoyada en una mano, lo escribió en el globo. Luego me entregó el dibujo con aire de triunfo.

- Ahí tienes.

En el globo se leía: “Me llamo (aquí mi nombre en mayúsculas mal hechas) y soy incapaz de quedarme callada”.

- Está muy bonito - dije, sin mentir -. Lo voy a colgar en mi cuarto.

Eso es lo que te mereces - replicó la chica; me dio la espalda y se marchó sin prisas. ¿De pura casualidad había escuchado algo, cualquier cosa, de lo que le había dicho?

Entonces pensé: Jamás le dije que soy maestra. Si alguna vez me toca clase con cualquiera de estas dos muchachitas, vamos a estar en dificultades.

Alguien me tocó la mano que había puesto, al descuido, en una de las tinajas de barro. Un toquecito muy corto; amistoso, incluso, como lo percibí. Cloud me estaba viendo a los ojos ahora, con una chispa de reconocimiento en la mirada y una media sonrisa que es lo más que puede llegar a producir.

- Hey - le dije.

- Hey - me respondió -. Ya me acordé de ti.

Claro, pensé; si debemos de habernos visto en sueños por allá en el 97, o en el 98, cuando repetí el juego. El juego... en sueños... Y hasta entonces caí en la cuenta de que eso debía ser un sueño también. Si no, ¿qué estaba haciendo yo ahí, hablando con Cloud Strife, un personaje de videojuegos?

Si esto es un sueño, magnífico; recuerdo que seguí meditando. Significa que puedo ir ahora mismo a ahorcar a esas dos señoritas y que no pasará nada. Otro toquecito en la mano me sacó de los pensamientos malignos.

- Cloud - pregunté - ¿Te parece que mi playera huele mal?

Él se encogió de hombros.

- Es que estoy resfriado - contestó.

- ¿Y ya me puedes decir de quién estás huyendo?

Para mi enorme frustración, fue en ese preciso momento cuando sonó el despertador.

lunes, octubre 18, 2010

Minas


Escultura, me parece que de Alfonso López Monreal, en el fondo de la mina El Edén, Zacatecas.

Lo que hacen las maravillas de internet: hace unos días, los ojos de prácticamente todo el mundo estaban clavados en la mina San José, en Chile. En agosto de este año, treinta y tres mineros quedaron atrapados ahí, en un derrumbe, a cerca de setecientos metros de profundidad. Más de dos semanas después, se descubrió que seguían con vida; el suelo se perforó para hacerles llegar todos los suministros necesarios para que la conservaran, al igual que la cordura (entre lo que se les envió iba una consola de videojuegos, por cierto) mientras que en la superficie varios especialistas se devanaban los sesos para inventar alguna forma segura de sacarlos.

Más de dos meses después, llegó el rescate, que duró un día y pico, algo así. Fue tan espectacular y emocionante que no voy a ponerme a describirlo; ya en la red deben circular montones de videos donde puede verse. Una servidora se unió al coro mundial: ¡Vamos, Chile! ¡Fuerza, Chile!, estuve enviando por twitter (por alguna razón, no me podía sacar de la cabeza a la editorial Andrés Bello y a la brujita Pascualina). No fue sino hasta que pasó la euforia cuando me di cuenta de que este rescate había escarbado también en una herida vieja, pero aún dolorosa, que recibió mi propio país.

Hace más de cuatro años, una explosión desbarató la mina Pasta de Conchos en el estado de Coahuila. La causa de la explosión se desconoce, pero es casi seguro que tuvo que ver con las altas concentraciones de gas metano (se trataba de una mina de carbón) de las que ya se habían quejado algunos trabajadores. Una chispa... y ya. Unos sesenta y cinco mineros quedaron atrapados, se supone que a 150 metros de profundidad, y las esperanzas de encontrarlos vivos comenzaron a agotarse a los cinco días. Cinco días...

Tanto el Capitán como una servidora nos criamos en ciudades mineras (Parral y Zacatecas, respectivamente). Mi suego es minero. Si hay algo que hemos sabido desde siempre es que desde sus inicios las minas cobran su cuota de vidas humanas, a veces más, a veces menos; es casi cotidiano. Incluso las minas al ras de la tierra, como hay muchas en Zacatecas; siempre hay accidentes.

Ahora bien, algo que también es (y era) cosa de todos los días era estar conscientes del hecho anterior, y además pagar la cuota. Cuando comenzó en el siglo XVI la explotación de la mina El Edén en Zacatecas, había tanto gente dispuesta a vivir sólo treinta años o menos con tal de llevarle comida a su familia (el trabajo de minero se pagaba con piececitas de plata que, irónico, no tenían validez más que en la tienda de raya del patrón) como personas a quienes no les importaba llevar eso sobre la conciencia. Caídas, males respiratorios (en primer lugar la silicosis), heridas gangrenadas porque había que seguir trabajando. Como les digo, cosa de todos los días. Porque el oro y la plata se consideraban más valiosos que la comida, pero era por comida que resultaban tan baratos.

Se acusó al gobierno y al Grupo Minero México (responsable) de haber actuado con tibieza frente al desastre de Pasta de Conchos; una servidora opina que sí, así fue de hecho. Pero eso no significa que un rescate como el de San José hubiera sido posible en Coahuila. La de San José era una mina de cobre; no había tanto peligro de concentración de gases letales como en Pasta de Conchos. Un derrumbe te puede dejar aislado en el socavón de una mina; si estás cerca de una explosión, lo más probable es que acabes hecho mermelada; si además estás rodeado de metano no pasará mucho antes de que te asfixies. Los mineros de Pasta de Conchos tenían una centésima de posibilidades de sobrevivir comparados con los de San José.

¿Cuál fue el problema, entonces? Que en lugar de aferrarse a esa centésima, las labores de rescate comenzaron a flaquear a los cinco días. Que finalmente se canceló la recuperación de cuerpos (ok, un cuerpo no es una persona, pero a un familiar por lo menos le alivia la llaga, dolorosísima, de la incertidumbre) porque costaba mucho dinero.

Nos quedamos, pues, con la envidia de un sistema que no abandonó a los suyos, que no creyó que más de medio millón de dólares fuera un precio demasiado alto para pagar por una vida.

Pero bueno, ¿nos extraña? Les digo; lo ocurrido en Pasta de Conchos pareciera formar parte de la tradición minera. Que, por cierto, se ha contagiado con una facilidad espantosa a otras áreas, y no es exclusiva de México. Piensen en las ocasiones que como jefes despidamos a un empleado de años porque conseguimos un trabajador que cobra menos y obedece sin chistar; piensen en el dinero que acumulamos bajo la gruesa cobertura de una organización de caridad sin fines de lucro; piensen en el pariente o amigo que nos felicitó por llevar a cabo un negocito de lo más rentable con un mínimo de inversión y un máximo de explotación; piensen en la idea que nos robamos de la persona brillante pero inexperta que buscó nuestra asesoría para llevarla a cabo; en fin, piensen en las veces que le hemos escatimado abrazos o consuelo a un amigo que llora porque, ay, tenemos cosas más provechosas qué hacer.

Etcétera y más etcétera. Cada etcétera, una piedrecilla de las que cubren los restos de los pobres mineros sepultados en Pasta de Conchos. Un trocito de culpa que no estaría mal compartir con el gobierno y con Grupo México.

Es una pena, pero lo ocurrido en la mina San José (y por aquí me atrevería a depositar el término políticamente incorrectísimo “milagro”) es la excepción y no la regla. Lo de Pasta de Conchos, por el contrario, ha ocurrido muchas veces. Pero es que antes no había internet.

lunes, octubre 11, 2010

Receta: Thai-Cosa


©Cooking Mama, del juego homónimo de Office Create, publicado por Majesco para Nintendo DS.

Siempre que es el cumpleaños de Alphanubis, Fenrier y yo buscamos cocinarle algo rico. El año pasado, cuando no sabíamos si repetir la carne en su jugo que ella me enseñó a hacer o ya mejor sugerir algún restaurante, Fenrier me contó de un lugar que había visitado en su viaje de prácticas de iaido a Puerto Vallarta. Era un restaurante tailandés llamado “Archie’s Wok”, y el platillo que comió ahí con sus compañeros le pareció delicioso. El pequeño problema es que no recordaba el nombre.

Tras escuchar su descripción del plato y consultar algunos recetarios, la ayudé a elaborar una lista de los posibles ingredientes. Durante dos días hicimos pruebas hasta que dimos con lo que al afilado sentido del gusto de Fenrier le pareció sería su platillo misterioso, o uno muy parecido. Usamos como picante una paprika recién molida por suaves manos coreanas, y sustituímos la salsa de pescado, muy común en la comida tailandesa, por salsa de ostión, que era lo que teníamos a mano. ¿Y qué pasó? Pues que nuestro invento fue un éxito en la fiesta de Alphanubis.

Tomé nota cuando hacíamos los experimientos y más adelante repetí algunas veces la receta por mi cuenta. Aquí la tienen, menos picante que como la hicimos la primera vez, pero todavía riquísima. Puesto que jamás averiguamos como se llama, decidimos bautizarla como “Thai-Cosa”.



Ingredientes (para 2 a 3 porciones):

  • 1 paquete de ramen instantáneo
  • 1 cebollita cambray en rebanadas (incluyendo el rabo)
  • 5 camarones grandes o 10 pegueños, crudos y en trocitos
  • 1 pechuga de pollo en cuadritos
  • 1 taza de germen de alfalfa
  • 2 dientes de ajo fresco, bien picados
  • 1 huevo batido
  • 1/2 taza de cacahuates sin cáscara, tostados pero sin freír y sin sal
  • 2 cucharadas de pimentón rojo (paprika) en polvo
  • 1 cucharada de curry
  • Sal al gusto

Para la salsa:


  • 2 cucharadas de salsa de ostión
  • 2 cucharadas de jugo de lima
  • 1 cucharadita de azúcar o 1 sobre de endulzante

Herramientas:

  • Wok, o sartén profunda
  • Olla honda para la pasta
  • Recipientes para la salsa y para apartar los ingredientes
  • Palillos de cocina o palita de madera
  • Cuchillo afilado
  • Aceite o spray para cocinar
  • Agua

Procedimiento:

1. Preparar la pasta según las instrucciones del paquete. Escurrir muy bien.

2. Mezclar los ingredientes de la salsa.

3. Calentar a fuego alto un poco de aceite o spray en el wok o sartén.

4. Sofreír el ajo junto con el pollo. Cuando éste quede bien cocido y empiece a dorar, añadir los camarones; mover constantemente hasta que todo esté cocido. Apartar y reservar.

5. Rociar un poco más de aceite en el mismo wok o sartén, y sofreír la pasta a fuego lento durante unos dos minutos. Añadirle la paprika y el curry, con media cucharada de sal o más al gusto, y mezclar, si fuera posible con palillos, hasta que la pasta quede muy roja y aromática. Apartar y reservar.

6. Devolver el pollo y los camarones al wok, agregar los cacahuates y sofreír a fuego lento. Echar el huevo y cubrir la carne con él; mezclar y seguir cocinando hasta que el huevo quede cocido en fibritas.

7. Añadir la pasta y la alfalfa, y revolver muy bien. Verter la salsa, mezclar y cocinar un minuto más.

8. Antes de servir, añadir un poco de cebollita cambray sobre el platillo. Listo.

jueves, octubre 07, 2010

Reseña de película: Héroes Verdaderos



Héroes Verdaderos

Director: Carlos Kuri

Intérpretes: Jorge Lavat, Víctor Trujillo, Jaqueline Andere, Mario Filio, Pepe Vilchis, Kalimba, Sandra Echeverría, Raymundo Armijo, Raúl Carballeda, Claudio Lafarga, Humberto Vélez.

Lo bueno: El diseño de personajes, algunos momentillos de la animación, el doblaje de veteranos, los héroes.

Lo malo: Para variar, el guión; algunos momentillos de la animación, el doblaje de estrellitas, los protagonistas.

Lo que faltó: Sutileza.

Lo que sobró: Las canciones.


Calificación: **

Todo el mundo se apunta a celebrar el Bicentenario (es decir, los doscientos años a partir de que comenzara una guerra civil para lograr la independencia de un país que se llamaría México), y, no me pregunten por qué, hubo quienes lo hicieron en forma de películas o cortos animados. Será, y eso son buenas noticias, que la industria de la animación ya está por fin recuperándose en nuestro país, al que, en tiempos pasados, no le faltaba tradición (pocas personas saben que en México se maquilaban programas de Hanna-Barbera, por ejemplo). Lo malo es que este género, al volver a volar, lo está haciendo no con un ala rota, sino con ambas patas convenientemente fracturadas y dejadas soldar al descuido.

Los cortos de Héroes Verdaderos prometían, y mucho, hermosos diseños, secuencias de batalla, tal vez una aproximación a la historia oficial que ya se volvió anticuada con la moda de la “desmitificación”. Nada malo.

Pero una servidora, para qué mentir, llegó al cine llena de prejuicios... y se quedó agradablemente sorprendida cuando la película arrancó con unos paisajes maravillosos, unas escenas impresionantes y una trama sencilla que apuntaba a una historia bien contada. Lo malo es que esa magia duró... ¿cuánto será bueno?... unos diez minutos a lo sumo. Y de ahí en adelante la película comenzó a deslizarse, lenta pero inevitablemente, en caída vertical.

Aunque los cortos presumen más que nada a los héroes de la independencia mexicana en acción, en realidad la historia se centra en cinco muchachos a quienes les toca vivir la turbulenta época: Carlos, que tiene que tragarse sus ideas “progres” y la discriminación que sufre por su nacimiento criollo; su mejor amigo, Mixcóatl (ajá, hasta eso que se toman tiempo para explicar el porqué del nombrecito), un chico indígena de su edad; el atormentado hermano mestizo de éste, Xama; el hermano mayor grandote y bonachón, Tahtsi, y su prima Tonantzin (no, lo que no se explica es el porqué de esta casi blasfemia), que exhibe gran parte de la película un imposible vientre al aire y pies descalzos.

Después de hacernos tragar una buena cantidad de detalles que por desgracia no llevan a ningún lado, los jóvenes protagonistas quedan botados en bandos enemigos (Xama en el ejército realista, y el resto con los insurgentes de Hidalgo), y los próceres desfilan con cuentagotas en lo que Carlos y sus amigos luchan por convertir un ideal en realidad.

¿Lo estoy haciendo sonar interesante? Piénsenlo dos veces. La premisa, nada mala, se disuelve muy pronto en una trama principal innecesaria y punto menos que hueca. Los hermosos diseños no logran levantar del piso a los personajes principales, tan desangelados que no consiguen conmover o emocionar. El pobre Xama, un villano a la fuerza que aparece misteriosamente en cada batalla importante del ejército realista en donde pueda encontrarse con sus viejos amigos, ve cortado su potencial desarrollo junto con su posibilidad de redención que, no lo dudo, podría haber estado contemplada en algún tratamiento temprano de la historia. La voluptuosa Tonantzin se lanza a las batallas (que por cierto pueden oírse, pero no verse, ni siquiera en sombras) desarmada y todavía descalza, al parecer con el único propósito de que la rescaten. Mixcóatl tiene su momento de guerrero jaguar prototípico, y Carlos, que hubiera sido un protagonista distintivo de no ser porque la corrección política pedía que el chico indígena brillara igual que el criollo, se pierde y ya. Bajo la fuerza bruta del hermano restante, Tahtsi, se adivina alguna personalidad. Con mucha fe.

Lo rescatable de la película son los héroes verdaderos del título, que tienen muy pocos minutos en pantalla (a la mayoría nos los echan, de a montón, en las escenas finales de la cinta y que están interpretados por actorazos con experiencia en doblaje y no “estrellitas”, como ocurre con algunos de los otros personajes: Jorge Lavat, una de las voces más bellas del medio, hace a un Hidalgo muy sereno y compasivo; Víctor Trujillo le queda maravilloso a la figura alta y musculosa en la que se transformó al gordito Morelos; Beto Vélez merecía un papel mucho más largo que el del traidor Arias... y así nos vamos.

Sospecho que a Héroes Verdaderos le pasó lo mismo que al pastel del cuento de Tolkien El Herrero de Wooton Mayor: el pastelero se desvivió planeando la decoración y cuando terminó se dio cuenta de que no tenía la más mínima idea de qué iría dentro del pastel. Y una vez éste quedó horneado, los múltiples huequitos de la masa tuvieron que rellenarse con clichés cada vez más molestos: que si el malo servil y chistosito, que si el inevitable romance, que si (en el caso de la animación) ciertos estudiados movimientos que le dejan a uno miles de deja vu de películas de Disney y series de anime; que si las canciones (de las canciones, EN SERIO, prefiero no hacer comentarios)... y todo ello, inyectado como con duya, se alcanza a desbordar y convierte a la trama en un caos que haría que la de Nikté pareciera coherente; y que, para rematar, resulta pesada para los niños (en la función a la que asistí me tocó estar a unos asientos de una pobre señorita de unos diez años que preguntaba a cada rato “¿ya se va a acabar?”). Y todo ello por el hecho que nuestros realizadores todavía no acaban de entender: lo más importante para fabricar una buena película es tener UN BUEN GUIÓN. Si el guión falla, igual pasará con lo demás.

La secuencia final (algo así como los highlights de la Independencia) sólo nos deja añorando lo que pudo haber sido de haber contado este proyecto con más tiempo (seguro), con más crítica y... ¿se me olvidaba algo? Con más tratamiento del guión. Porque presupuesto no creo que les haya faltado. Gracias a Dios el cine donde lo vimos tenía algún problema de sonido o algo así, porque del discurso patriotero del final, pronunciado por el mismo director, no alcancé a entender ni la mitad. O será que mis orejitas la estaban filtrando; a veces sucede.

En conclusión: Héroes Verdaderos es un proyecto muy bueno que nomás no cuajó en la práctica. Pero en todo caso, pueden guiarse por lo siguiente.

Recomendaciones: Para cualquiera interesado en la animación, o metido en el campo. Si abren los ojos, se puede aprender de los errores ajenos, y también de las virtudes. Para personas que apoyan al cine mexicano, porque la verdad es que sí hay que hacerlo (aquí nos tocó vivir).

Abstenerse: Si los clichés les producen urticaria, porque se van a llenar de ampollas. Si la historia mexicana no les interesa en lo más mínimo. Si tienen que llevar a sus hermanitos menores de diez años.

Si prefieren segundas opiniones de una persona que conoce de animación mucho más que una servidora, pueden leer la reseña de Nemo-H, que me acompañó a ver la película, aquí.

miércoles, septiembre 22, 2010

Cobrar lo justo

En marzo de este año, la traductora Marcela Jenney publicó en su blog un interesantísimo artículo (rematado por una serie de consejos punto menos que indispensables para quienes trabajan en su campo) que se compartió en la lista de correos de la Organización Mexicana de Traductores. Lo que trata es una situación espantosamente seria por la que de seguro ha pasado cualquiera que se dedique a la traducción. Algo que siempre le dije a mis alumnos de esta materia es que en nuestro oficio es el único en el que tenemos que educar a los clientes. Muchos de ellos piensan que para traducir sólo hay que sentarse con un papel, libro, etc. en una lengua en una mano y ponerse casi a transcribir con la otra; no saben nada del proceso de investigación, de selección de palabras, de comprensión y reelaboración que implica traducir. Los peores son quienes creen que nuestro trabajo vale lo mismo que una página pasada por el Babel Fish o el Google Translator, que son gratuitos.

Le pedí a la autora permiso para traducir y reproducir su artículo aquí, y ella, muy amablemente, accedió. Para leer el original en inglés, hagan click aquí. Lo acompaño con una imagen de San Jerónimo, el santo patrono de los traductores, que se celebra el próximo 30 de septiembre.


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Invocación a San Jerónimo que me enseñó mi tía L. cuando era chiquita: "San Jerónimo bendito, con tu cordón bendito, ¡amarra a tus animalitos! (a lo que añadí, de adulta, "o por lo menos ciérrales el hocico, o dales voluntad, en la medida de lo posible, de ser menos animales").


¿Eres traductor profesional? Si es así, ¡NO bajes tus tarifas de traducción!

Por Marcela Jenney

Traducido por: Yours Truly


¿Cuándo fue la última vez que le pediste a tu doctor o tu abogado que te hiciera un descuento de sus honorarios? A menos que el doctor o el abogado sean tus parientes o muy buenos amigos tuyos, no es muy probable que te atrevieras a pedirle eso al proveedor de un servicio profesional, ¿o sí? Entonces, si te consideras un traductor profesional, ¿cómo es posible que sigas permitiéndole a otros que te pidan que bajes tus precios? Pero este hecho no es lo peor de la situación. Muchos traductores profesionales están reduciendo sus precios en un intento desesperado por conseguir trabajo.

Los clientes piden descuentos, y los traductores ceden a sus peticiones, cada vez más, todos los días. Cuando haces un descuento al precio de tus servicios, le estás dando permiso a otros de que piensen que éstos no valen mucho. Y, desafortunadamente, esta tendencia está afectando negativamente a la industria entera de traducción y localización.

Ponle un precio justo a tus servicios. El costo que establezcas para tus servicios se determina por cómo perciben tus clientes la calidad que obtienen por su dinero. ¿Se están cumpliendo las expectativas de los clientes? ¿Qué es lo que se llevan? ¿Por qué deberían contratarte a ti y no a tu competencia?

Aprende a decir “no”. Si bajas tus tarifas, estás enviando señales de pánico, no sólo de tu parte, sino de la industra entera. Si reduces tus tarifas aunque sea una vez, va a ser muy difícil negarse a ello la siguiente vez ocasión que el mismo cliente se presente. Uno de mis más queridos redactores me dijo una vez, cuando le pedí que bajara un poco su precio, que se sentiría muy incómodo consigo mismo de hacerlo. Me encantó su enfoque profesional a la hora de respaldar su trabajo.

Céntrate en tu promesa de calidad. Cuando sabes y tienes pruebas de que lo que estás ofreciendo tiene gran calidad para tus clientes, asegúrate de mostrar con constancia esto en la entrega de tu trabajo. En lugar de bajar tus precios para igualarlos a los de la competencia, enfócate en añadir valores agregados. Piensa en formas de armar paquetes de servicios complementarios, o crea diferentes ofertas a distintos precios que puedas adaptar al presupuesto de tu cliente.

Mejora tu oferta de servicios. En la economía de la actualidad hay tantos productos y servicios que el mercado está simplemente sobresaturado. Muchos piensan en la traducción como un producto común y corriente por la sencilla razón de que todo el mundo se basa en los mismas “cualidades”. Pero la traducción jamás debe guiarse por los modelos de mercadotecnia de otro producto. En el negocio de los servicios, lo que importa es el “toque especial” que uno puede añadirle a su oferta. Tus clientes, sencillamente, buscan alguien en quien puedan confiar. Quieren asegurarse de que eres responsable, que todo el tiempo estás entregándoles calidad, y que siempre estás ahí para apoyarlos. Las características de los beneficios y el servicio son siempre buenos puntos a favor para la venta, pero el mejor de ellos es llevar una excelente relación con el cliente.

Enfócate en tu mercado meta. Si todo el tiempo te están pidiendo que bajes tus tarifas, es muy posible que los clientes que se te acercan no sean los adecuados. Pregúntate si no estarás perdiendo el tiempo al tratar de conseguir clientes que no están dispuestos a pagarte lo que vales. Cuando decidas enfocarte en un sector del mercado, es importante que entiendas cuáles son las costumbres y las preferencias de tus clientes. Además, asegúrate de que tienes las capacidades y cualidades para realizar un excelente trabajo y una oferta de traducción con valor superior.

Crea una marca fuerte. De la misma forma que las grandes corporaciones crean sus marcas, los traductores pueden construír una, fortalecida y distintiva. Si te concentras en crear una marca fuerte, no sólo te reconocerán con más facilidad sino que también podrás crear una conexión emocional con tus clientes. Tu competencia puede intentar copiar tus procedimientos, tu modelo de negocio, tecnología, etc., pero será muy difícil que reproduzcan las creencias y actitudes que has logrado establecer en la mente de tus clientes.

Recuerda que cuando estamos vendiendo un producto o servicio, no somos nosotros lo que más importa. Son nuestros clientes. Enfócate en las necesidades y deseos de tus clientes, y busca maneras de mejorar la relación. Cuando no hay calidad, el precio se convierte en el único factor de decisión. No bajes tus tarifas; en lugar de ello, incrementa tu competitividad y las características de valores agregados a tus servicios.

lunes, septiembre 20, 2010

Invencible



"En lo más profundo del invierno, aprendí finalmente
que dentro de mí se encuentra un invencible verano".
Albert Camus


Los veranos de Guadalajara tienen un ambiente peculiar: los cielos nublados, la lluvia muy frecuente, el desánimo y la tristeza sutiles en los rostros de todo el mundo y la alegría falsa pero resistente que trata de imponerse desde anuncios espectaculares.

Nunca me ha gustado trabajar en verano. El clima más cálido me predispone a la pereza; la lluvia me complica las salidas de la casa; me pone de malas el añorar las vacaciones que antes podía darme el lujo de tomarme. Es por ello que hace algunos años adquirí una no muy saludable costumbre: al salir del trabajo por las tardes, en lugar de, como buena y dedicada ama de casa, regresar a centenares de tareas domésticas inconclusas, me iba a algún centro comercial a fingir que era una muchacha joven con tiempo libre para tirar, y lista para disfrutar del verano no obstante la lluvia y el bochorno. Me quedaba comtemplando los centros de entretenimiento que se montaban para los niños (carruseles, ruedas de la fortuna, talleres, cocinitas, hasta un herpetario que llegué a ver), entraba a las tiendas a probarme de todo (si encontraba ofertas hasta me compraba alguna estupidez) y me sentaba con un chai frappé, a estirar las piernas, sola (porque mi capitán nunca ha podido aguantar la inactividad, a menos que esté durmiendo) e inmersa en el fingimiento. Una hora después, me regresaba a la casa, a los problemas cotidianos y los pendientes del próximo día.

Esa hora privada y fingida me hacía sentir un poquito mejor. Era un verano artificial, sustituto del otro, el de muchos años atrás, cuando el horario lo marcaba el día y el trabajo (si es que había) tenía una rutina, pero no era igual jamás. En el campo se ordeñaba a las vacas, se separaban los becerros, se cortaba sorgo, se hacía queso. La lluvia no se iba resbalando, como llanto, por las calles, sino que penetraba en el suelo, se convertía en rocío con el sol y le daba al ambiente un aroma incomparable. Y estaban, por supuesto, las flores.


La marca del verano eran las ipomoea, a las que llaman en el pueblo de mi mamá “flor de la mañana”, porque cuando les pega el sol se abren, todas rosadas o púrpuras, esplendorosas entre el verde mojado. No tienen ningún perfume pero no les hace falta. Al atardecer, el único pétalo se enrosca sobre sí mismo. De cuando en cuando la flor cerrada sirve de refugio antitormenta a escarabajos u otros insectos.

Este verano del 2010 no sería ni como los recientes, ni como los de antaño.

En el pasado mes de julio, me entraron, entonces no sabía por qué, unas ganas tremendas de repetir el Crisis Core: Final Fantasy VII, un juego para PSP que terminé por primera vez hará unos dos años y que de hecho les reseñé por aquí. Es una producción muy buena, con mínimos defectos, pero que en lo personal me entristeció lo suficiente como para proponerme no darle una segunda pasada, sino hasta entonces, que fue cuando tomé un archivo viejo y empecé a avanzar sobre la historia tan rápido como me fuera medianamente posible, con todo y que no se me olvidaba que la narración no iba a durar y que no tendría un final feliz.

No voy a contar una vez más de qué trata el juego; si son fans de los RPG y sobre todo de la serie de Final Fantasy supongo que ya lo jugaron; si no lo han hecho, algún día lo harán y se llevarán una sorpresa gratísima. Pero si quieren un resumen en dos patadas del argumento central, va más o menos así: resulta que el adorable protagonista de Crisis Core, Zack Fair, es un muy buen empleado de cierta compañía, pero cuando descubre POR ACCIDENTE que esa compañía anda en malos manejos y está corrupta hasta las células se gana una sentencia de muerte. No me pregunten cómo, pero se las arregla, a pesar de todo, para permanecer optimista; se repite la frase de un mentor suyo (“aférrate a tus sueños”) y allá va. La última parte de su aventura la pasa huyendo de perseguidores que van tras él a centenares, como si fuera no un criminal, sino todo un ejército subversivo; ahí está que hasta uno de sus colegas le envía en un mensaje de texto: “Pero por Dios, amigo, ¿pues qué hiciste?”

Afuera, en la realidad, las cosas no iban tan diferentes.

El verano se acercaba a su fin, como la historia de Zack (otra vez), como mi propia historia en cierto modo. Y yo no quería terminar en un lodazal, sin fuerzas siquiera para levantar la vista. Lo lamento, pero igual así percibía mi situación.

Según iba avanzando en el juego, me iba llenando un presentimiento raro: que no me quedaba mucho tiempo (es decir, en mi empleo; en mi empleo de quince años). Sin embargo, yo no quería irme así: no como criminal, no huyendo. Pero no pintaba de otra forma el asunto: faltaban tres semanas para iniciar los cursos de otoño y no se me había dicho ni una sola palabra sobre mis clases del siguiente cuatrimestre. Ni “te quedas”, ni “te vas”; nada. A las dos semanas, lo mismo. Pero a los silencios de palabra no les faltaba una avasalladora elocuencia: miradas hostiles como metralla, personas que de pronto le retiraban el saludo a una, la confianza despedazada como piedra de talco, dispersa, en el piso, o haciendo remolinos por el aire y metiéndose a la nariz, y de ahí a los pulmones, a hacer estragos con la vida misma. “Pero por Dios... ¿pues qué hiciste?”

Hasta eso, yo tenía una ventaja con respecto al pobre Zack; sabía perfectamente lo que había hecho. ¿Qué fue? Hablar. Hablar con mis jefes, a quienes siempre les había tenido tanta confianza como para discutir intimidades, sobre lo que estaba mal en el rumbo que iba tomando su negocio. Hablar con toda la sinceridad del mundo. Y preguntar qué se iba a hacer al respecto. La respuesta la recibí indirectamente, primero, por medio de una especie de sanción económica (“porque te atreviste a cuestionarlos”, palabras de la contadora de la empresa), y después, con la elocuencia silenciosa ésa que les comentaba. No sé, ahora que me la pienso, qué esperaba ganar con ello. Yo no estaba salvando la vida de un amigo, ni siquiera peleando por mi propio pellejo. Mi acción no tenía nada de heroico. Lo hubiera sido, tal vez, si las cosas hubieran mejorado un poco.

No quise ahorrarle a mis jefes la molestia de confrontarme, y, además, tenía miedo (¿miedo?¿De qué?). Mi capitán nomás preguntaba que por qué no daba yo el primer paso. En plena huída de la vida real, terminé por segunda vez el Crisis Core. Esta vez no lloré. Me quedé tiesa, reflexionando en mi situación. Creo que aguanté algo así como cinco horas y luego quise irme a caminar. Caí en la cuenta de todo lo que estaba dejando atrás (era un poco como morir), y solté un dique que hubiera desbordado el Atlántico.

Así, sin despedirme, dejé atrás mi relación de quince años. Fui a la calle a probar una ruta nueva, un caminito nuevo, otra parada de camión, después de una llovizna ligera. Mi camino pasaba por un terreno baldío, lleno de broza, donde el suelo aún absorbía el agua sin formar charcos de lodo. El olor a tierra se soltó, incomparable, pero aún así familiar. De pronto se me ocurrió mirar a la derecha y me encontré, revueltas entre montones de plantas vivas y podridas, colgando de una pared de alambre, cuatro o cinco ipomoea moradas, recién abiertas aunque pasaba de las cinco de la tarde, con gotitas de agua en el único pétalo que brillaban por un rayo de sol mínimo que se abría paso entre las nubes.

“Aférrate a tus sueños”, me dije con una voz que no era mía. Y comprendí que, después de todo, el verano (invencible) seguía siendo mi estación favorita del año.

viernes, septiembre 17, 2010

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Fragmento de una ilustración de Kahama


No es la primera vez que me ausento de mi blog, pero siento que han transcurrido años desde la última vez que vine. En el abandono en el que he dejado la casa no hay precedentes, o al menos así parece. He estado poniendo algunas entradas aisladas, pero casi ninguna tiene relación con la otra y más bien parecieran un intento de dar señales de vida. Si me pongo a mirar a mi alrededor (a mi casa real, a mí misma en el espejo) me sorprendo al darme cuenta, como por primera vez, que el blog no es lo único que he estado descuidando.

Jamás me lo comentaron, pero creo que así se debe de sentir cuando la vida de uno da un giro. La de una servidora ha estado en un remolino loco durante por lo menos el último mes. Un tornado, que fue en lo que acabó convirtiéndose un vientecillo imperceptible (que empezara tal vez cinco años atrás), y cuyos efectos no pude apreciar sino hasta que lo contemplé vía satélite. Es como si alguna especie de tinta mágica revelara aquí y allá montones de ruinas y escombros invisibles con los que antes me tropezara y estrellara sin saber qué rayos estaba ocurriendo.

Y bien, piensa una servidora, ¿qué hacer ahora? No hay mucho entre las ruinas que se pueda recoger y salvar, aunque siempre queda la posibilidad de hallar alguna pared en pie. De un día para otro, la profesión de albañil resulta abrumadora. ¿Entonces? Bien, uno puede aislarse por varios días a rumiar las penas, pero después, qué remedio, hay que levantarse.

El tornado ya es viejo. Las ruinas siguen ahí, pero una servidora ha comenzado a darles guerra, escoba en mano. No es fácil recoger todo este desbarajuste, pero hay por lo menos algo que no me cansa repetirme: ya se me había olvidado a qué sabe la tranquilidad. Y su sabor es tan increíblemente agradable y adictivo que no entiendo cómo pude estar tanto tiempo sin él.

Perdón por hablar tanto en acertijos; ya, más adelante, podrán enterarse de a qué me refiero. Esta entrada es sólo para, como ya lo he hecho otras veces, anunciar que seguimos aquí, y que tenemos todo el propósito de volver a ser lo que éramos. Las entradas puntuales, tres por semana; reseñas, ocurrencias, alguna que otra traducción, por supuesto recetas (de cocina y de otras cosas). En los planes vienen un platillo original (bueno, casi), algunos útiles consejos para traductores y una sentida historia sobre por qué mi acción más valiente del verano fue repetir un videojuego al que no me había atrevido a enfrentar una segunda vez. No voy a dejar pasar este año sin una nueva semana del sushi. Y aunque la fecha para celebrar al Batallón de San Patricio (12 de septiembre) se me haya pasado de largo, espero poder dedicarle algunas palabras a otro hecho reciente (y muy, muy lamentable, por cierto): el fallecimiento del director Satoshi Kon. Estoy escribiendo (lo que no me ocurría en años) un relato de ficción; si lo llego a terminar, será todo un triunfo. Intento poner orden en mis doscientos pares de zapatos y desechar todo lo que de verdad no sirve. Seguirán los libros y revistas. Voy a arreglar un poco esta casa de ustedes también: revisaré los links para quitar los que ya no lleven a ningún lado y añadiré nuevos sitios interesantes. Les agradecería también que me avisaran si algunas de las ilustraciones de las entradas no están apareciendo.

Gracias por toda la paciencia, y por seguirme siguiendo (la repetición fue a propósito). Nos vemos de nuevo en unos pocos días.
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