A menudo les he contado aquí anécdotas tan extravagantes que pareciera ser que me las invento. No es así; con la mano en el corazón les aseguro que todo lo que les he platicado sucedió en realidad; si acaso pudiéramos contar como excepción única el sueño aquel que se me ocurrió transcribirles por ocasión especial.
Pero lo que tengo que platicarles hoy, con todo lo realista que pueda sonar, es otro sueño, como lo pondrá rápidamente en evidencia cierto amiguito imaginario que aparece por ahí. Me impresionó lo suficiente como para querer compartirlo con ustedes.
No sé por qué me vendrían a la cabeza las ideas que pudieran componer un sueño como éste. Será que los eventos que organiza mi nueva universidad (y de los que forma parte una servidora en plan multiusos) me tienen un poco nerviosa. Hasta ahora, nada ha salido mal, pero la mera posibilidad de que un detalle, el más mínimo, quedara menos que satisfactorio, me inquieta, y me ha revivido un viejo dolor de cabeza que en el pasado era costumbre y emisario de algo peor por venir, y que me acompaña hasta cuando duermo.
Total, que soñé que me encontraba en uno de esos eventos, pero mucho más grande que todo lo que hemos armado hasta ahora. No estábamos en la universidad, sino en una estructura vieja que me recordaba, por alguna razón, la casa de mi abuelita. Había por todas partes exhibiciones de arte; y un taller de marionetas, y numerosas pantallas donde se proyectaban cortos y películas; también había salones con conferencias (no reconocí a ninguno de los ponentes, tampoco) y lo primero que me llamó la atención fue que la mayoría estaban en inglés y no contaban con intérpretes.
“Esto va a ser un problema”, me acuerdo que pensé. “No todos los estudiantes entienden bien el inglés”. Entonces miré a mi alrededor. Entre los jóvenes que iban y venían no había ninguno de mis alumnos, ni de otros que he comenzado a tratar y a saludar. No sé por qué estaba tan segura de que aquello era mi escuela.
Yo misma estaba, como dijo Macbeth, mingling with society (confundiéndome con la multitud): llevaba mis pantalones de mezclilla rotos y mi playera viejita de Final Fantasy VII que hace como veinte mil años que no me pongo. Me encontraba contemplando el taller de marionetas (hermosísimas y muy coloridas, por cierto) cuando me dio la impresión de que una de ellas bajaba del escenario y se me acercaba. No se trataba de un títere, pero por lo relativamente bajito (apenas me sacaba una palma), delgado, y las facciones tan finas daba la impresión de serlo. Lo reconocí de inmediato:
- Uhhh... ¿Cloud? ¿Cloud Strife?
Él frunció el ceño, y con extrañeza señaló una imagen de sí mismo, más joven y estilizado, que decoraba mi playera.
- Sí, sí eres tú. Te conozco desde el 97, cariño -. Lo de “cariño” se lo aplico a cualquier persona más joven que yo por quien siento alguna clase de afecto paternal (conste que dije “paternal”, no “maternal”). Pero explíquenselo ustedes a los aludidos. A él la palabrita pareció confundirlo más todavía.
- Ayúdame a esconderme, por favor - me dijo. No me preguntó quién era, ni dio señales de reconocerme, como a veces sucede cuando sueño con personajes de videojuegos o libros con quienes he soñado anteriormente.
En una esquina abandonada del edificio había dos enormes tinajas de barro. Le pedí a señas que me siguiera y le indiqué que se metiera en una.
- ¿De quién te escondes? - le pregunté. Él sacudió la cabeza y desapareció en la vasija.
Cuando me di la vuelta, alguien se tropezó conmigo. Era una chica que intentaba mover un exhibidor de mercancía.
- ¿Me ayudas? - dijo. Sí, me estaba tuteando. Puedo pasar por estudiante cuando me disfrazo de tal. Tomé el mueble del extremo contrario y lo desplazamos entre las dos. Hicimos lo mismo con otro. Y otro más. Después, la muchachita se detuvo, frunció la nariz y, así de sopetón, me soltó:
- Hueles mal.
- ¿Uhhhhh? - tanto me sacó de onda el comentario que no supe qué más decir.
- Que hueles mal - repitió ella. Instintivamente me llevé a la nariz mi playera; en efecto, olía un poco a humedad.
- Es que esta playera le he tenido guardada mucho tiempo -quise excusarme -. Pero es pura humedad.
- Igual, hueles muy mal - insistió la chica, y de pronto me puse a pensar en mi casa llena de gatos, e impregnada, me dicen, de un olor que ya no alcanzo a percibir.
No sé si en la vida real hubiera actuado como lo hice aquí. De pronto me puse a examinar a la niña, y como por primera vez me di cuenta de que tenía ojillos de rata, pequeños y hundidos bajo cejas muy pobladas; bajo la boca, fruncida como herida mal cicatrizada, asomaban dientes chuecos y por arriba se percibía un bigotillo incipiente; la barbilla, arrogante y todo, no dejaba de estar casi cubierta por unos mofletes gordos, caídos y picados de acné. Por encima de mi dolor de cabeza me acordé de una frase que hiciera famosa Winston Churchill.
- Bueno - comencé a parafrasear -, pues tú estás muy fea. A mí el mal olor se me quita con un baño.
La niña abrió la boca; dos segundos después la cerró con fuerza. Los ojillos de rata se le humedecieron. Dejó caer el extremo del mueble que sostenía y se alejó a la carrera.
Qué remedio, suspiré. Decidí dejar el mueble donde estaba y me acerqué de nuevo a las tinajas. Di un par de golpecitos con los nudillos, y el joven que ahí se escondía asomó su erizada cabecita rubia.
- ¿Ya se fue? - me preguntó.
- ¿Quién? -. Él sacudió de nuevo la cabeza, esta vez con dirección al taller de marionetas, puso cara de exasperación, y de un salto se mudó a la segunda tinaja.
Cuando intentaba localizar a quién fuera que se estuviera refiriendo, sentí que me ponían un dedo en el hombro. Di la vuelta. Me encaraba otra chica, alta y algo fornida, de pelo rojizo y corto, que llevaba una boina militar y en las manos un papel enrollado. Como a la otra, tampoco la había visto en mi vida.
-¿Tú estás con el grupo A? - me espetó.
- Sí, y también con el B - le respondí, esperando darme a conocer, ahora sí, como maestra. Ella no pareció captar el mensaje.
- Pero no eres representante de grupo.
- No, de hecho.
- Yo sí soy representante - medio bufó la chica -. Y tú insultaste a una de mis compañeras.
Mi dolor de cabeza se intensificaba por momentos.
- Porque fue muy grosera - expliqué -. ¿Qué más podía hacer?
La chica entrecerró los ojos. Cuando volvió a hablar, su voz sonó mucho más grave.
- Pudiste haberte quedado callada - dijo, despacio -. Mira, tú eres mayor que ella. Se nota que sabes más. La puedes aplastar con una palabra.
Como una moneda pequeña pero arrojada de una gran altura me cayó en la mente un viejo dicho inglés: “Una cucharada de discreción vale lo que una tonelada de agudeza mental”. Cuando tenía entre doce y veinte años me sentía hasta orgullosa de mi agudeza, y la empleaba indiscriminadamente. Después, no he dejado de lamentar las veces que meto la pata con ella. La que aquí había utilizado no era mía sino de Churchill, pero, ¿no daba igual?
La actitud sabia y antigua (como proverbio inglés) de la muchacha no duró más que el tiempo en el que me dijo lo anterior. Después, volvió a su agresivo tono anterior. - Te aprovechaste de mi compañera.
Entonces desenrolló su papel. En él había, aunque garabateada y coloreada a la prisa, una muy buena caricatura mía estilo anime; se me podía reconocer, a pesar de que tenía la boca abierta y vomitaba sapos, culebras, signos raros y quién sabe qué tanta más basura. El dibujo tenía además un globo de diálogo que no leí por andarme fijando en los detalles del vómito.
- ¿Cómo te llamas? - me chilló la chica.
Le dije mi nombre, y antes de que le pudiera aclarar que era maestra de la Universidad, ella sacó un lápiz y, apoyada en una mano, lo escribió en el globo. Luego me entregó el dibujo con aire de triunfo.
- Ahí tienes.
En el globo se leía: “Me llamo (aquí mi nombre en mayúsculas mal hechas) y soy incapaz de quedarme callada”.
- Está muy bonito - dije, sin mentir -. Lo voy a colgar en mi cuarto.
Eso es lo que te mereces - replicó la chica; me dio la espalda y se marchó sin prisas. ¿De pura casualidad había escuchado algo, cualquier cosa, de lo que le había dicho?
Entonces pensé: Jamás le dije que soy maestra. Si alguna vez me toca clase con cualquiera de estas dos muchachitas, vamos a estar en dificultades.
Alguien me tocó la mano que había puesto, al descuido, en una de las tinajas de barro. Un toquecito muy corto; amistoso, incluso, como lo percibí. Cloud me estaba viendo a los ojos ahora, con una chispa de reconocimiento en la mirada y una media sonrisa que es lo más que puede llegar a producir.
- Hey - le dije.
- Hey - me respondió -. Ya me acordé de ti.
Claro, pensé; si debemos de habernos visto en sueños por allá en el 97, o en el 98, cuando repetí el juego. El juego... en sueños... Y hasta entonces caí en la cuenta de que eso debía ser un sueño también. Si no, ¿qué estaba haciendo yo ahí, hablando con Cloud Strife, un personaje de videojuegos?
Si esto es un sueño, magnífico; recuerdo que seguí meditando. Significa que puedo ir ahora mismo a ahorcar a esas dos señoritas y que no pasará nada. Otro toquecito en la mano me sacó de los pensamientos malignos.
- Cloud - pregunté - ¿Te parece que mi playera huele mal?
Él se encogió de hombros.
- Es que estoy resfriado - contestó.
- ¿Y ya me puedes decir de quién estás huyendo?
Para mi enorme frustración, fue en ese preciso momento cuando sonó el despertador.
Pero lo que tengo que platicarles hoy, con todo lo realista que pueda sonar, es otro sueño, como lo pondrá rápidamente en evidencia cierto amiguito imaginario que aparece por ahí. Me impresionó lo suficiente como para querer compartirlo con ustedes.
No sé por qué me vendrían a la cabeza las ideas que pudieran componer un sueño como éste. Será que los eventos que organiza mi nueva universidad (y de los que forma parte una servidora en plan multiusos) me tienen un poco nerviosa. Hasta ahora, nada ha salido mal, pero la mera posibilidad de que un detalle, el más mínimo, quedara menos que satisfactorio, me inquieta, y me ha revivido un viejo dolor de cabeza que en el pasado era costumbre y emisario de algo peor por venir, y que me acompaña hasta cuando duermo.
Total, que soñé que me encontraba en uno de esos eventos, pero mucho más grande que todo lo que hemos armado hasta ahora. No estábamos en la universidad, sino en una estructura vieja que me recordaba, por alguna razón, la casa de mi abuelita. Había por todas partes exhibiciones de arte; y un taller de marionetas, y numerosas pantallas donde se proyectaban cortos y películas; también había salones con conferencias (no reconocí a ninguno de los ponentes, tampoco) y lo primero que me llamó la atención fue que la mayoría estaban en inglés y no contaban con intérpretes.
“Esto va a ser un problema”, me acuerdo que pensé. “No todos los estudiantes entienden bien el inglés”. Entonces miré a mi alrededor. Entre los jóvenes que iban y venían no había ninguno de mis alumnos, ni de otros que he comenzado a tratar y a saludar. No sé por qué estaba tan segura de que aquello era mi escuela.
Yo misma estaba, como dijo Macbeth, mingling with society (confundiéndome con la multitud): llevaba mis pantalones de mezclilla rotos y mi playera viejita de Final Fantasy VII que hace como veinte mil años que no me pongo. Me encontraba contemplando el taller de marionetas (hermosísimas y muy coloridas, por cierto) cuando me dio la impresión de que una de ellas bajaba del escenario y se me acercaba. No se trataba de un títere, pero por lo relativamente bajito (apenas me sacaba una palma), delgado, y las facciones tan finas daba la impresión de serlo. Lo reconocí de inmediato:
- Uhhh... ¿Cloud? ¿Cloud Strife?
Él frunció el ceño, y con extrañeza señaló una imagen de sí mismo, más joven y estilizado, que decoraba mi playera.
- Sí, sí eres tú. Te conozco desde el 97, cariño -. Lo de “cariño” se lo aplico a cualquier persona más joven que yo por quien siento alguna clase de afecto paternal (conste que dije “paternal”, no “maternal”). Pero explíquenselo ustedes a los aludidos. A él la palabrita pareció confundirlo más todavía.
- Ayúdame a esconderme, por favor - me dijo. No me preguntó quién era, ni dio señales de reconocerme, como a veces sucede cuando sueño con personajes de videojuegos o libros con quienes he soñado anteriormente.
En una esquina abandonada del edificio había dos enormes tinajas de barro. Le pedí a señas que me siguiera y le indiqué que se metiera en una.
- ¿De quién te escondes? - le pregunté. Él sacudió la cabeza y desapareció en la vasija.
Cuando me di la vuelta, alguien se tropezó conmigo. Era una chica que intentaba mover un exhibidor de mercancía.
- ¿Me ayudas? - dijo. Sí, me estaba tuteando. Puedo pasar por estudiante cuando me disfrazo de tal. Tomé el mueble del extremo contrario y lo desplazamos entre las dos. Hicimos lo mismo con otro. Y otro más. Después, la muchachita se detuvo, frunció la nariz y, así de sopetón, me soltó:
- Hueles mal.
- ¿Uhhhhh? - tanto me sacó de onda el comentario que no supe qué más decir.
- Que hueles mal - repitió ella. Instintivamente me llevé a la nariz mi playera; en efecto, olía un poco a humedad.
- Es que esta playera le he tenido guardada mucho tiempo -quise excusarme -. Pero es pura humedad.
- Igual, hueles muy mal - insistió la chica, y de pronto me puse a pensar en mi casa llena de gatos, e impregnada, me dicen, de un olor que ya no alcanzo a percibir.
No sé si en la vida real hubiera actuado como lo hice aquí. De pronto me puse a examinar a la niña, y como por primera vez me di cuenta de que tenía ojillos de rata, pequeños y hundidos bajo cejas muy pobladas; bajo la boca, fruncida como herida mal cicatrizada, asomaban dientes chuecos y por arriba se percibía un bigotillo incipiente; la barbilla, arrogante y todo, no dejaba de estar casi cubierta por unos mofletes gordos, caídos y picados de acné. Por encima de mi dolor de cabeza me acordé de una frase que hiciera famosa Winston Churchill.
- Bueno - comencé a parafrasear -, pues tú estás muy fea. A mí el mal olor se me quita con un baño.
La niña abrió la boca; dos segundos después la cerró con fuerza. Los ojillos de rata se le humedecieron. Dejó caer el extremo del mueble que sostenía y se alejó a la carrera.
Qué remedio, suspiré. Decidí dejar el mueble donde estaba y me acerqué de nuevo a las tinajas. Di un par de golpecitos con los nudillos, y el joven que ahí se escondía asomó su erizada cabecita rubia.
- ¿Ya se fue? - me preguntó.
- ¿Quién? -. Él sacudió de nuevo la cabeza, esta vez con dirección al taller de marionetas, puso cara de exasperación, y de un salto se mudó a la segunda tinaja.
Cuando intentaba localizar a quién fuera que se estuviera refiriendo, sentí que me ponían un dedo en el hombro. Di la vuelta. Me encaraba otra chica, alta y algo fornida, de pelo rojizo y corto, que llevaba una boina militar y en las manos un papel enrollado. Como a la otra, tampoco la había visto en mi vida.
-¿Tú estás con el grupo A? - me espetó.
- Sí, y también con el B - le respondí, esperando darme a conocer, ahora sí, como maestra. Ella no pareció captar el mensaje.
- Pero no eres representante de grupo.
- No, de hecho.
- Yo sí soy representante - medio bufó la chica -. Y tú insultaste a una de mis compañeras.
Mi dolor de cabeza se intensificaba por momentos.
- Porque fue muy grosera - expliqué -. ¿Qué más podía hacer?
La chica entrecerró los ojos. Cuando volvió a hablar, su voz sonó mucho más grave.
- Pudiste haberte quedado callada - dijo, despacio -. Mira, tú eres mayor que ella. Se nota que sabes más. La puedes aplastar con una palabra.
Como una moneda pequeña pero arrojada de una gran altura me cayó en la mente un viejo dicho inglés: “Una cucharada de discreción vale lo que una tonelada de agudeza mental”. Cuando tenía entre doce y veinte años me sentía hasta orgullosa de mi agudeza, y la empleaba indiscriminadamente. Después, no he dejado de lamentar las veces que meto la pata con ella. La que aquí había utilizado no era mía sino de Churchill, pero, ¿no daba igual?
La actitud sabia y antigua (como proverbio inglés) de la muchacha no duró más que el tiempo en el que me dijo lo anterior. Después, volvió a su agresivo tono anterior. - Te aprovechaste de mi compañera.
Entonces desenrolló su papel. En él había, aunque garabateada y coloreada a la prisa, una muy buena caricatura mía estilo anime; se me podía reconocer, a pesar de que tenía la boca abierta y vomitaba sapos, culebras, signos raros y quién sabe qué tanta más basura. El dibujo tenía además un globo de diálogo que no leí por andarme fijando en los detalles del vómito.
- ¿Cómo te llamas? - me chilló la chica.
Le dije mi nombre, y antes de que le pudiera aclarar que era maestra de la Universidad, ella sacó un lápiz y, apoyada en una mano, lo escribió en el globo. Luego me entregó el dibujo con aire de triunfo.
- Ahí tienes.
En el globo se leía: “Me llamo (aquí mi nombre en mayúsculas mal hechas) y soy incapaz de quedarme callada”.
- Está muy bonito - dije, sin mentir -. Lo voy a colgar en mi cuarto.
Eso es lo que te mereces - replicó la chica; me dio la espalda y se marchó sin prisas. ¿De pura casualidad había escuchado algo, cualquier cosa, de lo que le había dicho?
Entonces pensé: Jamás le dije que soy maestra. Si alguna vez me toca clase con cualquiera de estas dos muchachitas, vamos a estar en dificultades.
Alguien me tocó la mano que había puesto, al descuido, en una de las tinajas de barro. Un toquecito muy corto; amistoso, incluso, como lo percibí. Cloud me estaba viendo a los ojos ahora, con una chispa de reconocimiento en la mirada y una media sonrisa que es lo más que puede llegar a producir.
- Hey - le dije.
- Hey - me respondió -. Ya me acordé de ti.
Claro, pensé; si debemos de habernos visto en sueños por allá en el 97, o en el 98, cuando repetí el juego. El juego... en sueños... Y hasta entonces caí en la cuenta de que eso debía ser un sueño también. Si no, ¿qué estaba haciendo yo ahí, hablando con Cloud Strife, un personaje de videojuegos?
Si esto es un sueño, magnífico; recuerdo que seguí meditando. Significa que puedo ir ahora mismo a ahorcar a esas dos señoritas y que no pasará nada. Otro toquecito en la mano me sacó de los pensamientos malignos.
- Cloud - pregunté - ¿Te parece que mi playera huele mal?
Él se encogió de hombros.
- Es que estoy resfriado - contestó.
- ¿Y ya me puedes decir de quién estás huyendo?
Para mi enorme frustración, fue en ese preciso momento cuando sonó el despertador.
9 comentarios:
No bueno, ya deja de fumar eso te hace mal.
Jajajaja muy divertido el sueño, a mi me a pasado de igual forma con algunos personajes de juegos jeje.
Bueno creo la verdad que es bien divertido tener sueños así. Lo malo como siempre cuando te despiertan ó suena el despertador y no alcanzas a descubrir todo lo que pasa después.
Qué loco! Mis sueños extraños no se comparan!
Hehehe
Wooooooo!!! Querida Aisling!!! =DDD
Que way de sueño!!!!
Yo no lo veo como un sueño loco.
De hecho yo tengo sueños por el estilo tambien y en su mayoría salen dibujos de anime o juegos. xDDDD
Precisamente por eso nunca he estado segura de explicarlos o siquiera de publicarlos en el blog =O.
Interesante sería un rato xD (fíjate que anoche soñé con Luca Blight xDDD)
Tu sueño me gusta mucho. Y aunque la sargenta esa se haya pasado 3 pueblos contigo, lleva su profundo mensaje el sueño. *___*
Me has hecho recordar a mí también xD
De pequeña no, porque si alguien se metía conmigo, yo, en plan justiciera, repartía golpes por todos lados. O_o
Pero desde hace unos años a ahora, sí que a veces he contestado con agudeza y herido así a la otra persona. Por esa razón, evito decir nada, aunque depende de la persona tambien.
De todos modos me queda mucho por madurar. xD
Thanks!!! Me aplicaré tu frase de la discreción!! *_*
Muchos besazos wapi!! =D
Vaya, no sabía que eras onironauta :D
Que sueño tan divertido, yo por mis problemas de sueño es muy raro que pueda soñar algo al dormir.
Bueno, nos vemos luego señorita :3
Me alegra que ya estes en otra universidad...:)
Saludos
Ana
Mucha suerte en tu nueva universidad! y mucho ojo antes de hablar ... ;)
Je, celebro que tengas la fuerza de escribir un sueño, muchas veces medio recuerdo que paso en uno y cada vez menos :/, y peor el intentar escribirlo, al menos unos tres valen la pena y son recurrentes, pero no he hecho ni disciplina ni constancia para escribirlos.
Que sigas soñando, me venia a la mente lo de Bastian y fantasía, necesitamos que haya adultos que sigan soñando : )
Estuvo super divertido :)
Recuerda que TODO en tus sueños eres tu, desde las vasijas, hasta Cloud, hasta la bravucona... Y ya que lo escribiste y lo recuerdas tan lúcidamente, deberías analizarlo para entretenerte un rato ya que no tienes mucho qué hacer... lol. Claro que bromeo, analizar un sueño no son enchiladas.
Suerte con tu nueva universidad.
O.O oo maestra .. que suerte que no era yo la de su sueño (risa nerviosa) woo me pone de nervios escribirle a la maestra q lo sabe todo sobre ortografia y puntuacion .. pero tengo prisa.. estoy a punto d irme a dormir .. y no me fijo mucho en eso .. en estos momentos OnO .. podria perdonarme ?? ..
me agrado mucho su sueño, XD .. es gracioso .. sobre todo la descripcion del dibujo que hizo una de las chicas .. XD ,, muy bueno XD .. jejeje me quede picada en quien era del que se estaba escondiendo O.O
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