lunes, septiembre 28, 2009

Tu cambio

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Hará ya unos tres meses, varias editoriales y librerías de México lanzaron una campaña que llamaron Ten tu cambio, en apoyo a la Fundación Mexicana de Fomento a la Lectura.

Los mexicanos tenemos mala fama como lectores; en las listas de la UNESCO aparece que leemos 1.2 libros al año por cabeza (una cifra engañosa, como señalara el escritor Juan Domingo Argüelles, pues lo que refleja es que hay muchas personas que no leen en absoluto y el promedio se obtuvo por unas cuantas que se desayunan el resto de la estadística), pero se han hecho varios esfuerzos por cambiar la situación. ¿La verdad? La mayoría son patadas de ahogado.

Ya en la pasada Feria Internacional del Libro en Guadalajara, se estuvieron repartiendo folletitos con la Ley de Fomento para el Libro y la Lectura, una sarta de estupideces que sólo nuestros diputados (que, a juzgar por su amplio vocabulario y educación, se acercan tanto a los libros como a una serpiente de cascabel furiosa) pudieron haberse inventado, y que entre otros asuntos, establece que los libros en este país deberán tener un precio único; es decir, que se acabaron los descuentos de novedades en nuestra tiendita barata de costumbre. Aquí está por si gustan enterarse.

Pero de vuelta a la campaña Ten tu cambio, en lo que consiste, tengo entendido, es lo siguiente: si uno compra un producto de las editoriales participantes en las librerías también participantes, por diez pesos más le dan a elegir entre un librito de cuentos y otro de ensayos por diferentes escritores. Además, se reparten notitas adhesivas para que los lectores escriban sus recomendaciones de libros y las peguen en grandes displays de cartón en las mismas librerías. Una servidora no se enteró de la campaña sino hasta casi darse de narices con uno de estos armatostes (que hasta eso huelen bien, a cartón reciclado, y tienen un bonito color verde. Como dólares, gulp).

Con todo y las buenas intenciones (y el dinero que debieron haberse gastado), no estoy muy segura de que esta campaña vaya apuntando hacia el lugar correcto. De nuevo citando a Argüelles, la lectura se transmite por contagio, y en cuanto a tomar medidas extremas, yo aceptaría las propuestas por el caricaturista Paco Calderón (Nota: en la viñeta número 6 faltaron algunas palabras... debe leerse al final Porque no leen por gusto, tal y como salió en la versión impresa). En Ten tu cambio arrancamos bien: se supone que de lo que trata es de que los mismos lectores hagan que a los no lectores se les antoje leer. Lo malo es que un vistazo a las notitas de los displays basta para darse cuenta de lo patético de nuestra situación. Los despistados clientes de la cadena Sanborns piensan que los papelitos sirven para felicitar a los empleados que los atendieron; los displays de las librerías Gonvill de Guadalajara están repletos de títulos de superación personal.

Sin embargo, en la única librería Gandhi de la ciudad me he ido encontrando algunas notas que me han llegado al corazón. Por diferentes razones. Permítanme compartirles algunas poquitas aquí (algunas son respuestas a la pregunta ¿Qué libro cambió tu vida?, que viene impresa en los papelitos):

“El Psicoanalista, ya que ahora tengo tendencia a hacer juegos psicóticos”.

“Si leer es soñar, entonces despierta”.

“Crepúsculo, de Stephenie Meyer, cambió mi gusto por la lectura. Ahora ya no leo”.

Juventud en éxtasis. No lo vuelvo a hacer... ¡lo juro!”

“Tengo 77 años. Casi sola, excepto por mis libros”.


Para saber más de la campaña, visiten el sitio oficial.

viernes, septiembre 25, 2009

Amigos (por internet)

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Imagen de Dissidia capturada por darkwolfzero, de youtube.


Una de dos; o vuelvo a mi más relajado horario de trabajo anterior (lo que implicaría, por supuesto, menos dinero) o procuro hacer tiempo y corazón de tripas para que no se retrasen tanto las nuevas entradas del blog. Tengo tanto por escribir y he andado tan corta de inspiración que hasta comenzar una línea me cuesta. Pero en fin, un propósito más de constancia y disciplina no hace daño. Tal vez éste sí se cumpla.

Pero veamos... He estado jugando el Dissidia: Final Fantasy para PSP desde hace algunos días, y tengo que confesar que, después de leer montones de reseñas disparejas y escuchar opiniones encontradas, ya me estaba arrepintiendo de haber encargado el juego de antemano (no en una tienda mexicana, por supuesto) a precio de lanzamiento más un descuentillo de nada; nunca adquiero un juego a precio completo a menos que en la portada diga “Suikoden”.

La impresión desapareció en menos de un día; Dissidia resultó una gratísima, gratísima sorpresa; espero hacer una reseña y contarles más cuando lo termine. Por lo pronto, les adelanto lo que le comenté a mi amigo Sora; que el juego me hace pensar en una reunión donde conviven muchos de mis viejos amigos que no se conocían entre sí. Y esto, días después de haberle comentado al Capitán lo curioso que se sentía soñar con personajes de libros, películas y videojuegos y en el sueño tratarlos como si nos conociéramos de toda la vida. Y semanas luego de que cierta persona a la que aprecio muchísimo me incluyera en la especie de meme que viene a continuación.

Si han estado leyéndome desde hace tiempo, se acordarán que, de los cuatro amores de C.S. Lewis, la amistad es mi favorito, y que no dejo de conmemorar cada catorce de febrero. “Conmemorar”, porque, como también se habrán dado cuenta, he sido terriblemente mala para escribir al respecto, y mis dos entradas (este año y el pasado) son palabras de alguien más.

Como sea, estábamos que si los amigos imaginarios y los amigos. Para mucha gente con la que convivo día a día, los amigos cibernéticos (los que se hacen por internet) no se diferencian la gran cosa de los amigos imaginarios que uno tenía antes de cumplir los cinco años. Pero, lejanos como parezcan, los amigos cibernéticos son personas reales, estupendamente reales, y no me hubiera imaginado cuando tenía cinco años que alguna vez se hubiera hecho posible una clase de relación basada en letras. Pero es que (y eso es algo en lo que siempre confié) las letras marcan el camino más seguro al corazón.

Pues bueno, todo este rollo que ahora siento excesivo, para concluír que me sentí mucho, mucho muy honrada, porque Farándula, de Verso Blanco, me llamara amiga, y me concediera un premio blogueril titulado “Amigos de internet”, que es al mismo tiempo un meme que para variar me tardé en responder.

Aquí están las reglas:

1- Enlazar al blog que te lo entregó.
2- Poner en tu blog las reglas.
3- Entregarlo a 6 amigos
4- Avisarle en su blog que tiene un premio.
5- Contestar las preguntas siguientes.

¿Por qué te decidiste a tener un blog?

Bueno, realmente fue por celos... El Capitán Quasar, mi esposo, abrió uno el suyo y se la pasaba horas y horas escribiendo en él. Yo sentía que era una pérdida de tiempo, y él, por el contrario, me decía que debería aprovechar el recurso para conseguir que alguien me leyera. Me encanta escribir, pero por alguna extraña razón siempre 1) fui muy tímida para mostrar mi material a otras personas, y 2) buscaba la aprobación de los lectores. El blog es, como quien dice, mi medicina y terapia para deshacerme de ambas cosas.

¿Cuánto hace que lo tienes?

Pronto cumpliré dos años. Pero el registro en blogger lo tengo desde 2005. Tardé mucho en decidirme a comenzar, más en descubrir como funcionaba blogger, y no fue sino hasta hace muy poco que comencé a editar mis propias imágenes.


¿Qué sentimientos tuviste a través del mismo?

De haber sabido lo contenta que iba a estar, sin duda hubiera abierto mi blog desde mucho antes. Ha sido una experiencia muy agradable, sobre todo perderle el miedo a escribir (y tal vez a publicar) y darme cuenta de que mi material sí puede gustar. Todavía no me deshago de todas mis inseguridades.

¿Cosechaste muchos amigos?

Creo que sí. Entre la gente que me lee y la gente que leo. Es que es tan fácil abrir el corazón cuando uno escribe... podríamos decir que cuando a uno no le están viendo la cara. La maldad y la bondad se filtran por igual. La hipocresía se nos nota (si nuestros lectores saben leer entre líneas) y también la tristeza, el cariño, todo eso. A los amigos que me han leído les he mostrado mi verdadero rostro, ése que muchos amigos “del diario” me decían que era falso, y no sólo me han creído, sino que hasta me han aceptado con todos mis defectos. No espero sino corresponder.


¿Qué es la amistad para ti?

Mi favorito de Los Cuatro Amores, el que siempre estuve persiguiendo y en el que siempre creí, pese a que en general sigue siendo un sentimiento menospreciado. Pero como ya les dije, me cuesta hablar del asunto.

¿Qué te gustaría decirle a una amiga hoy?

Que es importante para mí, que me alegra que esté ahí... pero lo más probable es que me gane la timidez y salga con alguna tontería. Ciertas cojeras nunca terminan.


¿Qué esperas de una amistad?

Que se lo tome tan en serio como yo.


Se supone que tengo que pasarle esto a seis amigos... pero no pude hacer la lista más pequeña... y aquí está que lo voy a mandar a nueve; todos ellos son personas que he tratado únicamente por internet y leído sus respectivos blogs, y que he llegado a conocer muy bien... en efecto, por medio de las letras. Va el paquete con todo mi aprecio para...

Arc
Chendo
Dark
Fëaluin
Nona
Odanguito
Suldyn
Thor
Yipie

sábado, septiembre 12, 2009

Reseña de libro: Los soldados irlandeses de México

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Los soldados irlandeses de México
Michael Hogan
Fondo Editorial Universitario, UDG



Lo bueno: Es el mejor libro escrito sobre su tema.

Lo malo: Fuera de México, es caro y difícil de encontrar. Sólo hubo una edición en español.

Calificación: * * * * *

El año pasado les comenté de una conmemoración curiosa e interesante que había encontrado lugar en este mes de fechas patrias. Para celebrar, les paso esta reseñita.

¿Qué hay entre México e Irlanda? ¿De dónde salió este misterioso lazo, casi, casi fraterno que sería crucial entre los dos países en el año de 1846? ¿Cuáles fueron las circunstancias (las verdaderas, no las que vienen en los libros de historia) que desataron la guerra méxico-norteamericana, y cuáles sus consecuencias? Si uno busca la respuesta a estas preguntas, no necesita ir más lejos; todo se puede encontrar en este libro. El camino largo será para dar con él, pero eso es todo.

Sobre un hecho insólito, que por una extraña razón muchos mexicanos e irlandeses desconocen (al batallón de San Patricio se le dedican dos líneas en la mayoría de los libros de texto que se usan en las secundarias y cinco, que ya es algo,en las enciclopedias de historia de México), el doctor Michael Hogan, norteamericano de ascendencia irlandesa y residente de Guadalajara, Jalisco, ha hecho una investigación profunda y cuidadosa, sin dejar de lado ninguna fuente relevante e incluyendo las múltiples versiones del hecho.

Después de hacer un análisis de la política intervencionista norteamericana, su famoso “destino manifiesto”, y las razones que de tan absurdas parecen cómicas que los gringos tomaron de pretexto para comenzar la madre de todas las invasiones en un país pobre, despedazado por luchas de poder internas; se nos relata la historia más sencilla, honesta y noble de un grupo de voluntarios irlandeses que cambiaron de bando y se pusieron a favor de los más débiles sólo porque así se lo indicaba su conciencia y su sentido de la justicia. A la causa de estos primeros voluntarios se unieron más (mexicanos, alemanes, polacos e ingleses) para formar un batallón de artillería que le hizo pasar unos cuantos dolores de cabeza a los generales norteamericanos. Pero no sólo el enemigo era demasiado poderoso, sino que muchos otros factores jugaron en su contra: políticos que para variar querían sacar una tajada del asunto, comandantes que buscaban más la gloria personal que el ayudar a su patria, rivalidades cuando se suponía que todos deberían apoyarse, una tremenda desorganización que al parecer nuestro país no se ha sacado de encima todavía...


Sin embargo, lo que hubiera de fracaso militar de los San Patricios no opaca en lo más mínimo su triunfo en el espíritu humano; a quien le haga falta un poco de fe, de seguro le caerá bien darle un repaso a su historia, y de paso sacarse de la cabeza algunos mitos sobre la guerra de intervención norteamericana, El Álamo y hasta el general Santa Anna que andan rondando por ahí. El punto de vista del doctor Hogan es absolutamente imparcial, y lo que descubrió sin duda le va a arder a leales de todos los bandos. Pero total, somos humanos. Y deberíamos de esforzarnos más para ganarnos el título.

Una servidora tuvo la suerte de conseguir y leer este libro en el mismo año de su publicación (a finales de los 90); para entonces lo único que había leído sobre el asunto eran las cuatro o cinco líneas antes mencionadas y la novela El Batallón de San Patricio, de Patricia Cox. Me alegró que mi fascinación con Irlanda pudiera tener ahora un motivo más público. De lo que no iba a hablar entonces era que mi profundo cariño a esa hermosa tierra de héroes se había inflado como pez globo, a reventar; y que por fin se me había puesto claro aquel asuntillo de mis impresiones tras la primera visita a Irlanda: que sí, los irlandeses son como los mexicanos, salvo porque se ven tal vez más felices y todavía disfrutan del correr del tiempo.

Como no sabía entonces que el autor trabajaba a una media hora de la casa de ustedes, cometí una verdadera tontería para poder leer este libro en inglés (ordenarlo de un importador de los Estados Unidos que a su vez tendría que mandarlo pedir a Guadalajara). Pero me mataba la curiosidad, y ahora puedo decir con la mano en la cintura que si consiguen Los soldados irlandeses de México en español o en inglés da exactamente lo mismo: el original es fácil y ameno, y la traducción (en la que colaboraron un historiador y un militar) es impecable y se lee tan a gusto como el original. Lo único malo es que una y otra versión se han vuelto un tanto raras; pueden encontrarse, a precios de verdadera pesadilla, en Amazon, pero la forma más barata de comprarlos es visitar o ponerse en contacto con la librería Sandi en Zapopan, Jalisco. Me acabo de enterar, por este blog, Domhan Ceilteach, que en el Distrito Federal todavía se vende en el Museo Nacional de las Intervenciones. Cuando una servidora se encuentre en posibilidades de conseguirlo para ustedes, no dudaré en avisarles para que me escriban. Si mientras tanto se encuentran con él, léanlo, conozcan la historia de los San Patricios, pasen la voz, recuerden este día con cariño; si profesan alguna religión, oren por ellos. Erin Go Bragh. Viva México.

Recomendaciones: Absolutamente todo el mundo debería leer este libro, pero no a todos les caería muy bien.

Abstenerse: Si la historia de México no les interesa. Si apoyaban la política de George W. Bush.

viernes, septiembre 11, 2009

Niños jugando a los toros

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"Niños jugando a los toros", de Goya (fragmento)

"Si hemos llegado a ver con gusto semejante crueldad
es porque no reflexionamos ni un solo instante
en el peligro que corren los toreros
ni en el horrible sufrimiento de los infelices animales;
es porque la naturaleza del hombre
llega gradualmente a contraer los vicios más repugnantes
y lo que al principio le causa repulsión
se vuelve con el tiempo un voluptuoso placer.


A un niño que sólo se ha nutrido con la leche materna
hacedle saborear por primera vez una gota de licor fuerte
y veréis que la escupirá con asco. Pero guardaos bien
de repetir varias ocasiones la experiencia
pues todos sabéis perfectamente que muy pronto
el inocente niño absorberá con placer
el funesto líquido".


Belisario Domínguez, en su revista El Vate, 1904


Llegué a trabajar duro después de las breves vacaciones, y dejé a Zacatecas con su feria nacional empezada. Hace más de diez años que no voy a la feria, y es una pena, pues solía gustarme mucho todo lo de allá, en especial los juegos mecánicos que se descomponían a medio paseo con la lluvia (siempre hacía falta un toque de emoción), los puestos de comida y juegos donde uno podía ganarse desde peluches hasta aparatos eléctricos, el palacio de las artesanías con las más bonitas exhibiciones de toda la república, la exposición ganadera (los caballos sobre todo). No me gustaba el palenque que presenta cantantes populares porque la mayor parte de las veces éstos se acompañan de un público alcoholizado, pero, aunque ustedes no lo crean, estaba más que acostumbrada al reguero de sangre (impresionante, ahora que me la pienso, para una niña o adolescente) que resbalaba bajo la puerta de cuadrillas, en la plaza de toros. Sangre de verdad, con ese olor inconfundible a metal picante. Cuando llovía, era peor; el asunto hubiera podido compararse a la plaga de Egipto. Pero a mí me habían enseñado a no tenerle miedo a la sangre. Y, cuando asistí a mi primera corrida de toros a los seis años más o menos, simple y sencillamente me habían enseñado a no sentir miedo. Ni compasión. Nada. Pero, de algún modo, nunca conseguí hacerme tan aficionada como el resto de mi familia. Lo que más me seguía gustando de los toros era la Banda del Estado.

Lo verdaderamente malo de la Feria Nacional de Zacatecas son las monstruosas corridas de toros. Incluso con un movimiento antitaurino más o menos constante en la ciudad, no se ha logrado el objetivo final de cancelarlas de una buena vez. Y a eso no hay que culpar el afán de crueldad de las personas, sino la indiferencia con la crecen. Ah, y esa ridícula idea de que para los toros es un honor morir en el ruedo.

Hace algunas semanas el Capitán y yo escuchábamos radio un domingo por la noche después de haber llevado a Hellnike a la central camionera; nuestro viejo aparato del auto se quedó fundido en una sola estación, y justo entonces estaba al aire un programa de toros que conduce una señora; siempre me toca oírlo por casualidad y me pierdo el nombre de la comentarista, pero tiene acento andaluz, me parece (soy mala para identificar los acentos del castellano) y voz de ebria. Nos enteramos ahí que los empresarios de Zacatecas tenían planeado un festival taurino infantil para el próximo 15 de septiembre, con el objeto, dijo la señora borracha, de que las nuevas generaciones fueran cultivándose (?) en la afición. En él participarán puros menores de edad, entre ellos el ya famoso Michelito Lagravere, el rejoneador Eduardo Rubí, Platerito de Zacatecas y los forcados infantiles de Nuevo León. El juez de plaza también será un niño, y se dejará fuera a los miembros adultos de la banda. Para no desentonar, y para que no haya riesgo de “accidentes” por supuesto, se lidiarán becerritos (o, como les dicen para esconder el sol con un dedo, “erales”). Sí, animalitos bebés a los que van a torturar y a matar niños que ya han aprendido a quitar la vida con gusto. Me parece que es el colmo de la vergüenza, por decir lo menos. Pero no se me olvida que alguna vez participé de esa vergüenza; mi papá conserva una foto mía, vestidita de manola para un festival, y me quedé mi enorme peinetón de carey (regalo de mis hermanas para ocasiones similares) con todo lo malo y terrible que simboliza, porque la verdad está muy bonito. Ahora que me la pienso, podría venderlo...

No sé la verdad cómo fue que me escapé del mal camino, con familia de aficionados, un bisabuelo torero ni más ni menos, y mi papá que alguna vez participó en una corridita para festejar el día del médico. Me acuerdo que yo estaba enferma con calentura en cama y no pude asistir, pero cuando mi papá se presentó al llegar, con la ropa (un traje normal, gracias a Dios) llena de lodo y un montón de despojos sangrientos en las manos (al pobre animal que toreó lo mutilaron que era un gusto) le dije que por favor se llevara esas porquerías inmediatamente. Pero después, cuando hizo disecar las orejas y el rabo, todavía pude vencer mi asco lo suficiente como para utilizarlas para jugar a los toros con mis amiguitos de la primaria. Vaya.

Les decía, no sé cómo ni cuándo retomé la senda del bien. Sólo recuerdo que las últimas veces que me obligaron a ir a una corrida, prácticamente a fuerzas, me llevaba un libro y procuraba que el resto del universo se diera cuenta del absoluto desprecio que me causaba tal actividad. Todavía no llegaba la compasión. Pero lo que no ganó la piedad humana lo pudo conseguir la inteligencia animal; no recuerdo quién estaba toreando aquella tarde de principios o mediados de los ochenta (de hecho íbamos de camino a Zacatecas y oyendo la narración por radio), pero sí que el toro en cuestión, cuando llegó la hora de que el “diestro” entrara a matar, perdió por completo el interés en la muleta. La voz del comentarista taurino denotaba asombro, y no me pregunten porque yo tampoco lo entiendo, pero el toro se fue derecho hacia donde estaba el juez de plaza, se plantó frente a él y ahí se quedó parado. Los monosabios empezaron a provocarlo, el matador le dio con el palo de la muleta... y él nada. Era como si supiera que su única oportunidad de vivir estaba ahí. Entonces muchísimos de los presentes se emocionaron y sacaron pañuelos blancos para pedir el indulto del toro. Poco a poco fueron más, más, más... Transcurrieron minutos que se me hicieron eternos. Y entonces el juez sacó a su vez un pañuelo; el toro podría vivir. Me acuerdo que casi me dieron ganas de llorar; me puse a decir “qué bueno, qué bueno”. Mis papás estaban muy enojados, y decían que no se puede indultar un toro así como así, y que lo más probable era que lo mataran a tiros después de la corrida. Aún quiero pensar que no ocurrió.

Pero total, después de aquello, no volví a poner los pies jamás en una plaza de toros. Unos añitos después, me puse a participar activamente en movimientos antitaurinos. Hice un hiato cuando fui a la universidad. Después, a prestar la mano donde se pudiera. Siempre con la consciencia de que la montaña más alta la tenía en mi propio hogar.

¿Qué fue de esa montaña a lo largo de todos estos años? Me alegra decirles que ahora parece un hormiguero. En ese tiempo he tenido discusiones (algunas bastante feas) con mi familia, críticas de todos lados, algunos dolorosos roces con personas que piensan distinto. Pero los cambios no se perciben de un día para otro, y hace unos días me puse a reflexionar en cuánto tiempo ha pasado desde que mis papás asistieron por última vez a una corrida de toros. Ellos dicen que porque ya no hay carteles que les gusten pero yo sospecho otra cosa. Mis hermanas ya no tienen el mismo entusiasmo que mostraron cuando visitaron España de adolescentes y consiguieron arena de diferentes ruedos para coleccionar; ¿se imaginan la mala vibra?; la mediana (que todavía tiene en su sala una curiosísima pintura taurina donde el toro muestra dentadura superior y largos colmillos (!) reconoce que los toreros ya no le gustan pero más o menos le agrada ver rejoneos; la mayor, que no baja a los rejoneadores de “maricas” por arriesgar a los caballos y que durante un lustro se quejó de “dudas existenciales” con respecto a su afición, acaba de abjurar de la fiesta brava por completo hace menos de una semana (no por mí, dijo, sino porque mi mamá le recordó que a los toros se les clava una divisa con garfio cuando salen al ruedo... pero yo creía que mi hermana, tan experta en la materia y blah blah blah, ya lo sabía). Yo estoy felizmente casada con un hombre que festeja tanto como yo las cogidas de los diestros; entre más graves, mejor (no, no soy de la políticamente correcta idea de que el amor al prójimo y eso, puesto que no se muestra mucho de ese amor al maltratar animales). Así que las cosas van bien en casa, pero todavía me preocupa lo que ocurre afuera.

Siento pena e impotencia por los animalitos bebés que van a ser sacrificados para mayor deshumanización de la humanidad el próximo 15 de septiembre, pero ojalá que alguien con más valor que yo, y más tiempo, pueda externar una protesta. Siempre he fantaseado un poco con colgarle letreros (para no tener que grafitear) a la estatua de un toro bravo que se encuentra frente a las instalaciones de la feria; algo que dijera “Yo también siento” o algo así. O que los niños que participen en esto entren en razón, porque no estoy segura de que los padres tengan remedio. Que alguien les diga que los toros y los caballos sufren y tienen miedo, como las personas, y que matar no es ningún juego. Que un animal con la desesperación del infortunado toro “Pajarito” (por favor no hagan click si son demasiado sensibles... eso no está nada lindo) les pegue un susto mayor. O, si no quedan más recursos, que les confiesen la terrible realidad: que los hombres en traje de luces parecen nenas.

viernes, septiembre 04, 2009

Revisitado

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A veces los vicios son más fuertes que uno; tiros más, tiros menos, y que terminé por comprarme el Final Fantasy, edición del vigésimo aniversario para PSP. Que, salvo los gráficos mejorados y algunos laberintos nuevos, es prácticamente igual al Dawn of Souls de GameBoy Advance. Tiene, también, un video de intro que de hecho ya había aparecido en Final Fantasy Origins para Playstation, y la historia, el modo de juego y los tipos de personajes no han sufrido muchos cambios desde el Final Fantasy original, que vimos en occidente por allá del 90 (el guión es distinto, eso sí, como que más elegante). Ahora, como una servidora ya tiene y ha jugado TODOS los títulos anteriormente mencionados, supongo que la pregunta sería por qué me empaqué también éste.

Bueno, hay varias respuestas: primero, que la música se oye mucho mejor en esta versión (me he llegado a comprar juegos sólo por la banda sonora), que los gráficos son muy parecidos a los de la sexta entrega de la serie (todavía mi favorito), que decían los rumores (y es cierto) que el grado de dificultad del juego era algo menor que el original (que aquí entre nos me hizo sudar sangre) y, como incentivo extra, que el precio del artículo había dado un buen bajón en los Estados Unidos a pesar de que en las tiendas mexicanas lo seguían vendiendo a más del doble. Total, encargué el jueguito y su otro compañero de aniversario, el Final Fantasy II (éste sí que jamás lo he terminado) y cuando se me ocurrió probarlo "nomás a ver qué tal está"... resulta que mi Patapon 2 se ha quedado en pausa indefinida.

He estado jugándolo, y no he podido parar; algo tienen los juegos viejitos que brilla aun sin la reluciente capa de nuevo esmalte que trae éste, le dije un día a Alphanubis. Él me respondió que no era sino algún ataque de nostalgia, de ésos que le pegan a uno con la edad. Puede que tenga razón; el replay me ha llevado de la mano a otra época, hace ya mucho tiempo, cuando me inclinaba sobre un cuadernito de pistas y mapas en fotocopia, con un lápiz en una mano y mi control de NES en la otra.

Aún así, la vena de la nostalgia no era sino el principio, me di cuenta hace unas noches, cuando un severo ataque de insomnio me hizo tomar el PSP y emprender una aventura del principio a fin... la del tercer cristal, en jerga de Final Fantasy; cuando mis cuatro héroes (guerrero, artista marcial, mago rojo, mago negro; los mismos que me llevé hace como veinte años y con los mismos nombres que les puse, nombres de personajes de mis historias), armados de una especie de líquido que les permitiría respirar bajo el agua, se adentraron en los niveles más profundos de un laberíntico templo submarino en un aparatito muy similar al Turtle de Bushnell.

Echarse a jugar a las dos de la mañana como si fueran vacaciones, con audífonos para no despertar a nadie, sin más iluminación que la pantalla del PSP... y otro repentino ataque de nostalgia, ahora sí sin previo aviso, deliciosamente helado, me recorrió la espalda, y los ojos, y las manos. Hacía mucho que no recordaba (aunque de hecho siempre lo he tenido almacenado en la memoria) que fue esta parte del juego la que me inspiró una de las primeras historias que puse por escrito sobre mi mundito inventado, Tyander.

Escribí El santuario del mar a principios de los 90, ya con veintiún años cumplidos y el juego no tan fresco en la cabeza; tuve música de Clannad de fondo y una ola de inspiración de ésas que uno bendice si es surfer: no se acaba hasta que se acaba. A lo largo de dos o tres años la estuve modificando sendas veces, y estoy segura de que si me pongo a releerla a estas alturas no me va a gustar naditita, pero ya qué. Estuve contenta cuando la escribí: tenía muy propias y muy peculiares ideas sobre cómo funcionaría un tsunami instantáneo, cómo se las arreglaría alguien para respirar bajo el agua y estaba lista para dar explicaciones sobre la relación entre mis cuarentones protagonistas (un descarado menage-a-trois). Pero no ha sido sino hasta ahora, con el replay, que me doy cuenta de todo lo que me estuve robando en realidad: las columnas del sitio, cubiertas de algas (?), las paredes a medio despedazar, el insólito hallazgo de una zona seca (y con oxígeno, creo) en el interior del recinto. Ah, y el enemigo final. Un déja vu por partida doble, si en eso estamos.

Tolkien dijo que las historias que uno compone salen como semillas entre los restos de lo que uno ha leído y que ha terminado por precipitarse en algún lugar olvidado del cerebro. Si hay algo que a fuerza de trancazos he tenido que aprender y además aceptar es que uno no puede escribir y negar la cruz de su parroquia, o, mejor dicho, la tierra de su macetita (ver español coloquial). Lo que uno estuvo leyendo, escuchando, o ya metidos en la época moderna, viendo o jugando, va a tener una influencia pesada en la propia creación. No creo que haya nada de terrible en ello, siempre y cuando uno no pretenda escribir como William Faulkner después de haberse alimentado con Barbara Cartland toda la santa vida. Lo que sí no sé qué de malo sea, y de hecho a una servidora ya le ha costado algunas migrañas, es que uno esté dolorosamente consciente de la planta original que compone su humus. No que El Santuario me duela ahora tras revisitar Final Fantasy (y vamos, por esa clase de revisita cualquier dolor vale la pena). Lo que me tiene inquieta es pensar qué forma irán a tomar mis plantas con todo lo que he estado consumiendo.

"El que
esté libre
de influencias
que tire la primera metáfora".
Efraín Huerta

miércoles, septiembre 02, 2009

Buena suerte, parte 3

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Hola desde Zacatecas, en la casa de mis papás, en donde intento aprovechar el tiempo de la mejor manera en los poquitísimos días de vacaciones que quedan. No sé cómo le hagan muchas personas para hacer que menos de una semana dure tanto, pero si lo llego a entender, les paso el truco; ¿de acuerdo?

Por lo pronto, quisiera compartirles la despedida de otro de mis preciosos gatitos, hace ya algún tiempo. Quien encontró hogar esta vez fue posiblemente la personalidad más encantadora de toda la camada, una de esas poquitísimas veces que en el mundo vemos conjuntado un carácter tan tierno con una carita tan bella; tanto, de hecho, que espero que cierta linda amiga y estupenda blogger nos perdonará la casi casi coincidencia de nombre (aunque, por si las dudas, mil disculpas... gulp).

K. (para usos familiares, Kichú) es juguetona y tierna, constantemente está reclamando atención y le encanta interactuar con cualquiera que se cruce en su camino, no sólo otros gatos y humanos. Dicen que los siameses suelen ser muy ruidosos, y al menos en la parte de siamés que le toca, esta chiquita más que cumple con el requisito racial: cómo le encanta conversar. Uno dice una palabra y ella responde. Y si no oye que le contestan, insiste. No es nada tímida, y estoy segura que de mayor sabrá exactamente en qué momento uno necesite su lomo como terapia de relajación, y también cómo conseguir que le cumplan sus caprichos.

Aunque me tenía un poco preocupada sobre cuál sería su hogar ideal, estoy plenamente convencida deque lo ha encontrado en casa de una de mis estudiantes, donde muy pronto se ha hecho de otra amiga, si bien peluda, de gran tamaño y mayor corazón: una labrador llamada I.

¿Recuerdan aquella desafortunada historia de Otto y Silver, que tantas mortificaciones causó? Pero las cosas aquí no pudieron haber sido más distintas, lo que comprueba mi teoría de que los animales bondadosos e inteligentes nacen pero además se hacen cuando sus humanos comparten las mismas características. Entre I. y K. hubo amor a primera vista; la perrita, muy sensibilizada porque, me contaron, tuvo cachorritos y se los quitaron muy pronto, no dudó en adoptar a Kichú, y ella, bien habituada a toda clase de seres vivos (la casa de ustedes podría pasar por zoológico), se dejó mimar. Mi estudiante me mostró fotografías de su celular donde K. aparece junto a I., con una expresión de absoluto contento en su carita traviesa; en una foto estaban enroscadas juntas, durmiendo, y en la otra jugueteaban. Estas imágenes me llenaron de alegría una tarde que había estado especialmente difícil.

Me dolió, por supuesto, despedirme de K., pero estoy feliz porque quiere a su nueva familia y ellos a ella. Mi deseo para todos los gatos del mundo es que encuentren un hogar cariñoso. Y para mis pequeñitos que poco a poco lo van haciendo, que lleven dicha incluída (no sólo la propia).

Y para cerrar con broche de oro...

Por este medio le envío una ENORME felicitación a mi absolutamente genial papá, que se las arregló por sí solo con el exitoso rescate, consuelo y retorno al hogar de un precioso gatito extraviado; ¡bravo! Miren mi linda piel.
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