Una foto estilizada de un desayuno irlandés...
tuve que sacarla de internet porque
no encontré la que tomé en Galway en
el verano del 2005. Otra vez será.
¡Ay, estoy a dieta otra vez! Tal pareciera que en los últimos diez años no he hecho otra cosa que acumular kilos extra. Ni siquiera me di cuenta cuando mi índice de masa corporal comenzó una escalada que espero tenga retorno, aunque puedo localizar perfectamente el momento en el que mi antes inmejorable metabolismo se echó a perder. Puedo incluso señalar a un culpable (¡sí, tú! ¡El de la mitomanitis! ¡Ojalá te pudras en el infierno, tú con tus fantasías pseudonordicorientales... padre desobligado, mataperros de mierda! Pero antes... ¡devuélveme mis libros, mi viejo metabolismo y el tiempo que perdí en tu curso de verano, estúpido!).*
*Por favor, no me hagan preguntas con respecto a este berrinche.
No se puede hacer otra cosa más que reeducar el cuerpo, y hacerlo sin fijarse demasiado en la miseria que lo cubre; cada curva salida de control parece un camino que no llega a ninguna parte; cada lonjita es el trazo de una pena; mi heroico trasero, que es el que ha tenido que soportar más del peso de mis errores (y lo ha conseguido, hasta eso, sin derrumbarse), pide clemencia. Mi Capitán nunca me llamaría “gorda”; pero mi ropa protesta todos los días.
No es hacer dieta lo que en sí me molesta, sino tener que preocuparme por la comida. Ya no vivo sola, y he tenido que batallar un poco para hacerme a la idea de que mi habitual cocina japonesa todos los días puede fastidiar a cualquiera que no sea yo. Combinar gustos y llegar a concesiones con respecto a los alimentos puede ser tan desgastante como para dejarlo a uno harto y en manos de la comida rápida. O de cualquier porquería que vaya de un paquete al microondas.
Estar a dieta es, para una servidora, una etapa no de hambre, sino de profunda nostalgia, porque los mejores tiempos de mi vida han sido aquellos en los que la comida no ha tenido mayor importancia que los episodios más dulces, más salados, más jugosos que la rodean. Me viene a la mente el verano que pasé en Irlanda e Inglaterra, en el 2005.
En Galway, estuve siguiendo una especie de “dieta irlandesa”; primero, el desayuno tradicional, compuesto de dos huevos estrellados (me encanta la yema a medio cocer cuando baña una clara perfectamente sólida), con una guarnición de champiñones sofritos, dos rebanadas de un tocino tan magro como no he visto en ninguna otra parte, dos salchichas gordas e hinchadas por el calor, un poco de jitomate, una rebanada de morcilla clara y otra de oscura, y un ramillete de berro (me contaron que los inmigrantes que vivían en Londres lo cultivaban en tiestos que colgaban de sus balcones; no podían hacer más). Todo con una canastita de pan de centeno, que uno podía untar a gusto con mantequilla (¡mantequilla de verdad!) y mermelada de frutas, y jugo de naranja y té con leche para beber. Tal cantidad de comida, ya se imaginarán ustedes, lo podía tener a uno de pie y activo buena parte del día. Hacia las seis de la tarde, ya que empezaba a apretar el hambre, me iba a una pequeña cafetería a tomar otra taza de té con leche, acompañada de un scone recién hecho y más mantequilla. Por la noche, me iba a algún pub en busca de alimento espiritual (música y conversación) y mi cena: una copita de Baileys y vaso tras vaso de agua con una rebanada de limón.
Después, cuando estuve en Birmingham, la cosa cambió un poco. En el hotel donde estuve ofrecían un desayuno buffet junto al precio de mi habitación; tenían para escoger huevo, hot cakes, pan, salchichas, jamón, fruta y cereal. Me servía un poco de todo, y después me robaba algunos de los quesitos brie individuales que ponían en canasta junto a la mantequilla para almacenarlos en mi mochila y tenerlos listos para el mediodía. Tampoco me faltaba un chocolate Cadbury de los despachadores automáticos de la Universidad de Aston, donde anduve por el evento de Tolkien 2005. A las seis o siete de la tarde, me iba con quien quisiera acompañarme al pub de la Universidad, curiosamente llamado “The sack o’ potatoes” y le hacía el honor al nombre del lugar con una deliciosa papa al horno, rellena de crema, especias y muchos, muchos champiñones (como buena irlandesa wannabe que soy, adoro las papas, y mi naturaleza hobbit me empuja además hacia los hongos comestibles). De vuelta a mi hotel, por la noche, me esperaba una tetera eléctrica lista para usarse, con un paquete de galletitas de crema. Tan buena como la cena era el tibio baño antes de dormir.
De vuelta a Irlanda, cuando me di cuenta de que el presupuesto de viaje se hacía cada vez más escaso, tuve que cambiar a la “dieta de Dublín”, ésa que reunía la nueva etnografía de una ciudad que no recordaba tan distinta. Mi desayuno irlandés, esta vez salido de las manos amorosas de mi anfitriona de un Bed and Breakfast en el distrito de Drumcondra, tenía huevos escalfados, no fritos, pero el mismo hermoso tocino y salchichas, cereal, pan de caja y ese té negro tan peculiar. En la esquina de la cuadra donde me quedaba había una tienda de chinitos (una abarrotera), y siempre me detenía ahí a comprar el espécimen más sabroso de Cadbury (uno hecho de láminas de chocolate claro cubierto con chocolate de leche) que he llegado a probar, para sacar cambio para mi autobús al centro de la ciudad. Como ya no había dinero para entrar al Trinity College, ni a museos ni nada, me pasaba el día junto al río Liffey, o en el muelle, o en el parque del Arzobispo, o escuchando a músicos callejeros; más o menos al mediodía me comía el chocolate. Alguna vez me gasté un poco de dinero en un té orgánico caliente; pero la reserva era para la noche, cuando de camino a mi cuarto volvía a pasar por la tienda de los chinitos. Los propietarios me sonreían al verme llegar, porque ya sabían que yo iba por una bolsa de papas especiadas que, por la hora, daban a mitad de precio. Un día hasta insistieron en el descuento, aunque no era tan tarde aún, y aproveché también para comprar un caldo de pollo en polvo que preparé en el mismo plato del cereal instantáneo que había sido mi cena la noche anterior.
No precisamente nutritivo, todo eso, ¿verdad?, ni mucho menos ejemplo de buenos hábitos. Pero así como la ven, en dos semanas y media perdí aproximadamente cinco kilos.
Nadie tiene qué contármelo; no hay mejor remedio para bajar de peso que la felicidad.
*Por favor, no me hagan preguntas con respecto a este berrinche.
No se puede hacer otra cosa más que reeducar el cuerpo, y hacerlo sin fijarse demasiado en la miseria que lo cubre; cada curva salida de control parece un camino que no llega a ninguna parte; cada lonjita es el trazo de una pena; mi heroico trasero, que es el que ha tenido que soportar más del peso de mis errores (y lo ha conseguido, hasta eso, sin derrumbarse), pide clemencia. Mi Capitán nunca me llamaría “gorda”; pero mi ropa protesta todos los días.
No es hacer dieta lo que en sí me molesta, sino tener que preocuparme por la comida. Ya no vivo sola, y he tenido que batallar un poco para hacerme a la idea de que mi habitual cocina japonesa todos los días puede fastidiar a cualquiera que no sea yo. Combinar gustos y llegar a concesiones con respecto a los alimentos puede ser tan desgastante como para dejarlo a uno harto y en manos de la comida rápida. O de cualquier porquería que vaya de un paquete al microondas.
Estar a dieta es, para una servidora, una etapa no de hambre, sino de profunda nostalgia, porque los mejores tiempos de mi vida han sido aquellos en los que la comida no ha tenido mayor importancia que los episodios más dulces, más salados, más jugosos que la rodean. Me viene a la mente el verano que pasé en Irlanda e Inglaterra, en el 2005.
En Galway, estuve siguiendo una especie de “dieta irlandesa”; primero, el desayuno tradicional, compuesto de dos huevos estrellados (me encanta la yema a medio cocer cuando baña una clara perfectamente sólida), con una guarnición de champiñones sofritos, dos rebanadas de un tocino tan magro como no he visto en ninguna otra parte, dos salchichas gordas e hinchadas por el calor, un poco de jitomate, una rebanada de morcilla clara y otra de oscura, y un ramillete de berro (me contaron que los inmigrantes que vivían en Londres lo cultivaban en tiestos que colgaban de sus balcones; no podían hacer más). Todo con una canastita de pan de centeno, que uno podía untar a gusto con mantequilla (¡mantequilla de verdad!) y mermelada de frutas, y jugo de naranja y té con leche para beber. Tal cantidad de comida, ya se imaginarán ustedes, lo podía tener a uno de pie y activo buena parte del día. Hacia las seis de la tarde, ya que empezaba a apretar el hambre, me iba a una pequeña cafetería a tomar otra taza de té con leche, acompañada de un scone recién hecho y más mantequilla. Por la noche, me iba a algún pub en busca de alimento espiritual (música y conversación) y mi cena: una copita de Baileys y vaso tras vaso de agua con una rebanada de limón.
Después, cuando estuve en Birmingham, la cosa cambió un poco. En el hotel donde estuve ofrecían un desayuno buffet junto al precio de mi habitación; tenían para escoger huevo, hot cakes, pan, salchichas, jamón, fruta y cereal. Me servía un poco de todo, y después me robaba algunos de los quesitos brie individuales que ponían en canasta junto a la mantequilla para almacenarlos en mi mochila y tenerlos listos para el mediodía. Tampoco me faltaba un chocolate Cadbury de los despachadores automáticos de la Universidad de Aston, donde anduve por el evento de Tolkien 2005. A las seis o siete de la tarde, me iba con quien quisiera acompañarme al pub de la Universidad, curiosamente llamado “The sack o’ potatoes” y le hacía el honor al nombre del lugar con una deliciosa papa al horno, rellena de crema, especias y muchos, muchos champiñones (como buena irlandesa wannabe que soy, adoro las papas, y mi naturaleza hobbit me empuja además hacia los hongos comestibles). De vuelta a mi hotel, por la noche, me esperaba una tetera eléctrica lista para usarse, con un paquete de galletitas de crema. Tan buena como la cena era el tibio baño antes de dormir.
De vuelta a Irlanda, cuando me di cuenta de que el presupuesto de viaje se hacía cada vez más escaso, tuve que cambiar a la “dieta de Dublín”, ésa que reunía la nueva etnografía de una ciudad que no recordaba tan distinta. Mi desayuno irlandés, esta vez salido de las manos amorosas de mi anfitriona de un Bed and Breakfast en el distrito de Drumcondra, tenía huevos escalfados, no fritos, pero el mismo hermoso tocino y salchichas, cereal, pan de caja y ese té negro tan peculiar. En la esquina de la cuadra donde me quedaba había una tienda de chinitos (una abarrotera), y siempre me detenía ahí a comprar el espécimen más sabroso de Cadbury (uno hecho de láminas de chocolate claro cubierto con chocolate de leche) que he llegado a probar, para sacar cambio para mi autobús al centro de la ciudad. Como ya no había dinero para entrar al Trinity College, ni a museos ni nada, me pasaba el día junto al río Liffey, o en el muelle, o en el parque del Arzobispo, o escuchando a músicos callejeros; más o menos al mediodía me comía el chocolate. Alguna vez me gasté un poco de dinero en un té orgánico caliente; pero la reserva era para la noche, cuando de camino a mi cuarto volvía a pasar por la tienda de los chinitos. Los propietarios me sonreían al verme llegar, porque ya sabían que yo iba por una bolsa de papas especiadas que, por la hora, daban a mitad de precio. Un día hasta insistieron en el descuento, aunque no era tan tarde aún, y aproveché también para comprar un caldo de pollo en polvo que preparé en el mismo plato del cereal instantáneo que había sido mi cena la noche anterior.
No precisamente nutritivo, todo eso, ¿verdad?, ni mucho menos ejemplo de buenos hábitos. Pero así como la ven, en dos semanas y media perdí aproximadamente cinco kilos.
Nadie tiene qué contármelo; no hay mejor remedio para bajar de peso que la felicidad.
14 comentarios:
Ugh, la dieta irlandesa doblega hasta el estomago más militante.
Es posible volver! todo es reversible Aisling, fuerza!
Oh, y haz algo de ejercicio, combinado con una dieta, no sabes las maravillas que hace por ti.
Antes de que se me olvide, me comprometí a darte un link de mi blog, y aqui está http://tomypledgedwordamtrue.blogspot.com/
solo en caso de que no leas tu correo.
Buena suerte con la nueva etapa de tu vida, creo que hay altas posibilidades de éxito siempre que logres poner otras cosas en tu mente.
Oh, nada como un full English breakfast (que es casi lo mismo que el irlandés) para aguantar con ganas todo el día, yum! Aisling, cómo se me fue a ocurrir leer este post a estas horas de la mañana!? Quiero comer! Quiero English breakfast! Quiero un scone con el machiatto que me estoy tomando! Quiero comida!!!
Aish, este asunto de amar la comida pero tener que controlarse por salud propia. Yo no estoy a dieta pero sí que tengo que tener cuidado y evitar algunas cosas, porque ya sé cómo soy y sé que mi panza hobbit podría llevarme a atasques épicos. Pero qué ganas de permitirse esos gustos de vez en cuando... U_U
Pues yo este fin de semana pasado mismo me atraqué con un english breakfast de los de verdad!! jajaja igualito al que has descrito tú ^__^ con mi mamá y mi prima... pq si algo sabe mejor que un english breakfast, es un english breakfast con buena compañía!! ^_^
Pues yo no estoy a dieta, pero desde que Pei me dio este disgusto de muerte he perdido dos tallas.... jajajajaja!! algo bueno tenía que salir de eso
Ánimo chiquillaaaaaaaaaa!!!!!!! y lo de que la felicidad adelgaza.. no sé, no sé.. yo siempre he oído hablar de "la curva de la felicidad" refiriéndose a la tripita jejeje
Última frase: completamente de acuerdo.
¿Controlar mi peso o dieta?
Sólo por ordenes del médico o de Conorte.
Ya me dió hambre!!!
Que suculentos recuerdos han llegado a tu memoria ... y como dicen que recordar es vivir, me encuentro viviendo los atracones que me daba por la mañana en el B&B "Eagle Lodge" de Cork ubicado muy cerca del Campus de la "University College Cork", la verdad sea de paso esos desayunos estaban exquisitos! Por la tarde teníamos acceso al comedor de la universidad, el cual era bueno y ya para la noche era de ir a visitar un tradicional pub para refrescarse con una buena pinta de Murphy's. Lo que recuerdo bastante bien fue un suculento e inigualable estofado de carnero que deguste con una buena cerveza en un pub del centro de la ciudad a medio día. Recuerdo que me llamó mucho la atención ese ambiente tan familiar y peculiar que tienen estos establecimientos. Ah! no hay que olvidar el trato de la gente ... creo por lo poco que viví allá, que los irlandeses en su gran mayoría son excelentes personas. Espero que haya una próxima visita a la Isla Verde dentro de dos años y que la festejada, que será mi hija lo disfrute aún más que yo.
A ver si esto os anima un poco:
La Unión Europea llega a la conclusión de que los videojuegos son positivos
http://barrapunto.com/article.pl?sid=09/02/12/1558219&from=rss
http://www.reuters.com/article/healthNews/idUSTRE51A60H20090211
Oh maravilloso desayuno irlandés... yo recuerdo haber pagado desde 99 centavos de libra hasta 7 libras por una de esas bombas energéticas... aahhhh! también recuerdo cuando Edu me cocinaba el desayuno irlandés casero T.T ... buuuaaaa!! quiero a Eduuuuu.
(sólo para que me cocine, no se emocionen)
En fin, qué gusto que estés tan decidida. Sólo recuerda no dejarte de querer sin importar que la ropa proteste. No importa tu talla, eres una Diosa. Para mi lo eres, ¿cuenta eso? Espero que sí :D
Besos
Ahhhhh! Las papas y los champoñones son mi perdición!!! Sobre todo las papas en todas las hermosas posibilidades culinarias que ofrecen.
*drools*
Con mi pequeño tamaño y todo yo solía tener un buen estómago hobbit; recuerdo cuando iba a las tortas gigantes con un amigo que mide lo doble que yo de altura y no es nada flaquito: ambos comíamos la misma cantidad
:P
Ahora con la gastritis ya no puedo comer todo lo que deseo en las cantidades que quisiera, triste, pero mi problema fue causado por consumir todo lo que me hacía feliz. Lo más gracioso es que he subido de peso desde que dejé tantas cosas ricas que me hacen sentir mal.
:P
En verdad tu post incita al deseo de desgustar un desayuno como ése.
¡mantequilla de verdad!
Esta frase me hizo recordar la mantequilla que acompañaba mi bolillo en la niñez. Mi mamá me mandaba a comprarla con la señora que vivía en la contraesquina de mi casa, la tomaba de un gran bote donde la conservaba y la embarraba en una pequeña hoja de maíz, envolviéndola posteriormente a la manera del tamal. Siendo criadora de vacas también estaba en la disposición de vender leche y requeson - la nata y la crema se obtenían per se - y todo ello me sabía a gloria.
Quizá yo no sea la mejor persona para aconsejarte, pero considera también incluir algo de actividad física en tu rutina. Hace algunos años mi hermano era maratonista, y créeme que su dieta estaba lejos de ser frugal, se alimentaba como vikingo el infeliz.
Gracias a todos por sus comentarios. Los saludo desde un cuerpo que pesa ahora un kilo y medio menos, y que se siente un poquitillo más cómodo con la ropa. Todavía falta mucho para terminar, e intento echarme porras yo sola.
Arc: ¡Link añadido! Dios te oiga. Quiero volver a ser la misma de antes. Da mucho trabajo no pensar en la comida (principalmente porque tengo ahora a mi cargo el menú de cuatro personas y lo que más me gusta es desentenderme de los asuntos domésticos en lo que me dedico a otras cosas), pero ahí la llevamos.
Pei: Je, je, je... sorry por causarte hambre. Ah, pero que conste: el full English breakfast no tiene tan buena vibra como el Irish breakfast. A lo mejor se trata del cariño con el que se preparan las cosas (la dulzura irlandesa se derrama como miel en los platos).
Sips, yo soy hobbit, hecha y derecha, y hasta ahorita lo voy aceptando. Lo que, si acaso, me deprime, es que durante mucho tiempo odié mi cuerpo sólo por ser bajita, aunque siempre fui delgada. Ya ni llorar es bueno. A ver qué sucede ahora.
Nona: ¡Qué envidia! Y sí es cierto que la compañía es lo mejor de todo. Lo malo conmigo es que mi organismo está tan loco que es cuando estoy feliz cuando me da menos trabajo mantenerme en mi peso. Si las desdichas me sirvieran para adelgazar, estaría ahora como estaca. Lo malo es que no me di cuenta sino hasta 1999...
Pere: Mi ropa es la que manda y la que me avisa. No creo que a Conorte le importe la gran cosa tu peso, como al Capitán no le interesa el mío. Quien me ha ordenado adelgazar es mi ginecólogo, a veces. Sips, también uso videojuegos para adelgazar, je, je, je... sigo siendo fan del DDR. Lástima que cuento con poco tiempo.
Paco: Ay... algún día vayamos a desayunar o algo. Sano y rico.
Chendo: Vayan a Irlanda, la van a adorar. Coman lo que tiene para darles, escuchen lo que hay que oír. Es el mejor sitio del mundo. Cork es una ciudad hermosa; lástima que me la perdí en la última visita.
Raven: Curiosamente, con tus palabras, soy yo la que se siente bendecida. Gracias. Y que alguna vez compartamos un Irish breakbast juntas. :D
Kit: Vamos, creo que la gastritis tiene buena parte de su origen en el estrés también. ¡Ánimo! El metabolismo necesita tiempo. Y no te preocupes por la subida de peso... uno crece también y tú eres chica.
Iz: Gracias, voy a intentar aumentar mi actividad física aunque por ahorita lo que más me aprieta (y duele) es el tiempo. Con que mi situación laboral mejore me conformo, la verdad.
Por cierto, ¿les cuento? Una de las ventajas de la dieta ha sido que de nuevo me he vuelto a meter en la cocina, que no es un lugar que me disguste en absoluto. Y estoy redescubriendo sabores y texturas. Pronto les pasaré algunos platillos, je, je, je...
Muy cierto! Justo hoy me fui a echar un All Day Full Irish Breakfast y qué bueno estuvo. Lo único que Nona y yo extrañamos del English fue la papa hash brown, pero en todo lo demás creo que sí me quedo con el irlandés. Yum yum! ^^
jajjaja pues si, me se de uno a quien le caia la baba con el pan especial este que nos han puesto... tenias que ver con que ojitos me miraba pei, no he tenido mas opcion que darle mi cachito de pan!! jajaja
Oye! Pero admite que me lo diste porque tú ya no podías más! Es que así suena a que te quité tu comida :p
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