El fin de semana antepasado, mi amigo S. vino de la Ciudad de México a visitarme. Me dio muchísimo gusto verlo, aunque estaba un pelito nerviosa con respecto a qué lugares podría llevarlo de paseo (Guadalajara no es el sitio más interesante del mundo, la verdad sea dicha, y probablemente le resultaría tediosa a un capitalino).
Si han estado leyendo mi blog desde hace tiempo, ya sabrán que a la Ciudad de México le tengo sentimientos muy, muy encontrados. La amo y la odio. Es una belleza envuelta en caos, un monstruo de rostro maravilloso.
Entre la gente de provincia, los capitalinos (comúnmente llamados “chilangos”, un término ya con años de antigüedad, un tanto más despectivo que “gringo” para los estadounidenses) tienen fama, y no siempre injustificada, les diré, de prepotentes, soberbios, abusivos, descorteses y hasta un poquito cuadrados; escribí alguna vez que lo mejor y lo peor de la humanidad estaba concentrado en la Ciudad de México y lo sigo pensando; aunque, por desgracia, no ocurre lo mismo con desconocidos que pasan por la calle o que me he encontrado en mi ciudad o en viajes a otros estados, la gente con la que he convivido por allá es increíblemente generosa, considerada, y amable; serían capaces de quitarse el único suéter que tuvieran si lo vieran a uno con frío. Mi amigo S. pertenece por supuesto a este último grupo; pero a veces, creo que no puede evitarlo, se le escapa cierto chilanguismo que de inmediato notaría un provinciano.
Guadalajara no es precisamente un paraíso para los turistas, por cierto; la gente de aquí es mucho más cerrada y flota una tremenda abulia en el aire. La misma ciudad es como un rancho grandote: tenemos mejor aire, eso sí, y edificios muy bonitos, pero nos faltan teatros y museos, y sobre todo transporte decente. ¿Cómo paliar todo ello? Bueno, para asegurar buenas impresiones y ratos agradables para mi amigo decidí apuntar hacia el órgano que mejor conozco de los seres humanos (sips, más que el corazón y menos que el cerebro): el estómago. Y todo el fin de semana nos embarcamos en una emocionante aventura culinaria para degustar ciertos platillos típicos (de la región, de la ciudad, de la costumbre y de la casa de ustedes). ¿Los resultados? Aquí los presento...
Día 1
* Comida: Curry.
De entrada decidí agasajar a mi invitado con mi especialidad, mi platillo favorito y el que mejor me queda: el curry japonés. Pollo con papas y zanahoria, primero asado y terminado de cocer en una salsa muy especiada, y servido sobre una cama de gohan. Mi amigo Anubis me ayudó a pelar la verdura; así pude prestarle toda mi atención al corte, con el que siempre me pongo quisquillosa. Mi wok hizo casi todo el trabajo.
Cuando serví el curry, estaba calientísimo, pero Anubis y yo teníamos tanta hambre que de inmediato pusimos cubiertos a la obra. Pasado el shock inicial de verme cocinando con palillos y preparando el gohan en arrocera (“Pero... ¿así es como haces el arroz...?”), y tras pedirme que le retirara “esas cosas anaranjadas” y le pusiera más pollo, S. se sentó a la mesa, y empezó a dar cuenta de su plato sin decir palabra; no precisamente lo que espero que suceda cuando alguien prueba mi curry. No se comió el arroz bañado en salsa, y su comentario final fue “Es que estaba tan caliente que no le encontré sabor”.
Era obvio que me encontraba ante un hueso duro de roer. Tuve la prudencia de suspender la mayormente vegetariana lasaña que pensaba hacer el día siguiente, y no puedo decir que me arrepienta.
Día 2
* Desayuno: Taquitos en puesto de San Juan de Dios
El mercado de San Juan, uno de los más polifacéticos de la ciudad, tiene un poco de todo, y eso incluye deliciosos platillos. No podía dejar que S. se pasara por ahí sin probarlos, y la elección para desayuno de fin de semana fueron los taquitos de un puesto que se encuentra bajando las escaleras al lado de las yerberías.
Para un puesto de comida corriente, éste tiene toda la pinta de gourmet. Los tacos (tortillas de maíz con relleno de carne y otros alimentos) se preparan con toda la higiene del mundo (las personas que los hacen jamás tocan el dinero del cliente; hay un recipiente destinado a recibirlo y una única persona encargada de dar cambio) y con tortillas de maíz muy, muy blanco cocidas sobre una plancha a la vista de los comensales. En los aparadores que guardan la carne ya cocida y la mantienen caliente para la hora de cortarla no hay una sola gota de grasa.
Esta vez, S. estuvo más feliz y se comió de buen grado sus tacos. Si acaso la única obsrvación curiosa que hizo fue sobre las tortillas recién hechas: “¿Pero que aquí no tienen tortillerías...?”
* Colación 1: Frutitas de azúcar
Ni siquiera cuando estoy a dieta puedo resistirme a estos exquisitos dulces, que, hasta donde he visto, no se encuentran en ningún otro lugar de la tierra: terrones de azúcar glass mezclada con jugo de diferentes frutas y moldeada en forma de manzanas, limones, sandías, peras... Las elabora una sola familia de Guadalajara (de muy niña llegué a conocer a su inventor, que las vendía a la salida de las escuelas) y, como buen producto artesanal, se hacen y decoran a mano con pinceles y anilina. No son pegajosas al tacto y hay que mantenerlas en refrigeración si se quiere conservar su consistencia suave; son tan bonitas que si se las dejara endurecer y se las barnizara podrían servir para decorar una cocina. Eso sí, resultan muy empalagosas y por ello lo mejor es comérselas a mordisquitos, muy poco a poco, y no pasar de tres al día o algo así.
Tanto primor, sin embargo, dejó indiferente a S., y cuando le insté a probar una, sólo dijo: “Pues, ¿qué tienen de especial...?”.
Otro fracaso.
* Colación 2: Jericalla (en el puesto de doña E.).
En mi desayuno sanjuanero nunca falta un rico licuado (mezcla batida de leche, frutas y vainilla o chocolate) y lo tomo en un puesto que atiende una señora mayor de rostro amable, junto a una escalinata que sale al exterior del mercado. Esta vez, además, mi propósito era mostrarle a S. uno de los postres más típicos de la ciudad: la jericalla.
La jericalla es algo parecido a un flan napolitano, pero de gusto mucho más sutil; se hace con leche, vainilla y huevo, y es más sólida que la natilla pero igual de suave; se sirve en vasitos y se termina de cocer en horno para que la cubierta quede bien dorada. En el pasado cada casa tenía su receta particular, y me apena mucho no haber aprendido la de mi abuelita, en paz descanse.
Escogí la jericalla más hermosa y tostada y se la llevé a S.; él la miró con extrema desconfianza. Probó una cucharada y eso fue todo; tuve que acabarme el resto.
Comentario: “Es que no sabe a nada”.
* Entremés 1: Helados Bing
Al punto de la extinción, estas heladerías siguen defendiéndose como pueden en Guadalajara. No logré convencer a S. de que, si quería tomar un helado, era mucho mejor buscar uno de los que se preparan en diversos puntos de venta y no de ésos que vienen cerrados y empaquetados en tiendas (El Polo Norte, por ejemplo, que es una nevería que data de los años de la segunda guerra mundial), pero hallamos unos Helados Bing y él me dijo que en México esa marca ya no existía. Al menos conseguí arrancarle una sonrisa con ello. “Como en los viejos tiempos”, dijo.
Entremés 2: Té chai frappé, en La Flor de Córdoba
Mi bebida favorita es ésta, traída de la India y vuelta ahora tan popular: especias como clavo, pimienta, canela y sobre todo cardamomo en base de hojas de té fresco y disueltas en leche; y que, en las sucursales de las cafeterías La Flor de Córdoba, se pueden preparar en frappé. Por supuesto que S. no se iba a atrever a probar algo tan radical, así que lo que pidió para sentarnos a platicar fue un moka frapuccino, que por error nos dieron grande; muy grande para su apetito y muy pesado para la comida que seguiría.
Igual, le insistí en que probara mi chai... y vaya, que el comentario de esta vez, “¿me podrías dar otro sorbito?” repetido una media docena de veces me daba esta vez un triunfo.
* Comida: Carne en su jugo (de Karnes Garibaldi)
Por recomendación de una amiga común, S. decidió probar la carne en su jugo, otro manjar típico jalisquillo. Se trata de bistec de res en trocitos, sofrito en grasa de tocino. Una parte de esa carne se reserva para licuar con un poco de agua y tomatillos verdes cocidos, y la mezcla se devuelve para terminar de cocer el resto (eso es lo que forma el “jugo” de la carne). Para servir, se añade al plato un poco del tocino del que se sacó la grasa y se espolvorea con cilantro picado y cebolla; todo se come con cuchara y tortillas si uno quiere.
Los restaurantes Karnes Garibaldi sirven, además, una guarnición de frijoles refritos con granos de maíz tierno (receta propia) y cebollita de cambray asada. S. se decepcionó cuando le dije que no había papas fritas en el menú, pero le picó la curiosidad cuando le conté que esos establecimientos tienen el record Guinness del servicio más rápido del mundo.
Le pedí que sacara su celular y lo pusiera a modo de cronómetro para comprobarlo. Entre lo que se acercó el mesero para atendernos y el tiempo que tardó en servir la totalidad de nuestro pedido, transcurrieron cuarenta y cinco segundos (el récord mundial es de 13.5 segundos para un menú completo).
Así de rápido nos pusimos a comer, pero el moka frapuccino de S. le echó a perder buena parte de su apetito. Cieeeelos... Tuvimos que pedir una buena parte de su plato para llevar. Por la noche alcanzó a terminárselo pero dejó atrás lo que quedaba de frijoles y la mayor parte del jugo de la carne.
* Cena: Hamburguesas Garfield
Para la noche, mi organismo estaba a reventar de carne, pero acompañé al Capitán Quasar, que no había comido, a mostrarle a S. nuestro puesto de hamburguesas preferido: las Garfield, cerca de la Avenida Plan de San Luis, a unas cuadras de Américas. Las hamburguesas ahí se cocinan al carbón pero se colocan en plancha para derretirles encima queso blanco o americano. Las más caras y destacadas son las de camarón, hechas con estos mariscos frescos y enteros fritos en mantequilla y amalgamados con queso.
El Capitán simpre pide una hamburguesa de res con queso, pero yo prefiero la otra especialidad del sitio: papa asada al carbón, también, con mantequilla, champiñones, crema y mucha, muchísima pimienta; mala suerte para S., aquí tampoco hay papas fritas.
Aquella noche mi estómago no daba abasto ni para un yogurt de la tienda más cercana, y S. también se contentó con ver y oler. Ya para irnos, pidió una hamburguesa con tocino y sin queso para llevar. El manjar desapareció, paulatina y no tan misteriosamente, en el trayecto a la casa de ustedes; aún así, el comentario de S. fue: “Pues... he probado mejores”.
Día 3
* Desayuno: Paquetes del café Chai
El Chai, un restaurante cerca de la casi céntrica Avenida Chapultepec (aunque ahora tiene como tres sucursales), bautizado con el nombre de mi té preferido, sirve desayunos completos a precios muy económicos; al Capitán y a mí nos gusta ir allá cuando el domingo se pinta relajado, porque el servicio no es muy rápido que digamos.
Como S. tendría que partir ese día, pensamos darle esto como despedida, y de paso llevarlo a conocer lo que fue los suburbios de la antigua Guadalajara, con sus casas viejas rodeadas de árboles aún más viejos; el Chai se encuentra en una de esas construcciones.
El Capitán y S. pidieron hot cakes con tocino, que les sirvieron rociados con nuez y pasas y acompañados de una generosa porción de fruta (papaya, melón, naranja y una cereza fresca para decorar); yo pedí lo de costumbre: huevos estrellados que a mi gusto acompaño con queso de cabra y muchos, muchos champiñones, mas frijoles refritos con queso espolvoreado y jitomate; el costo de cada uno de estos platillos es apenas un poco más que tres dólares estadounidenses. Por el antojo de dulce no me preocupo porque el Capitán siempre me da la papaya, la naranja y la cereza de su plato, y un desayuno tan cargado garantiza que la comida y la cena del día sean mucho más leves.
S. devoró primero su tocino (ya desde antes me había hecho notar que el tocino de Guadalajara le parecía excepcional) y luego retiró todas las pasas y la nuez de los hot cakes; los bañó con miel de abeja y se comió dos de los tres que vienen en el plato, todo bañado por una taza de chai frío (¡victoria!). De haber sabido que, además de la de la fruta del capitán, tendría que dar cuenta de la suya, no hubiera pedido más que mi bebida. Ay, mi pancita...
El comentario de S. fue esta vez mucho más favorable: dijo que en la Ciudad de México rara vez se encuentra uno sitios tan agradables que sean así de baratos.
Y bueno, llevamos a S. a esperar su atuobús. La noche anterior él me había pedido que le preparar algo de comer para el viaje... y supongo que todavía tengo mucho que aprender. Pensé y sugerí primero los sandwiches que le hago al Capitán cuando sale, y ante la falta de entusiasmo, cambié... pero, ¿no creía hasta entonces imposible que alguien me rechazara unas ricas onigiri rellenas de kanikama (ensalada de cangrejo) o queso crema? Pues nada; a S. no le gusta ninguna clase de mariscos y nunca llegamos a ponernos de acuerdo con respecto al queso crema; por fin, ¿era queso o era crema?
Cielos. Entonces, ¿qué te hago?, le pregunté. Algo como unas tortas, sugirió él. ¿Tortas? Ajá, las tortas, inventadas en el Distrito Federal en 1892 (tengo el dato), son la versión mexicana del sandwich, hechas con un pan grueso que aquí conocemos como bolillo (es como una baguette pequeña).
Fuera de las famosísimas pero inconvenientes tortas ahogadas (este mismo platillo relleno de carne y sumergido en un plato de espesa salsa picante y caliente, y dejado ablandar hasta que sea posible comérselo a cucharadas), una torta en Guadalajara se prepara con un pan plano llamado telera. Lo que S. me pedía se conoce aquí como lonche.
De todas formas, ¿cómo conseguir bolillo a esas horas? Aquí en la casa de ustedes nunca falta el arroz... pero en cuanto a lo demás, siempre hay que salir. Finalmente acordamos pasar por una tienda para adquirir provisiones. S. me sugirió que la próxima vez que lo visitara en la Ciudad de México le pidiera a su mamá que me enseñara a preparar el arroz. Sigh.
La aventura culinaria, sin embargo, no terminó ahí. Hubo problemas con el autobús de S. y el Capitán y yo fuimos a recogerlo en el punto de reunión acordado con sus compañeros de viaje (que, tres horas después, no se habían aparecido). Había que conseguir otra salida. Eso no fue tan difícil, pero ya era media tarde y el estómago apretaba.
El Capitán estaba tenso como una cuerda de violín antes de una jiga irlandesa; tenía mucha tarea de su maestría. Para aliviar las cosas le propuse que fuéramos a comer lo que a él le agrada más y que, estaba segura, también sería del gusto de mi descontentadizo invitado.
* Comida tardía: Pizzas en El Pequeño Gran Chalet
El Pequeño Gran Chalet, una modesta pizzería metida en una plaza que la gente solía llamar Gigante Américas (por la ya desaparecida cadena de tiendas que se encontraba al lado) tiene una oferta permanente de sus productos al 2 por 1; eso hace que sus platillos parezcan muy caros cuando en realidad son mucho, muy económicos. Sus pizzas son de masa delgada que queda doradita, con ingredientes y queso muy frescos. De sus diversas especialidades prefiero la llamada Clásica, de salami con toneladas y toneladas de champiñones al horno; esta vez pedimos una de esas con mitad de especialidad mexicana (jamón con jitomate, cebolla y chile) y la de oferta fue una hawaiana que, acordamos, le gustaba a todos.
S. se comió varias rebanadas de la hawaiana después de quitarle toda la piña, y su comentario volvió a ser descorazonador: “¿Te acuerdas de las pizzas que están por mi casa? Ésas me gustan más”.
¿Qué hacer, qué hacer? Nada, sino reconocerme vencida en el juego de cocina y gusto que remató esta orgiástica aventura. Aprendí mi lección, ¡y de qué manera! No es nada saludable meterse todos los antojos de fin de semana... en un mismo fin de semana. Siete días después, mi cuerpo todavía se sentía flojo, pesado y falto de energía, y mi estómago pedía a gritos brócoli, tofu a la plancha y medio kilo de jícama con vinagre.
Si han estado leyendo mi blog desde hace tiempo, ya sabrán que a la Ciudad de México le tengo sentimientos muy, muy encontrados. La amo y la odio. Es una belleza envuelta en caos, un monstruo de rostro maravilloso.
Entre la gente de provincia, los capitalinos (comúnmente llamados “chilangos”, un término ya con años de antigüedad, un tanto más despectivo que “gringo” para los estadounidenses) tienen fama, y no siempre injustificada, les diré, de prepotentes, soberbios, abusivos, descorteses y hasta un poquito cuadrados; escribí alguna vez que lo mejor y lo peor de la humanidad estaba concentrado en la Ciudad de México y lo sigo pensando; aunque, por desgracia, no ocurre lo mismo con desconocidos que pasan por la calle o que me he encontrado en mi ciudad o en viajes a otros estados, la gente con la que he convivido por allá es increíblemente generosa, considerada, y amable; serían capaces de quitarse el único suéter que tuvieran si lo vieran a uno con frío. Mi amigo S. pertenece por supuesto a este último grupo; pero a veces, creo que no puede evitarlo, se le escapa cierto chilanguismo que de inmediato notaría un provinciano.
Guadalajara no es precisamente un paraíso para los turistas, por cierto; la gente de aquí es mucho más cerrada y flota una tremenda abulia en el aire. La misma ciudad es como un rancho grandote: tenemos mejor aire, eso sí, y edificios muy bonitos, pero nos faltan teatros y museos, y sobre todo transporte decente. ¿Cómo paliar todo ello? Bueno, para asegurar buenas impresiones y ratos agradables para mi amigo decidí apuntar hacia el órgano que mejor conozco de los seres humanos (sips, más que el corazón y menos que el cerebro): el estómago. Y todo el fin de semana nos embarcamos en una emocionante aventura culinaria para degustar ciertos platillos típicos (de la región, de la ciudad, de la costumbre y de la casa de ustedes). ¿Los resultados? Aquí los presento...
Día 1
* Comida: Curry.
De entrada decidí agasajar a mi invitado con mi especialidad, mi platillo favorito y el que mejor me queda: el curry japonés. Pollo con papas y zanahoria, primero asado y terminado de cocer en una salsa muy especiada, y servido sobre una cama de gohan. Mi amigo Anubis me ayudó a pelar la verdura; así pude prestarle toda mi atención al corte, con el que siempre me pongo quisquillosa. Mi wok hizo casi todo el trabajo.
Cuando serví el curry, estaba calientísimo, pero Anubis y yo teníamos tanta hambre que de inmediato pusimos cubiertos a la obra. Pasado el shock inicial de verme cocinando con palillos y preparando el gohan en arrocera (“Pero... ¿así es como haces el arroz...?”), y tras pedirme que le retirara “esas cosas anaranjadas” y le pusiera más pollo, S. se sentó a la mesa, y empezó a dar cuenta de su plato sin decir palabra; no precisamente lo que espero que suceda cuando alguien prueba mi curry. No se comió el arroz bañado en salsa, y su comentario final fue “Es que estaba tan caliente que no le encontré sabor”.
Era obvio que me encontraba ante un hueso duro de roer. Tuve la prudencia de suspender la mayormente vegetariana lasaña que pensaba hacer el día siguiente, y no puedo decir que me arrepienta.
Día 2
* Desayuno: Taquitos en puesto de San Juan de Dios
El mercado de San Juan, uno de los más polifacéticos de la ciudad, tiene un poco de todo, y eso incluye deliciosos platillos. No podía dejar que S. se pasara por ahí sin probarlos, y la elección para desayuno de fin de semana fueron los taquitos de un puesto que se encuentra bajando las escaleras al lado de las yerberías.
Para un puesto de comida corriente, éste tiene toda la pinta de gourmet. Los tacos (tortillas de maíz con relleno de carne y otros alimentos) se preparan con toda la higiene del mundo (las personas que los hacen jamás tocan el dinero del cliente; hay un recipiente destinado a recibirlo y una única persona encargada de dar cambio) y con tortillas de maíz muy, muy blanco cocidas sobre una plancha a la vista de los comensales. En los aparadores que guardan la carne ya cocida y la mantienen caliente para la hora de cortarla no hay una sola gota de grasa.
Esta vez, S. estuvo más feliz y se comió de buen grado sus tacos. Si acaso la única obsrvación curiosa que hizo fue sobre las tortillas recién hechas: “¿Pero que aquí no tienen tortillerías...?”
* Colación 1: Frutitas de azúcar
Ni siquiera cuando estoy a dieta puedo resistirme a estos exquisitos dulces, que, hasta donde he visto, no se encuentran en ningún otro lugar de la tierra: terrones de azúcar glass mezclada con jugo de diferentes frutas y moldeada en forma de manzanas, limones, sandías, peras... Las elabora una sola familia de Guadalajara (de muy niña llegué a conocer a su inventor, que las vendía a la salida de las escuelas) y, como buen producto artesanal, se hacen y decoran a mano con pinceles y anilina. No son pegajosas al tacto y hay que mantenerlas en refrigeración si se quiere conservar su consistencia suave; son tan bonitas que si se las dejara endurecer y se las barnizara podrían servir para decorar una cocina. Eso sí, resultan muy empalagosas y por ello lo mejor es comérselas a mordisquitos, muy poco a poco, y no pasar de tres al día o algo así.
Tanto primor, sin embargo, dejó indiferente a S., y cuando le insté a probar una, sólo dijo: “Pues, ¿qué tienen de especial...?”.
Otro fracaso.
* Colación 2: Jericalla (en el puesto de doña E.).
En mi desayuno sanjuanero nunca falta un rico licuado (mezcla batida de leche, frutas y vainilla o chocolate) y lo tomo en un puesto que atiende una señora mayor de rostro amable, junto a una escalinata que sale al exterior del mercado. Esta vez, además, mi propósito era mostrarle a S. uno de los postres más típicos de la ciudad: la jericalla.
La jericalla es algo parecido a un flan napolitano, pero de gusto mucho más sutil; se hace con leche, vainilla y huevo, y es más sólida que la natilla pero igual de suave; se sirve en vasitos y se termina de cocer en horno para que la cubierta quede bien dorada. En el pasado cada casa tenía su receta particular, y me apena mucho no haber aprendido la de mi abuelita, en paz descanse.
Escogí la jericalla más hermosa y tostada y se la llevé a S.; él la miró con extrema desconfianza. Probó una cucharada y eso fue todo; tuve que acabarme el resto.
Comentario: “Es que no sabe a nada”.
* Entremés 1: Helados Bing
Al punto de la extinción, estas heladerías siguen defendiéndose como pueden en Guadalajara. No logré convencer a S. de que, si quería tomar un helado, era mucho mejor buscar uno de los que se preparan en diversos puntos de venta y no de ésos que vienen cerrados y empaquetados en tiendas (El Polo Norte, por ejemplo, que es una nevería que data de los años de la segunda guerra mundial), pero hallamos unos Helados Bing y él me dijo que en México esa marca ya no existía. Al menos conseguí arrancarle una sonrisa con ello. “Como en los viejos tiempos”, dijo.
Entremés 2: Té chai frappé, en La Flor de Córdoba
Mi bebida favorita es ésta, traída de la India y vuelta ahora tan popular: especias como clavo, pimienta, canela y sobre todo cardamomo en base de hojas de té fresco y disueltas en leche; y que, en las sucursales de las cafeterías La Flor de Córdoba, se pueden preparar en frappé. Por supuesto que S. no se iba a atrever a probar algo tan radical, así que lo que pidió para sentarnos a platicar fue un moka frapuccino, que por error nos dieron grande; muy grande para su apetito y muy pesado para la comida que seguiría.
Igual, le insistí en que probara mi chai... y vaya, que el comentario de esta vez, “¿me podrías dar otro sorbito?” repetido una media docena de veces me daba esta vez un triunfo.
* Comida: Carne en su jugo (de Karnes Garibaldi)
Por recomendación de una amiga común, S. decidió probar la carne en su jugo, otro manjar típico jalisquillo. Se trata de bistec de res en trocitos, sofrito en grasa de tocino. Una parte de esa carne se reserva para licuar con un poco de agua y tomatillos verdes cocidos, y la mezcla se devuelve para terminar de cocer el resto (eso es lo que forma el “jugo” de la carne). Para servir, se añade al plato un poco del tocino del que se sacó la grasa y se espolvorea con cilantro picado y cebolla; todo se come con cuchara y tortillas si uno quiere.
Los restaurantes Karnes Garibaldi sirven, además, una guarnición de frijoles refritos con granos de maíz tierno (receta propia) y cebollita de cambray asada. S. se decepcionó cuando le dije que no había papas fritas en el menú, pero le picó la curiosidad cuando le conté que esos establecimientos tienen el record Guinness del servicio más rápido del mundo.
Le pedí que sacara su celular y lo pusiera a modo de cronómetro para comprobarlo. Entre lo que se acercó el mesero para atendernos y el tiempo que tardó en servir la totalidad de nuestro pedido, transcurrieron cuarenta y cinco segundos (el récord mundial es de 13.5 segundos para un menú completo).
Así de rápido nos pusimos a comer, pero el moka frapuccino de S. le echó a perder buena parte de su apetito. Cieeeelos... Tuvimos que pedir una buena parte de su plato para llevar. Por la noche alcanzó a terminárselo pero dejó atrás lo que quedaba de frijoles y la mayor parte del jugo de la carne.
* Cena: Hamburguesas Garfield
Para la noche, mi organismo estaba a reventar de carne, pero acompañé al Capitán Quasar, que no había comido, a mostrarle a S. nuestro puesto de hamburguesas preferido: las Garfield, cerca de la Avenida Plan de San Luis, a unas cuadras de Américas. Las hamburguesas ahí se cocinan al carbón pero se colocan en plancha para derretirles encima queso blanco o americano. Las más caras y destacadas son las de camarón, hechas con estos mariscos frescos y enteros fritos en mantequilla y amalgamados con queso.
El Capitán simpre pide una hamburguesa de res con queso, pero yo prefiero la otra especialidad del sitio: papa asada al carbón, también, con mantequilla, champiñones, crema y mucha, muchísima pimienta; mala suerte para S., aquí tampoco hay papas fritas.
Aquella noche mi estómago no daba abasto ni para un yogurt de la tienda más cercana, y S. también se contentó con ver y oler. Ya para irnos, pidió una hamburguesa con tocino y sin queso para llevar. El manjar desapareció, paulatina y no tan misteriosamente, en el trayecto a la casa de ustedes; aún así, el comentario de S. fue: “Pues... he probado mejores”.
Día 3
* Desayuno: Paquetes del café Chai
El Chai, un restaurante cerca de la casi céntrica Avenida Chapultepec (aunque ahora tiene como tres sucursales), bautizado con el nombre de mi té preferido, sirve desayunos completos a precios muy económicos; al Capitán y a mí nos gusta ir allá cuando el domingo se pinta relajado, porque el servicio no es muy rápido que digamos.
Como S. tendría que partir ese día, pensamos darle esto como despedida, y de paso llevarlo a conocer lo que fue los suburbios de la antigua Guadalajara, con sus casas viejas rodeadas de árboles aún más viejos; el Chai se encuentra en una de esas construcciones.
El Capitán y S. pidieron hot cakes con tocino, que les sirvieron rociados con nuez y pasas y acompañados de una generosa porción de fruta (papaya, melón, naranja y una cereza fresca para decorar); yo pedí lo de costumbre: huevos estrellados que a mi gusto acompaño con queso de cabra y muchos, muchos champiñones, mas frijoles refritos con queso espolvoreado y jitomate; el costo de cada uno de estos platillos es apenas un poco más que tres dólares estadounidenses. Por el antojo de dulce no me preocupo porque el Capitán siempre me da la papaya, la naranja y la cereza de su plato, y un desayuno tan cargado garantiza que la comida y la cena del día sean mucho más leves.
S. devoró primero su tocino (ya desde antes me había hecho notar que el tocino de Guadalajara le parecía excepcional) y luego retiró todas las pasas y la nuez de los hot cakes; los bañó con miel de abeja y se comió dos de los tres que vienen en el plato, todo bañado por una taza de chai frío (¡victoria!). De haber sabido que, además de la de la fruta del capitán, tendría que dar cuenta de la suya, no hubiera pedido más que mi bebida. Ay, mi pancita...
El comentario de S. fue esta vez mucho más favorable: dijo que en la Ciudad de México rara vez se encuentra uno sitios tan agradables que sean así de baratos.
Y bueno, llevamos a S. a esperar su atuobús. La noche anterior él me había pedido que le preparar algo de comer para el viaje... y supongo que todavía tengo mucho que aprender. Pensé y sugerí primero los sandwiches que le hago al Capitán cuando sale, y ante la falta de entusiasmo, cambié... pero, ¿no creía hasta entonces imposible que alguien me rechazara unas ricas onigiri rellenas de kanikama (ensalada de cangrejo) o queso crema? Pues nada; a S. no le gusta ninguna clase de mariscos y nunca llegamos a ponernos de acuerdo con respecto al queso crema; por fin, ¿era queso o era crema?
Cielos. Entonces, ¿qué te hago?, le pregunté. Algo como unas tortas, sugirió él. ¿Tortas? Ajá, las tortas, inventadas en el Distrito Federal en 1892 (tengo el dato), son la versión mexicana del sandwich, hechas con un pan grueso que aquí conocemos como bolillo (es como una baguette pequeña).
Fuera de las famosísimas pero inconvenientes tortas ahogadas (este mismo platillo relleno de carne y sumergido en un plato de espesa salsa picante y caliente, y dejado ablandar hasta que sea posible comérselo a cucharadas), una torta en Guadalajara se prepara con un pan plano llamado telera. Lo que S. me pedía se conoce aquí como lonche.
De todas formas, ¿cómo conseguir bolillo a esas horas? Aquí en la casa de ustedes nunca falta el arroz... pero en cuanto a lo demás, siempre hay que salir. Finalmente acordamos pasar por una tienda para adquirir provisiones. S. me sugirió que la próxima vez que lo visitara en la Ciudad de México le pidiera a su mamá que me enseñara a preparar el arroz. Sigh.
La aventura culinaria, sin embargo, no terminó ahí. Hubo problemas con el autobús de S. y el Capitán y yo fuimos a recogerlo en el punto de reunión acordado con sus compañeros de viaje (que, tres horas después, no se habían aparecido). Había que conseguir otra salida. Eso no fue tan difícil, pero ya era media tarde y el estómago apretaba.
El Capitán estaba tenso como una cuerda de violín antes de una jiga irlandesa; tenía mucha tarea de su maestría. Para aliviar las cosas le propuse que fuéramos a comer lo que a él le agrada más y que, estaba segura, también sería del gusto de mi descontentadizo invitado.
* Comida tardía: Pizzas en El Pequeño Gran Chalet
El Pequeño Gran Chalet, una modesta pizzería metida en una plaza que la gente solía llamar Gigante Américas (por la ya desaparecida cadena de tiendas que se encontraba al lado) tiene una oferta permanente de sus productos al 2 por 1; eso hace que sus platillos parezcan muy caros cuando en realidad son mucho, muy económicos. Sus pizzas son de masa delgada que queda doradita, con ingredientes y queso muy frescos. De sus diversas especialidades prefiero la llamada Clásica, de salami con toneladas y toneladas de champiñones al horno; esta vez pedimos una de esas con mitad de especialidad mexicana (jamón con jitomate, cebolla y chile) y la de oferta fue una hawaiana que, acordamos, le gustaba a todos.
S. se comió varias rebanadas de la hawaiana después de quitarle toda la piña, y su comentario volvió a ser descorazonador: “¿Te acuerdas de las pizzas que están por mi casa? Ésas me gustan más”.
¿Qué hacer, qué hacer? Nada, sino reconocerme vencida en el juego de cocina y gusto que remató esta orgiástica aventura. Aprendí mi lección, ¡y de qué manera! No es nada saludable meterse todos los antojos de fin de semana... en un mismo fin de semana. Siete días después, mi cuerpo todavía se sentía flojo, pesado y falto de energía, y mi estómago pedía a gritos brócoli, tofu a la plancha y medio kilo de jícama con vinagre.
13 comentarios:
Je, bueno por comentarios como ese nos tenemos ganada esa famita, he de decir que no he comido maki tan sabroso como el que me llevaste alguna vez a comer a San Juan de Dios... ahi mismo ya por mi propia pata he comido de practicamente todo lo que necesitado (aunque a Manuel le aterre la idea de comer alli).
Bueno he de decir, que yo si estoy abierto a comer practicamente de todo... sniff, no hay vacaciones cerca, por que yo si te acepto más que contento un tour culinario como esos.
Por cierto, si pones la receta del calpis, calpico o como sea que se escribe, te lo agradecere grandemente... :9
Muy merecida esa fama de las personas de la ciudad de México.
Mas sin embargo hay muchas personas que son buenisisma onda bien alivianados genersoos y mucha buena vibra, pero como son muchos habitantes a proporción tiene que haber mucho malandro y cosas que ensucian las cosas tan hermosas de esa ciudad.
Pero bueno aca a los regios jamas nos importa el mundo.
Pero tu ciudad es muy bonita , Guadalajara mis respetos. de hecho es de las ciudades donde he encontrado mas parecido con Monterrey, sobre todo en equilibrio. A parte de Saltillo.
Oh!
Yo quiero uno de esos tours culinarios!
Ya se me antojó la carne con carne y las hamburguesas
*drools*
Además seguro que tu curry es mil veces mejor que el que yo como de sobrecito
:P
Guau! Me trajiste a risa y risa todo el tiempo. Cuando sea grande quiero ser como vos.
!Espera¡..... Ya soy grande :(
Escribo este comentario desde la trinchera del chilanguismo - aunque en realidad soy mexiquense, pero paso 16 horas del día en el Distrito -.
Todo chilango es en sí "faramalloso", así que todo chilango siempre conoce "donde hacen las mejores tortas", "donde cocinan la mejor comida corrida", "donde crean las mejores pizzas" y "donde se sirve la mejor barbacoa"; así que no debe extrañarte el comportamiento de tu amigo, esa expresión: "He probado mejores", es la tendencia natural de todo chilango a manifestar: "A mi no me ganas", aunque no sea cierto.
Cabe mencionar además que un chilango tiene por naturaleza "panza de basurero", además de manifestar un desdén innato a cualquier comida que no tenga un sabor picante, ello me ha llevado a observar costumbres por demás ridículas y a la vez graciosas: Fetuccini aderezado con sendos chiles Chilpotles, arroz frito chino con guacamole, crema de chicharos con chiles manzanos "toreados", entre otras excentricidades.
Retomando tu apología sobre las tortas: para un chilango no existe mejor invento que las tortas. Un chilango con dos tortas bajo el brazo está listo para la tercera guerra mundial, o al menos así lo cree. Además las tortas son un alimento de lo más variado posible: están las típicas rellenas de carnes frías, las tortas de tamal, las de "carne al pastor", la "cubana", la "madonna" y la "gloria trevi". Sin olvidar las tortas de los pobres, que sorprendentemente no son ni de huevo ni de queso, sino de frijoles, plátano o aguacate en el mejor de los casos, la comida perfecta del "estudiambre" y el "pobrero". Recuerdo que en la primaria mi mamá me ponía dos tortas de plátano en la mochila, y quien pagaba las consecuencias eran las libretas y los libros, pues en las escuela públicas, mochila que no sirve de portería, sirve de balón.
Saludos.
"Un chilango con dos tortas bajo el brazo está listo para la tercera guerra mundial, o al menos así lo cree." jajajaja ese comentario me dio mucha risa.
Pues si primeramente me la pase increible ahí con Aisling, fue muy divertido todo. Es muy bonita la ciudad y sus mujeres.
De la comida cierto hubo varias cosas que no me agradaron del todo, en especial la Jericalla.
Pero hubo sus cosas buenas el Té chai me encanto, probablemente si en el DF fuera más comun seria adicto a eso.
Y si un tour culinario es lo mejor, aunque tiene su precio... bueno para mi no. Ya que segui comiendo bastante a lo largo de la semana.
"Cabe mencionar además que un chilango tiene por naturaleza panza de basurero".
Jejejeje yo soy todo lo contrario estoy bastante delgado y me la paso comiendo.
Mira, ese paseo gastronómico no parece andar mal... salvo por los mariscos y la leche (lástima por las natillas y el chai)... pero, se antoja incluso a irse a comer alguna vez, yo ego mí me apunto.
Lo feo sería comer lo mismo que en el DF (eso sólo se reserva para cuando uno va en viaje de negocios, donde uno tiene que ir seguro, seguro, --creo haber realizado uno de negocios sin que haya comido nada en el sitio que fuí, luego luego llegando a la city a por la torta--).
Faltaría, me parece, esos sí, un cafsito... un buen expreso.
También un café donde uno pudiera estar las horas...
¿Qué más?
Si fuere posible, un lugar libre de gente con actitud "provincina"...
Eso de que sirvan en 45 segundos... es... difícil de creer, pero lo intentaremos un día... acá lo menos que han tardado son cinco minutos; una vez en Puebla se tardaron en servirme como hora y media y no valió la pena la espera.
Cuando fui a Queretaro lo que menos vi fue un lugar donde tomar cafecito o comer algo.
¿Un lugar de árboles antiguos? Quiero ver, quiero ver... a ver si ellos quieren platicar algo, los de la city suelen ser muy mudos, a propósito.
Si bien sé que no hay mucha cultura en guanatos sé que son mochos, ¿que tal el turismo religioso?
liberías, sé que tienen una famosona. ¿Hay de sugunda mano? ¿Tendrán material de Jalico, Tuchuacán y aledaños?
Sé me olvida algo... mmmm...
¡Ah sí!
Recordar a Conorte... con quien estaba seguro de recorrer este país...
Mmmm...esos malditos signos de admiración en mi comentario están invertidos, qué pena, ustedes disculpen.
Vic: Y me acuerdo de qué rico comimos el sushi aquella vez en la Pescadería Rosita... Todavía siguen preparándolo muy bueno, con todo y el arroz frito mexicanizado (con tostadas). Pero ya me había advertido mi amigo S. que era difícil... yo no me imaginaba hasta qué punto.
Bueno, el calpico o calpis la verdad es que lo que hago es comprar el jarabe para prepararlo ya hecho, pero si quieres en fechas próximas pondré mi receta personal, que está hecha con yogurt de guanábana y miel. Nomás déjame la ensayo un poco que hace años que no lo preparo así.
Alonzin: Y sips, yo tengo montones de amigos en la Ciudad de México que son la onda, absolutamente geniales. Si no fuera por los muchos malos ratos que he pasado de visita por allá, no podría creer que la gente tuviera mala fama. La ciudad en sí es muy linda, pero vivir ahí es la locura.
En cuanto a Guadalajara... pues... la verdad es que sí es un poco aburrida. La ciudad que me parece perfecta para turistear y donde nunca se me acaban las ideas para llevar a mis amigos es Zacatecas.
Monterrey, que también conozco, se me hace padre, sobre todo ciertas partes. Me recuerda mucho a los cuentos de una autora que se llama Ursula LeGuin como aparece en sus libros Países Imaginarios y Malafrena.
Kit: Voy a subir una receta de curry. Cuando nos visites, va a ser un gusto darte un tour de comida rica también. Ya sé que contigo podríamos ir a estupendos lugares de comida oriental, como el que menciona Vic en el mercado de San Juan.
Iz: Me has hecho reír mucho también... y vaya que dices verdades (que yo no había advertido). Sí es cierto... un chilango odia que “le ganen” aunque sea en cuestiones tan simples e inconsecuentes como la comida... Voy a mirar desde ahora con mucho más respeto a las tortas de batalla (conozco la cubana pero no me imagino cómo serán las madonna y gloria trevi).
S: Vaya que eres difícil de alimentar... je, je, je... pero me alegra que los ojos tapatíos y el chai te hayan cautivado. Por aquello de los ojos no puedo hacer nada pero voy a subir una receta de chai casero uno de estos días también.
Pere: A la tierra que fueres, come; esa es una de las lecciones de vida que he aprendido a lo largo de los años y la verdad que no me he arrepentido. Fue cómico cuando anduve por México y el señor oscuro y tú sugirieron que fuéramos a comer a un Toks. Pero si un Toks lo hay en Guadalajara...
Sips, tenemos nuestro restaurante con record de servicio rápido, y para cafés, lo mejor es La Flor de Córdoba (lo que quieras, como quieras), pero si quieres un sitio libre de gente con actitud provinciana... pues apenas en el DF. O en Cuernavaca o Tepoztlán los fines de semana. O en Acapulco en verano.
Librerías de segunda mano también hay pero ninguna tan espectacular como las que se encuentran en la calle de Donceles.... y bueno, esa es otra diferencia entre provincianos y gente del DF: si los provincianos no encontramos algo en nuestras respectivas ciudades salimos a buscarlo; pero si una persona de la capital pasa por lo mismo, diría de aquello que anda buscando: Pues será que no existe...
A Conorte déjala ya por la paz.
Iz: no te apures, que problemas de teclado todos tenemos.
Waaa... llegué tarde a comentar sobre este post U_U
Bueno, Aisling, que sepas que hiciste que se me hiciera agua la boca (y eso que falta mucho pa comer) y que me da envidia el tour culinario, que Guadalajara me encanta y tengo que volver, y que hiciste que se me hiciera agua la boca (sí, ya lo había dicho, pero tengo que insistir...)
Sería lindo!
Tengo que volver a Guadalajara pronto, entonces
:)
Jejeje, típico comportamiento chilango... tan bonito que es no perder la capacidad de asombro, aunque sea frente a una cosa que a un fuereño le parecerá tan extraña, como una deliciosa jericalla.
Yo también me había ausentado. Saluditos L!
También llego tarde pero más vale tarde que nunca, pienso que hay muchos platillos por degustar en muchas partes del mundo y a mi manera de ver las cosas en Guadalajara una exquisita birria puede comerse en el restaurante de las siete o nueve esquinas ¡changos, ya lo olvidé!, una comida totalmente vegetariana en el restaurante La zanahoria que está en Las Américas cerca de una agencia de autos franceses, por la noche unos buñuelos con atole blanco a un lado de una pequeña construcción religiosa creo que era el claustro del Carmen y a toda hora un buen plato con una copa de vino tinto mexicano en la chata que para no variar casi siempre tienen fila de espera, por lo que la atención no es muy rápida pero te dan ánimos ofreciendo una cervecita mientras esperas en fila, en fin, también me apunto para tomar un tour culinario con su merced, !saludos, desde el frío centro nuclear de México!
Sobre lo de comer en tierras extrañas... sí hay dinero, se come. A veces sólo me alcanza para un cafecito que, aunado a la falta de liquidez y desconocimiento de los lugares a donde uno asiste, es, en abrumadora certeza del 99 por cierto de los casos, "malito".
Sobre el Toks: en esta city suelen existir algunos desiertos, cosa buena para usarlo por horas... ¡Bajale al comentario! Te parecerías a ciertos provinicanos que al extremar mi sorpresa ante la existencia de cierta cadena comercial se me replicará con un: "¡Tenemos dos!" En fuero interno: la provincia a dejado de ser lo que era, ahora son defes chiquitos.
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