viernes, marzo 21, 2008

El concierto de la banda

Desde hace poco más de veinte años, en Zacatecas, mi ciudad de crianza, se celebra para las fechas de semana santa un llamado festival cultural; una serie de eventos de teatro, música, literatura, pintura, cine y otras manifestaciones. Lo han comparado con el Cervantino, nomás que a menor escala, con la diferencia de que aquí la mayor parte de los eventos son gratis, y los que no, resultan accesibles hasta para una economía tan vapuleada como la de mi país. Mis mejores recuerdos del festival son los de la segunda o tercera vez, no recuerdo, cuando los eventos, quién sabe por qué razón, estaban cargados a lo fantástico... hubo, por ejemplo, una obra de títeres de sombra con un clarísimo corte tolkieniano.

Pero bueno, a lo largo de los años, me temo decir que el festival ha chafeado un poco. Algunas veces ha sido parco, otras, como ésta, muy ostentoso (pues, ¿en qué otro lugar podría uno ver a Bob Dylan gratis?), pero de todas formas, como que algo falta. Eso sí, las calles se llenan de artistas callejeros, expositores de artesanía, músicos ambulantes, dulces tradicionales tan sabrosos; hay una serie de puestos de libros de usado, con mesas de ejemplares de 10 pesos (menos de un dólar) cada uno; la ciudad tiene más turismo, y se respira más fiesta, incluso para la época. Pero mi entusiasmo por los espectáculos ha disminuído un poco... a lo mejor será por cierta tristeza al recorrer las calles que me sabía de memoria y darme cuenta de todo lo que ha cambiado desde que me fui; tiendas desaparecidas, casas a punto de caerse, monumentos cambiados de lugar, árboles talados...

Como sea, hay un sólo evento de la semana cultural que procuro no perderme: el magno concierto de la banda de música del estado, al mediodía del Jueves Santo.

El año pasado, por culpa de un estúpido incidente, no pude asistir: esta ocasión, por aquello de la melancolía, estuve a punto de no hacerlo. Qué bueno que finalmente fui.

Pero déjenme platicarles un poco de la banda del Estado de Zacatecas.

Una banda de música es la que acompaña marchas, desfiles, fiestas regionales; uno no espera que su repertorio salga de la música popular. Pero este asombroso conjunto tienen la peculiaridad de que interpretan cualquier cosa, y lo hacen tan bien, que uno se olvida de que son una banda: igual podrían tomar el lugar de una orquesta.

Mis primeros recuerdos de la banda están mezclados con asuntos no tan agradables: aquellos viejos tiempos donde mis papás intentaban inculcarme la afición taurina (soy biznieta de torero por un lado y nieta de gallero por el otro, y con mis propios cromosomas socia de Greenpeace y terca defensora de los animales, así que imaginen la mezcla familiar).

Mi primera corrida transcurrió en la parte superior de la plaza, tan lejos del ruedo que la sangre no me asustó, y las figuras de abajo me parecían irreales. Más adelante (tanto literal como figurado), mientras mucho muy cerca se estaba llevando a cabo la carnicería de costumbre, resulta que mis ojos estaban fijos en la banda del estado... fundada y entonces encabezada por el maestro Juan Pablo García, que siempre llevaba un curioso sombrerito inclinado y que dirigía los pasodobles, no con batuta, sino, ¡con castañuelas! Mis únicos abucheos prototaurinos eran para los diestros que pedían que cesara la música.

Nota aparte: Al ver el programa de la semana cultural, me di cuenta de que por primera vez se incluye una corrida de toros en los eventos, y que incluso se ha fundado un Trofeo Cultural (¿?). ¿Qué hacer? Ahora sí que retomar las viejas consignas antitaurinas: “La tortura no es cultura” (que, técnicamente, sí es... al igual que todo lo que un ser humano come, bebe y hace). Muy bien, la tortura ES cultura, pero que la quieran llamar “arte”... ahora sí que a otro crédulo con ese frasco de veneno.

La banda era parte de la ciudad; en cualquier evento municipal, ellos estaban ahí. Supe después que sus fama no era local, y que se habían presentando en conciertos no sólo nacionales, sino fuera del país. Alguna vez mis papás me sugirieron que entrara a ella; la verdad, la música y quienes la componen e interpretan siempre han sido un misterio para mí, y uno de esos que conviene respetar. Así que, en lugar de echar a perder la banda con mi escasísisimo talento, seguí escuchándolos. Fascinada.

No tengo memoria de en qué momento, entre mi renuncia definitiva a las corridas y mi partida de Zacatecas, el maestro Juan Pablo García se alejó de este mundo y dejó en su lugar a su hijo, el maestro Salvador García y Ortega. Tampoco recuerdo muy bien cuándo fue exactamente que el mediodía del Jueves Santo se convirtió en la hora del magno concierto. Creo que cuando me hice el propósito de no perdérmelo, ya había dejado Zacatecas, y esa música era parte de lo que seguía atesorando de mi antigua vida aquí.

Pero bueno... antes de platicar del concierto de ayer, déjenme les pongo una muestra de lo que esta maravillosa banda puede llegar a hacer; aquí está un video de su interpetación en diciembre pasado de un popurrí de Queen.




Prosigamos. Ayer, como les decía (arrastrando tristezas), fui al concierto de la banda, en la llamada Plaza de Armas, que se encuentra frente al Palacio de Gobierno y a un costado de la Catedral de Zacatecas (extraña combinación, ya sé). Y la verdad que estuvo fenomenal.

En esta ocasión, el programa se compuso, casi exclusivamente, de temas de películas: se abrió con el tema de la 20th Century Fox, y a continuación melodías de diferentes cintas, como Superman, Star Wars, Harry Potter (sí, John Williams fue el campeón del día), Titanic, y Piratas del Caribe, entre otras (¿para cuándo El Señor de los Anillos, maestro García?). La parte no cinematográfica fue lo que siempre remata el concierto del jueves santo: el Huapango, de Pablo Moncayo, un clásico de la banda, y la Obertura 1812, de Tchaikovsky. Esta pieza, que conmemora la fallida invasión de Napoleón a Rusia, resulta muy emocionante porque se acompaña de cañonazos de verdad, por parte de la cofradía de Bracho (un grupo que se dedica a hacer representaciones de las guerras entre moros y cristianos a las afueras de la ciudad; les debo la fecha). Aunque lo que de veras hace que la piel se ponga de gallina no son los cañones (siempre acabo cubriéndome con fuerza los oídos), sino las campanas de la Catedral, que se unen también a la sinfonía, y que parecen inundar la plaza en un tsunami de profundos sonidos.

La última melodía es, por supuesto, la Marcha Zacatecas; ajá, esa que si asistieron a alguna primaria de Guadalajara habrán aprendido a odiar, porque les marcaba el fin del recreo. Créanme que si la odian en serio, la mitad de sus oídos se está perdiendo de una de las más vibrantes y encantadoras creaciones de la música nacional, y la interpretación de la banda no hace sino añadirle brillo al asunto.

En el concierto de ayer se le pidió al público que se pusiera de pie para escucharla, como si del Himno Nacional se tratara; muy malo, porque cuando suena la Marcha, la gente se levanta espontáneamente. De hecho se ha llamado a esta pieza el segundo himno nacional; a ver si no me encarcelan por andar de librepensadora y abrir la bocota, pero a mí me gusta más que el Himno oficial, y no tendría ningún problema con que lo sustituyera. Si lo que queremos es nacionalismo, diría que por lo menos esta hermosa melodía SÍ es obra de un compositor mexicano (Genaro Codina, nativo de esta ciudad).

Es muy difícil comunicar (bien) las sensaciones que la banda puede producir, pero si quieren un poco de lo de ayer, les recomiendo que visiten zacateks.com, un blog sobre lo mucho que hay que ver, conocer y disfrutar en la ciudad. El concierto íntegro se puede descargar de esta misma página en mp3; 80 y pico de megas para dos horas de música que valen la pena. Aunque nada se compara a tener a la banda en vivo, esto puede dar una buena idea (intenten escucharlo, si fuera posible, con audífonos o a todo volumen; cuidado, que esta vez los cañonazos en la Obertura 1812 estuvieron un poquito fuera de tiempo). Le agradezco al amigo MeTz por permitirme usar uno de sus videos de la banda y por el trabajo al proporcionar este concierto para el mundo.

Ahhhhhh... antes de comenzar con las reflexiones de este día santo, un poco de fantaseo... ¿y si algún día la Banda de Zacatecas presentara arreglos de música de videojuegos? Sólo de imaginar sus versiones de los poderosos temas de Shadow of the Colossus, por ejemplo... se me hace agua la boca.

Otra nota aparte: Link a video en youtube de la orquesta australiana Eminence interpretando una pieza de este juego. Si alguna vez llegara a este blog, no estoy insinuando nada, maestro García; sólo escuche qué preciosidad. Imagínesela en Plaza de Armas.

lunes, marzo 17, 2008

La le Pádraig

Para este día de San Patricio, pensaba preparar algo realmente bonito… un escrito inspirado con fotografías y eso. Por desgracia, estoy lejos de mi casa, y lejos todavía más de mi computadora… y vaya que esa desdichada ausencia de mi fiel compañerita blanca, Shu II (de raza Ibook G4, modelo 2004), ha tenido efectos pésimos en mi desempeño laboral. Así que tendremos que conformarnos con algo menos… pero para las fiestas le he creado a mi blog otra etiqueta (hice una nada de actualizaciones) y encontré en youtube, gracias a la usuaria MJMusicgirl, mi canción favorita sobre San Patricio, The Light on the Hill, de Moya Brennan (hermana de Enya).

No es un video, sólo la canción. Aquí la tienen.





He aquí una transcripción de la letra:

Low ro ho ro
Glór na Gael
(The Irish Voice)
Low ro ho ro
Éist le glór Dé
(Listen to God’s voice)

A sea journey takes him across
Takes our hero across
With the word in his heart
Lonely he prayed on the hill
Night and day, a hundred times
A hundred times and more

And the voice he heard calling
To plant the light of life
The light on the hill

A mission of faith sounds the bell
Brought a holy man with dreams
With his dreams for this island
Letters he left to declare
This was his promised land
It's the land that was chosen

The voice and his message
Still lives a thousand years
A thousand years and more

Mi intento de traducción (ahí disculparán las evidentes fallas… además de inspiración me faltan también mis diccionarios).

La voz de los irlandeses
Escuchen la voz de Dios

A través de un viaje por mar
Llegó nuestro héroe
Con la palabra en su corazón
Solo, oró en la colina
De noche y de día, cien veces
Cien veces y más

Y oyó la voz que le decía
Que sembrara la luz de la vida
La luz en la colina

Una misión de fe suena la campana
Que trajo a un santo con sus sueños
Con sus sueños para esta isla
En las cartas que dejó ha dicho
Que esta era su tierra prometida
La tierra que fue elegida

La voz y su mensaje
Aún vive por mil años
Mil años y más.

Siendo un jovencito, a San Patricio lo secuestraron unos piratas para venderlo como esclavo en Irlanda. Tras seis años de cautiverio, escapó. La frase “La voz de los irlandeses” hace referencia a un sueño que tuvo, donde le entregaban una carta con este encabezado y escuchaba miles de voces que le pedían que regresara.

De vuelta en Irlanda, ya como un misionero hecho y derecho, San Patricio estaba decidido a convertir esta tierra al cristianismo; según una leyenda que me contó hace más de diez años la señorita E.G., guía de un tour en Dublín a la colina de Tara y el monumento de Newgrange (me dio gusto ver en mi última visita, hace casi tres años, que este tour todavía está vigente) el 26 de marzo de 433, fecha de una celebración celta donde los druidas construían una hoguera gigantesca en la colina sagrada de Tara (y estaba prohibido que cualquier otro súbdito del reino encendiera fuego), San Patricio y sus seguidores hicieron a su vez otra hoguera, pero en la colina de Slane, justo frente a Tara; de ahí viene el nombre de la canción. Cuando los druidas fueron a ver quién carambas los estaba desafiando, San Patricio se puso a enseñarles. Bueno, también se agarró a pleito con algunos de ellos.

El 17 de marzo conmemora el fallecimiento de San Patricio; en otras palabras, el inicio de su vida inmortal.

viernes, marzo 07, 2008

Un gran poder...

De antemano disculpas al artista aficionado que envió a VGCats este dibujo que he utilizado sin permiso... sorry, couldn't find your name anywhere!


En la última (de varios cientos) de las revisadas que le he estado dando a mi currículum, he intentado incluír, ahora sí, todo lo que ha estado saltando, de importancia o no, en mi dichosa vida de milusos; tras la primera de las consecuentes podas, todavía no estoy segura de dejar ahí la mención de un rol que he representado unas cuantas veces: el de sinodal. El conflicto que tengo con ello es que, a menos de un año de mi último de esos trabajitos, apenas me acaba de caer el veinte de qué tan enorme era, en realidad, la responsabilidad caída sobre mis pequeñas manos.

El trabajo de un sinodal no parece demasiado complicado a simple vista: uno recibe una tesis o realiza un examen general de conocimientos, y lo que sigue a continuación es un juicio, en el que los testigos son números y el “acusado” tiene que armar su propia defensa. Al final, uno decide o no entregar un título universitario o sigue un sistema numérico que traduce a “aprobado por unanimidad”, “aprobado” o “no aprobado” (todavía no he tenido que tomar esta decisión).

Un sinodal está encargado de decirle a una persona si los años que pasó en la universidad valieron la pena, y, sobre todo, de comprobar que está lista para actuar y moverse en la vida real, donde no hay exámenes, y donde la verdadera valía está en el carácter y no en las calificaciones. ¡Gracias al cielo no tenía hacer eso sola! Tanto poder sobre la vida de alguien debería haberme hecho temblar, y nunca me sucedió, salvo cuando el trabajo ocurría durante el invierno y llenaba de notas las tesis hasta que la mano se me entumía.

He dado muchas licenciaturas, y tomado protesta de graduandos que juran conducirse con honor y decencia; a algunos, les pasé el título con la mano en la cintura, con orgullo y confianza; a otros, con la certeza de que sus esfuerzos, que conocía muy bien, cubrirían cualquier agujero que pudiera encontrarse en su prueba.

Y a otros más, Dios me perdone, los declaré aprobados basándome en la pura esperanza de que la vida terminaría mi trabajo de educadora. No, no siempre fue así.

Me doy cuenta ahora que, siempre que fui sinodal, estuve preguntando las mismas estupideces: que si la tesis no se qué, que cómo es que este dato blah blah blah, que por qué en la página tal se afirma tal cosa si esto, y lo otro... Nunca cuestioné lo que era verdaderamente importante: a ver, ¿considera usted que se merece el título? ¿Por qué rayos? ¿Qué piensa hacer ahora que podrá escribir “licenciado” delante de su nombre? ¿Qué planes tiene para TODA su vida? ¿Abusará del poder que, tarde o temprano, podrá adquirir con la educación que ha recibido? ¿Se sentirá superior a quienes tal vez sean más sabios o inteligentes que usted, pero no hayan cursado ni la primaria? ¿Considera que esto es el final de su carrera, o apenas el principio? ¿Aprenderá de sus errores, o piensa que el “mención honorífica” lo excluye de cometerlos? ¿Cuáles son sus verdaderas intenciones, a largo plazo?

Un sinodal tiene uno de los poderes más espantosos, creo yo, que le pueden tocar a cualquier personaje de novela de fantasía (mago, genio dador de deseos, lo que sea): el de conceder, a su vez, poder a alguien más, que en algún momento dado tendrá que tomar decisiones sobre cómo utilizarlo. Pero el conocimiento de que “un gran poder conlleva una gran responsabilidad” (no sé si fue realmente el viejo tío Ben Parker quién se lo inventó o si salió de alguna mancha de sabiduría popular), por desgracia, no viene en el mismo empaque que el “licenciado”, “ingeniero”, “doctor” que un estudiante recibe a cambio de sus esfuerzos.

Estoy segura de que, al menos en una ocasión, le habré entregado ese poder a la persona equivocada. Y que esa persona, que a lo mejor no he vuelto a ver desde entonces, anda por ahí haciendo el mal gracias al pequeño atributo que yo (y mis queridos cómplices, colegas en el jurado) pusimos delante de su nombre: el “licenciado”. ¿A que suena siniestro? Y, con todo, ¡cuánto daño puede hacer una sola palabra!

Terrible, también, darse cuenta de que, ni aunque uno consiga que le pique la araña adecuada, no siempre es posible deshacer los males.

Me contaron una vez sobre un maestro que utilizaba un sistema bastante simple para calificar a sus alumnos. A los que eran capaces, les ponía el puntaje máximo; a los que no lo eran tanto, pero no parecía que fueran a hacerle daño a nadie, los pasaba con seis. Y a los que tenían como mayores cualidades ser estúpidos y/o malvados, los reprobaba; eso era todo. Bueno, si a ese maestro le funcionaba, pues qué bien, pero, Gandalf dijo, ni los más sabios conocen todos los fines, y no existe el arte, cito al desdichado rey Duncan en Macbeth, que le permita leer a uno el corazón humano. Si hubiera forma de detectar maldad futura en un corazón en cuanto éste apenas comenzara a latir, caray, yo sería pro-aborto.

Ni modo; ya sea con poderes o con superpoderes, a uno no le queda más remedio que conducirse en la vida lo mejor que sea posible. Y resignarse a que de vez en cuando, como un brillante rayo de sol, la buena fe nos puede dejar momentáneamente ciegos.

lunes, marzo 03, 2008

Cuarteto Nausicäa en concierto

Como ya les comenté hace ya algún tiempo aquí, en la pasada TNT 2008 se presentó el Cuarteto Nausicäa, de Guadalajara, con un estupendo repertorio de canciones de anime y videojuegos. Bueno, ya que algunos nos lo perdimos (sniffff), mil gracias al usuario peyrac de youtube, que tuvo a bien subir algunos videos del concierto a internet.

El que he puesto aquí es mi interpretación favorita, Bratjia, de Fullmetal Alchemist. De izquierda a derecha: Mary, Brenda y Janet; al piano, Selenie.



Todavía me saca lágrimas esta melodía. Hagan click aquí para ver más videos del cuarteto.
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